¿«Anabautistas» o «anabaptistas»? Ambas formas de la palabra son corrientes. Muchos prefieren escribirla con «u», por su eufonía y concordancia con el cambio ortográfico del griego al español que vemos, por ejemplo, en la palabra «bautismo». Aquí hemos preferido ceñirnos a la «p» por un motivo muy sencillo: es así como figura esta palabra en los diccionarios y enciclopedias.
Trasfondo cultural y social del anabaptismo del Siglo XVI Europa se hallaba a caballo entre la Edad Media y el mundo moderno. Tocaba su fin un milenio largo de sociedad unificada en torno a la religión cristiana. La palabra «cristiandad» describe la unidad absoluta entre sociedad, iglesia, y un marco geográfico que abarcaba a toda Europa, que se pretendía como valor indiscutible. Sin embargo al arrancar el Siglo XVI la sociedad europea había empezado ya el camino hacia el nacionalismo, por un lado, y los intereses comerciales e industriales, por otro lado, en sustitución de la religión cristiana como fuerza impulsora de la sociedad. En ese preciso instante surge como un estallido, en boca de los anabaptistas, el concepto de iglesia libre, de libertad de conciencia religiosa personal. A pesar de hallar una resistencia sin concesiones, ese concepto tan revolucionario pudo salir victorioso porque en los siglos siguientes la religión ya no sería indispensable como fuerza impulsora de la sociedad, salvo en algunos movimientos extremadamente retrógradas. Por otra parte, a principios del Siglo XVI, el mundo se halla en un período de grandes contrastes socioeconómicos. En la época en que surgieron los anabaptistas, los campesinos de Europa central protagonizaron alzamientos revolucionarios contra la nobleza que les tenía oprimidos bajo el yugo pesado de una sociedad feudal. Estos alzamientos fueron aplastados sin misericordia con el aliento de las autoridades eclesiásticas, tanto las católicas como las protestantes. Los ideales de solidaridad fraternal que inspiraron a los anabaptistas a compartir lo que tenían, ideales que en algún caso llegaron a generar comunidades de bienes, supusieron un reto no violento al sistema social y económico imperante. Varios siglos antes de Marx, basándose sencillamente en el evangelio como ya antes lo había hecho Francisco de Asís, los anabaptistas montaron un reto a la opresión y la injusticia.
Inicio del movimiento anabaptista
A. Los Hermanos Suizos
1. Zurich Para hablar del comienzo de los Hermanos Suizos es necesario situarnos en escena con la reforma de Zuinglio en Zurich. Zuinglio empezó a predicar los puntos elementales de una reforma fundamental del cristianismo cuando todavía no tenía el poder para realizarlo. Cuando por fin empezó a influir en el Concejo de Zurich con el fin de que cambiaran las cosas, se encontró con la típica situación política en la que «el peor enemigo de lo posible es lo perfecto». Ya que Zuinglio creía profundamente en los cambios que proponía y era a la vez un ciudadano patriótico, prefirió la lentitud de las transigencias políticas a la marginación anecdótica de los radicales. Sin embargo algunos de sus más íntimos seguidores no comprendieron ni compartieron esta actitud. Al parecer el cabecilla de estos radicales era Conrado Grebel, un joven humanista de familia noble que hacía poco había vuelto de la Universidad de París. Otros eran los sacerdotes Simón Stumpf, Jorge (Cajacob) «Blaurock», Guillermo Reublin, Juan Brotli; y Félix Manz, joven estudiante como Grebel.
El tema que sellaría la división sería el del bautismo
Aunque el primer desacuerdo entre estos jóvenes radicales y el reformador protestante fue sobre el tema de la eucaristía, el tema que sellaría la división sería el del bautismo. Se sabe que en los primeros meses de 1524 Reublin y Brotli ya predicaban en contra del bautismo infantil y se negaban a bautizar a los recién nacidos en las parroquias de sus pueblos.
Meses más tarde el grupo de los radicales en torno a Grebel escribió cartas a varios líderes protestantes, exponiendo sus razones sobre diversos puntos. En cuanto al bautismo sólo para creyentes, esgrimen dos argumentos: que el bautismo admite al creyente al cuerpo y la disciplina de la comunidad cristiana, y que ha de ser reflejo de su experiencia y compromiso personal. Al finalizar ese año (1524) la situación se hallaba tan confusa que el Concejo ordenó a Zuinglio reunirse todos los martes con el grupo de los radicales hasta que se pusieran de acuerdo. Zuinglio se reunió dos veces con ellos y se hartó de su actitud. Entonces Félix Manz presentó un recurso pidiendo que el tema se debatiera públicamente ante el Concejo. Se convocó una reunión, pero en lugar de permitir un debate libre sobre el tema, el Concejo resolvió que todos los niños debían bautizarse y que cualquier matrimonio que se negara a bautizar a sus hijos sería expulsado del cantón. Era el 18 de enero de 1525. Con esta sentencia se daba aviso de que en adelante se emplearía la fuerza para obligar la conformidad.
La respuesta del grupo de Grebel fue reunirse para orar. Tenían una semana para responder. El 21 de enero estaban reunidos en casa de la madre de Félix Manz. A todo esto la cuestión había sido siempre que si bautizar a los bebés. La cuestión de si volver a bautizar a los adultos no figuraba. Dice así la antiquísima historia conservada por los hermanos hutteritas.
Llevaban bastante tiempo reunidos y una profunda angustia se apoderó de sus corazones. Empezaron a doblar la rodilla ante el Dios que es exaltado en los cielos, clamando a él como a quien sabe lo que hay en los corazones de los hombres, rogando que les permitiese hacer su voluntad divina y que les mostrara su misericordia; porque la carne y la sangre y la imaginación humana no era lo que les impulsaba. Bien sabían lo que tendrían que sufrir y aguantar por causa de ello.
Después de la oración Jorge Cajacob se levantó y le pidió a Conrado Grebel que por amor de Dios le bautizara con un bautismo cristiano verdadero, como consecuencia de su fe y su confesión. Y ya que estaba de rodillas, rogándole con un deseo tan conmovedor, Conrado le bautizó, porque no había presente ningún ministro ordenado para hacer tal cosa. Una vez hecho esto, los demás de la misma manera rogaron a Jorge que les bautizara, lo cual hizo porque se lo pedían. Así con gran temor de Dios se encomendaron unos a otros al Nombre del Señor, se reconocieron mutuamente como ministros del Evangelio, y empezaron a predicar y guardar la fe.De este modo comenzó la separación del mundo y sus obras perversas.
Observemos: (a) Si la narración que nos ha llegado es fiel al espíritu de la ocasión, esto no fue algo premeditado ni preparado, sino una respuesta sorprendente del Espíritu ante el clamor y la angustia que estaban pasando. El Espíritu desbloqueaba así la situación al inspirar una medida tan radical que ya no podían volver atrás. (b) Al decir el relato que «no había nadie presente ordenado para bautizar», observamos que estaban rechazando también el sacerdocio católico, ya que la mayoría de los presentes eran curas. Es que de verdad consideraban que con el bautismo empezaban de cero. (c) El bautismo no fue por inmersión; fueron los bautistas ingleses un siglo más tarde los que restaurarían la forma del bautismo.
El resultado fue una iglesia alternativa
El resultado fue una iglesia alternativa. Grebel y sus amigos se lanzaron inmediatamente a una actividad frenética. En los días sucesivos fueron por la ciudad y la comarca bautizando a los que ya desde antes simpatizaban con ellos y a otros muchos que convencían.
Les valía cualquier pedazo de pan y cualquier vaso de vino que encontraban en la cocina, para tomar la comunión por las casas, en los graneros y en el campo abierto. A todo esto —y para situarnos en el tiempo— tanto Lutero como Zuinglio seguían celebrando la misa según el rito católico; por lo que este grupo constituyó la primera y más antigua de las iglesias reformadas. El movimiento se extendió rápidamente a algunos de los cantones vecinos y a la frontera austríaca. En el pueblo austríaco fronterizo de Waldschut, por poner un ejemplo, para Semana Santa de 1525 la mayoría de la parroquia se había bautizado, siguiendo la enseñanza de su cura, Baltasar Hubmaier. Posteriormente Hubmaier tuvo que huir, pero no sin antes dejar varias obras escritas, entre las que figura un importante tratado sobre el bautismo.
2. El Acuerdo de Schleitheim (1527) La persecución y las dificultades no se hicieron esperar. Hacia principios de 1527 el movimiento anabaptista se veía amenazado con la desintegración. El joven y más prometedor líder, Conrado Grebel, había muerto de una enfermedad poco después de su bautismo. A Félix Manz le habían ahogado en el río (lo cual demuestra que los protestantes suizos tenían sentido de humor: «Ya que te gusta el agua… ¡Toma!»). Jorge Blaurock y Baltasar Hubmaier habían salvado la vida con el exilio. Los demás líderes estaban bajo orden de busca y captura.
Luego estaban los excesos y desequilibrios. Los anabaptistas gozaban de muchos simpatizantes, pero pocos estaban dispuestos a jugarse el tipo. Al otro extremo se encontraban los que, fanatizados por la persecución, decían recibir visiones y profecías alocadas, o extremaban el rigor en la conducta exigida o, todo lo contrario, se declaraban libres en el Espíritu para vivir en toda suerte de pecados y abominaciones. Así las cosas, se celebró en un pueblito suizo llamado Schleitheim, una reunión que resultó providencial. No se sabe quién convocó la reunión, ni quiénes asistieron. Parece ser que los líderes allí reunidos venían con puntos de vista muy diversos sobre una cantidad de temas, reflejando la confusión que imperaba en el movimiento en general. Pero, al igual que había sucedido aquella noche de los primeros bautismo en casa de Félix Manz, fueron tocados poderosamente por el Espíritu Santo. Entonces encargaron a un tal Miguel Sattler (antes prior de un importante monasterio benedictino) que redactara lo que habían sacado en limpio del encuentro. Sattler escribió una carta de presentación para los siete artículos del acuerdo, donde pone:
Amados hermanos y hermanas, nosotros que nos hemos reunido en el Señor en Schleitheim del Randen anunciamos (...) a todos los que aman a Dios, que en cuanto a nosotros respecta, Dios nos ha unido para que nos mantengamos firmes en el Señor como hijos de Dios obedientes, hijos e hijas, quienes nos hemos apartado (...) del mundo en todo lo que hacemos y dejamos de hacer. Además (la alabanza y la gloria sean sólo para Dios) ningún hermano se muestra en desacuerdo con esta unidad, sino que nos hallamos todos en completa paz. En esto hemos sentido la unidad del Padre y de nuestro Cristo común, hechos presentes con nosotros por medio de su Espíritu. Porque el Señor es Señor de paz y no de contiendas, como indica Pablo.
Los siete artículos en los que el Espíritu les había unido, son los siguientes:
(1) El bautismo. Sólo ha de administrarse a los que creen.
(2) La separación de los que caen en el error o el pecado. Aquí sencillamente siguen las instrucciones de Mat. 18.
(3) El partimiento del pan. Aquí defienden lo que se conoce como «comunión cerrada», o sea que sólo pueden participar los que son miembros comprometidos de la comunidad y viven en santidad.
(4) Apartarse de todo tipo de pecado, maldad, idolatría y abominación. Los pecados proscritos incluyen el frecuentar los bares y las iglesias, y el empleo de armas incluso en defensa propia.
(5) Los pastores. Sobre ellos se dice que deben gozar de buena reputación dentro y fuera de la comunidad. Y que cuando uno es conducido a la cruz (o sea cuando muere mártir), esa misma hora ha de ordenarse otro, con el fin de impedir la destrucción de la comunidad.
(6) La espada: La espada ha sido ordenada por Dios para las autoridades civiles, pero fuera de la perfección de Cristo. En la perfección de Cristo sólo se emplea la separación. Así como Cristo no permitió que le hicieran rey, el cristiano evitará servir como magistrado; el magistrado emplea las armas de la carne, pero el cristiano las del Espíritu. Por todos estos motivos el cristiano no puede portar armas en defensa del orden y de la sociedad.
(7) El juramento. Aquí siguen las instrucciones de Jesucristo en el Sermón del Monte: El cristiano debe decir siempre la verdad y nunca jurar. Miguel Sattler selló su fe con el martirio en mayo de 1527, tres meses después de esta reunión.
B. El anabaptismo en Europa central.
1. Algunas figuras señeras Hans Denk († 1527). Una de sus cualidades más destacadas fue su espíritu pacífico; detestaba la cerrazón con la que cada cual, tanto los Reformadores oficiales como sus propios colegas anabaptistas, se encerraban en sus cuatro doctrinas predilectas. Fiel sucesor de la corriente mística medieval, Denk prefería antes que nada hablar del amor de Dios. Era éste el tema que de verdad le apasionaba. En cuanto a las Escrituras, no compartía la convicción reformada (compartida también por muchos anabaptistas) de que con la Biblia sola se bastaban. Le parecía que tan importante como las Escrituras, e indispensable para comprenderlas, es el Espíritu de Cristo. Denk insistía que Dios se sigue comunicando con el ser humano mediante su presencia y su amor, que no solamente por medio de la Biblia. Otra de sus convicciones inamovibles era la que expresa su frase más famosa: «Nadie puede conocer de verdad a Cristo a no ser que le siga en la vida». Pilgram Marpeck († 1556). Fue un ingeniero hidráulico de capacidad excepcional. Fue tan solicitado como ingeniero que se salvó del martirio a pesar de que de todos era conocida su defensa del anabaptismo. Después de Menno Simons, Marpeck es el pensador anabaptista del Siglo XVI que más obras escritas nos ha dejado. Lo más destacable de su pensamiento tiene que ver con el lugar del Antiguo Testamento en el pensamiento cristiano. Para los Reformadores de Estrasburgo, por ejemplo, la Biblia era toda de una pieza; gozaba de la misma autoridad el ejemplo de los reyes David y Salomón, que el de Jesucristo. De ahí justificaban toda una manera de entender la sociedad cristiana y la relación entre la iglesia y el estado. Marpeck veía la relación entre los testamentos como una de promesa y cumplimiento. Hablaba de dos pactos en la Biblia: el antiguo, de esclavitud; el nuevo, de libertad. El pacto antiguo obliga a obedecer por la fuerza; el pacto nuevo deja en libertad para obedecer voluntariamente. De esto se desprenden consecuencias prácticas respecto a la tentación por el legalismo en la vida cristiana, respecto a la naturaleza voluntaria de la iglesia, respecto en última instancia a la libertad de conciencia y la libertad religiosa. Hans Hut († 1527). Evangelizador fogoso, se calcula que en tan sólo dos años de ministerio antes de morir mártir, produjo más convertidos que el total de todos los demás anabaptistas. En tres aspectos la prédica de Hut eran bastante distinta a la de los Hermanos Suizos. (1) Era enorme su fascinación con el regreso de Cristo. Se dice que llegó a precisar la fecha para ello: Pentecostés de 1528. Sabemos que Denk le aconsejó que se moderara en este tema. (2)
Predicaba una identificación mística con los sufrimientos de Cristo, que de alguna manera hacía del cristiano un partícipe de la obra redentora de los padecimientos del Señor. Aunque los demás anabaptistas esperaban el sufrimiento como consecuencia natural de seguir a Cristo, negaban que este sufrimiento contribuyera a la salvación. (3) Hut predicaba un mensaje radical acerca de compartir los bienes materiales. Aunque este mensaje era típico de todos los anabaptistas, en Hut era una columna central del mensaje. En su juicio se le acusó de promocionar una revolución comunista, cosa que él negó; aunque también es cierto que no medía sus palabras y algunas personas parecen haberse llevado esta impresión cuando le escuchaban.
2. Los Huteritas La incomprensión y persecución a que fueron sometidos los anabaptistas en todas partes hacía natural la emigración hacia las tierras que se mostraran algo más tolerantes. Tal fue el caso de Moravia, donde fueron a parar varios miles de suizos, alemanes y especialmente austríacos. La persecución en Austria fue especialmente severa. El archiduque Fernando llegó a establecer un cuerpo especial, los Täuferjäger o «cazadores de bautizadores» con la misión de recorrer el país espiando e investigando, cazando y dando muerte a los anabaptistas como si se tratara de alimañas. Aunque el archiduque Fernando era también soberano de Moravia, la nobleza morava no hacía mucho caso de Viena. Así es como muchos nobles moravos aceptaron la presencia pacífica de inmigrantes anabaptistas en sus tierras.
Una mujer anabautista conducida a su ejecución. Grabado de Jan Luyken
El primer centro anabaptista en Moravia fue Nicolsburgo. Se calcula que en 1527 vivían unos 12.000 anabaptistas allí. Entre ellos se hallaba Baltasar Hubmaier, el sacerdote del pueblito austríaco de Waldschut que había (re-)bautizado a casi toda su parroquia antes de darse a la fuga. A principios de 1527 surge un desacuerdo entre los anabaptistas sobre el tema de si pagar los impuestos militares para defender a Austria del avance turco. Hubmaier siempre había sido de la opinión de que Dios ha establecido las autoridades civiles para mantener el orden y que el cristiano debía pagar sus impuestos sin escrúpulos. A todo esto llega Hans Hut con un grupo de refugiados. Como ya hemos mencionado, Hut pensaba que se acercaba el cataclismo final de la historia humana. Él estaba seguro que Dios iba a usar a los turcos para castigar a una Europa apóstata. En su opinión apoyar al gobierno en su defensa contra los turcos era luchar contra los propósitos de Dios.
Con el debate entre Hubmaier y Hut los anabaptistas de Nicolsburgo se dividieron entre «los de la espada» y «los del cayado». «Los del cayado», además de insistir en un pacifismo radical e indefenso, empezaron a predicar que era necesario compartirlo todo en comunidad de bienes. Decían por ejemplo que si un noble se convertía y se bautizaba debía renunciar a sus títulos y poner sus tierras en común con los hermanos. Poco después Hut fue arrestado y muerto en Augsburgo. Hubmaier también fue arrestado y conducido a Viena, donde ardió en la hoguera. Su mujer fue ahogada también.
Con la muerte de Hubmaier la facción de «los de la espada» se acabó desvaneciendo. Sin embargo «los del cayado» decidieron emigrar al pueblito de Austerlitz, también en Moravia, donde se les prometía tolerancia. Al salir de Nicolsburgo estos refugiados, unos doscientos adultos, echaron todos sus objetos de valor sobre una manta, con el objeto de poder atender así a las necesidades de todos durante el viaje. Aunque inicialmente esta fue una medida de emergencia, decidieron seguir teniéndolo todo en común. Pero la realidad de la vida con comunidad de bienes resultó no ser tan maravillosa como lo pintaba el idealismo. El grupo se dividió.
En 1533 llegó un tal Jacobo Hutter, a la cabeza de un contingente fuerte de refugiados tiroleses. Hutter fue el líder necesario para organizar la convivencia en comunidad de vida de tal manera que se solucionaron los problemas. En sólo dos años dotó a la comunidad con unas estructuras tan sabias y estables que permanecen hasta hoy. Sin embargo la persecución arreciaba y temiendo por la vida de su líder, los hermanos le aconsejaron que volviera al Tirol. Allí él y su mujer fueron sorprendidos por las autoridades una noche, en casa de unos amigos. A pesar del martirio inoportuno de Hutter, su influencia fue tal que hasta hoy existen comunidades que se llaman a sí mismos «Hermanos Hutterianos», o huteritas.
C. El Anabaptismo en los Países Bajos 1. Melchor Hoffman Hoffman parece haber sido la conexión entre los brotes anabaptistas de Suiza y el sur de Alemania, y los de Holanda y el norte de Alemania. Empezó su carrera como predicador luterano con cierto éxito en Suecia, Dinamarca y el norte de Alemania. Pero sus ideas fueron evolucionando, primero hacia Zuinglio, luego hacia el anabaptismo, a la vez que se radicalizaba su interpretación de las profecías de Daniel y del Apocalipsis de Juan. Parece haberse convencido de que el fin del mundo llegaría en 1533. En 1530, habiendo adoptado definitivamente el anabaptismo en Estrasburgo, empezó un ministerio de evangelizador itinerante en el norte de Alemania y los Países Bajos. En la ciudad alemana de Münster sucedió el episodio más oscuro del anabaptismo del siglo XVI
En 1533, de vuelta en Estrasburgo, escribió una carta al Concejo explicando que el reino de Dios había llegado por fin y tendría su comienzo precisamente en Estrasburgo, después de una terrible matanza de hombres impíos. El Concejo respondió metiéndole en la cárcel. Hoffman, que era un pacifista convencido, agradeció con emoción el arresto, puesto que con su arresto empezaban a cumplirse sus profecías. Murió en la cárcel 10 años más tarde. 2.El fanatismo de Münster Mientras tanto las ideas apocalípticas de Hoffman habían prendido fuego en el polvorín que era el norte de Alemania y los Países Bajos, dando lugar en la ciudad alemana de Münster al episodio más oscuro del anabaptismo del Siglo XVI, episodio que los historiadores siempre han pintado como típico del anabaptismo. II. El legado de los anabaptistas Esbozamos a continuación cuatro ejemplos de cómo nos puede inspirar el ejemplo de los anabaptistas del Siglo XVI, frente al reto que nos espera en el Siglo XXI. A. Hermenéutica cristocéntrica Las tradiciones hermenéuticas de las grandes iglesias mayoritarias han tratado con ligereza insultante el pensamiento de Jesús. Y han podido hacer esto porque su concepto de inspiración de la Biblia —y su manera resultante de interpretar la Biblia— otorgan el mismo valor a todos y cada uno de los pasajes bíblicos. El rigor intelectual y la profundidad espiritual con que pensadores como Pilgram Marpeck pudieron desarrollar las consecuencias de que la Biblia está compuesta por dos testamentos, sigue siendo necesaria hoy. La Biblia no tiene toda ella el mismo mensaje. Hay porciones que han sido claramente superadas. No tenían ni Abraham ni Moisés ni el rey David el mismo conocimiento íntimo de los propósitos de Dios que gozó el Hijo, Jesucristo. Esto es elemental. En la Carta a los Romanos Pablo expone cuidadosamente sus reflexiones acerca de las limitaciones de la Ley. Sin embargo sigue siendo asignatura pendiente para el grueso del pensamiento cristiano examinar toda la revelación bíblica a la luz de Jesús de Nazaret, el Hijo, aquel a quien Juan llama logos, o sea Palabra de Dios por excelencia. Las consecuencias de basar nuestra enseñanza en las palabras de Jesús de Nazaret son eminentemente prácticas. Jesús nunca nos dejará conformarnos con una mera «sana doctrina». Jesús exige de nosotros más bien una «sana conducta» basada en el amor al prójimo y la solidaridad con los que sufren. B. Eclesiología miniaturizada y personalizada La clandestinidad en la que se vio forzado a existir el anabaptismo tuvo consecuencias prácticas en su estilo de ser iglesia. Marcó profundamente su manera de entender qué es la iglesia. El anabaptismo se propagó a base de predicadores itinerantes y grupos caseros. Gran parte de su idealismo acerca de la naturaleza de la iglesia como comunidad, como familia marcada por un amor fraternal íntimo y personal, sólo se explica comprendiendo esta dinámica. La persecución no sólo les obligaba a propagarse mediante pequeñas células clandestinas, sino también a jugarse la vida unos por otros. Cuando la traición podía resultar en la muerte de hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, la confianza mutua exigida para algo tan sencillo como asistir a una reunión, raya en lo incomprensible. La solidez del pacto fraternal que les unía tenía que ser inconmovible.
Hoy los que estudian nuestra sociedad nos hablan de la soledad abrumadora en que vive la mayoría de la gente. Cada ser humano ha llegado a ser una isla, un barco en un inmenso mar que muy de vez en cuando halla un encuentro real con el prójimo. Los que estudian el crecimiento de las iglesias nos cuentan que todas las iglesias que crecen, o bien son muy pequeñas o tienen grupos pequeños, grupos íntimos y personales que suplen esta necesidad acuciante para nuestra sociedad. No cabe duda de que siempre seguirá habiendo lugar para cultos multitudinarios que toman la forma de grandes espectáculos musicales. Pero si de verdad queremos cambiar el mundo, el modelo a seguir vuelve a ser el que descubrieron los anabaptistas: La iglesia como pequeñas células de hermanos y hermanas comprometidos hasta la mismísima muerte.
C. No violencia La humanidad necesita imperiosamente rehabilitarse de su adicción a la violencia. Y no deja de sorprender que en las circunstancias sociopolíticas muy especiales del Siglo XVI, hubiera surgido un movimiento como el anabaptista con ideas tan claras al respecto. Motivos para recurrir a la violencia no faltaban en la Europa central del XVI. Por una parte existía la presión por defender a la Europa cristiana de los avances turcos. Bien es cierto que en la Península Ibérica los cristianos acababan de echar a los moros. Sin embargo en Europa central la civilización cristiana nunca se había visto tan amenazada como ahora por el peligro turco, que desde su base sólida en Estambul, la antigua Constantinopla, subía por los Balcanes. Habiéndose tragado el imperio cristiano oriental, los turcos ahora batían contra las puertas del imperio austríaco.
Pero al que no le convenciera el llamado a defender la civilización cristiana, bien le podía apelar el llamado a la revolución de los campesinos contra la opresión feudal. Tomás Munzer, que había empezado colaborando con Lutero, optó al final por soliviantar a los campesinos con una prédica al estilo de algunos teólogos de la liberación marxistas. Y ya hemos descrito la debacle de la Nueva Jerusalén proclamada por fanáticos anabaptistas en la ciudad de Münster. ¿De dónde sacan entonces otros anabaptistas ideas tan claras como para jugarse la vida a favor de la objeción de conciencia contra las guerras, contra la pena capital y toda suerte de violencias supuestamente justificadas? Del mismo sitio donde ya habían recogido ideas similares Pedro Valdés y sus seguidores en el Siglo XII, Francisco de Asís y sus seguidores en el Siglo XIII, o Pedro de Chelcicky y sus seguidores checos en el Siglo XV. Nada más y nada menos que del evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Hoy, finalizado ya el siglo más bélico, cruel y violento de toda la historia de la humanidad, hace falta recuperar la claridad espiritual que mostraron aquellos cristianos del pasado. Hace falta declarar otra vez, inequívocamente, que la destrucción de la vida humana nunca se justifica. Y que quienquiera mantenga lo contrario sencillamente no ha comprendido el evangelio.
Pluralismo Por último, recojo con la perspectiva que nos otorga el paso de los siglos, una observación basada en la multiforme variedad que prodigó el movimiento anabaptista del Siglo XVI. Lógicamente, muchos pensadores menonitas al examinar el movimiento anabaptista del que procedemos nos acabamos alarmando ante algunas de las ideas fanáticas y extremistas de algunos anabaptistas. Puesto que para ser anabaptista lo único que hacía falta era defender el bautismo de adultos en lugar de niños, cualquier loco podía resultar ser anabaptista. Hay que recordar que la palabra «anabaptista» era el peor insulto posible en aquella era. Despertaba la mezcla de horror y odio que siempre despiertan los que cuestionan las mismísimas bases de la sociedad.
Los anabaptistas mismos, especialmente aquellos que se ceñían cuidadosamente a las Escrituras y al ejemplo de Jesucristo, veían esta diversidad como algo negativo. Es mayor el porcentaje de los escritos de Menno que atacan extremismos y fanatismos anabaptistas, que los que defienden contra errores en el catolicismo o en los Reformadores del protestantismo oficial.
El cristianismo vivo y dinámico que requerirá el siglo XXI tendrá que ser, como lo fue el anabaptismo, un movimiento.
Sin embargo el Siglo XXI va a requerir un cristianismo que abrace la riqueza que sólo se puede hallar en la diversidad. Los legalismos siempre acaban siendo más peligrosos que el desorden. Mal que nos pese, el cristianismo vivo y dinámico que requerirá el Siglo XXI tendrá que ser, como lo fue el anbaptismo, un movimiento. No una institución centralizada.Tendrá que gozar de una flexibilidad ejemplar para adaptarse a una sociedad que huye del conformismo y la uniformidad.
El mundo que nos aguarda en este nuevo siglo requiere cristianos que se dediquen con sencillez a seguir a Jesús de Nazaret. Cristianos que en lugar de combatir contra aquellos con los que no estén de acuerdo, puedan dar con sus vidas ejemplos de santidad, justicia, amor, mansedumbre, fe, gozo y paz en un mundo que se debate entre la vida y la muerte.
Algunos elementos sobresalientes de la fe anabaptista La lista a continuación no pretende ser una descripción exhaustiva de las convicciones anabaptistas. Tan sólo se trata de algunos elementos resaltados por su enorme potencial para orientar una visión de trabajo para el futuro de auellas iglesias cristianas en España que desean construir sobre este legado.
A.Estilo de vida cristiana:seguir a Cristo
Espiritualidad personal, devoción sentida (derivada del misticismo medieval)
Discipulado y disciplina: santidad y moral personal (derivado de las corrientes más severas del monaquismo medieval)
Ética de amor indefenso: objeción de conciencia, no violencia.
B. Eclesiología:separación del mundo
Comunidad de hermanos y hermanas: La iglesia es «libre» en 2 sentidos:
participación voluntaria;
independencia del Estado.
Solidaridad en necesidades materiales (llegando en algunos grupos a poner en común sus posesiones).
Inconformismo con el mundo; conformismo con las reglas de la comunidad (nótese otra vez cierta influencia del monaquismo).
Células pequeñas, íntimas, de compromiso hasta la muerte (por persecución y clandestinidad). Casi siempre carecían de estructuras más allá de la célula local (salvo predicadores itinerantes).
Visión por la evangelización de un mundo perdido (celo compartido con católicos españoles y portugueses: los protestantes del Siglo XVI no mostraron ningún interés en este tema).
Sectarismo: certeza de poseer la verdad que ningún otro poseía.
C.Hermenéutica:el lugar de la Biblia en la iglesia
Apego radical a la Biblia: ni credos ni papas ni concilios ni teólogos universitarios, sino la Biblia leída por ellos mismos, frecuentemente campesinos sencillos.
El lugar para estudio bíblico que pueda valer como autoridad: la comunidad de fieles (no la universidad).
El principio cristológico en la lectura bíblica. Marpeck: la relación entre los testamentos es de promesa y cumplimiento. Conocer a Jesús modifica todo lo demás: él determina nuestra aplicación de todo el texto bíblico.
D.Pluralismo Este pluralismo no es un ideal que ellos mantuvieran. Muchos grupos anabaptistas tenían una mentalidad extremadamente sectaria: se creían los únicos poseedores de la verdad cristiana. Sin embargo, la realidad del anabaptismo del Siglo XVI es una de impresionante variedad, desde las comunidades de bienes de los huteritas, pasando por los revolucionarios apocalípticos de Münster, hasta el pacifismo evangélico de Menno. Las clases sociales inferiores de aquella región estaban tan oprimidas y vivían en tal desesperación que el mensaje del regreso de Cristo en 1533 fue recibido con alborozo alocado por las masas populares. Cuando Hoffman fue arrestado, un tal Jan Matthys se declaró su sucesor y envió 12 apóstoles para que recorrieran la tierra de dos en dos. Una de estas parejas apostólicas descubrió que en la ciudad de Münster los pastores protestantes confirmaban las profecías del fin del mundo e invitaban a Matthys a la ciudad. Hoffman había declarado que la Nueva Jerusalén sería Estrasburgo; ahora Matthys recibió una nueva revelación en la que se anunciaba que la Nueva Jerusalén sería Münster, y que la ciudad debía armarse para la batalla final. A Münster empezaron a acudir entonces grandes números de anabaptistas fanatizados. El obispo católico de Münster, que era también el soberano de la ciudad, asedió la ciudad con la ayuda de varios príncipes alemanes y con la intención de arrebatársela a los anabaptistas. Matthys pereció en una escaramuza, pero le sucedió Jan de Leiden, que declaró ser el nuevo Rey David e instituyó la poligamia, a la vez que gobernaba la ciudad con mano de hierro en nombre del Señor. Por fin, después de un asedio prolongado, cayó la ciudad ante las fuerzas del obispo. El Rey de la Nueva Jerusalén, junto con sus dos lugartenientes, fueron exhibidos públicamente en jaulas de hierro y luego ejecutados con crueldad ejemplar. Las jaulas todavía se pueden ver en la torre de una de las iglesias de Münster.
3. Menno Simons (1496-1561) El holandés Menno era un típico sacerdote alegre y despreocupado, cuyo pasatiempo predilecto era una buena partida de cartas y unas copitas de vino. Pero se halló con que le asaltaban las dudas acerca de la transubstanciación cuando consagraba el pan y el vino en la eucaristía. Cuando ni la confesión ni la oración le ayudaron a vencer sus dudas, decidió estudiar la Biblia al respecto, con el resultado lógico de que se convenció de que la Iglesia Católica erraba en este tema. Poco después se enteró de que en un pueblo vecino habían tenido que ejecutar a un vecino por rebautizarse. Esta vez Menno fue directamente a las Escrituras, donde no halló ni una palabra a favor del bautismo infantil. Preocupado al ver adonde le conducían sus ideas, decidió leer a los reformadores protestantes, pero halló que en su defensa del bautismo infantil no empleaban la Biblia. De todas maneras sus dudas no impidieron que fuera ascendido a párroco de Witmarsum, su pueblo natal. Sin embargo esa vida doble entre sus convicciones y su sacerdocio católico no podía durar. Trescientos anabaptistas fanáticos y violentos, que simpatizaban con los rebeldes de Münster, tomaron un monasterio cercano a Witmarsum. En la batalla posterior hubo muchísimas muertes, entre ellas la de un tal Pedro Simons, probablemente hermano de Menno. Este evento aguijoneó la conciencia de Menno, que se dio cuenta de que los anabaptistas eran como ovejas sin pastor; en muchas cosas tan en lo cierto, y en otras presa tan fácil para embusteros y embaucadores. El 30 de enero de 1536 anunció a su parroquia sus convicciones anabaptistas pacifistas, tras lo cual pasó a la clandestinidad.
Menno, luchador infatigable en defensa de un anabaptismo rigurosamente bíblico, defendió el anabaptismo de enemigos externos e internos.
Pasó entonces un año estudiando las Escrituras, al cabo de lo cual se le presentó una delegación de líderes anabaptistas, que le rogó aceptara ser nombrado ministro y anciano. Menno se lo pensó largamente, pero por fin consintió. Los próximos 25 años, Menno fue un luchador infatigable en defensa de un anabaptismo rigurosamente bíblico. Defendió el anabaptismo de enemigos externos e internos con una impresionante producción literaria, y viajó por toda la zona desde Bélgica hasta Dinamarca y el norte de Polonia, alentando a los hermanos y ayudándoles a organizar su vida ordenadamente como comunidades cristianas. Casi se podría decir que donde no paró Menno, el anabaptismo norteño no echó raíces. A pesar de los 100 florines de oro que se ofrecían por su cabeza, Menno fue uno de los pocos dirigentes anabaptistas de su generación que murió en su propia cama, ya anciano. Su mujer y dos de sus tres hijos no habían podido sobrevivir la dureza de la vida de prófugos.
D. Persecución Ya hemos mencionado en varias ocasiones la intensidad y crueldad de la persecución. Como nos hemos referido muy especialmente de los dirigentes varones del anabaptismo, sólo es justo que hagamos ahora mención especial de las muchas hermanas que pagaron el precio por su fe con vidas de exilio, huidas y marchas forzadas con niños pequeños. Hermanas que perdieron embarazos e hijos pequeños por las condiciones de refugiadas en las que vivían. Hermanas que vivieron la angustiosa preocupación de saber que sus maridos iban por ahí predicando el evangelio, jugándose la vida. Y luego, por supuesto, muchas hermanas defendieron su fe con heroísmo mediante el martirio.
Veamos, como botón de muestra, un extracto del relato sobre una de estas hermanas, recogido en el gran martirologio menonita titulado "El reflejo de los mártires": «Maeykens Wens y algunas de sus compañeras en la fe, quemadas por el testimonio de Jesucristo en Amberes, 1573» Una mujer piadosa llamada Maeykens Wens, era mujer del fiel ministro de la iglesia de Dios llamado Mateo Wens, de profesión albañil. En el mes de abril de 1573 ella y algunas compañeras de la fe fueron aprehendidas en Amberes, y encerradas en la cárcel más dura del la ciudad. Entonces los eclesiásticos la sometieron a mucho conflicto y tentación, intentando apartarla de la fe. Pero cuando de ninguna manera, ni siquiera con las torturas más severas, pudieron obligarla a apartarse de su fe, el día 5 de octubre de 1573 fue leída su sentencia. Ella y sus compañeras, que también se habían mantenido en la fe, serían quemadas públicamente como herejes hasta que no quedara más que las cenizas. [Esta sentencia se ejecutó el día siguiente.] El hijo mayor de Maeykens, llamado Adrián, tenía unos 15 años, y no pudo resistir el deseo de ver la ejecución. Cogió en brazos a su hermanito de tres años, llamado Juan, y se subió a un banco en la plaza, no lejos de donde estaban preparadas las estacas, para contemplar la muerte de su madre. Pero cuando la trajeron y la ataron a la estaca, Adrián se desmayó y se cayó al suelo, donde permaneció inconsciente hasta que su madre y las demás ya habían ardido. Después, cuando la gente se hubo marchado, al recobrar el conocimiento, fue al lugar donde habían quemado a su madre y hurgó entre las cenizas. Encontró el tornillo con el que le habían sujetado la lengua y se lo quedó como recuerdo de su madre.
Los mártires solían testificar, cantar y alabar a Dios, causando entre el pueblo una impresión contraria a los intereses de las autoridades.
[Aclaración: Era muy frecuente el recurso de sujetar la lengua de los mártires con una especie de gato a rosca. De lo contrario los mártires solían testificar, cantar y alabar a Dios, causando entre el pueblo una impresión contraria a los intereses de las autoridades.]
«Ultima carta de Maeykens Wens a su hijo Adrián» O mi querido hijo, aunque ahora aquí te sea quitada tu madre, esfuérzate desde tu juventud en el temor a Dios para que la puedas recibir otra vez arriba, en la Nueva Jerusalén, donde nunca más habrá separación. Mi querido hijo, espero ahora ir delante tuyo; sígueme así como que valoras tu propia alma, porque aparte de este no hay otro camino a la salvación. Ahora te encomiendo al Señor, que te guarde. Confío en el Señor que él lo hará, si tú le buscas. Amaos unos a otros todos los días de vuestra vida; coge en brazos a Juanito por mí de vez en cuando. Y si vuestro padre también os es arrebatado, cuidaos unos a los otros. El Señor os guarde a todos. Mis queridos hijitos, daos unos a otros un beso por mí, para recordarme. Adiós mis queridos hijos, cada uno. Mi querido hijo, no temas este sufrimiento; no es nada en comparación con aquello que permanece para siempre. El Señor quita todo temor; yo no sabía qué hacer, fue tan inmenso el gozo que sentí cuando me sentenciaron. Por tanto no dejes de temer a Dios, por causa de esta muerte pasajera; no puedo expresar mi gratitud a Dios por la gracia que me ha mostrado. Adiós una vez más, mi querido hijo Adrián; siempre se bueno, te pido, con tu padre todos los días de tu vida, y no le des preocupaciones; esto os pido a todos, porque lo que pongo para el mayor va también para el menor. Ahora os encomiendo una vez más al Señor. He escrito esto después de oir mi sentencia a muerte por el testimonio de Jesucristo, el día 5 de octubre de 1573.
Dionisio Byler
nació en Argentina de padres misioneros. Reside y sirve en España. Graduٕó del Goshen College y del Associated Mennonite Biblical Seminary. Es profesor del Seminario Unido de Teología en Madrid. Líder de las iglesias Menonita y de Hermanos en Cristo en España. Pastor y autor prolífico, con varios libros y artículos.