DIOS PADECE FRÍO Y HAMBRE EN LOS POBRES
Mateo 25: 31- 45 CESÁREO DE ARLÉS
Transcribimos un sermón muy antiguo. Es una homilía predicada por uno de los padres de la Iglesia: el obispo francés Cesáreo de Arlés, quien vivió entre los años 470-542 D C., la que cobra hoy tremenda vigencia por bíblica. Destaca con brevedad, sencillez y claridad, cuál es el eje cristológico central del mensaje evangélico de compasión y acción que somos llamados, llamadas a proclamar en estos días. Nos atrevimos a incluir el texto del sermón en la Nueva Versión Internacional. Además los énfasis (subrayados) son míos. OLM.
31 »Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, con todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso. 32 Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará a unos de otros, como separa el pastor las ovejas de las cabras. 33 Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda.
34 »Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. 35 Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; 36 necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron.” 37 Y le contestarán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? 39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?” 40 El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí.” 41 »Luego dirá a los que estén a su izquierda: “Apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. 42 Porque tuve hambre, y ustedes no me dieron nada de comer; tuve sed, y no me dieron nada de beber; 43 fui forastero, y no me dieron alojamiento; necesité ropa, y no me vistieron; estuve enfermo y en la cárcel, y no me atendieron.” 44 Ellos también le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, o como forastero, o necesitado de ropa, o enfermo, o en la cárcel, y no te ayudamos?” 45 Él les responderá: “Les aseguro que todo lo que no hicieron por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron por mí.” 46 »Aquéllos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna. NVI Si el mayor escándalo en vida de Jesús fue haberse presentado como Mesías del servicio humilde, en vez de revestido de poder (Marcos 10.45; Juan13.12-16), hoy ese escándalo continúa, en cuanto que Cristo nos aguarda en donde menos le esperamos: en la persona de los pobres y sufrientes. Extrañamente, a pesar de nuestro deseo de ser discípulos de un Dios crucificado, preferimos aún seguir buscando a Dios en el poder, en vez de en la debilidad de la cruz, donde nos aguarda con seguridad. Acudimos en masa ante cualquier supuesta manifestación milagrosa para satisfacer nuestra curiosidad o las propias necesidades, pero luego pasamos de lado ante las necesidades de nuestro prójimo. Damos nuestro reconocimiento y nuestro respeto a quienes están revestidos de poder, pero ignoramos al pobre. El Dios de Jesús es sin embargo un Dios del amor crucificado, que nos invita a adorarle y reconocerle en la persona de los pobres e indefensos. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Dulce es el nombre de misericordia, hermanos muy amados; y si el nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma? Todos los humanos la desean, mas, por desgracia, no todos obran de manera que se hagan dignos de ella; todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos los que quieren practicarla. Oh humano, ¿con qué cara te atreves a pedir, si tú te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe practicarla en este mundo. Y, por esto, hermanos muy amados, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia, a la cual se llega a través de la misericordia terrena. Dice, en efecto, la Escritura: Señor, tu misericordia llega al cielo. Existe, pues, una misericordia terrena y humana, otra celestial y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las miserias de los pobres. ¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que consiste en el perdón de los pecados. Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la patria definitiva. Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres, como dijo él mismo: Cada vez que lo hicieron con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicieron. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra. ¿Cómo somos nosotros, que cuando Dios nos da, queremos recibir y, cuando nos pide, no le queremos dar? Porque, cuando un pobre pasa hambre, es Cristo quien pasa necesidad, como dijo él mismo: “Tuve hambre, y no me dieron de comer”: No apartes, pues, tu mirada de la miseria de los pobres, si quieres esperar confiado el perdón de los pecados. Ahora, hermanos, Cristo pasa hambre, es él quien se digna padecer hambre y sed en la persona de todos los pobres; y lo que reciba aquí en la tierra lo devolverá luego en el cielo. Les pregunto, hermanos, ¿qué es lo que quieren o buscan cuando vienen a la iglesia? Ciertamente la misericordia. Practiquen, pues, la misericordia terrena, y recibirán la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquél un bocado, tú la vida eterna. Da al necesitado, y merecerás recibir de Cristo, ya que él ha dicho: Den y se les dará. No comprendo cómo te atreves a esperar recibir, si tú te niegas a dar. Cristo quiere ser honrado en los pobres. Cesáreo de Arlés (470-542 DC). Le tocó vivir en tiempos agitados en que se sucedieron invasiones, calamidades y guerras a causa de la caída del imperio romano de occidente. De niño era tan generoso que regalaba su ropa a los pobres y al llegar a casa medio desnudo decía a sus padres “que se la habían robado”. Como fuente principal para su vida contamos con los datos de la Vita S. Cesarii, escrita por cinco discípulos suyos. La fuente principal de su teología la encontramos en su Colección de homilías, debido a que Cesáreo era lo que hoy llamamos un “pastoralista”. Sus sermones están dirigidos tanto al público culto de su ciudad, como también a “los rústicos” de su diócesis. No busca ser original: acepta las conclusiones y razones bíblicas y teológicas aducidas por otros. De su parte pone el fuego de la exhortación, la paternidad del consejo y la persuasión pastoral. Por eso su prosa, que él mismo llama rusticissima, no obedece a las leyes retóricas, sino al afán de hacerse entender por la gente sencilla. Dado que todos los sacerdotes debían predicar, pero no todos tenían la formación para hacerlo, el Obispo Cesáreo compiló colecciones de sus homilías y las de otros predicadores de su tiempo, las que enviaba periódicamente como recursos a sus pastores. Sus mensajes se distinguen por una absoluta claridad y sencillez. Tratan muchas veces directamente algún problema moral, sea el adulterio, sea el sacrilegio de, según su propio decir “quienes corren tras los adivinos y supersticiones”, tan comunes y difundidas en su tiempo como en el nuestro. Además se conservan su Testamento espiritual y algunas Cartas suyas.
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