CULTO, TEOLOGÍA Y POSTMODERNIDAD
CÉSAR A. HENRÍQUEZ M.
Introducción
¿A que podríamos comparar la iglesia y su culto en el día de hoy? La Biblia usa varias imágenes para describir lo que es la iglesia[ii]: un edificio, el cuerpo humano, una familia, un rebaño, una viña, etc. ¿Cuál es la imagen que hoy describe con mayor exactitud a nuestras congregaciones o a un considerable número de ellas?[iii] Pensemos en una bodega y un supermercado para visualizar el proceso de transición que ha experimentado la iglesia de la modernidad a la postmodernidad. En la bodega de la esquina del barrio, donde se hacen las compras básicas del día a día, todos se conocen por su nombre, saben la historia de cada uno, preguntan por la familia y entablan conversaciones sobre la vida. El dueño de la bodega no está preocupado por la competencia, no presenta grandes promociones, y la gente no es tratada como consumidor, sino como persona, casi como familia. En realidad la gente no va a la bodega a buscar novedades. Pero surgen los supermercados, y ya no se establecen en los barrios. Son edificios enormes en lugares extraños al consumidor. Los clientes son raros. Nadie conoce a nadie. Ya no son personas las que pasan por allí, con sus nombres, sus conversaciones. Son consumidores potenciales. El dueño no conoce la historia ni la vida de ellos. Las cosas básicas y esenciales no son las más importantes. Lo que vale es lo superfluo, lo que se vende, como la promesa de una vida más confortable y feliz. En la cultura postmoderna la imagen del supermercado self service parece describir muchas de las iglesias del continente. Esta imagen hace del evangelio un producto, convierte la iglesia en un gran supermercado, al ser humano en un consumidor y al pastor en un gerente. Dentro de esta cultura la principal preocupación de la iglesia es como vender ese producto. Como decía un pastor: “Nosotros tenemos el mejor producto, con la mejor garantía, sólo nos falta aprender a venderlo[iv]”. Y el culto parece ser el mejor lugar donde ese producto se ofrece, se publicita y se vende. Veamos que tanto ha sido empobrecida o enriquecida la liturgia en las ultimas décadas. I. El culto: espejo de nuestra teología Los cristianos del primer siglo se reunían como iglesia para celebrar y vivir la fe del Jesús resucitado, y ofrecer un culto como pueblo a Dios[v]. Las reuniones de adoración formaban parte fundamental en la vida de la naciente comunidad primitiva y durante toda la historia de la iglesia esta práctica ha acompañado a las diversas comunidades de fe con las particularidades que le ha suministrado cada cultura. Nadie niega, independientemente de que tradición provenga, la importancia que han tenido y tienen estas reuniones dominicales para la iglesia cristiana y de sus implicaciones para la vida de cada celebrante. Hablar de culto es referirnos, específicamente, a la manera colectiva y celebrativa de la fe que realizan las comunidades cristianas en un día, espacio y tiempo determinado. Tiene que ver con la respuesta que la comunidad de fe expresa a Dios en una actividad especifica, donde convergen, cantos, lecturas, testimonios, música, oraciones, sermones, entre otros elementos. Estas reuniones de adoración son vitales dentro de la iglesia cristiana, y ellas expresan lo que la comunidad confesante cree, siente y hace como pueblo de Dios. En otras palabras, el culto nos ayuda a pulsar la teología de una comunidad de fe[vi]. Entendemos por teología la manera como la gente percibe e interpreta a Dios desde sus propias circunstancias, y de cómo hace concreta su fe en la cotidianidad de la vida. En este caso se asume la teología no como acto contemplativo, sino como acto encarnado en acciones u omisiones por parte de la iglesia. ¿Qué pensamos de Dios? ¿Cómo lo vivimos? ¿Cómo entendemos sus proyectos y su Palabra? ¿Cómo entender la voluntad de Dios? ¿Cual es nuestra misión como iglesia? Todas estas interrogantes, entre muchas más, exigen un esfuerzo consciente o inconsciente sobre cómo interpretamos la revelación de Dios, vista por supuesto, desde nuestras realidades particulares. Esas respuestas, que expresan nuestra manera de entender y vivir la fe, son lo que llamaremos teología. Y es el culto dominical el escenario por excelencia donde los cristianos expresan las respuestas a estas interrogantes a través de todo lo que hacen y de la manera como lo hacen. Es decir, la teología se encarna y toma forma en todos los elementos de la liturgia, llegando esta a ser medio a través del cual se enseña, refuerza y transmite lo que cada iglesia cree e interpreta acerca de Dios y su relación con él y la comunidad. El culto es un espejo en el cual reflejamos nuestra manera de acercarnos y, por que no, también de alejarnos de Dios. En el culto los pastores tienen la oportunidad de compartir sus ideas e interpretaciones a través de los sermones; la feligresía de cantar y de expresarse de acuerdo con las particularidades de cada iglesia. El culto funciona como termómetro e indica la profundidad o superficialidad de la fe y la teología de una iglesia. En él aflora la cosmovisión de sus celebrantes, sus prioridades y en qué términos la comunidad eclesial se vincula con el mundo. En estas reuniones se usan y refuerzan las imágenes de Dios con las cuales la iglesia se identifica más, y que por tanto orientan su razón de ser. En otras palabras podríamos afirmar: “dime como adoras y te diré lo que crees”. II. La postmodernidad: escenario de nuestro culto Sería ingenuo de nuestra parte pensar que somos los únicos cristianos que hemos tenido que bregar con nuestra razón de ser en circunstancias de transición, cambios y retos. La iglesia a lo largo de toda su historia ha tenido que afrontar las dificultades que los diversos contextos y escenarios históricos le han presentado. La iglesia no está exenta de los efectos que las transformaciones históricas y los cambios de paradigma acarrean. Por ser parte de este mundo no tiene más alternativa que releer su fe constantemente a la luz de las nuevas realidades que se le presentan, ya que el no hacerlo la llevaría irremediablemente a minimizar su presencia profética en nuestra sociedad. Los cristianos del primer siglo tuvieron que lidiar con las complejidades que le presentaba la propuesta cultural globalizada del imperio romano. Casi todos los libros del Nuevo Testamento reflejan en sus contenidos las contradicciones, retos riesgos y oportunidades que la iglesia naciente y en expansión tuvo que enfrentar. De la misma manera los reformadores del siglo XVI no solo fueron producto de su época, sino que en muchos casos se valieron de las propuestas nacientes de la modernidad para impulsar sus ideas. Al respecto Daniel Salinas dice que “Los reformadores, reflejando el espíritu de su época, se valieron de las herramientas lingüísticas y humanistas, como el redescubrimiento de los idiomas clásicos, incluyendo el hebreo y el griego, la exégesis gramático histórica y la critica a la teología escolástica de parte del humanismo.”[vii] Así que lo que estamos haciendo en este evento no es más que seguir el ejemplo que nuestros hermanos y hermanas ya hicieron, pero en circunstancias históricas distintas. Hace unas décadas, era imposible visualizar la iglesia contemporánea con sus cambios y transformaciones. En la modernidad los cambios eran graduales y perceptibles, en la postmodernidad las trasformaciones las captamos cuando ya está caducando y dándole lugar a otra. Por años los cultos de las iglesias se mantuvieron inconmovibles y con muy pocos ajustes. Las discusiones sobre el tema giraban en torno al uso de instrumentos nacionales en contraposición al empleo del piano; y al empleo de los himnos heredados de la iglesia anglosajona en contraposición al empleo de los llamados “coritos”. Cada iglesia, dependiendo de su tradición, reflejaba una liturgia bastante homogénea a la de cualquier otra iglesia de su misma organización. Hoy, por el contrario nos encontramos ante una liturgia globalizada, y no hay diferencias entre como se desarrolla un culto en una iglesia neopentecostal a una de corte bautista que haya entrado en el espíritu de la llamada “renovación de la alabanza”. No cabe duda que la iglesia de la postmodernidad ha experimentado cambios sustanciales en la manera cómo realizan sus celebraciones cúlticas. Hasta las iglesias de corte reformado se han visto empujadas a modificar sus rígidas liturgias, a fin de poder sobrevivir en el escenario religioso postmoderno. De una cosa podemos estar seguros y seguras, y es que en esta cultura se ha instalado un modelo cúltico globalizado que ha uniformado a las iglesias de diversas tradiciones, y que es un vivo reflejo del espíritu de la época. III. Algunos rasgos del culto en la cultura postmoderna. Está claro que el culto en la actualidad tiene un carácter particular en relación con las celebraciones del pasado. Los cambios experimentados no han sido pocos ni pequeños. Cada iglesia, independientemente de qué tradición proceda, ha sufrido el impacto del paradigma postmoderno en su seno, bien sea de manera marcada o levemente. Las transformaciones han hecho que un número significativo de iglesia, en un primer momento, dejen sus respectivas organizaciones al no sentirse respaldadas en sus nuevas practicas cúlticas; y en otros casos las instituciones no saben como actuar en esas situaciones y asumen una posición de supuesta indiferencia. ¿Cuáles son las características de las celebraciones cúlticas actuales? ¿Qué enfatizan? ¿Es posible apreciar algunos rasgos que estaban ausentes o poco marcados en la cultura moderna, pero que ahora se expresan con toda naturalidad? ¿Cuáles son los rostros que nos presenta el culto contemporáneo? Puntualicemos tres aspectos que, a mi juicio, están presentes de manera pronunciada en los cultos de la iglesia de América Latina. A. El culto como espectáculo y entretenimiento La sociedad postmoderna ha dejado atrás “la cultura de la palabra” y ha abrazado la “cultura de la imagen”. Hoy predomina el lenguaje de los símbolos, de los códigos visuales, de lo estético. Lo retórico se ha replegado dando lugar a la imagen que se pasea por las grandes salas de cine, las enormes vallas que se siembran en nuestras ciudades, y en los medios impresos. La televisión es la reina de la cultura que idolatra la imagen, y la multinacional de los sueños del hombre y la mujer del mundo contemporáneo[viii]. Es la época de los megaproyectos, los enormes centros comerciales, las mega- concentraciones, los mega espectáculos, y las mega iglesias. En las últimas décadas las iglesias han dejado de construir locales para sus reuniones, es más común encontrar grupos cristianos que se reúnen en salas de cine, hoteles, teatros, etc. La razón es que se necesitan espacios acondicionados para la celebración dominical, que no solo albergue a los cientos o miles de asistentes, sino también al grupo musical con todos sus instrumentos y equipo de alta tecnología. Además estos nuevos lugares de reunión cuentan con una serie de recursos tecnológicos, y otras características que difícilmente encontraríamos en los locales tradicionales: Juego de luces, butacas con excelente visibilidad, escenario, pantallas gigantes, decoración, cabinas especiales para quien controla en audio, etc. Esto es un pequeño reflejo no solo de la apropiación por parte de la iglesia de recursos mediáticos de la época, sino que también reflejan la apropiación de la estética propia de los medios masivos de comunicación. No es extraño entonces que ahora las celebraciones cúlticas tengan lugar en salas cinematográficas. Hoy como en ninguna otra época, las iglesias hacen grande esfuerzos por tener bandas musicales y algunas cuentan con verdaderos músicos de alta profesionalidad que además se dedican a dar conciertos en diversas partes de América Latina. La reforma del siglo XVI nos legó un culto centrado en la retórica, especialmente en la predicación. De hecho hasta no hace mucho, para el común de los hermanos y hermanas lo más importante de la celebración dominical era el sermón. Esto ha cambiado y ahora la música ha sustituido el lugar que tradicionalmente ocupaba la predicación expresada en forma de discurso.[ix] El centro de la reunión esta enfocado en los encargados de presentar y dirigir el momento de culto. La congregación es público, espectadora de lo que ocurre en el escenario. El culto es una sofisticada presentación centrada en músicos y moderadores, quienes conducen la actividad al estilo de los presentadores de televisión, con sus posturas, gestos e imagen. Rolando Pérez lo describe así: …el modo en que el líder o pastor conduce el culto, sus movimientos cuidadosamente “ensayados” nos hablan de una “puesta en escena” del rito que modifica la tradicional ceremonia del culto evangélico. En ese sentido los cultos solemnes, los predicadores ceremoniosos o circunspectos son reemplazados hoy por el pastor-animador; por la palabra estridente, por los aplausos y cantos entonados con mucho ritmo[x]. Esta realidad se complementa con los sueños megalómanos de los líderes contemporáneos que idolatran los números, y los traducen como manifestación de “éxito”. El culto es una vitrina adecuada para exhibir la “egomanía” a los espectadores de turno, quienes a su vez, se sienten complacidos por participar de un “verdadero culto”, y la competencia queda abierta para luchar y competir por el rating religioso. B. El culto como catarsis emocional La modernidad valoró y colocó en un lugar de privilegio a la razón como único criterio de verdad, pero la postmodernidad ha optado por absolutizar los sentimientos[xi]. La célebre frase del filósofo Descartes “pienso, luego existo”, pasó a la prehistoria y ha sido sustituida por “siento, luego existo”. El mundo postmoderno esta lleno de “espiritualidades” a la orden de quienes quieran “sentirse bien” interiormente. Las soluciones no están fuera sino dentro de cada quien, sólo hay que sumergirse dentro de nuestro mundo interior y extraer la paz y felicidad que allí se encuentran. Como ya no hay futuro ni utopías, no hay que ir hacia delante, sino hacia dentro, hacia lo privado y lo íntimo. El mundo no puede ser transformado, sólo puedes cambiarte a ti mismo. Para producir estos cambios es imprescindible satisfacer las necesidades sensoriales. Mikel de Viana señala: “lo que transmiten los medios masivos no es la “realidad”, sino un espectáculo hiperrealista dirigido a despertar emociones lo más intensas y fugases posible…”[xii]. Las grandes concentraciones postmodernas no son motivadas por ideas o proyectos, sino por la búsqueda de sensaciones colectivas que se expresan luego en clave de religión y espiritualidad[xiii]. “No hay que pensar, solo hay que sentir”. “No hay que razonar sólo hay que experimentar”. “Pon tu mente en blanco y déjate llevar”. Estas son las consignas que se dejan escuchar y que promueven una espiritualidad que se desconecta de la realidad y que conduce a una atmósfera distinta a la de los seres humanos. Este énfasis en la experiencia es fácil encontrarlas expresadas en el culto de las iglesias evangélicas, que han hecho de lo sensorial el centro de sus celebraciones. Dios se hace presente “para hacerme sentir “bien”, para hacerme vibrar de gozo, para provocar en mi las emociones más fuertes, para “llenarme” de paz. La alabanza, que ahora ocupa más de 70% del tiempo del “culto”, se convierte en tiempo de “psicoterapia espiritual”, y la hegemonía de los sentidos se hace presente por medio de cantos cuyos contenidos abundan en expresiones tales como: “sentir”, “palpar”, “tocar”, “ver”, “llenar”.[xiv] Los pastores no son los teólogos de estas iglesias, sino los músicos, compositores y cantantes de la nueva “alabanza restaurada”. La Biblia se subordina a la experiencia, la cual se hace normativa para toda la iglesia y el propósito del culto es provocar y estimular las emociones de los adoradores a fin de que puedan experimentar la presencia de Dios y ser mejores creyentes. La espiritualidad se confunde con “emotivismo” y evasión de la realidad. La contemplación predomina sobre la acción y lo individual sobre lo colectivo. Todo esto se alimenta gracias a la música sensorial que hoy se produce en el medio y a la habilidad de los directores de bombardear emocionalmente a los buscadores del “nirvana instantáneo”. Gisela Yohannan, haciendo referencia a este tipo de celebraciones dice: “A menudo, la primera impresión, los aplausos, los testimonios, la adoración, el llamado al altar, el ejercicio de los dones, etc., parecían tan reales como los de un verdadero avivamiento o verdadera acción del Espíritu Santo. Pero lamentablemente luego de unas pocas visitas me di cuenta de que mucho de esto era creado y recreado igual que al presionar un botón[xv].” El antiguo legado de la reforma expresado en la exposición verbal de Biblia ha dejado paso a los momentos de alabanza que representa lo más importante y el eje sobre lo cual gira el culto en la postmodernidad. Plutarco Bonilla nos alerta ante esta realidad advirtiéndonos que: … son preocupantes algunos fenómenos que están proliferando entre la iglesia evangélica, uno es particular de esos fenómenos es sobremanera inquietante. Nos referimos al desplazamiento de la Sagrada Escritura hacia posiciones secundarias, en favor de la entronización de la experiencia cristiana: los sentimientos[xvi]. Esta inclinación litúrgica magnifica la experiencia mística, ya que orienta las celebraciones hacia la producción y búsqueda de sensaciones y emociones que muy bien pueden ayudar a sentirse bien al momento, pero cuyos beneficios no tienen ningún tipo de trascendencia en la vida. Jorge A León, pastor y psicólogo subraya que “la experiencia mística es la vivencia espiritual de creyentes mentalmente sanos, (pero) el delirio místico, por el contrario es una de las claras manifestaciones de la enfermedad mental[xvii]”. La adoración en la modernidad estaba marcada por la razón, mientras que en la postmodernidad por las emociones. La primera nos enseñó a adorar con el cerebro, la segunda con los sentimientos. C. El culto de la cultura “light” No necesitamos saber inglés para percatarnos de que lo “light” es un elemento intrínseco de lo que hoy conocemos como postmodernidad. Este vocablo proveniente del idioma inglés significa, entre otras acepciones, “ligero”, “frívolo”, “liviano”. Lo “light” promociona una vida sin compromisos y sin complicaciones. Por eso la proliferación de productos para la generación postmoderna está a la orden del día: “cigarros sin nicotina”, “café sin cafeina”, “azúcar que no endulza”, “sal que no sazona”, “leche sin grasa”, “cerveza que no embriaga”, “comidas que no alimentan”. La etiqueta de lo “light” es requisito indispensable para que el producto pueda ser consumido con éxito y complacencia por quienes se consideran parte de esta innovadora cultura. La regla principal de lo “light” es la omisión sistemática de lo pertinente[xviii], la expropiación de los contenidos fundamentales de las cosas dejándolas en un estado de “vaciedad” repleta de incoherencias y contradicciones: Senos que no amamantan, vientres que no digieren, carne que no envejece, lo anoréxico como lo plus ultra. Lo feo o desagradable no tiene cabida en esta cultura que modifica el vocabulario para hablar en lenguaje postmoderno de situaciones que atentan contra su vida “descafeinada”. Por eso en vez de hablar de medicina, bacterias, enfermedad, toxinas, dolor, sufrimiento, se opta por términos más ligeros y no tan pesados como esos: magnetismo, vibración, auras, limpieza, armonización, chacra, cuerpos astrales, etc.[xix] En esta cultura donde la frivolidad se interpreta como una manera de ser inteligente, las personas como simple consumidores, y la vida como un espacio que hay que suministrarle el mayor placer, en el menor tiempo posible, toma forma una adoración que de alguna manera se sintoniza con las necesidades creadas por la misma realidad postmoderna. El culto se vacía de sus contenidos fundantes y fundamentales para que pueda ser asimilado y aceptado fácilmente por los consumidores de religión. Se sustenta y promueve un “cristianismo descafeinado” que se hace evidente en los sermones sin “kerigma”, cantos sin teología, testimonios sin vida, ofrendas sin gratitud, adoración sin adoradores, reuniones que no reúnen, espiritualidad sin Espíritu y fe sin Evangelio. El Evangelio se presenta como un producto y tiene que ser ofrecido litúrgicamente en un formato que no espante a la clientela dominical. Debe ser atractivo y llamativo, por lo que debe “vaciarse” de todo aquello que pueda interpretarse como compromiso, sacrificio, esfuerzo, y entrega. Debe ser estético y lucir bien, por lo que tiene que deshacerse de todo lo que carezca de belleza, es decir que no sea “fashion”. Los problemas se resuelven con cierta facilidad, siempre y cuando haya dinero de por medio como lo señala Arturo Piedras: Es la religión que explica el origen de los problemas de salud, al igual que las depresiones sociales y económicas, a partir de conspiraciones ocultas de las divinidades, que solo los “pactos económicos” (de los Tetzel actuales) pueden romper, para que luego produzcan, cual amuletos toda suerte de bendiciones[xx]”. Los problemas son vaciados de sus causas sociales reales que exigen compromisos y opciones y se interpretan ahistoricamente, librando de responsabilidad a los adoradores quienes construyen soluciones mágicas y religiosas. La espiritualidad se interpreta como el cumplimiento de ciertos parámetros que no van más allá de asistir a las reuniones dominicales e invertir su diezmo en el banco de la fe para que los intereses sean retribuidos en bendiciones, es decir, en prosperidad económica. En conclusión estamos frente a una celebración cúltica que se vacía de sus contenidos naturales , satisface el hedonismo religioso de los adoradores y se hace cómplice de una teología castrada y “light”, que se exhibe en las pulidas vitrinas de las liturgias que presentan un evangelio sin cruz, un discipulado sin costo, resurrección sin crucifixión, espiritualidad sin Espíritu, iglesia sin dispul@s, Biblias sin la imagen del siervo sufriente, discipulado sin seguimiento, predicación sin persecución, reino de Dios sin justicia, y cielo sin esperanza. Como bien lo apuntara Bonhoffer, un evangelio de la “gracia barata”. IV. ¿Como adorar en una cultura postmoderna y no morir en el intento? Considero que el apóstol Pablo en su carta a los romanos podría ayudarnos a reflexionar sobre los desafíos que la iglesia enfrenta ante la realidad histórica presente. Especialmente en cuanto a nuestra respuesta litúrgica como comunidad de fe. Hay pistas, especialmente en el capitulo 12. 1-3, que podemos releer y que podrían orientar nuestra práctica cúltica. El apóstol Pablo también se movió en una cultura globalizada que le exigía como apóstol de Jesucristo hacer presente el mensaje del Evangelio sin que la cultura le restara fuerza y vigor a su predicación. El imperio Romano imponía sus valores, cosmovisión, religión a todos los pueblos conquistados. El dicho popular “todos los caminos conducen a Roma” no es más que una manera de expresar la fuerte influencia de la capital del imperio y la facilidad de acceso a todos los pueblos. En otras palabras el anteproyecto de la “aldea global” postmoderna podría muy bien estar dibujada por el imperio romano. Los cristianos tenemos la mala tendencia de asumir posturas extremas, y a polarizar nuestros puntos de vista, lo que fácilmente nos hace correr el riesgo de “sacralizar” la cultura, y diluir el evangelio en ella haciéndolo un elemento más de la postmodernidad. La cultura aprisiona la fe y el evangelio pierde su trascendencia. En este caso el evangelio se acultura. Lo otro es “satanizar” la cultura y cuestionar acríticamente todo cuanto provenga de ella haciendo imposible cualquier dialogo. En este caso el Evangelio es contracultural[xxi]. Hay una opción más sabía y es la que dibuja el apóstol Pablo en su carta a los Romanos. El apóstol, sin sacrificar su misión de porta voz del evangelio, es capaz de considerar que el mundo romano, con todas sus implicaciones ideológicas, le presenta peligros que debe enfrentar, desafíos que debe asumir, y oportunidades que debe discernir. Y en el culto estos peligros, desafíos y oportunidades cobran vida en la comunidad de celebrantes. Veamos el texto: “Por tanto hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados por mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.”[xxii] A. Los peligros: El culto como instrumento idolátrico. La idolatría en la Biblia tiene implicaciones que van mucho más allá de las imágenes divinizadas. Pablo está consciente de ello y quiere orientar a los hermanos y hermanas en Roma en ese sentido. Era fácil tener un culto idolátrico, aun para la iglesia, en este contexto de dominación romana. El apóstol inicia el texto colocando el culto como medio y no como un fin en si mismo: “les ruego por las misericordias de Dios”. El culto es una respuesta de gratitud por lo que él ha hecho en la vida del pueblo, y su valor está íntimamente ligado al propósito por el cual se realiza. El culto no tiene sentido al margen del reconocimiento de la autoridad y soberanía de Dios, que se ha hecho presente a través de su amor y misericordia. El culto corría el peligro de convertirse en un mero ejercicio religioso y saltar su verdadero propósito. Es el mismo peligro que tiene que enfrentar la iglesia de América Latina, de no convertir los encuentros cúlticos en simples reuniones de entretenimiento y esparcimiento, haciendo de los espectáculos religiosos la panacea de la fe, y obviando la razón primaria de nuestras actividades dominicales. Por otra parte, en situaciones de supervivencia es muy tentador negociar con la cultura imperante y sacrificar nuestras convicciones de manera muy solapada. La petición de Pablo “…que se presenten ustedes mismos…” podría reflejar la costumbre de fragmentar y reducir la fe y culto, a prácticas estrictamente religiosas desvinculadas totalmente de las realidades que demandaban presencia, compromiso y solidaridad hacia los más necesitados. Era, entonces, menos comprometedor ofrecer “algo” y no la vida a Dios, como lo sugiere el apóstol. La cultura “light” se conforma con muy poco pero Dios no. Dios pide la vida con todas sus implicaciones: con sus sueños, frustraciones, logros, esperanzas, dolores, luchas, desaciertos, tristezas y alegrías. Y es esa vida la que se ofrenda ante el altar en cada celebración cuando salimos al encuentro de Dios. Pero, un peligro en el cual caemos con mucha frecuencia es el de ofrendar parte y no la vida en su totalidad. El culto al emperador era un práctica común en el imperio romano. El César era un Dios encarnado que demandaba de sus súbditos una respuesta cónsona con su investidura divina. La dominación romana hacía ver que todo lo que la gente poseía y era, estaba estrechamente ligado a la benevolencia del imperio y del César[xxiii]. Aunque éste era hasta cierto punto tolerante con la diversidad de religiones que hacían vida en su mundo, el culto al emperador tenía una gran importancia e implicaba la aceptación y dependencia al César así como la introyección ideológica de ese nuevo orden. El apóstol señala quien es el objeto del culto: “que se presenten… a Dios”, a pesar de las consecuencias que esta opción pudiera acarrear y de lo comprometedor ante la lógica de la cultura romana. Todo culto que no tenga como objeto de adoración a Dios es un culto idolátrico aunque se haga en nombre de Dios. Era y es fácil adorar a otros dioses, aunque se usen los códigos, vocabulario y categorías cristianas. Los profetas del Antiguo testamento constantemente advierten al pueblo y a sus líderes que muchas de las celebraciones que realizaban, con mucho entusiasmo y fervor, no estaban orientadas ni por, ni hacia el Dios que invocaban, sino por otros dioses, ídolos de la muerte y la injusticia opuestos diametralmente al Dios de la Vida. El peligro del culto como sustentador de la idolatría es uno de los peligros que la iglesia tiene que abordar con extrema cautela. Idolatría que se vive y celebra cuando hacemos del culto un fin en si mismo, cuando magnificamos parte de la verdad y nos olvidamos del resto y cuando nos arrodillamos ante los ídolos postmodernos de la exclusión, el individualismo y la desesperanza. B. Los desafíos: El culto como instrumento de transformación El imperio romano como representante máximo del mundo globalizado de su época, estaba edificado sobre bases ideológicas de muerte e injusticia. Algunos ejemplos de esta realidad los podemos notar en la “llamada Pax Romana”, donde el ejército se convierte en el “benefactor de la paz”. “Si quieres la paz prepárate para la guerra había apuntado Cicerón[xxiv]”. El ejército era el encargado de preservar la hegemonía del imperio y someter cualquier intento de invertir esta situación. La pax romana era al fin y al cabo la hegemonía romana. Por otra parte, la dignidad humana estaba determinada por las categorías que el imperio había establecido. Dignidad que está privatizada por Roma y atribuida únicamente a las clases altas de la sociedad. Los romanos se preocuparon en exceso de clasificar a las personas que hacían vida en el imperio. Así encontramos dos grandes grupos con límites bien demarcados. Los nobles, representados por los ricos y poderosos, y los pobres representados por esclavos y por algunos, inclusive, que eran calificados como ciudadanos romanos[xxv]. Los primeros eran personas y eran dignas, los otros eran objetos y por lo tanto indignos, sujetos a las implicaciones de lo que significa no ser persona, de estar excluido de la vida. Por supuesto que el apóstol Pablo no desconocía esta manera en que los romanos habían organizado la sociedad y la forma como la sustentaban. En este contexto el apóstol les exige a los creyentes de Roma que ya “No vivan según los criterios de este mundo…”. Hay una lógica que no es compatible con la lógica del evangelio y que no debe ser asimilada. Hay valores que atentan contra las personas y benefician a unos pocos que hacen ver que esa situación es la normal y la mejor para todos. La actitud que se demanda es de resistencia, de negar la promoción de la muerte y la exclusión en nombre de la paz, no de asimilación y complicidad. Y además, se espera acciones que lleven a propiciar cambios: “transformaos por medio de la renovación…”.Entonces no es resistencia pasiva, sino activa, que comienza por cada creyente y que se extiende hacia la cultura. La iglesia en cada cultura y en cada realidad histórica tiene que enfrentar desafíos. La postmodernidad no puede ser la excepción. Estamos obligados por el evangelio de Jesucristo a celebrar cultos proféticos en el sentido de denunciar todo aquello que atenta contra la lógica del Reino de Dios y que sutilmente se instala en nuestras practicas de fe, pero que también se encarna en valores y propuestas de muerte, así como también a celebrar y a anunciar las posibilidades que Dios nos ofrece para ser instrumentos transformados para transformar. C. Las oportunidades: El culto como instrumento de discernimiento Llama la atención que Pablo ni sataniza ni sacraliza la cultura romana. Determina los peligros, eso si, y puntualiza los desafíos. Pero ni se acultura ni va contracultura. El apóstol cierra el versículo 2 con una frase a la cual se le ha dado poco énfasis en nuestras reflexiones “…para que comprobéis cual es la voluntad de Dios…”. Es posible, encontrar manifestaciones de Dios, aun, dentro de la sociedad romana a pesar de los peligros y desafíos a que están sometidos los creyentes. La postmodernidad en medio de todas sus contradicciones, complicaciones y sepulturas de utopías, también presenta oportunidades que la iglesia no puede obviar, ni rechazar por la simple razón de que han florecido en una cultura que presenta aspectos , como ya hemos señalado, que atentan contra la lógica del Evangelio. Cada época resalta y sobre enfatiza temas que han sido subvalorados en la época que le precedió. En otras palabras, lo que hoy recibe mucha atención, es porque ayer no fue tomado en cuenta. Dios trasciende a cualquier época y a cualquier cultura y sigue haciéndose presente a pesar de nosotros y nosotras. Por eso el llamado de discernir la acción de Dios en la postmodernidad también debe ser asumido como una oportunidad que no debe ser desaprovechada. Mencionemos sólo algunos ejemplos: La postmodernidad nos ha recordado que el ser humano es mucho más que un cerebro andante, y que nuestra teología, nuestra predicación y nuestras liturgias valoraron sólo lo cognoscitivo, lo racional y lo intelectual[xxvi]. Samuel Escobar, puntualiza que: Como cristianos no podemos renunciar a la razón…Pero por supuesto la razón no lo es todo, ni tampoco el mensaje cristiano son puras ideas que unos transmiten y otros reciben. La vida cristiana es más que cerebro, más que sólo transmisión de ideas. Es pasión, fe, entusiasmo por la verdad.[xxvii] En este sentido el culto debe promover una adoración no de cerebros, ni tampoco de sentimientos, sino de seres humanos racionales y emocionales. Otro ejemplo es el tema del género que ha despertado reacciones ciegas tanto a favor como en contra. A mi juicio, esta es una gran oportunidad para discernir en ese ámbito la presencia reveladora de Dios en las relaciones hombre-mujer. Sin detenernos en las actitudes y posturas extremas que sobre la temática se puedan tener, hay que destacar la reflexión que se ha generado en esta cultura acerca de la dignidad de las mujeres ante Dios y ante la sociedad, y la toma de conciencia sobre las estructuras patriarcales y hegemónicas masculinizantes sobre las que está montada nuestra cosmovisión, y sistema de valores. Estructuras con las que también convivimos en nuestras iglesias, que legitimamos y sustentamos teológica y bíblicamente, y representamos lingüística y simbólicamente en nuestra cotidianidad religiosa, y por supuesto en nuestras celebraciones litúrgicas. El lugar de subordinación que las mujeres ocupan en la iglesia en nombre de una “sana ortodoxia evangélica”, no es más que una negación a recrear la vida digna y abundante que el Evangelio ofrece en Cristo Jesús, para todos y todas. Es una lástima, que las propuestas de justicia, de equidad y de dignidad entre los seres humanos no hayan surgido de las convicciones y prácticas de fe de la comunidad que, de alguna manera, deberían ser anticipo de los valores de la utopía del Reino de Dios. Pero sería más grave, cerrar nuestra mente y nuestro espíritu a estas grandes oportunidades de discernir la acción de Dios en nuestra historia, en nuestros sueños, frustraciones y esperanzas. Lo que es bueno, lo que es grato y lo que es perfecto, también es posible encontrarlo en la postmodernidad. Discernirlo es trabajo de la comunidad de fe con la ayuda del Espíritu Santo, quien tiene el ministerio de guiarnos a toda verdad. Conclusión Adorar es reconocer de manera personal y comunitaria el señorío de Cristo en nuestras vidas y en la sociedad, lo cual hacemos con todo lo que somos, sentimos, padecemos y soñamos. El culto debe ser un espacio para celebrar la vida y la justicia y no para domesticar el poder transformador del evangelio. La proliferación de cantos con ritmos muy “pegadizos” y agradables al oído, pero carentes de una teología que profundice nuestro seguimiento a Jesús y a su Reino, no deben ser las marcas que identifiquen a la iglesia. La iglesia venezolana, a la cual le ha costado tanto reflexionar teológicamente de manera seria, debe hacer un doble esfuerzo para que nuestros cultos no sólo reflejen una teología seria y comprometida con los gritos de desesperanza del 80% de personas que viven en estados de pobreza, sino que también los cultos puedan potenciar la justicia, la paz, lo solidaridad, la equidad, y enriquecer el quehacer teológico. Entender que el Reino de Dios no pide que seamos exitosos, sino que seamos fieles. En un momento cuando se habla del acelerado crecimiento de la iglesia en América Latina, no debemos cegarnos ante la mega realidad de que ese crecimiento no se refleja en compromisos por los más necesitados, en opciones de transformaciones sociales, en la promoción de la justicia.[xxviii] Para que la propuesta salvadora del Reino de Dios sea atractiva, no tenemos que trivializarla y exhibirla como producto, sino profundizarla, encarnarla con todas sus implicaciones y riesgos. Las celebraciones cúlticas deberían ser un reflejo de la misión integral del evangelio en el poder del Espíritu Santo, para cantar y celebrar juntos y juntas la esperanza dignificadora y salvadora que tenemos en Cristo. En esta cultura Mc Donaldizada y dominada por la vacuidad del Mc World, lo Anithing else, lo nice, el self service, la performance, lo fashion y lo Mega[xxix], las palabras de Jesús son hoy como ayer un desafío para la iglesia contemporánea, que no deben descuidarse. “Pero llega la hora y es ahora mismo cuando los que de veras adoran al Padre lo harán de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios. Pues el Padre quiere que así lo hagan los que lo adoran”[xxx] ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- [i] Ponencia presentada en la Consulta teológica: “La iglesia ante los desafíos de la postmodernidad”, convocada por el Seminario Evangélico Asociado del 4 al 7 de abril de 2002. [ii] Efesios 2. 19-21, 4. 1-16. [iii] Estoy seguro que algunas iglesias no se identificarán con las generalidades presentadas en esta ponencia. El abordaje del tema no está situado en una organización o grupo específico, lo cual nos lleva a correr el riego de omitir o incluir algunos aspectos que para algunas son muy evidentes, mientras que para otras están ausentes o son menos visibles. [iv] Barbosa Ricardo. La iglesia en el mercado y el profesionalismo religioso. Revista signos de vida. Nro. 4. Junio 1997. Pág. 15 [v] Hechos 2.43-47, 4.32-37 [vi] Costas dice que “el culto es un índice de la realidad que vive la iglesia porque refleja el nivel de compromiso que ha contraído con el mundo…Las oraciones, el sermón y los anuncios sirven para determinar el contenido ético-teológico de una congregación. Revelan hasta que punto la iglesia está orientada hacia el mundo. Indica si esa comunidad integrada o desligada de la sociedad, si se ve a si misma como siervas o primadora, si concibe el culto como un refugio alienante o como una celebración liberadora. En fin, el culto pone de manifiesto la naturaleza y misión concreta y existencial de esa organización”. Costas Orlando. La realidad de la iglesia evangélica latinoamericana. Ediciones Certeza. Buenos Aires, Argentina. 1974. Pág. 39 [vii] Salinas Daniel, Escobar Samuel. Postmodernidad, nuevos desafíos a la fe cristiana. Editorial Lámpara. La paz, Bolivia. 1997. Pág. 196 [viii] Iriarte Gregorio. Comunicación ética y formación de la conciencia crítica. Revista Presencia Ecuménica. Nro. 40. Julio-Septiembre 1996, Caracas Venezuela. Pág. 23. [ix] Es interesante reflexionar sobre lo que dice Orlando Pérez: “Cabe destacar la aparición de compositores y músicos que han creado sus propias empresas comerciales. Y para muchas iglesias es de suma importancia incorporar las composiciones musicales que generan estas empresas, a fin de estar sintonizadas con el raiting musical evangélico del momento”. Pérez Rolando. La cultura de los medios en la ritualidad evangélica. Signos de vida. Nro. 2. Nov.1996. Pág.13. [x] Idem. Pág. 12. [xi] Equipo Nueva Evangelización. Apuntes pastorales ante la postmodernidad. Revista SIC. Año LVIII/ Nro. 579. Caracas, Venezuela. Noviembre 1995. Pág.404 [xii] Mikel de Viana. El cuerpo: dulce cárcel de Narciso. Revista SIC. Año LIX. Nro. 588. Caracas, Venezuela. Septiembre-Octubre 1996. Pág. 342 [xiii] Escobar Samuel y Salinas Daniel. Pág. 221 [xiv] Op. cit. Pág. 213 [xv] Yohannan Gisela. Avivamiento, imitación o realidad. Revista Apuntes Pastorales. Vol. XIV. No. 3. Pág.32 [xvi] Bonilla Plutarco. Martín Lucero, el hombre de la Biblia. Revista Signos de Vida. No.3, Marzo 1997.Pág. 52 [xvii] León Jorge A. Boletín Teológico. FTL. Lima, Perú. Tomo 29, No. 68. Octubre-diciembre 1997. Pág. 52 [xviii] Brito García Luis. “La cultura “light””. Diario El Nacional. Caracas, Venezuela 7 de febrero de 1999. [xix] Idem [xx] Piedras Arturo. Consulta de misión CLAI. Contexto y horizontes de la misión en el siglo XXI. Barranquilla, Colombia. 12-15 Enero 2001 .Pág. 5 [xxi] Entiéndase el término “contracultura” en este trabajo como una actitud de confrontación entre la fe y la realidad. La fe como antagónica a la cultura. La cultura se percibe como algo hostil y negativo al cristianismo. [xxii] Nueva Versión Internacional. Romanos 12.1, 2 [xxiii] Miguez Néstor. No como los otros que no tienen esperanza. Tesis doctoral. Buenos Aires, noviembre 1988. Pág. 96. [xxiv] Miguez Néstor. Pág. 87 [xxv] Tamez Elsa. Contra toda condena. DEI. San José, Costa Rica. Pág. 72 [xxvi] Roldan Alberto. Cuadernos de teología. 2001. Vol. XX. ISEDET. Buenos Aires. Pág. 205 [xxvii] Salinas Daniel, Escobar Samuel. Pág. 225 [xxviii] No se puede separar la adoración de la justicia. Los profetas cuestionaban la religiosidad practicaba a espaldas de los más necesitados. Y también denunciaban la idolatría de la adoración que se hacia en nombre de Dios, pero sin Dios. ( Salmo 15; Isaías 1.10-20; 29. 13,14; 58; Amos 5.21-24) [xxix] Estas palabras representan mucho más que simples vocablos, son manifestaciones de una cultura que pretende “embobarnos” con sus propuestas de vacuidad. Aunque se ignore el significado en su idioma original, sí sabemos que al usarlas y leerlas estamos haciéndonos vigentes y actuales. [xxx] Dios Habla Hoy. Juan 4.23 |