ACERCÁNDONOS AL PADRE NUESTRO
OSVALDO L. MOTTESIResumen del primer capítulo de nuestro libro: ORACIÓN MISIÓN. Orando y con el mazo dando. El poder transformador del Padrenuestro, en actual proceso de publicación.
Ustedes, pues, oren así: Padre nuestro que estás en los cielos: Santificado sea tu nombre, venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. [Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por todos los siglos. Amén]” (Mateo 6: 9-13).
La oración es la respiración del alma
Esta frase que oí de pequeño, es mi definición preferida de la oración. Años más tarde leí algo parecido del teólogo suizo Karl Barth: No es posible decir oraré, o no oraré, como si se tratara de un asunto de gustos. Ser cristiano y orar son una y la misma cosa, una cosa que no queda librada a nuestro capricho. Es una necesidad, una especie de respiración indispensable para la vida.[1] Oramos porque no podemos evitarlo. No tenemos otra alternativa más trascendente. La oración es un fenómeno humano universal, como lo es nuestra respiración pulmonar. Si no respiramos moriríamos. Nuestra respiración física, simplificando el proceso, consta de dos fases. (1) Por medio de la inhalación o inspiración, absorbemos el aire del ambiente. Este, rico en oxígeno purificador y potenciador de nuestra existencia, limpia y renueva todo nuestro organismo. (2) A través de la exhalación o espiración, expulsamos el aire en forma de dióxido de carbono. En la oración inhalamos el oxígeno de Dios que nos purifica, y espiramos las impurezas y toxinas que intentan enfermarnos. La oración nos llena de Dios y nos renueva para renovar nuestro entorno. La oración se hace así, fuente de nuestra misión. Oramos porque somos seres en necesidad. Nuestra oración es testimonio de nuestra carencia básica: la necesidad de Dios para cambiar y mejorar. Todas las religiones a través de la historia han tenido y tienen alguna forma de oración. El término “rezar” viene del latín recitāre, donde el prefijo re significa “repetición” y citāre se traduce como “citar”. Por eso “rezar” se usa más bien para referirse a las oraciones repetitivas usadas en ciertas tradiciones. Además, “plegaria” proviene también del latín precaria = petición. Por otra parte, el verbo “orar” viene del latín orāre que significa “de forma oral”, y el sustantivo “oración” deriva de prex o precarius = “rogar, suplicar en una situación precaria”, lo cual destaca nuestra realidad como seres en necesidad. Pero si Dios sabe todo lo que somos, experimentamos y necesitamos, ¿por qué orar? Es que si la oración fuera tan solo informar a Dios lo que necesitamos, tal vez no habría porqué hacerlo. Pero la oración cristiana va mucho más allá. Jesús enseña que nuestra relación con Dios es la de hijos e hijas con su Padre. Y en esta conexión tan personal, la claridad e intensidad de la comunicación es fundamental. Es un diálogo en comunión, que nos nutre con el poder liberador de Dios; poder que genera Su vida en la nuestra. Esa es la esencia de la oración: comunicarse de corazón a corazón con el Señor, quien es buen padre y amigo, irreemplazable interlocutor de toda vida cristiana. Como afirmara Carlos Spurgeon: La verdadera oración no es un mero ejercicio mental, ni una actuación vocal. Es mucho más profunda que eso: es un encuentro, una transacción espiritual con el Creador del Cielo y la Tierra. La oración es el balbuceo entrecortado del niño que cree, el grito de guerra del creyente que lucha y el réquiem del santo agonizante que se duerme en los brazos de Jesús. Es el aire que respiramos, es la clave secreta, es el aliento, la fortaleza y el privilegio de todo cristiano.[2] La oración es una experiencia real Desde las ciencias de la conducta humana, desde el agnosticismo o el ateísmo, y desde otros “ismos” contemporáneos que son las más recientes religiones de nuestro tiempo, se afirma que la oración es una irrealidad. Hay quienes le dan el crédito de ser un buen ejercicio, pero solo como una saludable autosugestión. Afirman que quizás sea una posible buena terapia, pero no es una experiencia real. Si la oración se explicara satisfactoriamente sólo como autosugestión, como una experiencia irreal, entonces tendríamos el muy serio desafío de explicar sus resultados concreta y profundamente reales. Un hecho que marcó la historia de los Estados Unidos de América, ilustra en forma elocuente nuestra afirmación: Luego de cuatro semanas de fracasados intentos de la Convención Constitucional encargada de redactar la constitución para los Estados Unidos, no habiendo logrado escribir una sola palabra, Benjamín Franklin se dirigió a Jorge Washington en estos términos: “He vivido, señor, muchos años; y cuanto más vivo, más convincentes son las pruebas que veo de esta verdad, que Dios gobierna los asuntos de los hombres… Y también creo que sin el concurso de su auxilio, no tendremos más éxito en este edificio político que los que edificaron la torre de Babel; seremos divididos por nuestros pequeños intereses parciales y locales; nuestros proyectos serán confundidos… y la humanidad podrá en el futuro, por este desafortunado ejemplo, desesperar de la posibilidad de establecer un gobierno por la prudencia humana y lo dejará al acaso, a la guerra o a la conquista. Pido por tanto permiso para mocionar, que de ahora en adelante, cada mañana se tengan en esta asamblea oraciones, implorando la asistencia y bendición del cielo sobre nuestras deliberaciones”. Desde ese momento comenzaron a avanzar en el trabajo y produjeron la Constitución de la que Gladstone dijo que era: “el trabajo más notable producido en un solo intento por el intelecto humano en los tiempos modernos, de que yo tenga noticia”.[3] La realidad de la oración cambió las cosas. A nivel personal y congregacional, la realidad de la oración, entre sus múltiples facetas nos enseña que:
2. La oración es entrega, transformación y misión. La oración es entregar toda lavida en la presencia de Dios para su limpieza, decisión y misión. En esta entrega, Dios limpia, purifica nuestros deseos. Los enfoca y redirige de tal manera que no es posible distinguir donde terminan los deseos propios y comienzan los del Señor. Se hacen sólo uno. Esto produce una transformación para la misión. Es que, como los deseos han sido unificados: Uno es el poder, porque nuestra impotencia se nutre de la potencia de Dios; una es la decisión, porque nuestra mente y corazón se alinean con la mente y el corazón de Dios, y una es la misión, porque nuestra voluntad y acción liberadas de toda limitación, se expresan para hacer sólo la voluntad activa y redentora de Dios. Así, la oración se hace cooperación con Dios, quien produce nuestra transformación para la misión. ¿Por qué el Padrenuestro? Nuestro mundo sufre. Para Jesús, todo un místico en acción que hace de su vida de servicio una oración, la respuesta es el Padrenuestro. Es la oración en matrimonio indisoluble con la lucha cotidiana, donde vivimos nuestra misión cristiana de cada día. Por ello el Maestro, con su enseñanza del Padrenuestro y su testimonio vital, planta la tienda de campaña de la oración en el mismo centro del combate humano. Es profundamente significativo que Jesús, a la hora de ofrecernos el más profundo resumen de su pensamiento, no lo haya hecho en un tratado teórico o en un sermón intelectual, sino en un modelo de oración. Este a la vez nos intriga y cautiva, nos ilumina y enseña, nos desafía y moviliza. El Padrenuestro es sin dudas una plegaria muy peculiar, por no decir extraña. Es la oración cristiana ecuménica por excelencia, por ser central en todas las tradiciones. Y lo es aunque no menciona a JesuCristo[4] ni al Espíritu Santo, ni la Biblia o el evangelio, ni la cruz y la resurrección del Señor, ni la iglesia y su misión, ni el orar o no en lenguas, ni la vida eterna en el cielo o en el infierno, ni la segunda venida del Mesías, ni cualquier otra doctrina en particular. Pese a ello o quizás por ello, es la plegaria que en su práctica a través de la historia más unió, une y unirá en confesión y compromiso a todo el pueblo de Dios. Esta oración diseñada por Jesús para sus discípulos y discípulas, está compuesta tan solo por poco más de setenta palabras, según sean las traducciones. Es el mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios, resumido en forma de plegaria. Es breve y poderosa; por eso es perfecta e insuperable como modelo didáctico por excelencia de la oración cristiana. A veces nos preguntamos si deberíamos orar periódicamente el Padrenuestro. La respuesta, muy breve y que suena ambivalente es: sí y no. Es que esta plegaria, en su origen, creemos que no tuvo la intención de perpetuarse como un rezo a ser elevado reiteradamente por el pueblo de Dios. Jesús la ofreció como un modelo-guía, un ejemplo en respuesta a la pregunta de sus discípulos sobre cómo debían orar. Tiene una naturaleza y propósito pedagógicos muy importantes e imposibles de ignorar. Es más una lista maestra de sugerencias de Jesús acerca de la oración, que una mera fórmula fija para repetir rutinariamente. Entonces: sí, es muy aconsejable orar el Padrenuestro cuando lo deseamos y sentimos de corazón. Pero a la vez: no, no necesitamos hacerlo como una plegaria repetitiva, cuya fuente es sólo nuestra memoria y su motivación un hábito. Una primera mirada al Padrenuestro Dos evangelistas. Solo Mateo y Lucas nos transmiten en sus evangelios la oración del Padrenuestro. En Mateo (6:9-13) es más larga: son siete peticiones, frente a las cinco según Lucas (11:2-4). Esto no es importante porque, aunque cambien las palabras, el contenido esencial es el mismo en ambas redacciones. Lo que sí es importante, es que Mateo escribe para una comunidad mayormente de gentes provenientes del judaísmo, quienes estaban acostumbrados a orar, mientras que Lucas escribe para una comunidad donde la mayoría provenía del paganismo, familiarizados con solemnes celebraciones religiosas, aunque poco acostumbrados a la oración personal. Por eso Mateo destaca las críticas de Jesús al formalismo en la oración, mientras que Lucas enfatiza la invitación a hacer de la oración una experiencia vital, confiando en su valor, y perseverando en ella. Dos contextos. La enseñanza de Jesús según Mateo y Lucas se nos transmite desde momentos también distintos. Mateo la ubica en el corazón del Sermón del Monte, que fuera predicado a la multitud (5:1), no sabemos con certeza cuándo a través de su ministerio. Buen número de biblistas apoya la teoría de que Mateo compiló los diversos dichos y enseñanzas importantes del Señor, organizándolos y compartiéndolos en la forma de un largo sermón, que nunca Jesús predicó de una sola vez. Pero esto es sólo una teoría.[5] Lucas la inserta al comienzo de la segunda de las dos partes naturales en que organiza su evangelio. Es decir, cuando Jesús, luego de sus actividades iniciales en Judea y ya avanzado su amplio ministerio en Galilea, “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (NVI: “se hizo el firme propósito de ir a Jerusalén”) (9:51), para consumar allí su misión, y les enseña a orar, ante la solicitud de uno de sus discípulos (11:1). Dos posibles geografías. No hay referencia bíblica alguna para localizar con certeza el lugar donde es posible que Jesús predicara el Sermón del Monte, donde Mateo registra el Padrenuestro. La tradición lo ubica desde hace 16 siglos en el Monte de las Bienaventuranzas, llamado alternativamente Monte Eremos, situado en la orilla noroeste del Mar de Galilea, entre Cafarnaúm y Genesaret. Por otra parte, Lucas sitúa el evento con la vaga expresión: “orando en cierto lugar” (11:1), pero ubica al Maestro dando esta enseñanza justo después del episodio donde, según este evangelista, ha departido “en una aldea” (10:38) con las hermanas Marta y María. (10:38-42). El lugar podría ser, también según la tradición, el Monte de los Olivos, donde Jesús se retiraba con frecuencia a orar y que está en el camino entre Betania, la aldea de Marta, María y Lázaro (Jn 11:1), y Jerusalén. Pero todo esto, aunque muy posible, son también teorías.[6] Dos idiomas. El idioma hebreo era la lengua teológica y litúrgica de Israel. Es el idioma en que fue escrito el Antiguo Testamento y que se utilizaba en el culto de cada sábado en la sinagoga, a pesar de que no todas las personas lo entendieran completamente. Esto, porque la lengua más familiar del pueblo judío desde hacía siglos era el arameo. Este era el idioma común en toda Palestina, en especial en el norte, en Nazaret y Cafarnaún, lugares donde Jesús creció y transcurrió la mayor parte de su vida. También se hablaba o era comprendida fuera de Palestina. Quienes se especializan en el arameo distinguen hasta siete dialectos regionales muy similares en toda la Palestina y zonas limítrofes, los cuales están documentados por hallazgos epigráficos.[7] Jesús conocía el hebreo. Lo utilizó en diversas ocasiones, como lo hiciera en la sinagoga de su barrio de la infancia: “Él (Jesús) enseñaba en las sinagogas de ellos y era glorificado por todos. Fue a Nazaret, donde se había criado y, conforme a su costumbre, el día sábado entró en la sinagoga y se levantó para leer” (Luc. 4:15-16). Es posible que su posterior comentario u homilía del texto leído haya sido en arameo galileo, el idioma materno de Jesús, la lengua de sus sentimientos. Pero aunque el Señor ciertamente hablaba el arameo de Galilea, sus importantes palabras y expresiones arameas vertidas en los evangelios, se registran en el arameo de Jerusalén. Creemos que esto ocurrió pues allí nació la iglesia.[8] Jesús fue hijo de su tiempo y de su tierra, expresándose plenamente a través de la cultura popular de su época. Dos textos. Hoy es imposible saber si Jesús enseñó originalmente la versión larga de Mateo o la corta según Lucas. Ambas formas son copia fiel, aunque no literal, de la oración de Jesús. Afirmamos esto, pues creemos que ninguna de estas versiones pretende reproducir literal y exactamente las palabras pronunciadas por Jesús, sino comunicar el recuerdo vivo y creativo de esta plegaria, pronunciada en distintas comunidades cristianas primitivas. Padrenuestro y misión Se destacan varias peticiones específicas en toda esta oración. Las primeras tres se ofrecen en singular y se dirigen a realidades santas, pues se refieren a Dios: “tu nombre… tu reino… tu voluntad…” y, por lo tanto, constituyen expresiones de adoración. Porque la oración debe ser adoración, una manifestación del amor de hijos e hijas al buen Padre. Las otras cuatro peticiones, son todas en plural y expresan realidades de imperfección e indigencia, pues se refieren a nuestra realidad humana: “nuestro pan… nuestras deudas… nuestros deudores… tentación…”, y son por ello testimonio de nuestra dependencia de Dios. En los Evangelios encontramos dos datos muy significativos sobre la enseñanza y testimonio de Jesús acerca de la oración. El primero es que una de las peticiones que debemos dirigir a Dios Padre, tanto según la versión mateana como en manuscritos menos antiguos de la lucana es: “… sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra”. El segundo dato es la práctica por el mismo Jesús, de Su enseñanza a quienes le seguían. Allí su obediencia radical a Dios significaba la culminación plena de su misión. Por eso ruega a su Padre, a través de sus desgarradoras palabras: “Padre mío, si es posible, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mt 26:39, DHH).[9] Por lo anterior, palabra y acción, plegaria y obediencia, convicción y misión se integran en la enseñanza y la vida misma de JesuCristo. Por ello la verdadera oración es un acto testimonial de adoración y dependencia y, a la vez, de obediencia y acción dirigido a Dios, cuya soberanía se reconoce y acepta. Y la obediencia a la voluntad divina, que ruega y afirma el Padrenuestro, es la fuente generadora de la misión que es la de Dios a través nuestro. Es la relación indestructible entre oración y misión; “orando y con el mazo dando”. El Padrenuestro es la prueba contundente de que la oración cristiana no es una fuga de la realidad, una mera coartada subjetiva para huir de las batallas del mundo. Todo lo contrario. Es una oración saturada del realismo y el compromiso plenos que transpira toda la vida y enseñanza de JesuCristo; vida que es enseñanza y enseñanza que es vida. Es plegaria que afirma la confianza del poder transformador del antiguo adagio que reiteraremos en estas páginas: “orando y con el mazo dando”. Es oración para místicas y místicos en acción. Resume en pocas y breves palabras el dramatismo de la condición humana, el desafío a vivir nuestras convicciones y, a la vez, abre los portales de la esperanza y la alegría con que culminarán todos nuestros combates fieles como pueblo de Dios. Orar y con el mazo dar Por lo anterior, expresamos la convicción que fundamenta y permea todas estas reflexiones. Y es que, cuando analizamos estas instrucciones de Jesús sobre cómo orar, encontramos que las mismas son un llamado claro, un desafío imperativo a la acción cristiana, es decir, a la misión. Por eso, la tesis que articula todo este comentario es que: “El Padrenuestro es un verdadero manifiesto revolucionario con real poder transformador, cuyo propósito es trascender la tradicional espiritualidad mística pasiva, hacia una espiritualidad dinámica y activa, obediente y transformadora, que se vive en los caminos terrenales del Reino de Dios”. Así lo entendió la iglesia en sus comienzos, cuando incluyó, a modo de conclusión, lo que en esta obra llamamos “una confesión rotunda y necesaria”,[10] que afirma el señorío pleno del Dios de JesuCristo, como el Señor total de la misión cristiana: Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por todos los siglos. Amén.[11] _________________________________________________________________________ [1] Karl Barth. La oración. Buenos Aires: Editorial La Aurora, 1968, p. 21 (El énfasis es nuestro). Respetamos la literalidad de este escrito, cuyo lenguaje no inclusivo es fruto de su época. Haremos lo mismo con toda otra cita que utilicemos en esta obra. Por otra parte, intentaremos siempre que nuestra redacción sea en el lenguaje más inclusivo posible, en testimonio de lo que Pablo declara: “… en el Señor, ni la mujer existe aparte del hombre ni el hombre aparte de la mujer. Porque así como la mujer procede del hombre, también el hombre nace de la mujer; pero todo proviene de Dios” (1 Co 11:11). [2] Carlos Spurgeon. Discursos a mis estudiantes. El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, p. 69. [3] Citado en E. Stanley Jones. El camino. Buenos Aires: Editorial La Aurora, 2da. ed., 1976, p. 222. [4] La grafía JesuCristo usada por el autor a través de toda esta obra, es como él escribe el nombre del Señor. [5] Véase Osvaldo Mottesi, Monte y misión. La ética transformadora de Jesús. Las bienaventuranzas del sermón del monte. El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2022. [6] Véase Klaus Berger, “Padrenuestro” en SMET, tomo quinto, pp. 102-107, John L. MacKenzie, “Evangelio según San Mateo” en CBSJ, Tomo III, Nuevo Testamento I, pp. 191-193. [7] La epigrafía, palabra del griego que significa “escrito sobre”, da nombre a una ciencia autónoma y a la vez auxiliar de la historia. Su objetivo principal es el estudio completo de importantes inscripciones en diferentes áreas del quehacer humano, ya sea en su estructura y material, forma y contenido escrito, como también en la función que desempeñaron en su contexto. Véase María I. Velázquez Soriano, ¿Qué es la epigrafía? Madrid: Universidad Complutense, webs.ucm.es/info/archiepi/aevh/feo3.htm . [8] Véase J. M. Tellería, “Arameo, Lengua” y A. Ropero, “Arameos” en GDEB. Barcelona: Editorial CLIE, 2013, pp. 197-199. [9] Los énfasis son nuestros. [10] Véase la conclusión de esta obra. [11] Los manuscritos más antiguos no incluyen esta doxología final. Por eso la RVA-2015 y otras versiones, la registran entre corchetes. Es posible que fuera agregada por la iglesia primitiva, quizás inspirada en la oración del rey David, que ofrece 1 Crónicas 29: 10-11: “¡Bendito seas tú, oh SEÑOR Dios de Israel, nuestro Padre desde la eternidad y hasta la eternidad! Tuyos son, oh SEÑOR, la grandeza, el poder, la gloria, el esplendor y la majestad; porque tuyas son todas las cosas que están en los cielos y en la tierra. Tuyo es el reino, oh SEÑOR, y tú te enalteces como cabeza sobre todo”. Como fuere, como afirmamos en nuestra conclusión, es una confesión rotunda y necesaria, como culminación de esta oración misionera. |