CRISTO NOS TRAE EL ESPÍRITU SANTO
OSVALDO L. MOTTESICirilo de Alejandría desarrolló su ministerio entre el 370 – 444 DC, o sea más de mil años antes de la Reforma y apenas ocurrido el cambio generado por el emperador Constantino, cuando el cristianismo pasó de las catacumbas a religión oficial del Imperio Romano. En este interesante sermón, Cirilo resume –a la luz de las controversias en su contexto- su compresión de la relación de JesuCristo con el Espíritu Santo. OLM.
Cuando Aquél que había dado la vida al universo decidió —con una obra verdaderamente admirable— recapitular en Cristo todas las cosas y reconducir la naturaleza del hombre a su dignidad primitiva, reveló que nos concedería luego, entre otros dones, el Espíritu Santo. No era posible que el hombre tornase de otra manera a la posesión duradera de los bienes recibidos. Así pues, Dios estableció el tiempo en que descendería a nosotros el Espíritu, y éste fue el tiempo de la venida de Cristo. Así lo anunció, diciendo: en aquellos días —es decir, en el tiempo de nuestro Salvador—, derramaré mi Espíritu sobre toda carne (Joel, 1).
De este modo, cuando sonó la hora espléndida de la misericordia divina, y vino a la tierra entre nosotros el Hijo unigénito en la naturaleza humana, hombre nacido de mujer según la predicción de la Sagrada Escritura, Dios Padre concedió de nuevo el Espíritu. Lo recibió en primer lugar Cristo, como primicia de la naturaleza humana totalmente renovada. Lo atestigua Juan cuando declara: he visto al Espíritu descender del cielo y posarse sobre Él (Juan 1:32). Cristo recibió el Espíritu como hombre y en cuanto era conveniente que el hombre lo recibiese. El Hijo de Dios, engendrado por el Padre y consustancial a Él, que existía ya antes de nacer como hombre —más aún, absolutamente anterior al tiempo—, no se considera ofendido porque el Padre, después de su nacimiento en la naturaleza humana, le diga: Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado (Sal 2:7). El Padre afirma que Aquél que es Dios, engendrado por Él antes del tiempo, es engendrado hoy, queriendo significar que en Cristo nos acogía a nosotros como hijos adoptivos. Cristo, en efecto, al hacerse hombre, ha asumido en sí toda la naturaleza humana. El Padre tiene su propio Espíritu y lo da de nuevo al Hijo, para que nosotros lo recibamos de Él como riqueza y fuente de bien. Por este motivo ha querido compartir la descendencia de Abraham, como se lee en la Escritura, y se ha hecho en todo semejante a nosotros, hermanos suyos. El Hijo unigénito, por tanto, no recibe el Espíritu para sí mismo. El Espíritu es Espíritu del Hijo, y está en Él, y es dado por medio de Él, como ya se ha dicho. Pero como, al hacerse hombre, el Hijo asumió en sí toda la naturaleza humana, ha recibido el Espíritu para renovar completamente al hombre y devolverlo a su primitiva grandeza. |