DECRECIMIENTO, UNA ALTERNATIVA
Un después del coronavirus ¿Es el decrecimiento una alternativa económica? Cuando un río se desborda deseamos que decrezca y que las aguas vuelvan a su cauce. De eso se trata. En realidad el decrecimiento no es una opción, es una necesidad. IOSU PERALESEn estos días se habla y mucho sobre el día después en términos dramáticos. Desde la oficialidad nos están preparando para que asumamos recortes de todo tipo en un marco político social autoritario, y lo hacen desde un enfoque de más de lo mismo, con la mirada puesta en volver a las recetas de crecimiento económico que han demostrado que entre las personas y la economía elige a esta última. Frente a este enfoque fracasado en términos de humanidad y de sostenibilidad del planeta –no de negocio- abogo por recuperar la palabra decrecimiento y reflexionarla. Debe haber un antes y un después del coronavirus.
Habrá quien diga que no estoy en este mundo y que soy un romántico. Puede. Pero si nos hacemos la pregunta ¿tiene nuestro mundo recursos infinitos? La respuesta es NO. Si es así, ¿puede sostenerse la actual carrera desbocada que no admite los límites del crecimiento? La respuesta es también NO. Este debe ser el punto de partida de cualquier propuesta de salida de esta crisis. Digámoslo claro: estamos viviendo bajo la dictadura de poderes financieros que han colonizado las instituciones políticas hasta anularlas. Este mundo neoliberal es una pesadilla. En él todo se vende y todo se compra, hasta la salud. Y no sólo eso, la llamada competitividad ha deslocalizado empresas de tal modo que para comprar determinados productos, en este caso sanitarios, hay que ir a China que vende sus productos al contado y al mejor postor. Es la ley de los costes más baratos. Países europeos desmantelamos nuestras capacidades productivas y nos ponemos a nosotros mismos muros que no podemos saltar. Hay que sustituir esta globalización por otra que ponga el acento en la cooperación, la unidad y en decisiones mundiales. Una tercera característica del modelo neoliberal es el endeudamiento de países para crecer que inmediatamente necesitan crecer para pagar la deuda. Es una lógica perversa atrapa países. Decrecimiento no es volver a la penuria, al atraso. Eso lo dirán mal intencionados intelectuales y políticos que se agarran al clavo de un neoliberalismo insoportable ya. El neoliberalismo es una traición a la gente, a los pueblos. Por el contrario el decrecimiento nos invita, en palabras del catedrático vasco en economía, Koldo Unceta, a “emprender cambios estructurales en la manera de organizar la producción y la distribución al servicio de las personas y acorde con la preservación de los recursos”. Ello requiere tomar conciencia de la diferencia entre desarrollo y maldesarrollo. Este último es insaciable y lo devora todo, confunde crecimiento permanente con desarrollo y prosperidad. En otro sentido habría que llevar a cabo una disminución regular y controlada de la producción para asentar un nuevo paradigma de la prosperidad. Habitualmente se nos presenta el PIB como el indicador de avance de una sociedad. No dicen avance hacia dónde, pero es que el PIB incluye lo mismo malas que buena práctica o actividades. A propósito del PIB, no siendo para nada simpatizante de Robert. F. Kennedy, rescato sus palabras de 1968, alertando que el PIB “no mide ni nuestra virtud ni nuestro coraje, ni nuestra inteligencia ni nuestro aprendizaje. Mide todo al detalle, excepto lo que da verdadero sentido a nuestra vida”. El decrecimiento tiene en cuenta la justicia ambiental que nos recuerda el conflicto entre quienes obtienen ganancias y quienes sufren los daños ecológicos. ¿Cuándo daremos un respiro al planeta? Estoy pensando en grandes obras e infraestructuras que dañan gravemente el medio ambiente. Pero también pienso en obras a escala local que buscan cómo ser parte de un modelo de sociedad que presenta agujeros negros. Un ejemplo cercano ¿qué sentido tiene construir un metro en una ciudad cuyo mayor placer es caminar la bahía respirando la brisa del mar? ¿Cuál es la ventaja para la salud global de la ciudad que tiene su encanto y bien ganada fama en su mediana dimensión para recorrerla a pie. ¿Con la que está cayendo y caerá, no es más ético, más progresista y más ecológico utilizar su coste para atender a mucha gente vulnerable de la propia ciudad? ¿Por qué hay tanto mediocre en la política? ¿Por qué tan poco talento? ¿Por qué hay tanta incapacidad para innovar e imaginar un mundo, un país, una ciudad, más amables? A todos los niveles de la sociedad nos estamos volviendo locos. El desarrollismo o maldesarrollo, reactiva las obras faraónicas, el consumo y el endeudamiento. Pues bien, el decrecimiento es pararse y pensar que si el único objetivo de la vida es producir y consumir, todo es un absurdo, una humillante idea que debe ser abandonada, según Cornéluis Castoriadis (filósofo, sociólogo, economista y psicoanalista greco-francés) Una idea patética que por cierto es muy utilizada en la política cuando se dice “a la gente lo que le importa son las cosas de comer”. Quién piensa así tiene una idea nefasta de la sociedad y debería darle vergüenza. El decrecimiento propone entre otras medidas: compartir el trabajo reduciendo la jornada laboral, aumentando la población empleada; una renta básica mínima para garantizar que toda persona tenga un ingreso para vivir dignamente. Se trata también de cambiar un estilo de vida que crea frustración e infelicidad. Frente a esa idea que quiere poner en el centro de la vida humana la producción y el consumo, hay que descolonizar el imaginario colectivo. Vivimos en un planeta de cinco o más velocidades que clasifica países, regiones y continentes, de acuerdo con su poderío y con su pobreza. Unos pocos arriba corriendo desbocados hacia un crecimiento infinito que no es posible, otros muchos abajo sufriendo enfermedades para ellos crónicas. Hay que rescatar la toma de conciencia de que somos UNA especie, y que nos salvamos todos o nadie, es fundamental. Todos han fallado. Los científicos, los gobiernos, las instituciones mundiales, todos. Sumidos en los desafíos de más y más crecimiento no han sabido valorar la amenaza real en forma de pandemia, poniendo de manifiesto una falta de preparación para afrontar peligros poco conocidos. Porque hay que decir que hubo quien advirtió de una posible pandemia muy agresiva y sus palabras se tomaron como las de un excéntrico multimillonario. Lo dijo en 2005 Bill Gates. Se optó por dejar pasar su advertencia para no alarmar y crear inseguridad a los mercados financieros. Así funciona este mundo. Iosu Peraleses un politólogo especialista en relaciones internacionales y en materias de cooperación al desarrollo, vinculado a redes sociales transnacionales y a ONGs, participa en iniciativas y foros alternativos. Ha publicado numerosos artículos de opinión en prensa escrita y en revistas digitales. Es autor de varios libros, entre ellos “El perfume de Palestina” (2002) y “Los buenos años: Nicaragua en la memoria” (2005).
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