“El fruto de la justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.” Santiago 3:18
Ilustración de Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación
De todos los himnos que aparecen en el Nuevo Testamento ninguno refleja con tanta precisión como el Magnificat[1] las aspiraciones mesiánicas del pueblo de Israel en el tiempo en que nació Jesucristo. Son aspiraciones de liberación de la opresión imperial a la que ese pueblo ha estado sometido a lo largo de su historia y que en ese momento vive bajo el yugo de Roma representado en la Palestina por el rey Herodes el Grande. María, una humilde joven virgen de Nazaret, probablemente todavía adolescente, ha escuchado el anuncio del ángel Gabriel. Es un anuncio trascendental, según el cual ella quedará encinta y dará a luz un hijo que será llamado Jesús, en quien se cumplirán las profecías del Antiguo Testamento respecto al Mesías: “Dios el Señor le dará el trono de su padre David, y reinará sobre el pueblo de Jacob para siempre. Su reinado no tendrá fin” (Lc 1:31-33). Sumisa, María acata la voluntad de Dios (“Aquí tienes a la sierva del Señor. Que él haga conmigo como me has dicho”, v. 35) y a los pocos días emprende viaje a Judea para visitar a su parienta Elizabet, esposa del sacerdote Zacarías, en su casa. Es allí donde la bienaventurada futura madre expresa en un cántico que abunda en ecos del Antiguo Testamento lo que, desde su perspectiva, significa el cumplimiento del anuncio angelical no sólo para ella sino también para su pueblo y para toda la raza humana.
El Magnificat, en Lucas 1:46-54, forma parte de los dos capítulos cuyo contenido sólo aparece en el tercer Evangelio y que tienen que ver con la infancia y la niñez de Jesucristo. En este cántico aparecen varios de los temas que ocupan un lugar privilegiado en la narración de la vida de Jesús en “el Evangelio de los pobres”, como ha sido denominado el de Lucas, “el médico amado”. El poema se divide en dos estrofas. La primera estrofa (vv. 46-50) se enfoca en María y pone énfasis en la acción de Dios como el Dios que cumple su propósito redentor en beneficio de una humilde sierva. La segunda estrofa (vv. 51-54) amplía el foco de lo personal a lo corporativo y destaca la acción de Dios como el Dios que establece justicia. En todo el poema el sujeto de la acción es Dios – el Dios que a lo largo de la historia utiliza su poder para hacer misericordia y justicia a favor de los pobres y que, como tal, es digno de la alabanza con la que se inicia el cántico de María.
El Dios de misericordia
Para empezar, María rinde tributo al Señor como Dios mi Salvador (v. 46) utilizando así el lenguaje que aparece en varios pasajes del Antiguo Testamento. Luego, a renglón seguido (vv. 47-50), describe la manera en que ese su Dios lleva a cabo la salvación. Lo que ella destaca es que en su caso Dios se ha dignado fijarse en su humilde sierva y ha utilizado su poder para hacer grandes cosas por ella. La única explicación para que ella fuera escogida para ser la madre del Mesías es la misericordia de Dios. Para ese fin Dios hubiera podido escoger a una mujer de la nobleza, a una hija de Herodes el Grande o de Anás o Caifás. Por su misericordia, sin embargo, eligió a una mujer (diríamos hoy) de la clase obrera; no de Jerusalén, la ciudad del Rey David, sino de una pequeña ciudad galilea de la cual Natanael diría posteriormente: “¡De Nazaret! ¿Acaso de allí puede salir algo bueno?” (Jn 1:46). La futura madre de Jesús se siente deudora de Dios por su misericordia, y ese reconocimiento la lleva a magnificar a Dios.
María se refiere a sí misma como humilde sierva, y como tal la receptora de la misericordia de Dios. Reconoce que Dios ha usado su poder (es Poderoso) para beneficiarla a ella. A la vez, sabe bien que a lo largo de la historia (de generación en generación) esa misericordia se extiende por igual a los que le temen, es decir, a quienes no se enorgullecen de lo que son o de lo que tienen, sino que dan a Dios el lugar que le corresponde, especialmente los de humilde condición, como ella. Dios se deleita en exaltar a los humildes: los pobres, los débiles, los desechados, los marginados, los representados por la clásica tríada que aparece en el Antiguo Testamento múltiples veces: los huérfanos, las viudas, los extranjeros. Y esa es una segunda causa para alabar a Dios. El Dios de justicia
Vez tras vez el Antiguo Testamento afirma que Dios es justo, ama la justicia y exige justicia. Cabe subrayar, sin embargo, que hablar de la justicia de Dios no es hablar de una cualidad abstracta que caracteriza a Dios. Es, más bien, afirmar que porque Dios es justo, él se pone del lado de las víctimas de la injusticia y actúa en contra de quienes perpetran la injusticia. Su propósito para la vida humana, sin distinciones ni favoritismos, es shalom, vida en abundancia, que es fruto de la justicia (ver Is 32:17). Su acción, por lo tanto, se orienta a restaurar o vindicar a quienes sufren la injusticia e instituir así la equidad.
En conformidad con este propósito de Dios, el Antiguo Testamento vislumbra el advenimiento del Mesías, el ungido de Dios que viene para establecer su reinado de justicia. Como ya hemos visto, en el anuncio del nacimiento de Jesús el ángel Gabriel ha comunicado a María que a su hijo “Dios el Señor le dará el trono de su padre David y reinará sobre el pueblo de Jacob para siempre. Su reinado no tendrá fin” (Lc 1:32-33). La segunda estrofa del Magnificat (vv. 51-55) pasa de lo personal a lo corporativo y pone en relieve la relación que hay entre el cumplimiento de ese anuncio angelical relativo al advenimiento del Mesías, por un lado, y el establecimiento de la justicia, por otro lado. La misericordia que favorece a la humilde siervasegún la primera estrofa, en la segunda se extiende a los humildes (v. 52), los hambrientos (v. 53), Israel y la descendencia de Abraham (v. 54). Es la misericordia de Dios en acción para establecer la justicia y por lo tanto favorece a éstos pero a la vez desfavorece a los soberbios (v. 51), los poderosos (v. 52) y los ricos (v. 53). La narración de la vida y ministerio de Jesús a lo largo de todo el Evangelio de Lucas muestra el marcado contraste entre dos grupos de personas. Un grupo está constituido por gente humilde— las grandes multitudes [que] seguían a Jesús (Lc 14:15) y que en algún momento querían llevárselo a la fuerza y declararlo rey (Jn 6:15). Otro grupo está formado por los soberbios, los poderosos y los ricos que se oponen a Jesús, buscan posiciones de poder y riqueza, y desprecian a los pobres.
En su sermón inaugural en la sinagoga de Nazaret Jesús no deja lugar a dudas en cuanto al propósito de ministerio: “El Espíritu del Señor está sobre mí por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor¨ (Lc 4:18-19). Jesús es el Mesías ungido por Dios para establecer el reinado en que se cumplirá lo que Dios espera de tí: “Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miq 6:8).
Conclusión
Los verbos en el Magnificat apuntan a acciones realizadas por Dios en el pasado como el Dios de misericordia y de justicia: “hizo proezas” y “desbarató las intrigas” (v. 51), “derrocó a los poderosos” y “ha exaltado a los humildes” (v. 52), “a los hambrientos los colmó de bienes” y “a los ricos los despidió con las manos vacías” (v. 53), “acudió en ayuda de su siervo Israel” y “mostró su misericordia” (v. 54). Esto daría pie para una interpretación referida a la acción de Dios en el pasado. Sin embargo, el cántico de María se da en un contexto judío de expectativa mesiánica en el que prima la esperanza escatológica de un nuevo orden socioeconómico y político instituido por el Ungido de Dios. Lo que este cántico afirma es que el nacimiento de Jesucristo es el preámbulo del ya del Reino de Dios que está a punto de hacerse presente en la historia por medio de su persona y su obra, aunque todavía no en su plenitud. Es así una invitación a hacer de la teología de María un modelo de teología “histórica, dinámica, profética” que, como dice Valdir Steuernagel, “cumple el papel de ser memoria de la acción de Dios ayer, discierne su intervención hoy y se sabe al servicio del mañana de Dios”.
[1] Este título del cántico de María en Lucas 1:46-55 se deriva de la palabra con la que se inicia el cántico en la versión latina traducida del griego del original: Magnifica en el sentido de “Engrandece” (Reina-Valera), “Alaba” (Dios habla hoy), “Glorifica” (Nueva Versión Internacional).
Artículo publicado originalmente en www.kairos.org.ar
C. Rene Padilla
es ecuatoriano, doctorado en Nuevo Testamento por la Universidad de Manchester, fue Secretario General para América Latina de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos y, posteriormente, de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL). Ha dado conferencias y enseñado en seminarios y universidades en diferentes países. Es presidente honorario de la Fundación Kairós, en Buenos Aires, y coordinador de Ediciones Kairós.