AUTORIDAD BÍBLICA Y METODOLOGÍA CRÍTICA: DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA
RUBÉN BERNAL PAVÓNI. Introducción:
En la Ilustración nació una forma nueva de acercamiento al estudio de las Sagradas Escrituras a la que se llamó investigación histórico-crítica.1 La Biblia comenzó a ser analizada científicamente con métodos que seguían la estrategia de duda y sospecha con el propósito de dilucidar cuestiones como la historicidad de los textos, su origen, sus fuentes o las fases de su trasmisión.2 Algunas de sus hipótesis llegaron a conclusiones hoy superadas o corregidas por el propio estudio científico, pues el abuso de ciertos planteamientos metodológicos condujo a resultados demasiado especulativos. Por otra parte, para beneficio de todos, la investigación crítica continúa aportando grandes hallazgos en el campo de los estudios bíblicos. Hoy por hoy esta metodología abarca una amplia gama de herramientas exegéticas con diversos aportes de campos multidisciplinarios, como son la arqueología, la historia, la filología, la crítica textual, los enfoques sociológicos, la crítica de las fuentes, la crítica de las formas, la crítica de la redacción, y un largo etcétera. Sin embargo, algunos sectores del cristianismo, conciben aún la metodología crítica como una amenaza contra la autoridad de la Biblia, una cuestión ya superada en otros contextos eclesiales. De aquí en adelante trataré de argumentar en favor de la crítica sin menoscabo de la autoridad de la Biblia, cuando esta es correctamente interpretada. II. Introducción: Los métodos críticos entendidos como amenaza Gran parte del contexto evangélico conservador –como bien sabemos por nuestro entorno hispanohablante- se posiciona de modo desfavorable ante el uso de los métodos críticos en el estudio de la Biblia, como antaño ocurría en el catolicismo oficial.3 Consideran que la metodología crítica pone en tela de juicio la fe en la Sagrada Escritura (entendiéndose ésta como “palabra revelada”). Resulta lógico que el movimiento de la Ilustración en el siglo XVIII, en el que despuntó el estudio crítico de las Escrituras como empresa científica, sea visto con enemistad desde estos ambientes religiosos.4 Así pues, hay un extendido –y me propongo exponer que injustificado– pavor al estudio científico del texto sagrado por considerar que atenta contra la autoridad misma de la Biblia. Por ejemplo, el teólogo pentecostal P. Hoff, argumenta con severidad lo siguiente: “…los críticos liberales, bajo la influencia del racionalismo moderno, han llegado a conclusiones que son capaces de destruir toda confianza en la inspiración de la Biblia si pudieran demostrarse y con esto sería imposible creer en Cristo como Salvador y Señor”.5 Esta postra de desconfianza hacia la metodología científica –clasificada negativamente como “liberal”– asume que está en juego la inerrancia, la infalibilidad, así como la inspiración “verbal” y “plenaria” de toda la Biblia.6 En este sentido, el recordado teólogo evangélico español, F. Lacueva, advierte ante ello: “La ciencia influida por el liberalismo bíblico [...] aplica a la Biblia los mismos métodos de análisis que se emplean en el análisis de los escritos profanos, con el prejuicio de que los escritos sagrados tampoco son infalibles y están expuestos a los mismos defectos que se observan en los escritos profanos”.7 Bien es cierto que la metodología crítica ha cuestionado la paternidad literaria (autoría) de muchos escritos bíblicos, reconfigurando y ajustando las fechas de su redacción en contraste con lo que la tradición judeocristiana venía sosteniendo. En muchos casos se ha evidenciado la múltiple autoría de varios libros bíblicos. Asimismo se ha descubierto, gracias al estudio de los géneros literarios, que no todos los relatos han de considerarse historia propiamente dicha (y menos aún en el sentido de historiografía moderna). Por ello, esta labor ha sido considerada una verdadera amenaza en los entornos más conservadores y por tanto un atentado contra la fiabilidad del texto sagrado (como si el hecho de que un libro en concreto –por ejemplo Génesis– dejase de estar inspirado por no tener a Moisés como autor, tal y como recogía la tradición; o perdiese su carácter inspirado al contener relatos novelados, poesías, etc.). Como advierte Jaroslav Pelikan: “La autoría de la Biblia no era, por supuesto, una cuestión aislada; lo que en última instancia estaba en juego era la credibilidad de la Biblia...”.8 A mi juicio, estas conclusiones me parecen desorbitadas y muestran además menos confianza en la autoridad de las Escrituras de lo que pretenden aparentar con su defensa. Ante esta actitud –y salvando las distancias de cosmovisión– vale la pena recordar aquella frase atribuida a Charles H. Spurgeon: “¿Que defienda la Biblia? Sería como defender a un león. Solo déjela libre y se defenderá a sí misma”. III. Texto humano – mensaje divino Los creyentes, al reconocer a Dios como auctor primarius, damos por hecho el origen divino de las Escrituras (si bien no todos los cristianos matizamos esto de la misma manera). La Biblia, desde un enfoque confesional, es entendida como la fuente esencial de la Revelación Especial.9 Desde esta perspectiva se asume que es capaz de moldear la existencia humana con objeto de perfeccionarla, cualidad que, una vez se hace realidad en la vida de la persona, testifica sobre su autoridad. Por ello el cristianismo es capaz de reconocer en la Biblia la edificante “voz” de Dios, disponible para cuantos se presten a “oír”. Esta autoridad divina y la consecuente normatividad del texto sagrado, en nuestro contexto protestante, son reconocidas por autopistía, un concepto desarrollado por Calvino en el que se declara que la Escritura misma ha de ser suficiente para fundamentar su propia autoridad;10 esta es una indicación encaminada al principio de Sola Scriptura como principal norma de fe. La Biblia, pretende ser algo más que un texto meramente humano por lo que, para el creyente en concreto y para las iglesias, tiene un valor absoluto y vinculante para la fe. Ella reclama su autoridad, la cual no le viene de afuera, ni de los efectos que pueda conseguir, sino de la voz divina que brota de sus palabras.11 Este reconocimiento favorece que las Escrituras sean –mediante el Espíritu Santo– comprendidas y vividas como Palabra de Dios por la Iglesia, como lo verdaderamente autoritativo (algo que a mi juicio tiene que ver más con el sentido de los textos que con la literalidad de los mismos). Byler asevera: “La Biblia, no es que tiene que tener autoridad en toda Iglesia cristiana del signo que sea, sino que de hecho la tiene, indiscutidamente”.12 No obstante, habríamos de puntualizar aquí que el concepto de autoridad –tema que está estrechamente ligado al de interpretación– varía entre las iglesias (especialmente cuando se aplica a textos concretos). Habría que señalar, además, que lo que Byler indica viene a ser más bien el ideal que no siempre se corresponde con exactitud en la realidad de todas las iglesias cristianas.13 Sin embargo la persona creyente ha de saber que todos y cada uno de los libros que componen el canon sagrado son también textos profundamente humanos en los cuales hemos de discernir entre sus aspectos humanos y la revelación de Dios.14 A tenor de un oxidado y entorpecedor debate –que para algunos todavía perdura– sobre si la Biblia “es” Palabra de Dios o “contiene” la Palabra de Dios, J. M. Tellería –quien además defiende el valor del método histórico-crítico-15 expresa: “Cuando decimos que la Biblia ‘es’ la Palabra de Dios nos referimos al hecho de que su contenido refleja el Mensaje Salvador que Dios inspiró a sus diferentes autores de manera completamente sobrenatural y que constituye una verdad inamovible, permanente, perenne. Cuando afirmamos que la biblia ‘contiene’ la Palabra de Dios hacemos hincapié en las características puramente humanas que afloran de continuo en ella, tanto en lo referente a sus rasgos lingüísticos o literarios, como a los conceptuales (cultura general, historia), y que constituyen el ‘ropaje’ en que viene envuelta la Buena Nueva. De ahí que sea absolutamente necesario distinguir entre fondo y forma de los textos a la hora de elaborar una teología auténticamente bíblica”.16 Puede que considerar la Escritura sagrada como un testimonio humano de la revelación –como apostillaban algunos teólogos dialécticos– sea una aproximación algo insuficiente ante su carácter inspirado, pues sin caer en absolutizaciones conceptuales herméticas, el cristiano intuye de alguna forma (Espíritu) que la Biblia es algo más que un informe de la revelación, pues reconoce en su mensaje la Palabra viva del Dios vivo. Es responsabilidad de todo aquel que escudriña las Escrituras, cultivar el discernimiento necesario para distinguir entre continente (marcado de alguna forma también por el autor) y contenido. IV. Autoridad bíblica y métodos críticos Con lo expuesto en el punto anterior podemos alegar, como objeción a las posturas que rechazan la metodología crítica, que la Biblia no es únicamente divina (como si hubiese caído directamente del cielo o hubiese sido dictada por Dios), sino que, sin negar su inspiración, es una obra humana digna de estudio, escrita por personas libres no privadas de sus facultades mentales ni sometidas a ningún trance, quienes hicieron uso de toda su capacidad creativa y dejaron reflejados sus propios contextos histórico-culturales –los cuales son humanos– y sus lenguajes, –igualmente humanos–. Por ello, aunque desde nuestra fe confesemos que Dios se sirve de los conceptos ya elaborados por los hagiógrafos (como también de los términos de su vocabulario y de sus peculiares maneras de narrar, entre otros aspectos) para trasmitir su revelación, de partida está más que justificado el estudio crítico de los textos con el que podemos incluso distinguir lo kerygmático de los aspectos humanos en que viene envuelto. Armando J. Levoratti, quien no rechaza la doctrina de la inspiración, dice: “...[El pleno reconocimiento del carácter inspirado de la Escritura] no debe sacralizar el texto hasta el punto de negarle su dimensión humana y su enraizamiento en la historia”.17 Así mismo expresa: “...la fe cristiana no excluye la posibilidad de acceder críticamente a sus propios fundamentos. Las críticas literaria e histórica son el auxiliar indispensable de la teología cuando ella se esfuerza por comprender su objeto a partir de las Escrituras”.18 El creyente, en su compromiso con la verdad, ha de promover una erudición sin prejuicios analizando los textos con toda la panoplia exegética a su alcance, pues la Biblia es un medio y no un fin. Es su instrumentalidad lo que nos lleva al conocimiento de Dios. No se trata de una letra muerta y hermética, sino que nos permite dialogar con ella, interrogarla y examinarla. La disponibilidad de las herramientas exegéticas para profundizar en un texto ha de tenerse en buena estima por el servicio que prestan. Resulta desconcertante lo que Pelikan señala sobre la antigua actitud confesional: “Desde cierto punto de vista, cada una de ellas [la fe judía, la protestante y la católica] tenía en principio fundadas razones para no temer las consecuencias de la crítica histórica, y, sin embargo, resultó que las tres la recibieron como una gran amenaza, no solo en los siglos XVII y XVIII sino hasta mucho tiempo después”.19 Desde el reconocimiento de la autoridad del texto sagrado podemos invitar al uso de toda la metodología exegética sin ningún temor. Curiosamente, aunque la doctrina de la inspiración bíblica en el AT se encuentra implícita, y no se expresa nunca la fe en el carácter sagrado de la Escritura por su procedencia inspirada,20 la propia metodología crítica nos ayuda incluso a entender que esta autopresentación de las Escrituras como libro de revelación –así como el reconocimiento de su inspiración divina– se venía aceptando desde los orígenes de la fe de Israel (nos referimos a la forma progresiva de la misma formación del canon). Sondeo que debería agradecerse incluso por los detractores del método. Afirmar la inspiración de la Biblia no es colocar un paraguas ante el uso de la metodología crítica, sino reconocer que este tipo de estudios no eclipsa la actuación del Espíritu Santo que hace de ella verdadera Palabra de Dios. Hemos de discernir –como ya ha hecho la mayoría de Iglesias Protestantes Clásicas (o históricas) y las comunidades católicas– que los métodos críticos son una ayuda a las congregaciones en virtud de consolidar la fe de los fieles al margen de fundamentalismos y espiritualidades supersticiosas (posicionadas infantilmente de modo anticientífico con el argumento de la autoridad bíblica). Así como nos hemos librado del yugo decimonónico del racismo teológico de los EEUU, que consideraba que oponerse a la esclavitud de los afroamericanos era un complot traidor a la autoridad bíblica,21 hemos de desprendernos de otros prejuicios teológicos que consideran la Biblia como un texto caído –tal cual está– del cielo. Asimismo urge desenredarse de la colonización de la teo(ideo)logía del fundamentalismo americano que promociona un hermético “paquete conservador” (referente a la inspiración y la autoridad bíblica entre otros aspectos) censurando la existencia de “otras formas” de cristianismo calificable también como “conservador”, apoderándose así del monopolio de la ortodoxia.22 Otro ejemplo útil de la validez de estos métodos críticos para la vida congregacional es el que nos ha llevado a descubrir, y por tanto a enseñar a los niños y adultos, que los relatos de la Creación de Génesis están encuadrados en un género literario concreto con el que se explicaba los misterios de la Creación a gente sencilla del mundo antiguo, bebiendo de fuentes y mitos populares de la época. Desde pequeños, los niños cristianos asumen que esta historia pertenece al género de la “saga” mientras continua siendo Palabra de Dios con todos los valores teológicos que allí se encuentran.23 Estos niños no tienen problema alguno al estudiar después la evolución en clase de ciencias naturales. Desde este prisma, lo que antes podía ser una historia de los orígenes digna de ser caricaturizada y ridiculizada ante los avances de la ciencia, da paso a algo muy profundo que no podría mostrarse en un mero relato historiográfico.24 Se podría mencionar un sinfín de otras utilidades. Por ejemplo la crítica de las formas concretamente rescata una sensibilidad y atención no solo hacia los géneros literarios sino a la procedencia social de los textos y la función que pudieron éstos tener en la vida popular, ayudando a que la Iglesia se acerque con más madurez al estudio bíblico. Por otra parte, la crítica de las tradiciones –como dice De Wit– nos ayuda también a comprender mejor los textos, perfilando en este caso las convicciones de la sociedad del Antiguo Israel y el desarrollo de su teología.25 ¡La riqueza y utilidad que nos brinda la metodología crítica es muy amplia!26 V. Conclusión La iglesia puede hacer bien en el uso de estos métodos al reconocer las ventajas y limitaciones de cada uno de ellos. Por lo general, en las comunidades que los rechazan salta a la vista las actitudes dañinas que proceden de algunos literalismos extremos y de las supersticiones forjadas a base de sus malas lecturas. El abanico de métodos de que disponemos ayudará a sacarles el jugo a los textos y a encontrarnos con la Palabra viva. Si bien es cierto que A. Edersheim no parecía muy conforme con los métodos críticos que despuntaban ya en su época, por otra parte decía con acierto que no debemos temer los resultados de la investigación científica de la Biblia, porque cuanto más estudiemos ésta, mayor será nuestra convicción de lo que ella es.27 Creo que esta es la actitud correcta. Reconocemos la autoridad de la Biblia por cuanto encontramos en ella la voz de Dios que guía y confronta a la Iglesia; pero como obra literaria forjada en la historia y la cultura humanas, con sus actualizaciones, ediciones, replanteamientos, combinaciones literarias, etc., no se nos impide su estudio bajo la estricta mirada de la exégesis crítica. Bibliografía
Rubén Bernal Pavón (Málaga, España) es graduado en teología por la Facultad de Teología SEUT (Madrid) con un máster en teología fundamental por la Universidad de Murcia. Ha realizado estudios teológicos en el Instituto Superior de Teología y Ciencias Bíblicas CEIBI (Santa Cruz de Tenerife). Tiene una diplomatura en Religión, Género y Sexualidad por UCEL/GEMRIP (Rosario, Argentina). Es pastor de la Iglesia Protestante del Redentor de Málaga (IEE, y miembro del equipo de "Lupa Protestante".
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