CATHERINE BOOTH (1829–1890): ESPOSA, MADRE, PREDICADORA
Solo el estudio honesto de las Escrituras puede abrirnos las ventanas de la verdad en cuanto a la coparticipación de ambos sexos en el ministerio de la iglesia.
¿Lo sabía usted?
· Catherine se convirtió en su niñez y, antes de los doce años, había leído por completo la Biblia. · Una curvatura en la columna obligó a Catherine a la inactividad física durante su adolescencia. Esta condición la estimuló a leer a un ritmo voraz; así estudió la Biblia, teología e historia. · De niña se privaba de comer azúcar para ahorrar dinero a fin de ofrendar para misioneros. · Junto a su esposo, el fundador del Ejército de Salvación, fueron enviados a pastorear una pequeña congregación que, en su momento, llegó a alcanzar dos mil miembros. · Por su rol en la formación del Ejército de Salvación, muchos se referían a ella como la «mamá del ejército». · El padre de Catherine fue alcohólico, lo que generó en ella una dedicación a combatir, a lo largo de su vida, los males que producía esa adicción. · A pesar de la gran respuesta que recibía ante sus prédicas, Catherine no se sentía cómoda al hablar en público pues era, por naturaleza, tímida. Breve reseña Catherine nació en una familia metodista. Una madre devota y un padre que ocasionalmente predicaba impactaron sus años formativos. Eventualmente el padre cayó en el alcoholismo y la relación entre madre e hija se tornó vital para su formación. Salvo un breve período en una escuela local, Catherine aprendió a leer y a escribir en su hogar, donde desarrolló admirables disciplinas de estudio. Cuando tenía quince años sus padres se mudaron a Londres. Allí entró en contacto con un movimiento de renovación dentro del metodismo, lo que le costó, a los veinte años, su expulsión de la iglesia. Al poco tiempo conoció a William Booth, cuyo corazón vivía apasionado por evangelizar a los más olvidados de la sociedad. Catherine llevaba la misma carga y en su oportunidad contrajeron matrimonio. Aún antes del matrimonio Catherine comenzó a compartir con su futuro esposo sus convicciones de que también a las mujeres se les debía dar el privilegio de predicar a los perdidos. Durante los primeros tres años de matrimonio William viajaba como evangelista itinerante, sin embargo, el grupo al que pertenecían le pidió que se encargara de una congregación. En los inicios de esta nueva vida, Catherine se limitó al rol tradicional de la esposa de pastor, pero ese rol no sentaba bien con su personalidad. No concebía la idea de que a una mujer no se le permitiera ejercer un ministerio a la par de su marido. Fue en esos años que llegó a sus manos el testimonio de una mujer que se había levantado en un avivamiento en los Estados Unidos, Phoebe Palmer. Inspirada por el ejemplo de Palmer, Catherine produjo un folleto en el que defendía el derecho de la mujer a ser considerada co-obrera con los hombres. Se quejaba de que la mala interpretación de los textos del apóstol Pablo había acabado con el aporte de la mujer. En 1860, cuando nació su cuarto hijo, decidió llevar a la práctica su propia filosofía. Pidió compartir una palabra, durante una reunión de la iglesia, y dio testimonio de su timidez y, a la vez, de su llamado a predicar las buenas nuevas de Cristo. Su esposo anunció que ella se encargaría de la prédica de esa noche. De este modo comenzó una admirable colaboración en que, a pesar de las limitaciones que implicaba ser madre, acompañaba a su esposo en el ministerio. En 1861, los Booth dejaron la congregación para retomar el ministerio como evangelistas. Durante los primeros años viajaban juntos, pero pronto comenzaron a llegar invitaciones para Catherine. Decidieron dividir sus esfuerzos para abarcar más y muchas veces ministraban por separado. Con el tiempo, disfrutó de una popularidad aún mayor que la de su esposo. Se mudaron más cerca de la madre de ella para que los ayudara en el cuidado de sus seis hijos. Aunque ambos poseían gran carga por los pobres, Catherine recibía muchas invitaciones de segmentos adinerados. Sus argumentos cuidadosamente desarrollados y sus refinados modales le abrieron puertas todavía cerradas para su marido. Debido a las muchas ofrendas por las prédicas de ella, mantuvieron sana la economía del hogar. Catherine nunca ocupó un cargo dentro del Ejército de Salvación, pero su influencia en la formación de innumerables obreros fue asombrosa. Siempre supo honrar a su esposo en las decisiones que tomaba. Cuando compartían la mesa, en casa, nadie se sentaba a la cabeza. Más bien escogían sentarse a la par, el uno de la otra. Del mismo modo se presentaban en la plataforma en conferencias. Crió a los ocho hijos que tuvo con su esposo. Siete llegaron a ser líderes dentro del Ejército de Salvación. El impacto mayor de Catherine, sin embargo, fue en reclutar a cientos de mujeres para la obra entre los pobres. Muchas eran objeto de ridiculización, pero Catherine invertía tres meses en adiestrarlas para la tarea evangelística y luego las enviaba a trabajar. Aún, hasta el día de hoy, el aporte de las mujeres en el ministerio del Ejército de Salvación es relevante. Catherine, con su mente privilegiada, fue clave para el desarrollo de la teología del Ejército de Salvación. Volcó gran parte de sus ideas en escritos que se difundieron ampliamente, con los que impactó, incluso, la vida de las futuras generaciones de oficiales. Tanto Catherine como su esposo, William, se abrazaron a los métodos del evangelista norteamericano, Carlos Finney. Este último fue el primero en utilizar un llamado público a la conversión en sus campañas, y los Booth estaban convencidos de que confesar de manera pública a Cristo es un paso esencial en la conversión. De esta convicción nació la práctica de ir, puerta por puerta, llamando a la gente a la conversión, como también la costumbre de predicar en los lugares que más frecuentaban los pecadores. En esto se distinguieron de la tradicional perspectiva que invitaba a los pecadores a asistir a la «iglesia». Las labores inagotables de Catherine, como madre de ocho, esposa y amiga de William, predicadora y formadora de obreros al final acabaron con su salud. En 1890 comenzó a sufrir un marcado deterioro generado por un cáncer. El 4 de octubre de ese año falleció. Alrededor de 27,000 personas desfilaron por el lugar de su velatorio antes de que fuera enterrada. Su legado abrió el camino para otras osadas mujeres que, a inicios del siglo xx, se animaron a ocupar el espacio que se les había negado durante muchos siglos. Principios dignos de imitación 1. Solo el estudio honesto de las Escrituras puede abrirnos las ventanas de la verdad en cuanto a la coparticipación de ambos sexos en el ministerio de la iglesia. Para esto es necesario que no guarde lealtad a ninguna presuposición teológica ni cultural, sino solo al Señor de la Palabra. 2. El matrimonio es la relación óptima para vivir la equidad entre los sexos, en la cual no media el dominio de una persona sobre la otra, sino la sumisión mutua. 3. Existen muchas maneras de que nuestra vida influencie a otras personas, pero la más eficaz de ellas es vivir con intensidad en la vida cotidiana y en lo más íntimo de la privacidad lo que uno enseña. 4. Ningún puesto en una organización es necesario para garantizar el legado que debemos dejar en la vida de otros. Solo dos cosas son requeridas: vivir según nuestras convicciones y formar a otros en esas convicciones. Artículo Publicado anteriormente en "Apuntes Pastorales”, mayo 2012 |