EL APOCALIPSIS Y LAS EPIDEMIAS
(abril de 2009, actualizado en julio del 2020) JUAN STAMEn medio de la epidemia mundial que nos acosa, creemos muy oportuno y esclarecedor este artículo del Dr. Juan Stam, recientemente fallecido. Fuimos amigos y colegas en la facultad del Seminario Bíblico Latinoamericano por casi diez años. Su influencia teológica y pastoral fue decisiva en mis inicios como educador teológico. Su análisis y reflexiones en este trabajo son muy oportunos.
OLM “Aunque las epidemias no pasan de ser un tema secundario en el Apocalipsis, este libro nos brinda un resonante mensaje de esperanza también para este momento de pandemia que vive el mundo. Lejos del terrorismo apocalíptico o de sensacionalismo escatológico, el Señor nos llama a hacer frente a la vida y la muerte en el poder de la fe para ser fieles al Señor bajo toda circunstancia”.
Siempre que ocurran fenómenos trágicos, como terremotos, huracanes o epidemias, muchas personas comienzan a pensar “apocalípticamente”. En un sentido, sanamente encaminada, esa reacción puede ser positiva. En nuestras experiencias dolorosas, Dios nos llama a la reflexión sobre nuestras vidas y sobre la sociedad en que vivimos.
Muchas veces, sin embargo, el pánico lleva a la gente a conclusiones totalmente ajenas a la intención del autor bíblico. Algunas personas presuponen que es Dios mismo quien causa estas tragedias, como si el Creador metiera la mano en los volcanes para causar erupciones o como si las epidemias fuesen una especie de sabotaje biológico realizado por el Todopoderoso. Entonces concluyen que con esos fenómenos Dios está castigando a la humanidad, sobre todo a grupos o naciones que no son de nuestro agrado. Otros llevan la especulación un paso más adelante, para afirmar que cualquier desastre o calamidad es una nueva prueba de la pronta venida de Cristo. Todo eso requiere una orientación mucho mejor para la interpretación del Apocalipsis. Para eso, lo primero que nos puede ayudar es recordar que el autor del Apocalipsis era un pastor, escribiendo a los miembros de las siete congregaciones que atendía. Como pastor que era, les hablaba de los problemas que vivían ellos, en lenguaje que ellos podían entender. Escribe a hermanos y hermanas que vivían bajo la constante amenaza del imperio romano, en la zozobra y angustia que esa situación creaba. Como buen pastor, escribe para levantarles el ánimo e infundirles valor. Jamás les caería encima con mensajes misteriosos o deprimentes. Todo el mundo sabe que el Apocalipsis es un libro que se compone mayormente de visiones, pero pocas personas saben interpretarlas bien. Se suele dar por sentado que las visiones siempre presagian sucesos que van a ocurrir literalmente en el futuro. Sin embargo, toda la literatura apocalíptica, incluso el Apocalipsis de Juan, suele ser altamente simbólica y pocas veces literal. Las visiones del Apocalipsis traen innumerables detalles que carecerían de sentido si se tomaran literalmente: ¡Cristo tiene pies de bronce y siete estrellas en su mano derecha (1:15-16) y vendrá a caballo (19:11)! Además, en las visiones los verbos vienen casi siempre en tiempo pasado, del momento en que Juan había visto la visión. Si nosotros queremos convertir los verbos en futuro, es decisión nuestra, quizá legítima, pero una decisión que va más allá del texto inspirado. Aunque las visiones pueden referirse a realidades literales, no tiene que ser así siempre. De hecho, lo simbólico domina más que lo literal en el Apocalipsis. De igual manera, las visiones pueden referirse a sucesos futuros, pero no necesariamente ni siempre. De las trompetas, por ejemplo, es muy dudoso que 8:7 y 9:18 deben tomarse como desastres literales del futuro y que Dios vaya a destruir de un solo golpe una tercera parte de los bosques y matar uno de cada tres seres humanos. Cada persona tiene que interpretar las visiones responsablemente, buscando el más fiel sentido de cada una de ellas. El único texto en Apocalipsis que habla de epidemias es 6:8 (y quizá Ap 2:23 y 18:8, pero parecen referirse a la muerte como tal y no a pestilencias). La referencia a una “úlcera maligna y pestilente” en 16:2 (“una llaga maligna y repugnante” NVI) tampoco sugiere una epidemia. La palabra “pestes” (loimos) no aparece en el texto griego de Mt 24:8, pero en el pasaje paralelo de Lc 21:11 sí aparece. La palabra aparece también en Hch 24:5, donde los enemigos describen a Pablo como una plaga (NVI). Por otra parte, la palabra “plaga” (plêgê), derivado del verbo plêssô, “golpear”, nunca tiene el sentido específico de una epidemia, sino de “un golpe” de cualquier naturaleza. El prototipo son los diez “golpes” con los que Moisés “hirió la tierra” (cf. Ap 11:6), que tampoco eran epidemias. En el Nuevo Testamento, los únicos textos que hablan de epidemias son Ap 6:8 y Lc 21:11. Esta mención de pestilencia ocurre en la descripción del cuarto caballo, de color amarillento, que sale cuando el Cordero abre el cuarto sello. En Ap 6:8 la palabra thanatos aparece dos veces, primero con el sentido de “muerte” y después como “pestilencia”. Los jinetes del cuarto caballo son la Muerte y su acompañante, el Hades. Son la pareja más mortífera que existe y la quinta esencia de la antivida. La palabra griega para “Muerte” es thanatos, pero esa misma palabra en la LXX (Septuaginta) del Antiguo Testamento significaba también “pestilencia mortal” (Éx 5:3). El texto entonces aprovecha ese juego de palabras para afirmar, “El Thanatos (la muerte) mata por el thanatos (la pestilencia)”. El Hades, por otro lado, es el nombre del dios griego de los muertos y del subterráneo mundo de ellos. En el Nuevo Testamento, además de la morada interina de los muertos (llamada Sheol en el hebreo), el Hades puede considerarse “el imperio de la muerte” (Heb 2:14), “el dominio de la muerte” (Rom 6:9) o “el rey de los terrores” (Job 18:14). Una clave esencial para interpretar los siete sellos, entre los que aparece el caballo amarillo con sus pestilencias, es que son una relectura y actualización por Juan del sermón apocalíptico de Jesús (Mt 24; Mr 13; Lc 21). Hay paralelismo punto por punto. Al anuncio de guerras y rumores de guerras (Mt 24:6-7) corresponde el caballo rojo; a las hambrunas (24:7) corresponde el caballo negro; a las pestilencias (Lc 21:11) corresponde el caballo amarillo; a la persecución (Mt 24:9) corresponde el quinto sello, a los terremotos (Mt 24:7) el sexto sello, y a la victoriosa predicación del evangelio a las naciones (24:14) corresponde el caballo blanco. Lo más interesante del sermón de Jesús, y por eso también de los siete sellos, es que Jesús nunca clasifica ninguno de esos fenómenos como señal de nada. Aunque los discípulos pidieron señal (24:3), Jesús no menciona señales hasta referirse a las señales falsas de los seudocristos y seudoprofetas (24:17), y después “la señal del Hijo de hombre en el cielo” (24:30). En la respuesta de Jesús a la desatinada pregunta de ellos (cf. Mat 16:1-4), la única señal es Cristo mismo en su venida. Contrario a la expectativa de ellos y de muchos hoy, el Señor advierte que “es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin” (Mt 24:6; Mr 13:7; Lc 21:9). Todos estos fenómenos no son más que el principio de dolores (Mt 24:8). Son los falsos maestros que dicen, “El tiempo está cerca” (Lc 21:8; cf. 2 Tes 2:1-3). Es obvio que ha prevalecido una interpretación muy errada de este sermón de Jesús, con consecuencias seriamente negativas. Cada terremoto o pestilencia es interpretado como un castigo de Dios o una señal del pronto fin del mundo. Eso lleva a unos cristianos a celebrar los desastres, si son en tierra ajena, con una alegría morbosa, porque anuncian la venida de Cristo. Debemos tener claro que Dios no causa terremotos ni epidemias, ni está castigando a nadie con ellos, ni son señales del fin del mundo. Lo mismo vale para el dramático simbolismo de los siete sellos. Tanto el sermón de Jesús como la visión de los sellos describen sucesos comunes, en la historia de nuestro gimiente mundo (Rom 8:19-22), hasta que Cristo vuelva. Nos puede extrañar leer que Muerte y Hades recibieron autoridad “sobre la cuarta parte de la tierra, para matar por medio de la espada [caballo rojo], el hambre [caballo negro], las epidemias [caballo amarillo] y las fieras de la tierra” (6:8). Ya hemos señalado que eso no debe tomarse literalmente, como si se tratara de alguna masacre futura, que sería el peor genocidio de toda la historia humana. La frase se deriva de una fórmula clásica en las amonestaciones a Israel de castigo por guerra, hambre, peste y fieras (Ezq 5:12,17; 14:21; 33:27; Jer 14:12,18; 24:10; 44:18,27). Según la advertencia de Ezq 5:12, “Una tercera parte de tu pueblo morirá en tus calles por la peste y por el hambre; otra tercera parte caerá a filo de espada en tus alrededores, y a la tercera parte restante la dispersaré por los cuatro vientos”. Pero según la visión del cuarto caballo en el Apocalipsis, derivada de esa tradición, Dios suaviza esas severas proporciones para aplicar el juicio, contra la tradición, a una cuarta parte y así dejar más espacio para el arrepentimiento. Como los impíos no se arrepienten por los sellos, con las visiones de las trompetas el porcentaje simbólico sube a una tercera parte (8:7-10,12) y de las copas será el todo (16:3-4). Aunque no parezca, son las matemáticas de la misericordia y la paciencia de Dios. El mensaje central del relato de los sellos es que Jesucristo es el Señor de la historia, con todos sus terremotos y epidemias, y él es la clave al sentido de los acontecimientos. Cuando nadie era digno de abrir los sellos, Juan lloró desconsoladamente (5:4). En cambio, cuando apareció Cristo crucificado (Cordero inmolado) y resucitado (Cordero levantado, en pie), apareció también el Señor de la historia y de todas sus variadas circunstancias. Esa revelación de Cristo puso a todo el cosmos a cantar (5:8-13). El futuro está ahora en manos de aquel que nos amó y nos ama, que murió y resucitó por nuestra redención, el único que puede abrir los sellos del futuro. Eso incluye los terremotos y las epidemias, no exactamente en el sentido de que Cristo los permitiera, mucho menos que los causara, pero sí que esos sucesos no se escapan de su soberanía, quien “dispone todas las cosas para bien” (Rom 8:28; Gen 50:20). Él entreteje todos los varios hilos de la vida en el tapiz de su amor y gracia. Juan tuvo un propósito pastoral al narrar sus tres septenarios (sellos, cap. 6; trompetas, 8-9; copas, 16). En el caso de los sellos Juan pretende ayudar a los fieles a entender la historia y las aflicciones que ella trae a la luz del señorío del Cordero. Pero la meta fundamental de los tres septenarios es llamar a los injustos al arrepentimiento por medio de las visiones. El sexto sello describe el gran remordimiento de los impíos, especialmente los ricos y poderosos (6:15-17). Después de las terribles visiones de la quinta y la sexta trompetas, Juan observa que “ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios” (9:20), y después de la cuarta y quinta copas de vino amargo, en vez de arrepentirse los pecadores blasfeman contra Dios (16:9,11). Es claro que Juan entiende estas visiones no tanto como castigos sino como llamadas a arrepentirse y buscar a Dios (cf. 14:7). Así también las pandemias – hoy del Covid-19 o la influenza porcina H1N1 del 2009, entre muchas otras – deberían movernos a examinar nuestras vidas y buscar a Dios. El cuarto caballo, con sus jinetes “Muerte” y “Hades”, es parte de toda una interpretación teológica de la muerte. Aunque el libro comienza anunciando que Cristo tiene las llaves del Hades y de la muerte (1:18), el libro no evade la dura realidad de enfermedad y muerte. Llama a los creyentes a ser fieles hasta la muerte (2:10) y denuncia a los violentos que ponen a la gente a matarse entre sí (6:4). Anuncia la victoria de los que “no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte” (12:11). Por eso, “bienaventurados los que mueren en el Señor… descansarán de sus fatigas y sus obras les siguen” (14:13). A ellos les espera la resurrección del cuerpo, pero para los impíos vendrá la segunda muerte (20:6). Y al fin de todo, la Muerte y el Hades, que fueron los primeros enemigos (6:4,8), serán los últimos en ser lanzados al lago de azufre y fuego (20:14). Todo este libro es la historia de la derrota final de la muerte y el hades y la victoria de la vida en Jesucristo. La Biblia suele personificar la muerte, a veces en forma muy dramática. Según Jer 9:21, “la muerte se ha metido por nuestras ventanas, ha entrado en nuestros palacios”. La muerte toma a los orgullosos y los conduce por la mano hacia el hades (Sal 49:14). La muerte tiene un apetito feroz (Prv 27:20; 30:16; Job 18:13; Hab 2:5). Según la literatura ugarítica, cuando la muerte tiene hambre, devora su comida con las dos manos. Pero a esta pareja devoradora de sus víctimas, Dios la ha devorado con el poder de la resurrección (Isa 25:8; 1 Cor 15:54; 2 Cor 5:4, “sorbida, tragada”, Comentario del Apocalipsis II:65). Aunque las epidemias no pasan de ser un tema secundario en el Apocalipsis, este libro nos brinda un resonante mensaje de esperanza también para este momento de pandemia que vive el mundo. Lejos del terrorismo apocalíptico o de sensacionalismo escatológico, el Señor nos llama a hacer frente a la vida y la muerte en el poder de la fe para ser fieles al Señor bajo toda circunstancia. Juan Stam (1928-2020)nació en New Jersey, EUA, pero se naturalizó costarricense. Dedicó toda su prolífica vida a servir en América latina. Doctor en teología por la Universidad de Basilea, Suiza. Fue por décadas profesor del Seminario Bíblico Latinoamericano (hoy Universidad Bíblica Latinoamericana), de la Universidad Nacional Autónoma de Costa Rica, de otras instituciones teológicas de ese país, y como profesor visitante en numerosas instituciones de varias naciones. Fue autor de muchos artículos y varios libros, en especial, el comentario en cuatro volúmenes al Apocalipsis de la serie Comentario Bíblico Iberoamericano.
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