EMOCIONES DE LA CREACIÓN
OSVALDO L. MOTTESI
Desde el mediodía y hasta la media tarde toda la tierra quedó en oscuridad. Como a las tres de la tarde, Jesús gritó con fuerza: — Elí, Elí, ¿lama sabactani? (que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado”).
Cuando lo oyeron, algunos de los que estaban allí dijeron: —Está llamando a Elías. Al instante uno de ellos corrió en busca de una esponja. La empapó en vinagre, la puso en una caña y se la ofreció a Jesús para que bebiera. Los demás decían: —Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo. Entonces Jesús volvió a gritar con fuerza, y entregó su espíritu. En ese momento la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló y se partieron las rocas. Se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron. Salieron de los sepulcros y, después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. Cuando el centurión y los que con él estaban custodiando a Jesús vieron el terremoto y todo lo que había sucedido, quedaron aterrados y exclamaron: — ¡Verdaderamente éste era el Hijo de Dios! Mateo 27:45-54. A través de la historia, los seres humanos hemos tratado de entender el universo. Quienes somos hombres y mujeres cristianos afirmamos que la Biblia es la Palabra de Dios. Por ello creemos en sus primeras palabras: “Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra”. (Gen 1:1). También afirmamos todo lo que sigue en ese primer capítulo del Génesis, que nos describe en majestuosa parábola toda la actividad creadora de Dios. Al final de la misma, dice la Biblia que: “Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno...”. (Gen 1:31a). Además, un poco más adelante en Génesis 2:4, aceptamos con fe y certeza cuando se reitera que: “Ésta es la historia de la creación de los cielos y la tierra”. Por lo anterior, los cristianos llamamos al universo, creación. Es decir, la obra de amor del único Dios, nuestro Señor. Comprendemos entonces que la creación, como su nombre lo asume, no es autónoma sino teónoma. Es decir, generada y administrada por Dios, nuestro creador. Afirmamos por esto que el universo no comenzó alguna vez, por accidente o lo que fuere, y que es totalmente independiente, soberano en sí mismo, sino que está bajo el control de Dios. Como la Biblia lo establece y ciencia lo comprobó y enseña, la creación o el universo, se rige por sus propias leyes. Toda esta realidad inconmensurable, en constante movimiento y cambio, desarrollo y expansión, tiene sus propias leyes que, de una vez y para siempre, Dios ha establecido en su acto creador. Y porque Dios es fiel a Sí Mismo, respeta las leyes que rigen a su creación. Habacuc, en medio de las crisis de su mundo, su pueblo, y él mismo, exclama: “...el Señor está en su santo templo; ¡guarde toda la tierra silencio en su presencia!” (Hab 2:20). Aquí el “santo templo” es el universo creado por el Señor. Dios está en control del mismo, pero respeta sus leyes. Somos invitadas y llamados pues, a “guardar silencio” es decir, reconocer su señorío universal, que no invade ni ignora las leyes de su creación. Muchas veces la creación se enoja, porque la humanidad la maltrata. De mil maneras ignoramos y vejamos a la creación. Entonces, sus reacciones son las propias de un organismo lleno de vida. Estas son las emociones negativas de la creación. Se expresan hoy en deshielos y desertificación, inundaciones y sequías, tsunamis y terremotos, tormentas y erupciones, y toda una gama de otras manifestaciones destructivas. Estas emociones negativas de la Madre Tierra, producen el sufrimiento de millones de seres humanos. Es entonces cuando nos preguntamos: ¿Dónde está Dios cuanto todo esto ocurre? La clara respuesta bíblica es que Dios, quien no es dictador caprichoso y variable, estaba, está y estará siempre en control de toda la creación, pero respetando las leyes que a la misma gobiernan. Son las irresponsabilidades humanas las que generan lo que aquí llamamos las emociones negativas de la creación. Aunque también, la creación expresa sus emociones positivas. Emociones de la creación es el tema que nos brinda el relato bíblico de esta ocasión. Por eso te invito a que, en el poder de tu fe y en la guía del Espíritu, abandones el lugar donde te encuentras. Abre bien grandes los ojos de tu alma, mientras lees lo que aquí describo. Permítete acompañar este relato en cada detalle, a través de una lectura realmente concentrada e inquisitiva. Esta narración tiene ahora algo especial para ti. Nuestra historia ocurre el viernes 14 del primer mes del calendario judío, el de Nisán, en la ciudad de Jerusalén, hace ya más de veinte siglos. La capital religiosa de Israel está llena de turistas. Han llegado desde los cuatro puntos cardinales, para participar de la Pascua judía. Esta, la más importante celebración político-religiosa nacional de Israel, está por culminar. Ha sido casi una semana de múltiples eventos, algunos inesperados como la visita de Jesús, y los hechos que su presencia y acciones han desatado. El Galileo se ha constituido en el personaje central de esos días en Jerusalén. Esta mañana, muy temprano, luego de una serie de idas y venidas trasnochadas, Jesús fue sentenciado a muerte de cruz. Se lo llevaron, cargando su propio madero, junto a otros dos penados al Calvario, lugar de ejecución. Muchos, mayormente seguidoras y simpatizantes de Jesús, han salido también hacia el Gólgota, acompañando a este grupo. Ya es casi el mediodía. En la ciudad, la gente continúa celebrando la Pascua. Están comenzando a acercarse al Templo. Se van reuniendo lentamente en la explanada. Es porque los sacerdotes celebrarán esa tarde, a la hora novena, la de la oración, la ceremonia de la gran ofrenda. Otras gentes van dejando la ciudad durante la mañana en dirección al monte Calvario. No es para un día campestre, pues el clima no es agradable. Primero fue una ventisca de arena cegando la visión y anunciando tormenta. Luego comenzó una llovizna persistente. De todas formas, se animan a subir a la colina. Sí a esa, la del Gólgota, la destinada a las ejecuciones en cruz. Se están agregando a quienes, desde temprano, acompañaron a los tres sentenciados y a los soldados, para ver las ejecuciones. Realmente, el clima no ayuda para nada. Aun así, la gente sigue llegando al monte. Cada quien desea no solo ver, sino también comprender lo que sucede. No imaginan lo que en pocos instantes comenzará a ocurrir. ¿Será algo realmente importante? ¡Claro que fue, es y será algo muy significativo! Es no solo presenciar la muerte de JesuCristo, el Señor del universo. Será también y nada menos, experimentar, en el mismo centro de la historia de la redención, las intensas emociones –milagrosas- de la creación. Allí JesuCristo, el unigénito del Padre, dará en pocas horas su vida por esta creación, incluidos tú y yo. Durante la muerte del unigénito Hijo de Dios, su creación emocionada se viste de luto, elimina fronteras, y preanuncia la vida nueva del Reino de Dios. Y como fruto de la Cruz, la humanidad encuentra en JesuCristo su salvación. La primera emoción de la creación es que ésta, entristecida, se viste de luto. Desde el mediodía y hasta la media tarde toda la tierra quedó en oscuridad. (45). Al mediodía, de golpe, ¡se hizo totalmente de noche! Nadie entiende lo que está pasando. Estaban ya muchos en la colina del Templo, del lado sur de Jerusalén, cuando oscureció. Al ver que la noche era aún más negra en el Gólgota, todos recordaron las ejecuciones de ese día. Pensando que allí algo especial estaba ocurriendo, un montón de gentes salieron para el Calvario. Ahora ya son cerca de las tres de la tarde. Al principio se creyó que la total oscuridad era un eclipse de sol, pero ¡es la luna llena de Pascua. Además, no podía ser, porque los eclipses duran solo pocos minutos. ¡Y esto ya lleva casi tres horas! Las sombras siguen cubriendo toda Jerusalén y sus alrededores. ¡Qué triste es todo esto! ¡Da ganas de volver a la ciudad! La densa oscuridad que nos envuelve en pleno día, hace aún más profundo el silencio aplastante. Los soldados, quienes en la mañana salieron de la ciudad llevando en cadenas a los sentenciados, gritando entre la multitud, abriéndose el paso a latigazos, se han tomado un descanso. Mientras los tres sentenciados mueren, en sus cruces, desnudos ante el mundo, ellos están entretenidos. Echan suertes sobre quien se lleva la túnica raída del Galileo. Sí, ese que cambiaron por Barrabás. Es el que está muriendo en el madero del centro. Le han puesto una corona de espinas en su cabeza. Sin dudas para mofarse, pues él mismo afirmó ser rey. Por eso también las palabras del letrero sobre su figura: “Este es Jesús nazareno, rey de los judíos”. De pronto el Maestro levanta al cielo su rostro, abre sus labios y con voz trémula pero muy serena dice: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Sus palabras sacuden ayer y hoy los corazones. ¡Ahora todo se aclara y entiende! Jesús, el de Nazaret, es el Hijo de Dios. Es nuestro Señor, muriendo por el pecado del mundo. Por eso la creación entera, entristecida, se viste de luto. Los elementos de todo el cosmos lloran la muerte sufriente de Jesús. Es el lugar y momento de la ofrenda sacrificial de Dios, quien entrega a su Hijo. La creación triste, desea también cubrir, esconder en las tinieblas tanto dolor y miseria. Las sombras intentan disimular la escena terrible del Calvario. Ningún padre o madre puede comprender, en toda su intensidad, lo que significa perder un hijo o hija, hasta que esto nos ocurre. Debe ser, sin duda, una experiencia terrible. Eso mismo ocurrió en el Calvario. El Padre no perdió sino, más grave y difícil aún, ofrendó a su Hijo por cada uno, cada una de todos nosotros. La Buena Noticia de Dios afirma y confirma hoy: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Jn 3:16. Las densas tinieblas, negra noche en el mediodía; es porque la creación se entristece y enluta, se duele y conduele con la ofrenda de su Creador, Sustentador y, ahora, nuestro Redentor. Eso, nada menos que eso, hizo Dios por ti y por mí. El Señor te lo dio todo. Solo espera que tú le entregues tu corazón. Quizás allí hay sombras hoy, como las de ayer en aquel monte. Quizás tu corazón sea un oscuro Calvario de dolor y frustración. Dios desea transformarlo en un nuevo corazón, iluminado con la luz gloriosa de la presencia de JesuCristo, Aquel que dijo: Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Jn 8:12. En el mismo momento en que JesuCristo entrega su vida preciosa, otra emoción de la creación produce, como un eco, algo extraordinario: “Entonces Jesús volvió a gritar con fuerza, y entregó su espíritu. En ese momento la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo” (50-51a). Al imperio de aquella exclamación vibrante, grito póstumo del Salvador, la creación emocionada se sacude milagrosamente toda desde sus entrañas y, del otro lado de la ciudad, allá en el lugar santísimo, en el corazón mismo del Templo, se rasga el velo. ¿Qué significa esto? Significa que: La creación emocionada, liberada, elimina fronteras. ¿Qué fronteras? Las que separaban lo celestial de lo terrenal, lo santo de lo pecador; lo espiritual de lo profano, lo religioso de lo secular, lo puro de lo impuro, la verdad de la mentira. Ningún moribundo puede dar un grito a gran voz, cuando las fuerzas ya casi lo han abandonado, menos aún, alguien crucificado. Jesús lo dio, lo cual de por sí es un verdadero milagro. No se conoce el contenido, las palabras de aquel grito potente que siguió al casi final ¡consumado es! Pero sin duda fue un vocear poderoso, exclamación de victoria universal. Era la declaración del triunfo pleno sobre el pecado, barrera que nos separaba del Creador. Tres horas estuvieron las gentes, nuestros representantes en aquel Calvario, blasfemando, insultando y burlándose del Hijo de Dios, hasta que el Padre dijo ¡Basta! Entonces, mientras la misma vida del Galileo se rasgaba de arriba hacia abajo, el pesado y grueso velo del templo también, de arriba abajo, se rasgó. Jesús murió a la hora de la oración vespertina. Era cuando los judíos fieles, tanto hombres como mujeres, se reunían en el atrio de las mujeres para orar. Mientras lo hacían, un sacerdote entraba en el templo para ofrecer el incienso. Te ruego que pienses ahora en aquel hombre llegando al lugar santo, al pequeño altar de oro, para realizar la ceremonia de cada tarde. Allí comienza a rociar incienso sobre el fuego del altar, y de pronto es obligado a caer de rodillas. Es que el piso ha comenzado a sacudirse bajo sus pies. Postrado de hinojos, doblegado por completo, contempla el gran velo de nueve por doce metros que, inmediatamente detrás de aquel altar, separa el lugar santo del santísimo. Era ése, espacio donde sólo el Sumo Sacerdote entraba una vez al año, en la fiesta de la expiación ¡Aquel velo inmenso, muy grueso y pesado, recargado de bordados y engarces, comienza a rasgarse -como un delgado tul- de arriba hacia abajo! ¡Gloria a Dios! Desde ese instante no es necesaria la mediación de ningún sacerdote para acercarnos al Padre. A través del sacrificio del Cordero perfecto de Dios, el pecado había dejado de separarnos del Creador. El Dios remoto se hacía cercano y compañero, amigo y accesible, para poder nosotros llevar a Él nuestra vida toda en comunión. Aquel velo era frontera cerrada, símbolo de la santidad de Dios, que hacía inaccesible su presencia a los hombres y mujeres pecadores. El rompimiento del velo significaba que la entrada de acceso a Dios quedaba abierta por la muerte redentora de Emmanuel. Es Dios -el del cielo, el de arriba- aterrizado, hecho uno de los nuestros, representándonos en la Cruz, y muriendo en ella, quien hace que -de arriba abajo- se rasgue la cortina religiosa. Como aquel antiguo velo, la humanidad toda de JesuCristo fue rasgada –de arriba abajo- por voluntad amorosa del Padre, para que podamos ser hechos sus hijos e hijas, y retornar a Él. Aquel velo rasgado representó la eliminación de fronteras y muros, cercas y barreras que nos separaban de Dios. Una puerta grande de acceso a nuestro Padre fue abierta en la Cruz, para quienes con fe y arrepentimiento le entregamos nuestra vida a JesuCristo. Él mismo hoy, desde el corazón de su evangelio nos afirma: “... yo soy la puerta de las ovejas... Yo soy la puerta; el que entre por esta puerta, que soy yo, será salvo. Se moverá con entera libertad, y hallará pastos” Jn 10: 7b; 9. No habrá más alambradas que saltar ni fronteras que profanar. Mucho menos muros que derribar. La puerta está abierta; se llama Jesús. Entrar por ella es ingresar al Reino de la libertad plena, y al alimento espiritual que sacia de verdad: los pastos nuevos, la dieta de la vida de Dios. En tercer lugar, la creación, conmovida, preanuncia la vida del Reino de Dios. El relato continua: “La tierra tembló y se partieron las rocas. Se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron. Salieron de los sepulcros y, después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos”. (51a-53). Con el grito final de JesuCristo, la creación emocionada se sacude, pues muere su creador, el autor y consumador de la vida. Fue como la misma convulsión emocional que nos sacudió y sacude, cuando muere nuestro padre o madre. Esta conmoción de la creación generó un terremoto realmente singular –milagroso- muy distinto a cualquier otro movimiento de la tierra. Fue tal su magnitud, que hasta las rocas milenarias se partieron; pero no se menciona que algún edificio, desde el Templo magnificente hasta la casa más pequeña, fuese dañado. Mucho menos, que alguien falleciera o fuese herido. ¡Tremendo y glorioso! Es un milagro del amor que simboliza la vida, por eso no trae aparejada ni destrucción ni muerte. Además y al mismo tiempo, aquel sismo hizo que muchas tumbas de hombres y mujeres de Dios se abrieran y sus muertos resucitaran. Aquellos sepulcros eran cavados en la roca viva y cubiertos con pesadas tapas de piedra labrada. ¡Qué espectáculo tremendo el de aquellas tumbas abiertas! Más aún, recién tres días después, luego de la resurrección del Señor, aquellos resucitados entraron en Jerusalén, y -nos lo imaginamos por obvio- dieron testimonio de su experiencia de vida recuperada. No sabemos más acerca de estos creyentes revividos. No se nos dice con quiénes y qué compartieron en la ciudad. El hecho que esperaran hasta la resurrección del Maestro para aparecer públicamente, nos inclina a pensar que lo hicieron para confirmar a las gentes que Él había vuelto a la vida. Probablemente fueron estos, junto con María Magdalena, las otras mujeres y los apóstoles, los primeros predicadores de la resurrección de JesuCristo. La creación emocionada y temblando, no solo expresa tristeza, sino una bendita esperanza. Es el glorioso preanuncio de la revolución de la vida nueva, que viene. Aquel terremoto es signo de la derrota de la paga del pecado humano, que es la muerte, y la victoria del amor divino, que es la vida. Preanuncia la existencia nueva, simbolizada por aquellos sepulcros vaciados por el terremoto, y también por la tumba deshabitada en el huerto de José de Arimatea; ésa que proclama la resurrección del Señor. Un predicador del siglo pasado, en un sermón de Semana Santa afirmó una gloriosa realidad. El dijo: “La tumba vacía de Jesús es la matriz generadora de una nueva humanidad”. ¡Tremenda verdad! Ese secpulcro vacío es la matriz fértil -como la de nuestras madres latinoamericanas- que ha generado una gloriosa explosión demográfica de ciudadanos y ciudadanas del Reino de Dios. Detonación revolucionaria, que jamás asustará a los sociólogos, pues significa el crecimiento demográfico de hombres y mujeres bendecidos por la vida de Dios, que viven para bendecir a sus iguales y a la creación. Como fruto final del drama de la cruz, tú y yo encontramos en JesuCristo nuestra salvación. “Cuando el centurión y los que con él estaban custodiando a Jesús vieron el terremoto y todo lo que había sucedido, quedaron aterrados y exclamaron: — ¡Verdaderamente éste era el Hijo de Dios!” (54). JesuCristo profetizó que cuando fuera clavado en la Cruz, atraería a muchos para sí. Esta sería una atracción irresistible. “Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo”. (Jn 12:32). Esta fascinación emocionada y reverente de atracción ante la Cruz, comenzó con aquel militar romano. Aquel líder de un regimiento de cien, “aterrado” como los demás presentes, confesó a JesuCristo como el Hijo de Dios, Gran Señor de la Cruz. El cumplimiento de esta misma experiencia en millones cautivados y transformadas a través de la historia por el magnetismo de la Cruz, es la confirmación redentora de la profecía de JesuCristo. A través del todo el Nuevo Testamento, el magnetismo de la Cruz ha sido enseñado en sus distintas dimensiones. Pablo destaca el magnetismo del amor de la Cruz, cuando afirma: “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”. (Ro 5:6-8). La cruz es la manifestación más plena del amor de Dios. Además, el testimonio de Jesús habla del magnetismo del perdón de la cruz. Sus palabras iniciales en el Calvario: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, son paradigma irreemplazable del perdón total y universal de Dios. La esencia misma de la cruz es el perdón. La gloriosa posibilidad de ser transformados por el perdón de nuestros pecados es posible, porque hay una cruz en el corazón de Dios. Además, el testimonio de Jesús habla del magnetismo del perdón de la cruz. Sus palabras iniciales en el Calvario: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, son paradigma irreemplazable del perdón total y universal de Dios. La esencia misma de la cruz es el perdón. La gloriosa posibilidad de ser transformados por el perdón de nuestros pecados es posible, porque hay una cruz en el corazón de Dios.
Nuevamente Pablo habla ahora, sin inhibición alguna, del magnetismo del poder redentor de la Cruz: “A la verdad no me avergüenzo del Evangelio, pues es poder de Dios, para la salvación de todos los que creen... ” (Ro 1:16a). Para el apóstol y nosotros, este es un poder divino (... de Dios...), benéfico (... para salvación...), y universal (... de todos los que creen...). En esta hora de poderes de todo origen, tipo y propósito desatados, se levanta el magnetismo del poder de la Cruz, como la única esperanza para nuestra humanización. El trágico problema humano es nuestra inhumanidad. Esta es fruto de los poderes que usamos y que nos usan. Todos ellos nos aplastan y deshumanizan, nos hacen horizontales, faltos de profundidad y verticalidad. Solo el poder de la Cruz puede retornarnos a una experiencia profunda y elevada de comunión con Dios. Solo es necesario dejarnos atraer por el magnetismo del amor, el perdón y el poder redentor de la Cruz. Allí siempre encontraremos, tú y yo, una nueva humanidad. Conclusión Las emociones de la creación nos han mostrado los que solemos llamar, milagros del Calvario. Milagros genuinos, porque sólo el verdadero amor produce verdaderos milagros. Estas emociones desean hoy inspirarnos a vivir el milagro mayor en nuestras vidas. Es lo que Jesús llama “nacer otra vez”. Renacer “para lo de arriba”, abandonar nuestra inhumanidad aplastante, dejarnos rehacer verticales por JesuCristo, comenzarlo todo de nuevo. Permite que tus tinieblas sean eliminadas por la Luz. El velo se rasgó ¡No lo sigas zurciendo, como si nada hubiera ocurrido! La tumba quedó vacía ¡La vida del Reino es también para ti! En esta posmodernidad descreída y claudicante; hora de indiferencias e irresponsabilidades sin cuento, haz tuya la afirmación del mejicano Amado Nervo, poeta y prosista del arte cristiano, en su canto al Dios creador: ¡TÚ! ¡Señor! ¡Señor! Tú antes, Tú después,
Tú en la inmensa hondura del vacío y en la hondura interior; Tú en la aurora que canta y en la noche que piensa; Tú en la flor de los cardos y en los cardos en flor. Tú en el cenit a un tiempo y en el nadir. Tú en todas las transfiguraciones y en todo padecer; Tú en la capilla fúnebre, Tú en la noche de bodas, Tú en el beso primero, Tú en el beso postrero. Tú en los ojos azules y en los ojos oscuros; Tú en la frivolidad quinceañera, y también en las grandes ternezas de los años maduros; Tú en la más negra cima, Tú en el más alto edén. Si la ciencia engreída no te ve, yo te veo, si sus labios te niegan, yo te proclamaré; por cada hombre que duda, mi alma grita “Yo creo” ¡y con cada fe muerta, se agiganta mi fe! |
Dile a JesuCristo: ¡Verdaderamente eres el Hijo de Dios! Como parte de esta creación, mi vida emocionada te recibe y confiesa ¡Ven a mi corazón!
Ese es mi deseo y mi oración. |