ACERCÁNDONOS A LA NAVIDAD POR MARÍACARLOS LOPEZ“Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, una aldea de Galilea, a una virgen llamada María. Ella estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David. Gabriel se le apareció y dijo: «¡Saludos, mujer favorecida! ¡El Señor está contigo!». Confusa y perturbada, María trató de pensar lo que el ángel quería decir. —No tengas miedo, María —le dijo el ángel—, ¡porque has hallado el favor de Dios! Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será muy grande y lo llamarán Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David. Y reinará sobre Israel para siempre; ¡su reino no tendrá fin! —¿Pero cómo podrá suceder esto? —le preguntó María al ángel—. Soy virgen. El ángel le contestó: —El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por lo tanto, el bebé que nacerá será santo y será llamado Hijo de Dios. Además, tu parienta Elisabet, ¡quedó embarazada en su vejez! Antes la gente decía que ella era estéril, pero ha concebido un hijo y ya está en su sexto mes de embarazo. Pues la palabra de Dios nunca dejará de cumplirse. María respondió: —Soy la sierva del Señor. Que se cumpla todo lo que has dicho acerca de mí”.
Lucas 1:26b-38a, NTV Las profesiones de fe cristiana se encuentran divididas ante la persona de María. Una sobredimensiona su rol en la historia de la salvación humana, incluso por encima del mismo Salvador. La otra la mira con desdén perdiendo un valioso ejemplo a seguir en su camino de fe. Sin embargo, al acercarnos a la Navidad mediante el relato bíblico es imposible hacerlo sin hablar de ella.
El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una aldea insignificante de Israel llamada Nazaret. Ubicada en la región de Galilea, Nazaret era despreciada por los habitantes de Judea y tampoco era tomada en cuenta por los galileos. Nazaret era habitada por gente no religiosa, carente de morales, una cultura tosca y con un dialecto rudo. Sus habitantes, por lo general, además de la cría de ganado ovino eran mercaderes y comerciantes de habla sencilla. En ese extraño lugar de Palestina (así lo llamaban los romanos al territorio de Israel en aquel tiempo), había una joven que nunca había conocido íntimamente a hombre alguno (Parthenos: virgen). Su estado civil, era el de comprometida o reservada para el casamiento con un tal José. Según nuestro lenguaje de hoy, María era una adolescente rural de un región del país donde no se esperaba que surgiera nada bueno y, según la costumbre de su época, por voluntad de sus padres estaba socialmente comprometida para casarse con un hombre comerciante y respetable del pueblo con quien nunca había estado bajo una relación íntima. ¿Por qué Dios escogió a Nazaret, una insignificante aldea de Palestina, como su centro de despegue para iniciar su plan de salvar a la humanidad? ¿Por qué Dios escogió a María, una adolescente –doña nadie–, para hacerla partícipe de su plan de salvación para la humanidad? La respuesta en ambos casos es la misma: Por gracia, es puro favor divino. Escuche las palabras del ángel Gabriel a María: «¡Saludos, mujer favorecida! ¡El Señor está contigo!»; y luego añade: «¡porque has hallado el favor de Dios!». No se menciona ningún mérito intrínseco por el cual María fue escogida. Ella simplemente es objeto de la bondad inmerecida y llena de gracia de Dios. Su descripción como alguien que ha hallado gracia delante de Dios deja claro que Dios ha actuado a su favor y no debido a ella. Ella no pidió ni solicitó este papel. Dios simplemente entró en su vida y la puso a su servicio. La respuesta de esta joven campesina ante el anuncio divino es de gran valor para los que vivimos y caminamos por fe. En primer lugar, se sorprende en gran manera: “Confusa y perturbada, María trató de pensar lo que el ángel quería decir”. En segundo lugar, ante su incertidumbre pregunta para comprender lo incomprensible: “¿Pero cómo podrá suceder esto?… Soy virgen”. En tercer lugar, rinde su voluntad humana ante la voluntad divina: “Soy la sierva del Señor. Que se cumpla todo lo que has dicho acerca de mí”. Esta es una mezcla poderosa entre confianza y obediencia. Acercarnos a la Natividad (nacimiento de nuestro Señor Jesucristo) por María significa imitar su ejemplo. El acontecimiento que estamos por celebrar es sorprendente. Es único en su clase, único en la historia de la humanidad e irrepetible. No dejemos de sorprendernos ante el anuncio de que un niño nos ha nacido y es Cristo el Señor (Lc 2:11). La Navidad nos involucra a todos, sin importar nuestro estatus social. En el relato del evangelio nos damos cuenta que a Dios le encanta llevar a cabo su plan por medio de gente insignificante. Por eso es que la Navidad nos invita a todos a acercarnos al único Salvador. Y María, sí precisamente ella, nos enseña cómo responder ante el anuncio de la Navidad: Con confianza y obediencia a Dios. Aunque con sorpresa y perplejos por lo que nos toca vivir hoy día, nosotros también podemos acercarnos a la Navidad con esta misma actitud de obediencia de esta jovencita. En esta época navideña, digámosle a Dios: “Soy una sierva del Señor, que se cumpla su plan en mí”; “Soy un siervo del Señor, que se cumpla su plan en mí”. Entiéndase que en este acto de obediencia estamos depositando confiadamente nuestra vida en las manos de Él. Aunque no sepamos lo que nos depare el futuro, no hay lugar más seguro que estar en sus manos. Aún sin saber lo que viene, la Navidad nos recuerda que un Salvador nos ha nacido y por eso toda nuestra vida presente y futura descansa completamente en Él. Dejo con usted parte de la letra de una antigua canción titulada: María, ¿tú lo sabías? María ¿sabías que tu bebé un día caminaría sobre el agua? No, ella no lo sabía. ¿Sabías, que tu bebé salvaría a nuestros hijos e hijas? Ella lo sabía en general, pero no específicamente. ¿Sabías, que tu bebé ha venido para hacerte de nuevo? ¿Sabías que el niño que has dado a luz pronto te librará? Creo que ella sabía eso. ¿Sabías que tu bebé le daría vista al ciego? Ella no lo sabía. Ella había leído algo así, pero los detalles no eran claros. ¿Sabías que tu bebé calmaría la tormenta con su mano? ¿Sabías que tu bebé ha caminado por donde los ángeles pisaron? Y cuando beses a tu pequeño bebé, habrás besado el rostro de Dios. Creo que ella ni se lo imaginaba. ¿Sabías que tu bebé es el Señor de toda la creación? ¿Sabías que tu bebé un día regirá a las naciones? ¿Sabías que tu bebé es el Cordero perfecto de Dios? Este Niño dormido que estás cargando, es el gran, Yo soy”. Carlos Lopezes Licenciado, Magister y candidato doctoral en Teología, pastor y conferencista sobre temas de matrimonio y familia. Sirve como Rector en el Instituto Teológico FIET de Argentina.
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