CUANDO EL CULTO SE CONVIERTE EN ESPECTÁCULOMÁXIMO GARCÍA RUIZ
Nos referimos a una corriente que ha irrumpiendo en las iglesias con fuerza, hasta el punto de que una de las instituciones religiosas de moda, la Hillsong Church, se ha convertido en poco tiempo en el foco de atracción de miles de feligreses, especialmente jóvenes, que acuden con fervor a sus cultos y “conferencias” desde Australia a Barcelona, pasando por Londres, Kiev, África del Sur, Nueva York, Francia, Estocolmo, Alemania, Amsterdam, Copenhague, Los Ángeles, México, Brasil y, muy pronto, Argentina y otros lugares del mundo, entre ellos, tal vez, alguna otra ciudad española, tal vez Madrid, teniendo como foco de atracción la música. Según datos difundidos sobre los cultos y conferencias de ese movimiento, la edad de sus participantes no supera por lo regular los 30 años.
En el lenguaje de las nuevas generaciones la música ha desplazado a la palabra, que se bate en retirada, refugiándose ésta, en el mejor de los casos, en un lenguaje con frecuencia críptico, a través de un vehículo invasor conocido como whatssapp. La fuerza de la llamada “alabanza” ha supuesto ya un cambio notable desde hace unos años en todo tipo de iglesias, incluidas las “históricas”, en cuyos cultos ha desplazado en buena media a la predicación, pero la irrupción de movimientos como la Hillsong Church hace pensar que no estamos nada más que en los prolegómenos de una nueva era que amenaza con arrasar con fuerza las tradiciones más conspicuas del protestantismo reformado, sea el procedente de la Reforma Magisterial o el de la Reforma Radical, también conocida como Anabautismo. En torno al pensamiento religioso la producción musical de la Hillsong Church se ha abierto brecha entre las grandes discográficas del mundo, con incidencia especial en el mundo religioso. Se ha dicho que no se sabe bien si se trata de una iglesia que vende discos o de una discográfica que ofrece consuelo a sus parroquianos. Sus “conferencias” o “campañas de captación” están siendo un medio eficaz de atracción no sólo de cara a personas fuera del ámbito de la fe, sino de forma especial pescando en caladeros protestantes, donde los peces están ya agrupados y resulta mucho más sencillo atraerlos a sus redes. Es indudable que los líderes de ese movimiento han sabido captar las tendencias de las nuevas generaciones y están ofreciendo el “producto” que tiene la eficacia de responder a las demandas de una buena parte de la juventud, alcanzando un éxito innegable, si identificamos éxito con asistencia, especialmente porque al atractivo indiscutible de la música, se une la contundencia de la doctrina impartida desde un magisterio no sujeto a ningún tipo de cuestionamiento, que ofrece seguridades y certezas a sus seguidores, evitando que piensen y actúen por sí mismos. Salvando las distancias, no nos resulta nada extraño ese fenómeno, si lo comparamos con los miles o centenares de miles de personas que asisten a los encuentros musicales que se celebran a lo largo del año en diferentes ciudades de España y otras partes del mundo, en los que los cantantes de moda atraen a sus fans, con frecuencia durante largos fines de semana, acompañando la música con drogas, alcohol, sexo y otro tipo de estupefacientes. No insinuamos que exista una total analogía, especialmente en lo que se refiere a las drogas y el resto de prácticas anejas mencionadas, pero existen puntos en común en otros aspectos. Y si de éxito hablamos, identificando éxito con asistencias masivas, ahí tenemos como ejemplo universal la convocatoria semanal del fútbol, que llena los estadios de hombres y mujeres entregados incondicional y pasionalmente a su equipo, dispuestos a matar si es necesario (sólo en algunos casos, afortunadamente), por defender sus colores. Tal vez, cuando la furia por la música pase, a algún genio religioso se le ocurra transformar el culto en algún tipo de espectáculo deportivo de moda, con tal de mantener el éxito y congregar en torno a su liderazgo (por lo regular indiscutible e indiscutido) a tantos miles de personas como sea posible. La genialidad de algunos líderes seudo religiosos; empleada para atraer a diferentes grupos forzándoles a que asuman “sus valores” en sustitución de los valores del Evangelio, parece ser infinita. Nos informan que los jóvenes de la iglesia marginal denominada Iglesia Universal del Reino de Dios en Brasil, adoptan estética y lenguaje militar, bajo el nombre de “gladiadores del altar” (fuente: Protestante Digital) imitando, tal vez, a los “legionarios de Cristo” y otros grupos semejantes de la Iglesia católica, por no mencionar a determinadas organizaciones evangélicas de índole parecida. El problema no es “hacerse todo a todos” imitando con ello al apóstol Pablo (cfr. 1ª Corintios 9:19-23), sino sustituir el mensaje y los valores cristianos por otro mensaje y por otros valores. No seremos nosotros los que cuestionemos la importancia de la música como lenguaje universal de comunicación, incluso como medio transmisor de profundos impulsos espirituales; tampoco defendemos la necesidad de mantener incólume las formas de culto tradicionales propias de la época de la Reforma, aunque haya, como hay, himnos que transmiten una entrañable teología que nos vincula con nuestros antecesores. Adaptar el lenguaje a la realidad social, vincular el mensaje a los problemas cotidianos y desarrollar un tipo de relación más horizontal en los cultos, que sustituya el engolamiento y la solemnidad de algunos predicadores del pasado, pueden y deben ser motivos de aggionarmento en los cultos de las iglesias históricas. Ahora bien, todo ello sin olvidar algunos detalles que definen, desde sus inicios, los cultos en el movimiento reformado: 1) la lectura de la Biblia como elemento central; 2) la predicación como componente vertebrador; 3) los cánticos como expresión festiva comunitaria, no como lucimiento personal; y 4) la ofrenda, como respuesta de compromiso participativo. A todo ello, en su conjunto, en el lenguaje protestante se le denomina alabar a Dios, equivalente a rendir culto a Dios. Y una nota más para cerrar esta reflexión. De los conciertos de rock u otros géneros musicales, así como de los encuentros deportivos, no se espera que se rijan por reglas éticas o valores cristianos, pero de un movimiento que se autodenomina Iglesia de Jesucristo, sí se espera y desea que incorpore reglas de conducta adecuadas a una ética cristiana homologable, de la que se exige respeto hacia las iglesias ya establecidas, no cayendo en un proselitismo seductor, para captar a los jóvenes ya vinculados a iglesias donde han gestado su fe y desarrollado su vida espiritual hasta ese momento. Máximo García Ruizes licenciado en teología y en sociología, y doctor en teología. Profesor de sociología y religiones comparadas en el seminario UEBE y profesor invitado en otras instituciones académicas. Por muchos años fue Presidente del Consejo Evangélico de Madrid y es miembro de la Asociación de teólogos Juan XXIII
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