CICLOS Y LUCHAS INTERNAS DE LA REFORMA PROTESTANTEHILARIO WYNARCZYK¿Quiénes son esos anabaptistas y por qué es necesario pedirles perdón a sus descendientes menonitas? El análisis de este fenómeno nos lleva al pasado y nos permite extraer reflexiones finales para el presente.
LA PAZ HOY ENTRE LUTERANOS Y MENONITAS, JUNIO DEL 2009
La Federación Luterana Mundial (conocida por sus siglas FLM) presentó en Stutgart, Alemania, en la celebración de su XI Asamblea en junio del 2009, un documento que reconoce el error de la persecución a los anabaptistas en el siglo XVI. De estos anabaptistas descienden importantes iglesias evangélicas de la actualidad, pero en especial una: la de los menonitas, que en la Argentina están federados en la FAIE, Federación Argentina de Iglesias Evangélicas. Los menonitas deben su nombre a un líder de los anabaptistas en Holanda, Menno Simons. Con ese argumento la FLM anticipaba el “pedido de perdón de la Comunión Luterana a los hermanos menonitas”, un acto que se extiende hasta el presente a través de reuniones, declaraciones públicas y documentos. Se trata de pasos en el camino hacia la paz y la reconciliación, dos temas recurrentes en la agenda religiosa-política contemporánea, como especialmente lo muestran los documentos del Vaticano, en otro orden de cosas. Pero ¿quiénes son esos anabaptistas y por qué es necesario pedirles perdón a sus descendientes menonitas? El análisis de este fenómeno nos lleva al pasado y nos permite extraer reflexiones finales para el presente. HISTORIA DEL PRESENTE Sucede que ya en la época de la Reforma Luterana o Reforma Oficial, tuvo lugar otro proceso, orientado por la aspiración a llevar el cambio religioso hasta unas consecuencias extremas. Dentro de este flujo se encuadraron los campesinos de Alemania en rebelión contra sus señores y el poder del sistema monárquico. Lo oprobioso de aquellos sucesos, oprobioso bajo el escrutinio de las iglesias de hoy que arrepentidas hablan, es que Martín Lutero escribió un panfleto “Contra las hordas salteadoras y asesinas” y legitimó su control con el uso de la fuerza. Desde entonces aquella nueva ola de transformaciones del escenario religioso suele ser conocida como la Reforma Radical, que se opuso al bautismo de niños y la asociación de la iglesia al Estado a la vez que sostuvo la constitución de iglesias locales y otros cambios en la vida en sociedad. Un punto crucial, sin embargo, fue la difusión de creencias acerca del fin del orden imperante, la entrada de Jesús en la historia para reinar durante mil años y la constitución de un cosmos social transformado, en el cual las personas que fueron constantes y ofrendaron su vida por la fe serían vueltas a la vida y habrían de ser sacerdotes junto a un Cristo convertido en Rey y Señor. El poder divino habría suplantado al poder terrenal. A ese complejo de fenómenos religiosos, sociales y políticos se refiere especialmente el célebre sociólogo Max Weber en 1905 (1). Según Max Weber, en su condena a la rebeldía de los “espíritus fanatizados” y las sublevaciones de campesinos, Lutero se basaba en un encuadre según el cual el “estado” de la nobleza, a pesar de su depravación moral, aparece como fundado por el mismo Dios. Por consiguiente, las rebeliones campesinas iban contra el orden fundante de Dios y desde la teología era posible, en tal sentido, legitimar su condena. La figura emblemática de la Reforma Radical emergió con Tomás Münzer, sacerdote católico igual que Martín Lutero, convertido a la Reforma. Münzer anunciaba el fin de la monarquía y el imperio y fue llamado también “el profeta guerrero”. La revuelta de los campesinos, al frente de los cuales en determinado momento se colocó, acompañado por miembros del clero bajo que también lo seguían (curas católicos del ambiente popular, podríamos decir hoy), terminó con la muerte de 5000 rebeldes; pero otros cálculos dicen muchos más. Igual que aquellos campesinos, lo acompañaron a Münzer los obreros de la industria textil y las minas. En mayo de 1525 murió decapitado. Más tarde, a partir del siglo XIX, el reformista radical fue objeto de atención de historiadores y sociólogos eminentes, a raíz de la notoria interconexión entre una movilización social de las capas sociales inferiores y la creencia en el establecimiento del Reino de Cristo en la tierra por mil años. Esta concepción religiosa de la historia que se quiebra con la nueva entrada del Mesías es hoy conocida como teología milenarista. Lo que llamaba la atención a los sociólogos es el vigor dinámico que le insuflaba a la acción colectiva ese encuadre teológico del futuro. Tal es el caso de los análisis escritos por Friedrich Engels, Karl Kausky, Ernst Bloch y Karl Mannheim siendo estos dos últimos posiblemente los autores más importantes en la materia. Posteriormente, el término “milenarista” fue adoptado como un denominador técnico para una diversidad de movimientos de protesta, con bases religiosas, que profetizan un nuevo orden social. LOS CHOQUES DE LAS DIVERSIDADES EVANGÉLICAS Lo notable de estos acontecimientos, desde la perspectiva del análisis sociológico, es el supuesto teórico de que existen conexiones entre grupos humanos privados de recursos y esperanzas y las nuevas formaciones religiosas basadas en el poder del Espíritu y el rechazo a la anexión de la religión al Estado. En aquel momento de la historia cercano a la reforma desencadenada por Lutero pero en una posición antagónica, argumentaba Mannheim en 1949 (2), se ubicarían la esperanza de los desposeídos campesinos en un mañana sobrenatural y la difusión del milenarismo como formato teológico de la acción social colectiva. El sueño de redención por un Rey y Salvador que instala algo así como un Paraíso aquí en la tierra, se constituiría posteriormente en una herencia vigente en amplios segmentos del campo formado por las iglesias evangélicas (algo que técnicamente corresponde llamar “una escatología” o teoría del fin de los tiempos), pero ya sin conexión con esa realidad histórica dramática y el sentido que le conferían sus propias circunstancias. La entrada directa del Milenio, marcaría como un signo conflictivo el protestantismo contemporáneo, sostiene en 1965 Paul Tillich, un eminente teólogo y pensador social protestante (3). En fin, Tillich se refiere al choque dentro del mundo evangélico entre los que aspiran a modificar la sociedad y los que esperan un cambio radical que sobrevendrá desde lo sobrenatural directamente. Delante de este fenómeno, un punto paradojal aparece en escena cuando, algunas corrientes que descienden de este movimiento de rebelión agresiva, representan hoy las inflexiones más conservadoras del campo evangélico (en muchos casos marcadas por un ferviente anticomunismo propio de la Guerra Fría), mientras que descienden asimismo de aquel movimiento otras personas y agrupaciones que han simpatizado con las ideas de paz y lucha contra el racismo protagonizadas por Martin Luther King al interior de la iglesia bautista, también heredera del curso histórico anabaptista. En fin, estas contradicciones, surgen de la dinámica social alrededor de la interpretación de la Biblia y de las circunstancias cambiantes en el tiempo que le dan su contexto y fuente de sentido. Pero el aspecto algo dramático que emerge del mismo fenómeno, es que la agenda religiosa puede mezclarse con la agenda política y, esta última, es capaz de influir en la primera y valerse inclusive de ella a su favor y con signos diversos. ______________________________________________________________________________ Referencias
Hilario Wynarczykes Doctor en Sociología (Universidad Católica Argentina, UCA); Master en Ciencia Política (Universidade Federal de Minas Gerais, Brasil); Licenciado en Sociología (Universidad de Buenos Aires), y Profesor de Metodología y Taller de Tesis (Universidad Nacional de San Martín). Prolífico investigador y escritor, miembro de la Asociación de las Cientistas Sociales de la Religión en el Mercosur, el Consejo Argentino para la Libertad Religiosa, la Red Latinoamericana de Estudios Pentecostales, el Programa Latinoamericano de Estudios Socio-Religiosos; y ha sido integrante del Consejo de Expertos de la Secretaría de Culto de la Nación.
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