Esta comunidad, cuyo activismo, seriedad y "éxito" la asemejan a muchas congregaciones muy admiradas tanto en América como en otras partes del mundo, se hubiera tomado en cualquier lugar como modelo de lo que debe ser y hacer una iglesia. Es más: todo hace sospechar que ellos mismos, sin darse cuenta de su falla fatal, se creían una congregación realmente ejemplar. El diagnóstico penetrante de Jesús les debe de haber traído una enorme sorpresa. ¡Qué diferentes que son los criterios de Cristo a los nuestros!
La radiografía de Éfeso nos deja muy claro que no bastan, ante los ojos del Señor, el activismo, el éxito, ni aun la perseverancia bajo el sufrimiento (cf 1Co 13:1-3). Más allá de los programas, proyectos y comités, Cristo busca la motivación más íntima del corazón. En todo el hormiguero de su ardua labor, los efesios no podían decir con Pablo que el amor de Cristo les constreñía (2Co 5:14). La maquinaria eclesiástica seguía caminando, pero ya no se movía por el impulso supremo del amor a Cristo y al prójimo. Los programas y actividades se habían convertido en fines en sí mismos. Se había perdido la visión de Cristo en medio de ellos; ya habían olvidado a aquel a quien amamos sin haberlo visto (1P 1:8).
González Ruiz sugiere que los efesios perdieron el primer amor como resultado de un proceso de institucionalización y burocratización. Lo que antes se hacía por la pasión de amor, ahora se hace por mera tradición y rutina. Las ruedas oficiales siguen dando vueltas; la maquinaria eclesial se ha convertido en su propia finalidad. Sutilmente, el amor a Cristo y al prójimo había quedado reemplazado por el amor al éxito, al poder, y a su congregación como institución (algo así como el denominacionalismo de hoy).
Tampoco basta la ortodoxia
La carta a los efesios presenta una extraña correlación entre amor (2:4) y odio (2:6), que nos plantea el problema de la intolerancia. La ejemplar ortodoxia formal de los cristianos de Éfeso incluía un odio a "las obras de los nicolaítas, las cuales yo también odio" (2:6). La tensión entre amor y odio se destaca por el paralelismo con que se formulan: 2:4 Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor; 2:6 Pero tienes esto, que odias...y yo también odio. Lejos de condenar el celo doctrinal de ellos, Cristo lo reconoce como cierta virtud ("tienes esto a tu favor") y hasta lo hace suyo ("las cuales yo también odio"). Pero a los efesios, en su afán por la pureza teológica, se les había escapado lo más importante: el amor hacia Cristo y el prójimo (inclusive el pecador y el hereje). Su "odio" hubiera sido sano si fuera como la sombra de un amor mayor; pero con el "desamor" en que habían caído, ni su celo contra el error podría ser sano.
En siglos pasados la fe se definía como "pensar con Dios" (o con la iglesia). Aquí se nos habla de algo parecido: de "odiar con Cristo" lo que él también odia. Caben aquí tres observaciones: a) Para ser fiel cristiano, efectivamente hay que saber odiar. Dios "ha amado la justicia y aborrecido la maldad" (Sal 45:7; Pr 8:13). "Los que amáis a Jehová, aborreced el mal" (Sal 97:10). "Aborreced lo malo, seguid lo bueno" (Rom 12:9). b) Para odiar bien, hay que "odiar con Dios": odiar lo que Dios odia, como Él odia, y por las mismas razones del odio divino. Al mirar atrás a las recientes décadas (1970-90) y mirar adelante hacia el siglo XXI, cabe preguntarnos: ¿Cuáles cosas odia Dios en este panorama? ¿Por qué las odia? ¿Cómo podemos también odiarlas en Cristo, con Cristo y como Cristo? c) Sólo podemos "odiar con Dios" cuando, aún más, "amamos con Dios". Cuando el odio - aun el más santo - crece, pero el amor va decreciendo, no podemos ni odiar bien ni amar bien. Esto es un mensaje especialmente pertinente para la iglesia evangélica de América Latina, que desde que nació se ha alimentado de polémicas muy amargas. Durante la mayor parte de su historia ha sido una "iglesia anti": anti-católica, anti-mundo, anti-ecuménica, anti-comunista, y anti-intelectual. A veces (quizá las más de las veces), en el torrente de sus pasiones polemizantes y creyendo que está "odiando con Cristo", no se da cuenta que ha perdido su primer amor. Ha dejado de "amar con Cristo" y está viviendo de sus propios antagonismos "anti-todo". Sería parecido a lo que pasó con los efesios al dejar que sus muchos odios llegaran a sofocar el gran amor con que habían comenzado.
G. Campbell Morgan hace un comentario sobre esta frase que todos los evangélicos haríamos bien en meditar: Cuando oigo a personas denunciar en lenguaje amargo lo que consideran falsa doctrina, me preocupo más por los acusadores que por los acusados. Hay una ira contra la impureza que es ella misma impura. Hay un celo por la ortodoxia que es ella misma no-ortodoxa...Si han perdido su primer amor, harán más daño que bien con su defensa de la fe. Detrás de todo "contender por la fe" tiene que estar la ternura del primer amor; detrás de todo celo por la verdad tiene que estar la apertura generosa del primer amor.[1] El evangelio es un mensaje fundamentalmente afirmativo; ¿cómo podría un evangelio negativo ser buenas nuevas? Jesucristo es el Sí y el Amén de Dios (2Co 1:19-20), pero a veces hemos perdido las grandes afirmaciones de la fe y nuestro "evangelio" ha sido reducido a un "no" y una "anatema". Precisamente cuando nuestras convicciones afirmativas son suficientemente firmes y profundas, sabremos decir el "no" sin dejar de ser "la gente del Sí de Dios" y sin volvernos en tristes figuras amargas y antipáticas. Amando con Dios, sabremos aborrecer con él las obras falsas e injustas. Es muy importante precisar qué era lo que odiaban los efesios y odiaba también Cristo. No se trataba meramente de aborrecer una serie de conceptos supuestamente errados sino de odiar "las obras de los nicolaítas" (2: 6,15). Como veremos más adelante, esa doctrina consistía en la asimilación conformista a la cultura pagana y al imperio romano: comer carne sacrificada, fornicar (con tal idolatría), y terminar rindiendo culto al Emperador. Cuando la iglesia debía ser una contra-cultura de resistencia hasta la muerte, terminó siendo la religión oficial de la cultura estatal e imperialista. Eso era también lo que Balaam y Jezabel habían enseñado a Israel en tiempos antiguos: la lenta y a veces inconsciente "baalización del Yahvismo". La iglesia hoy debe examinarse. Es posible que se haya llenado de odios que no son los de Cristo, y no haya sabido lo que Cristo sí odia (2:6): el acomodamiento fácil y cobarde a una sociedad piadosamente pagana.
El resultado de vivir desde sus "odios" (aun los que en sí tengan cierta justificación), y no desde el amor, es el desconectarse de su realidad, de su contexto. Se termina odiando ideas abstractas, sin amar a las personas concretas en sus situaciones reales. A la luz de eso, es lógico que el castigo para Éfeso sea el fracaso de su misión ante el mundo: "Quitaré tu candelero de su lugar". La iglesia que deja de amar a los de su lugar, termina siendo una iglesia sin lugar. Por no vivir desde el amor, pierde toda la razón de su existencia como comunidad de fe y fracasa en su misión histórica. Mejor pues que su candelabro sea quitado, como se bota un bombillo quemado (Barclay 1957:26).
Notas:
[1] G. Campbell Morgan, A First Century Message to Twentieth Century Christians (London: Revell, 1902), pp. 46-47; traducción levemente adapatada del original inglés.
Juan Stam
se nacionalizó costarricense como parte de un proceso de identificación con América Latina. Es doctor en teología por la Universidad de Basilea. Docente y escritor de libros, artículos y del Comentario Bíblico Iberoamericano del Apocalipsis (4 vols.) de Editorial Kairós.