DELANTE DE LA CRUZ
OSVALDO L. MOTTESIAhora bien, durante la fiesta el gobernador acostumbraba soltar un preso que la gente escogiera. 16 Tenían un preso famoso llamado Barrabás. 17-18 Así que cuando se reunió la multitud, Pilato, que sabía que le habían entregado a Jesús por envidia, les preguntó:
--¿A quién quieren que les suelte: a Barrabás o a Jesús, al que llaman Cristo? 19 Mientras Pilato estaba sentado en el tribunal, su esposa le envió el siguiente recado: «No te metas con ese justo, pues por causa de él, hoy he sufrido mucho en un sueño.» 20 Pero los jefes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud a que le pidiera a Pilato soltar a Barrabás y ejecutar a Jesús. 21 — ¿A cuál de los dos quieren que les suelte? —preguntó el gobernador. —A Barrabás. 22 — ¿Y qué voy a hacer con Jesús, al que llaman Cristo?
Introducción:
¿Qué voy a hacer con Jesús? Esta pregunta trascendental. Este interrogante que a través de los siglos ha venido revistiendo caracteres universales. Esta pregunta pronunciada hace unos dos mil años por Pilato, el gobernador romano, era y es una pregunta que exigía, y que está exigiendo hoy, más que una mera respuesta de labios, una verdadera actitud del alma y del corazón. Este era no sólo el interrogante del político romano, sino también la pregunta de muchos en Jerusalén, en aquellos días decisivos del ministerio de JesuCristo, que estamos recordando. Era la pregunta de todas, todos aquellos que debían definirse ante la actitud distinta, sorprendente y maravillosa de Jesús. Y esta es, mi apreciada amiga, mi estimado lector, la pregunta que estamos deseando que tú contestes como fruto de tu lectura. Este es el interrogante que Dios ha de abrir en tu corazón, y ante el cual tú tendrás que decidir. ¿Cuál habrá de ser tu respuesta? Quiera Dios inspirarte por su gracia, para que tu respuesta sea la llave que te abrirá las puertas a una nueva vida, una verdadera epopeya de bendición. ¿Qué voy a hacer con Jesús? La actitud de algunos de los personajes centrales que rodearon la crucifixión de Jesús, será el móvil de nuestras reflexiones. Pero antes, como un prólogo oportuno, como una introducción necesaria, será bueno considerar la propia actitud del crucificado. La actitud de aquel que habría de constituirse en el personaje central del más grande de los acontecimientos de la historia de la humanidad. El evento de Dios en el Monte de la Calavera. I. Allí está, ante la inminencia histórica del Calvario, LA ACTITUD DE JESÚS ANTE LA CRUZ. Nadie era más consciente de lo que se avecinaba que el mismo Señor Jesús. La crucifixión era la meta de su carrera terrenal. Su muerte era la culminación, el broche de oro de su obra redentora, para la cual había venido a este mundo. Desde el comienzo mismo de su ministerio, el Divino Maestro comprendía que, con el avance del tiempo, se acercaba la hora trágica en la cual daría su vida en sacrificio redentor por el pecado de la humanidad. A medida que esa realidad se aproximaba, Jesús, consciente de ella, hablaba a sus discípulos de la necesidad, propósito y significado de su cruz. La crucifixión no fue una novedad en la vida de Jesús. La cruz no fue un imprevisto en el transcurrir del ministerio del Salvador. El madero del Calvario no fue el fin para Jesús, sino que habría de constituirse en el medio ineludible, a través del cual alcanzaría el santo objetivo que lo trajo a este mundo. Habiendo llegado a la ciudad de Jerusalén; esa grande y cosmopolita, religiosa y apóstata ciudad que habría de constituirse en el escenario del crimen más horrendo e injusto de la historia, el salvador del mundo, rodeado de sus discípulos, declara terminantemente: “Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti” (Jn 17:1). La hora ha llegado en que el enviado de Dios habrá de culminar su vida de amor y de servicio, realizando el mayor servicio; dando su propia vida para así pagar la humanamente impagable deuda de nuestros pecados. La hora ha llegado en que el Cordero de Dios, con su muerte hecha ofrenda, con su vida inocente hecha cruz en el Calvario, traerá perdón y salvación a quienes le rindan su corazón y le entreguen su fe y su confianza. Frente a la inminencia de la cruz, el Divino Maestro pronuncia las definitorias palabras de su actitud personal ante la cruz. “... es tal la angustia que me invade que me siento morir... Abba, Padre, todo es posible para ti. No me hagas beber este trago amargo, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mr 14: 34 y 36). Ahora está turbada mi alma y ¿qué diré? ¡Sálvame Padre en esta hora! ¡No! Si por y para esta hora es que he nacido y he vivido, he servido y he luchado en este mundo. No Padre, glorifica tu nombre a través de mí. Utilízame para mostrar y realizar tus planes y caminos a este mundo. Padre, quiero ser instrumento de tu amor en esta hora. Padre, que no se haga mi voluntad, sino plenamente la tuya. ¡Y he aquí el triunfo glorioso de Jesús! De aquella oración inolvidable en el huerto de Getsemaní, donde se mezcla su sangre con sus lágrimas -la sangre de su alma- se levanta un Cristo potencializado en su obediencia al Padre. La actitud de obediencia y entrega radical al plan de Dios, hace posible que JesuCristo se constituya en el redentor de la humanidad. La actitud fiel de Cristo ante la cruz, deja abierto el camino para que todos los hombres y mujeres tengamos acceso a nuestro Padre Celestial. Jesús cargó la cruz, subió a la cruz y murió en la cruz, para salvarnos de nuestros pecados. Nada ni nadie jamás podrá impedir nuestra reconciliación con Dios, porque “El, Jesús, fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados” (Is 53:5). Nunca el ser humano llegará a comprender, en toda su intensidad y grandeza, el sufrimiento vicario de Cristo realizado a nuestro favor, pero sí podrá recibir el fruto bendito de esta obra de amor y salvación. Salvación que es el resultado de la actitud de Jesús ante su cruz. Actitud que es la antítesis de las actitudes de quienes lo asesinaron. II. Allí está, ante la inminencia histórica del Calvario, LA ACTITUD DE JUDAS EL TRAIDOR ANTE LA CRUZ. La actitud de quien, ante la cruz, sacrificó la verdad por su codicia al dinero. La actitud de aquel que es símbolo de traición. Dice la Palabra de Dios: “Uno de los doce, el que llamaba Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes. -¿Cuánto me dan, y yo les entrego a Jesús? –les propuso. Decidieron pagarle treinta monedas de plata. Y desde entonces Judas buscaba una oportunidad para entregarlo... Todavía estaba hablando Jesús cuando se apareció una turba y al frete iba uno de los doce, el que llamaba Judas. Este se acercó a Jesús para besarlo, pero Jesús le preguntó: -Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre?” (Mt 26:14-16; Lc 22:47-48). Aquel que durante tres años había andado con Jesús. Aquel que había recibido el manantial maravilloso de su mensaje de amor. Aquel que había sido distinguido entre los doce discípulos con el cargo de tesorero. Aquel que tenía delante de sí una vida eterna para ganar y una corona de gloria como apóstol del evangelio. Aquel que tenía a su alcance las riquezas del espíritu, cambió su tesoro incomparable por el precio triste y maldito, sucio y miserable de treinta traidoras monedas de plata. Treinta monedas con las cuales comerciaba su primer amor. Treinta monedas por las cuales heredaba el infierno ante la perspectiva del cielo. ¡Cuántos hay en estos días de codicias irrefrenables, que por las treinta monedas de sus egoísmos y pasiones, siguen entregando con el beso de Judas a Jesús, para que sea crucificado! ¡Cuántos hay, que venden hoy el amor y la fidelidad a JesuCristo, arrastrados tras los ídolos de barro de este valle de ambición! Ellos son, como Judas, traidores ante la cruz. ¿Cuál es tu actitud personal ante la cruz? ¿Cuál es tu relación con el Cristo de la cruz? ¿Dónde y cómo estás tú ante la cruz? Esta es una pregunta que tú y solo tú tienes que responder. III. Allí está también, ante la inminencia histórica del Gólgota, LA ACTITUD DE CAIFÁS ANTE LA CRUZ. Caifás fue el personaje poderoso que más influyó humanamente para que Jesús fuera crucificado. Allí está la actitud de quien sacrificó la verdad ante sus prejuicios religiosos, su seguridad personal y su estatus social. Nunca hombre alguno había hablado como Jesús. Jamás otro profeta había realizado los milagros de compasión y poder que hiciera el nazareno. Nunca antes otro maestro había respaldado sus enseñanzas con una vida de pureza e integridad total como la de él. Todo esto era verdad. Todo esto lo conocía y comprendía Caifás. Pero lo que el galileo predicaba no era lo que predicaban los sacerdotes. La sinceridad de Jesús ponía al descubierto la mentira, el orgullo y el egoísmo de los religiosos de aquellos días. La autoridad espiritual de Jesús amenazaba la autoridad institucional de Caifás. La religión de entonces, más que un instrumento de amor al servicio espiritual del pueblo, se había convertido en un verdadero partido político al servicio de los opresores romanos, de los poderosos, de los de arriba. Cristo amenazaba con su ministerio el poder hegemónico de este partido. El galileo de Nazaret Jesús amenaza la estabilidad de la religión establecida en Jerusalén. Por eso Caifás no se arredra ni vacila y pide para Jesús la muerte de cruz\z. Ante lo justo o lo criminal, opta por su seguridad. Ante su gloria o su salvación, decide seguir siendo el poderoso y temido, el prestigiado y arrogante príncipe de los sacerdotes. ¡Cuántos hay en estos días que por prestigio y poder, en el nombre de la religión sojuzgan a los pueblos y se olvidan de llamar a los pecadores y pecadoras al arrepentimiento! ¡Cuántos aún hay que todavía creen que la religión es sinónimo de sotanas de seda y anillos de oro! Se olvidan o mejor, niegan que la religión verdadera por sobre todas las cosas debe ser fruto, testimonio genuino del amor de Dios para la salvación de los seres humanos y la liberación real de los pueblos. Ellos, ellas son como Caifás, injustos ante la cruz. Otra vez surge ante ti la pregunta ineludible: ¿cuál es tu relación personal ante la cruz de Jesús? IV. A esta altura se presenta ante nosotros como el último triste ejemplo, ante la inminencia del Calvario, LA ACTUTUD DE PILATO ANTE LA CRUZ. La decisión de aquel, que ante la cruz, rindió pleitesía ante la opinión equivocada de la mayoría, liberando el crimen y matando la justicia. Al grito sediento de sangre de la turba enceguecida, Pilato entregó a Jesús, a quien sabía inocente, para ser crucificado. Así inmoló Pilato, a sabiendas, la verdad y pisoteó lo más sagrado de la conciencia humana, intentando preservar su imagen, su popularidad, su carrera política. Luego de la deleznable traición de Judas en el huerto. Después del acalorado y demagógico discurso de Caifás, tras el cual el Sanedrín acusó eclesiásticamente a Jesús, los asesinos judías, seguidos de la chusma, se dirigen al pretorio. Van al palacio del gobernador romano y demandan una entrevista con él. La agenda del político de turno estaba llena, pero al ver a los religiosos acompañados del pueblo, se hace un espacio para ellos y se reúnen con Pilato. Es entonces cuando exigen pena de muerte para Jesús. Tres graves acusaciones hacían al Maestro. Decían que Jesús: 1) había perturbado la nación, 2) que prohibía dar impuestos tributarios al César romano -¡no pagar al IRS o a la Dirección Impositiva!-, y 3) que él mismo, ante el pueblo, se decía ser el rey de los judíos. Pilato conferencia personalmente con Jesús. El gobernador comprende que esas acusaciones son falsas y pronuncia entonces las palabras definitorias de su convicción, cuando “... declara a los jefes de los sacerdotes y de la multitud: No encuentro que este hombre sea culpable de nada” (Lc 23:4). Pero he aquí que la turba insiste. El pueblo soliviantado por los sacerdotes, los escribas y los agitadores profesionales, presiona a Pilato. La creciente gritería pidiendo la muerte de Jesús atraviesa los ventanales del palacio, pidiendo la muerte de Jesús. Es entonces cuando el demagogo romano, en un intento por evadir su responsabilidad, demostrando su astucia política, argumentando que Jesús era galileo y que por lo tanto no tenía jurisdicción sobre él, lo envía ante Herodes, tetrarca de Galilea, que estaba esos días de vacaciones en Jerusalén. Herodes interrumpido en ese fin de semana largo, ante el silencio majestuoso de Jesús, luego de hacerlo objeto de sus burlas, devuelve el galileo a Pilato sin sentencia alguna. La encrucijada del gobernador era sin salida. El sabía que Jesús era inocente. Lo había ya expresado con sus mismos labios. El comprendía que el Divino Maestro no era merecedor de la cruz. El percibía que todo esto era una injusta y criminal trampa, un montaje traidor y mortal planeado para el galileo. Pero he aquí que la grita acalorada del pueblo transformado en chusma, se continúa oyendo más intensamente. Ellos quieren y piden el espectáculo gratuito, el circo sangriento del Calvario. Pilato siente entonces tambalear su seguridad, su estabilidad, su popularidad política, su prestigio como magistrado imperial. Es entonces cuando hace la pregunta retórica, que lo ha hecho tristemente célebre: “¿Qué voy a hacer con Jesús, al que llaman Cristo?”). La respuesta no se hace esperar: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”, responden todos” . Y, ante esto, el político se rinde, se prostituye, se vende para no perder votos. Manda a la muerte al Señor de la vida y la verdad, dejando en impune libertad a Barrabás, símbolo de la muerte y la mentira. “¿Qué voy a hacer con Jesús?”. Pilato sabía sobradamente que respuesta debía dar a esa pregunta, si seguía honestamente, con integridad, los dictados de la justicia. Pero he aquí que su posición y prestigio se verían peligrar, si seguía los dictador de su conciencia. Fue por eso que se lavó las manos, pretendido símbolo de una neutralidad imposible, que no pudo esconder su crimen. Le regaló al pueblo lo que quería. Ordenó la muerte del inocente. Vendió su conciencia al precio de su tranquilidad política. ¡Cuántos hay en nuestros días que, como Pilato, tienen su espina dorsal de plástico! Se doblan ante todo y ante todos, para no quebrarse. No mantienen claras sus convicciones, venga lo que venga. Es que en realidad no tienen convicciones. Son camaleones, que cambian de color según la ocasión. Se entregan a la opinión equivocada de la mayoría. Complacer a quienes les rodean es su obsesión, para mantener su estatus, el que fuere. Prefieren a veces, atarse al carro de la tradición. No desean ser mal mirados por quienes viven equivocados. Por ello se siguen arrastrando detrás de ídolos y valores bastardos, adorando sus propias miserias, pretendiendo lavarse las manos ante la cruz. Son, como Pilato, cobardes ante la cruz. Mi apreciado lector o lectora que con paciencia me acompañante hasta aquí: ¿Cuál es tu actitud personal ante la cruz? ¿Cuál es tu relación con el Cristo de la cruz? ¿Dónde y cómo estás ante la cruz de Jesús. Conclusión: ¡Gloria a Dios! Porque JesuCristo no está desde hace veinte siglos en la cruz! Tres días después del Calvario, Dios el Padre le levantó de los muertos y hoy vive y reina a la diestra del Señor en las alturas. Pero hoy quiere venir a morar y reinar en tu vida. Para que esto ocurra tú y todos debemos confrontarnos con su cruz. Pues el camino de la salvación es ineludiblemente el sendero de la cruz. ¿Qué vas a hacer tú con Jesús delante de la cruz? ¿Lo que decidió Judas, traicionarle, hasta con el beso de una religiosidad cultural, dominguera e hipócrita? ¿O como Caifás, optarás por la indiferencia típica de esta era del no compromiso y permitirás que Jesús sufra de dolor por ti? ¿O como Pilato te vas a lavar las manos, pretenderás desentenderte ante el imperativo ineludible de decidir delante de la cruz? No. Tú puedes, delante de la cruz, en actitud de arrepentimiento, descargar la realidad pesada que te aplasta, la verdad de tus pecados, rogando por perdón y confesando a JesuCristo como tu Señor y Salvador. Dile en tu oración como el cristiano de antaño: |
Delante de la Cruz los ojos míos,
Quédenseme Señor así mirando, Y sin ellos quererlo estén llorando Porque pecaron mucho y están fríos. Y esos labios que dicen mis desvíos Quédenseme Señor así cantando, Y sin ellos quererlo estén orando Porque pecaron mucho y son impíos. Y así con la mirada en vos prendida, Y así con la palabra prisionera, Como la carne a vuestra Cruz asida, Quédeseme Señor el alma entera; Y así clavada a vuestra Cruz mi vida, Señor así, cuando queráis, me muera. Dile: Mi Señor quiero morir a mis traiciones, indiferencias y cobardías, quiero que viva en mí y a través de mí tu amor y santidad.
Ese es mi deseo y mi oración. |