Un encorvado anciano caminaba taciturno, apesadumbrado y resignado bien entrada la noche en las tenebrosas calles de Londres. A la par de él, solo su criado lo ayudaba a caminar, quien permanecía a su lado por pura fidelidad.
Tantas cosas le pasaban por sus pensamientos. Toda su vida se le proyectaba como en una película, al verse en el reflejo de algunos vidrios de las casas por las que pasaba. Recordaba las viejas glorias, cómo la música se le había manifestado a su vida como su más admirada pasión. Ella le había abierto paso para deslumbrar a los reyes. Nobles, príncipes y reinas lo habían aplaudido y solventado hasta que las marañas de los envidiosos mediocres lo habían defenestrado hasta el punto de atreverse a pagar para desacreditar sus óperas. Toda la sociedad cortesana le había vuelto la espalda. Cuatro años antes un despiadado derrame cerebral lo había dejado paralizado del lado derecho. No podía caminar bien, ni utilizar la mano derecha para escribir sus notas para armar las partituras. Sólo, viejo, enfermo, pobre, sin expectativa caminaba, pero no sin rumbo. Siempre la determinación había acompañado en su vida. Esa tenacidad, le hizo componer cuatro óperas aún en medio de la parálisis. La perseverancia de seguir aun cuando había muerto la Reina Carolina quien había sido su protectora y tras su muerte había quedado sin pensión. La misma persistencia que lo hacía esforzar para meterse en las aguas termales día tras día para recuperar la fuerza de la mano. Esta vez la firme determinación era llegar a la iglesia, tocar el altar mayor y renegar así de la fe en Cristo, pero lo quería hacer cara a cara. El nombre de este hombre era Georg Friedrich Händel. Apenas vislumbró la iglesia Le dijo a su criado que se quedara en la vereda, sintió el crujir de la pesada puerta, El ruido del arrastre de su pie derecho no lo perturbaba. Él ya estaba decidido. Cuando llegó al altar comenzó a hablar con Dios: “¿Por qué…por qué me abandonaste?”, pero, no pudo seguir. Algo lo invadió por completo. Algo inexplicable. No podía parar de llorar. Al mismo tiempo un profundo amor lo envolvió. “Nunca podría renunciar ti mi Señor, por más enfermo, pobre o acabado que me encuentre”. Lento e impasible regresó a su humilde vivienda. Al entrar vio un abultado paquete sobre la mesa. Rompió el sello de lacre y arrancó su envoltura. Era el libreto que llevaba por título “Oratorio Sagrado” y junto al escrito, venía una carta en la cual manifestaban los deseos que Händel comenzara a trabajar en el oratorio y añadía: “El Señor ha dado una señal”. El autor de la carta y de la oratoria era un novato poeta de segundo orden llamado Carlos Jennens. Händel comenzó a hojear la obra con indiferencia, hasta que ciertos pasajes captaron su atención: “varón de dolores fue desechado”… “Él fue despreciado y rechazado por los hombres” “El confió en Dios y Dios no lo dejó” “No dejará su alma en el Seol”… “Dios le dará reposo”. Las palabras, como espadas proféticas comenzaron a tomar vida… “Maravilloso Consejero” “Yo sé que mi Redentor Vive”, “Regocíjate” “Aleluya”… El fuego comenzó a arder en su interior, la inspiración que había permanecido aletargada se destapó como un corcho y la creatividad empezó a fluir. Notas y melodías no paraban de jugar en el pentagrama donde George Friedrich Händel había comenzado a componer. Al día siguiente su criado lo encontró trabajando sin descanso. A veces levantaba las manos como en éxtasis cantando ¡Aleluya, aleluya! Mientras las lágrimas caían sobre sus mejillas. Nunca lo he visto así -confió el criado a un amigo- creo que mi amo se está volviendo loco. Por espacio de veinticuatro días trabajo Händel sin descanso, casi sin comer. Y por fin un día se desplomó exhausto sobre su cama. Había nacido EL MESÍAS, la obra más encumbrada, celebre y memorable que por generaciones que ha tenido el barroco. Claro, este anciano había pasado por la cruz y había experimentado el sabor del abandono de la solitaria muerte. Jesús, abandonado y crucificado le había dicho ¡SI! No había podido renegar de Él, aun estando en la pobreza, miseria y enfermedad. Descubrió el máximo secreto de la vida cristiana. La vida que surge de la muerte. De los sin sentidos, de la agonía, de pasar muchas tribulaciones. La Resurrección que brota al abrazar solitariamente al crucificado! Cuando escuches otra vez el famoso ¡Aleluya! en alguna ocasión especial, recuerda que para escribir esa obra hubo alguien que pasó primero por la amarga, fría y solitaria cruz pero no pudo renunciar a ella…Y como nosotros seguimos cantando en nuestros cultos, ella sigue siendo nuestra Victoria.
Noemi Agostino
Una genuina cristiana radical, es Educadora en la Región 5, Distrito de Almirante Brown en Buenos Aires. Es Directora y Representante Legal del Instituto Educativo Vida Cristiana del mismo distrito escolar.