Primera parte: Los anabautistas estuvieron de acuerdo con Lutero y otros en que Jesús es Salvador, pero además enfatizaron el señorío de Jesús
Anabautistas reunidos en secreto en la barca de Peter Piersz. Ilustración de Jan Luyken.
Por sufrir persecución los anabautistas del siglo XVI estuvieron imposibilitados de construir un sistema teológico. Lo que sí pudieron hacer fue, sobre todo los pertenecientes a la corriente anabautista pacifista, desarrollar principios comunes, los cuales consideraron centrales y que debían ser defendidos ante sus perseguidores.
La Reforma radical tuvo varias expresiones, una de ellas fue el anabautismo no violento que se desarrolló en varias partes de Europa. La vertiente más conocida es la suiza, conformada inicialmente por los disidentes del reformador Ulrico Zwinglio. Éste postuló al principio, más o menos a partir de 1518, que la comunidad cristiana debía estar conformada por conversos que diesen testimonio de su nueva condición mediante el bautismo. Zwinglio, mediante el estudio del Nuevo Testamento realizado con un grupo de discípulos, concluyó que no había base bíblica para bautizar infantes sino solamente creyentes conscientes de su decisión. Cuando el Concejo de Zúrich decidió romper con la Iglesia católica romana, el reformador consideró que no debía contravenir la enseñanza oficial respecto a continuar bautizando niños y niñas. Ello le atrajo críticas del grupo con el que había estado estudiando la Biblia, cuyos integrantes consideraron que Zwinglio era más obediente a los intereses políticos que a las Escrituras.
Contra la opinión de Zwinglio y desobedeciendo la orden del Concejo de Zúrich, referente a que los infantes todavía no bautizados debían serlo a más tardar el 21 de enero de 1525, el grupo disidente tomó la decisión de contravenir el decreto. Fue así que en la fecha mencionada practicaron el bautismo de creyentes y se comprometieron a solamente impartir esta forma y no el de infantes. Con su acción se pusieron al margen de la Iglesia oficial y contra el sistema político que la respaldaba. He dado más información sobre el acontecimiento en un artículo publicado aquí, en Protestante Digital.
Debido a la persecución y con escaso acceso a las imprentas para dar a conocer sus postulados, los anabautistas se vieron obligados a producir documentos breves que daban cuenta de sus creencias. Un ejemplo es la Confesion de Schleitheim (poblado en la frontera suizo-germana), del 24 de febrero de 1527. La conforman siete artículos y es “la primera articulación de la Iglesia libre, la idea de una Iglesia de creyentes independiente de la Iglesia establecida y de las autoridades civiles” (J. Denny Weaver, Becoming Anabaptist.The Origins and Significance of Sixteenth-Century Anabaptism, Second Edition, Scottdale, Pennsylvania, Herald Press, 2005, p. 61).
Desde el siglo XVI a nuestros días ha permanecido un núcleo identitario en el anabautismo. El mismo es desglosado por Palmer Becker en su libro La esencia del anabautismo. Diez rasgos de una fe cristiana singular, Harrisonburg, Virginia, Herald Press, 2017. En la obra, Becker amplía lo escrito en un opúsculo originalmente redactado en inglés y que ha tenido amplia difusión en las filas del anabautismo global y traducido a varios idiomas: ¿Qué es un cristiano anabautista?
En La esencia del anabautismo, Becker refiere tres valores centrales del movimiento: 1) Jesús es el centro de nuestra fe. 2) La comunidad es el centro de nuestras vidas. 3) La reconciliación es el centro de nuestra tarea. Partiendo de estos principios, el autor los contrasta con los rasgos enarbolados por otras tradiciones cristianas. El primer principio (Jesús es el centro de nuestra fe), está desarrollado en tres apartados. Inicia con la premisa “el cristianismo es discipulado”. Tal afirmación la hicieron los anabautistas suizos, quienes criticaron el “solofideísmo” de Martín Lutero. Si bien concordaban con el reformador alemán que la salvación es por gracia en Jesucristo, sostuvieron que la respuesta a esa gracia debía ser el seguimiento de Jesús, ser discípulos y teniendo como regla de vida lo normado por el Verbo que se hizo carne.
La segunda faceta de Jesús como centro de la fe se concreta en una herramienta hermenéutica: “Las Escrituras se interpretan a través de Jesús”. Ya que él es la máxima revelación de Dios, en consecuencia la historia de la salvación alcanza en Jesús la cúspide, por lo cual el mayor valor normativo para la conducta de los creyentes lo tiene Jesús el Cristo y todo lo anterior debe examinarse a la luz de una hermenéutica cristocéntrica. Lo dilucida bien Hebreos 1:1-2, “Dios, que muchas veces y de distintas maneras habló en otros tiempos a nuestros padres por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio del Hijo”. En igual sentido va el pasaje de Colosenses 1:15-23. Jesús mismo, en el Sermón del Monte, sentó una base hermenéutica cristocéntrica cuando hizo mención de enseñanzas veterotestamentarias.
Portada del libro La esencia del anabautismo, de Palmer Becker.
En palabras de Palmer Becker: “Muchos cristianos creen que toda la Escritura posee igual valor o autoridad. Apoyan la Biblia de manera plana o llana y hacen poca distinción entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Por ejemplo, lo que Moisés dijo en Deuteronomio está a la par de lo que dijo Jesús en el Sermón del Monte. Esta visión representa el abordaje de la ‘Biblia plana’ a la interpretación bíblica […] Cuando los intérpretes de la Biblia plana se enfrentan a asuntos sociales o políticos como las guerras, la pena de muerte o el procesamiento de personas con conductas anormales, suelen utilizar pasajes del Antiguo Testamento para fundamentar sus creencias y acciones, aun cuando aquellos textos difieren de las enseñanzas de Jesús en el Nuevo Testamento. Cuando se enfrentan a asuntos de ética personal, a menudo recurren a las epístolas. Los Evangelios son omitidos” (pp. 17-18).
Si la Revelación es progresiva, y lo es, entonces nuestra hermenéutica debe ser progresiva, es decir, diferenciar los niveles de autoridad de los distintos pasajes bíblicos y sujetando su interpretación en clave cristocéntrica. Durante la Reforma magisterial del siglo XVI los anabautistas estuvieron de acuerdo con Lutero y otros en que Jesús es Salvador, pero además enfatizaron el señorío de Jesús. Becker, en el tercer rasgo distintivo, observa que quien confiesa a Jesús como Salvador necesariamente, según el anabautismo, debe tenerle como Señor, lo que resulta en vivir de acuerdo a la nueva naturaleza (2 Corintios 5:17) tanto personalmente como comunitariamente. En esto los anabautistas continuaron la afirmación hecha en la Iglesia primitiva: Jesús es Señor. Esta breve confesión ha sido bien analizada por Justo L. González en un pequeño libro publicado originalmente en 1971 y reeditado en 2011 por Ediciones Puma: Jesucristo es el Señor. El señorío de Jesucristo en la Iglesia primitiva. El comentario de C. René Padilla sobre la investigación de Justo L. González resume bien el contenido de la obra y su actualidad: “Jesucristo es el Señor: esto fue punto de partida a la vez que meta, confesión a la vez que mensaje, de la misión cristiana en tiempos neotestamentarios. Pero fue también el fundamento sobre el cual la iglesia de los primeros siglos erigió, mediante la reflexión teológica, una fortaleza para hacerle frente a los desafíos representados sucesivamente por el judaísmo, el culto imperial y la filosofía pagana. Así lo demuestra este pequeño libro”. Retomar la confesión primitiva fue, para los anabautistas, un punto programático no para reformar a la iglesia sino para restituirla.
Segunda parte: Su compromiso con el pensamiento y modo de vivir del Reino, los alejó de una fe individualista y de las estructuras eclesiásticas complejas.
Una mujer anabautista conducida a su ejecución.
La comunidad de fe, como laboratorio del Reino, debe expresar los valores de quienes siguen a Jesús el Cristo. En la entrega anterior intenté resumir las implicaciones cristológicas y cristocéntricas que para el anabautismo tiene que Jesús es el centro de la fe. Hoy me ocupo de la comunidad de creyentes como foco de la fe cristiana.
Palmer Becker, en La esencia del anabautismo. Diez rasgos de una fe cristiana singular, Harrisonburg, Virginia, Herald Press, 2017, desarrolla el segundo valor central de la fe cristiana desde una perspectiva anabautista y lo llama “la comunidad es el centro de nuestra vida”. La iglesia, explica, está conformada por quienes han experimentado “perdón vertical […] que proviene de Dios”. Si bien los anabautistas coincidían con Lutero en cuanto a la justificación mediante la fe en Jesús, por otra parte subrayaban que como resultado de esa justificación tendría que darse un cambio de vida. Es decir, manifestar en la vida cotidiana la nueva naturaleza de haber nacido de nuevo en Cristo. Para ellos y ellas la conversión, nuevo nacimiento, arrepentimiento, ser nuevas criaturas mediante el sacrificio salvífico de Jesús, implicaba necesariamente reflejar el carácter de Cristo en todo. A la salvación necesariamente debía sucederle el seguimiento de Jesús.
Para los anabautistas, observa Becker, “Nacer de nuevo implicaba un nuevo comienzo […] Creían que la vida vuelve a comenzar cuando una persona rechaza viejas lealtades, abre su vida al Espíritu Santo y comienza una vida en obediencia a Jesucristo. El apóstol Pablo dice que cuando una persona comienza una relación con Cristo ‘todo lo viejo’ (pensamientos, actitudes, acciones y relaciones) ‘pasó’ y todo (pensamientos, actitudes, acciones y relaciones) ‘se hizo nuevo’ (2 Corintios 5:17). Esto se aplica tanto a los individuos como a la iglesia. Todas las visiones de la salvación incluyen la confesión y el perdón. Los cristianos anabautistas enfatizan la transformación que sucede mediante la confesión, el perdón y las nuevas relaciones” (p. 49).
La comunidad de perdonados debe aprender a perdonar, acción que Palmer Becker llama “perdón horizontal”. Añade: “los creyentes que tienen una perspectiva anabautista reconocen que el perdón vertical de Dios es esencial para la salvación y que el perdón horizontal del prójimo es esencial para la comunidad”.
El siguiente punto abordado por el autor es que “la voluntad de Dios se discierne en comunidad”. La de creyentes tiene que ser una comunidad hermenéutica, donde se estudian y disciernen las enseñanzas de la Palabra en clave cristológica y cristocéntrica con el fin de ponerlas en práctica. El de los anabautistas no era un acercamiento académico, aunque reconocían su valor, sino que privilegiaban la comprensión de las Escrituras para encontrar orientaciones éticas.
En el siglo XVI los teólogos protestantes de distintas orientaciones doctrinales despreciaban y minimizaban al populacho anabautista, al que consideraban una banda de iletrados por no producir sofisticados sistemas ortodoxos. Para los anabautistas “a través del discernimiento comunitario, las personas de fe arriban a comprensiones corporativas de la voluntad de Dios para una situación particular. Si bien los eruditos pueden interpretar las Escrituras en términos generales, los anabautistas creen que las personas guiadas por el Espíritu que conocen las situaciones de la vida y el trabajo de unos y otros pueden comprender e interpretar mejor un pasaje de las Escrituras en una situación determinada” (p. 60).
Desde sus inicios el anabautismo debió argumentar su óptica hermenéutica y contrastarla con la de distintas vertientes de la Reforma del siglo XVI. Fue así que los anabautistas suizos desafiaron las enseñanzas del reformador de Zúrich, Ulrico Zwinglio, y desobedecieron en 1525 el mandato del Concejo de la ciudad que ordenaba el bautismo de infantes. También confrontaron la hermenéutica de Thomas Müntzer, por un lado, y la de Martín Lutero, por el otro, ya que ambos defendían el uso de la espada para proteger su respectiva causa.
La comunidad que ha sido perdonada y practica el perdón, que es un cuerpo de hombres y mujeres ejerciendo la interpretación de la Palabra, a través de la predicación, enseñanza mutua y diálogo, de la misma manera, agrega Palmer Becker, tiene que estar integrada por una membrecía que rinde cuentas entre sí. Dado que se toma en serio el sacerdocio universal de los creyentes, no hay cabida para liderazgos que exigen a los demás pero ellos no le dan explicaciones a nadie.
Dado que para los anabautistas la iglesia necesariamente es integrada por creyentes que voluntariamente deciden comprometerse con una comunidad de fe, entonces su “identidad […] estaba ligada a su visión del Reino. Ellos detectaban un marcado contraste entre el Reino de Dios y los reinos de este mundo. Su compromiso con el pensamiento y modo de vivir del Reino los alejó de una fe individualista y de las estructuras eclesiásticas complejas. Los ayudó a desarrollar fuertes conceptos de la vida en comunidad donde todos deben rendirse cuentas” (p. 73).
Los anabautistas del siglo XVI, y sus descendientes, rechazaron la simbiosis Iglesia-Estado y objetaron a las iglesias territoriales. No compartieron la doctrina que afirmaba la existencia de territorios cristianos, sino enarbolaron una convicción distinta: que había cristianos viviendo en ciertos territorios. Por lo mismo las iglesias territoriales, fruto de la unión gobierno con determinada confesión, persiguieron con intensidad a los anabautistas que desarticulaban el modelo religioso/político.
Recapitulando, a los tres rasgos esenciales del anabautismo consignados en la primera parte, se suman ahora otros tres, a saber: la comunidad de los perdonados ejerce el perdón entre sí, la comunidad es un espacio hermenéutico donde se discierne conjuntamente, con base en la Palabra, la voluntad de Dios, y la comunidad debe encarnar con todas sus consecuencias el principio del sacerdocio universal de los creyentes (mujeres y hombres).
Tercera Parte La reconciliación como esencia anabautista La dicotomización del Evangelio entre el énfasis en la sola regeneración espiritual y la corriente de activismo por la justicia social ha extraviado la integralidad del mensaje bíblico/evangélico.
La fe evangélica tiene alcances holísticos. Cuando escribo evangélica me refiero a la fe que se basa en el Evangelio de Jesús el Cristo, que a su vez se describe extensamente en los cuatro evangelios.
Es importante hacer esta salvedad, porque hoy el término evangélico se asocia con una expresión del protestantismo que tiene un compromiso político conservador e integrista, ya que busca acceder al poder y mediante éste hacer extensivos sus valores particulares al conjunto de la sociedad. Ya me he referido a dos características, o creencias centrales anabautistas, a saber 1) Jesús es el centro de la fe, 2) La comunidad es el centro de la vida, que Palmer Becker, explica en La esencia del anabautismo. Diez rasgos de una fe cristiana singular (Harrisonburg, Virginia, Herald Press, 2017). En esta sección me ocupo del tercer rasgo: La reconciliación es el centro de la tarea, o misión, cristiana.
Becker apunta: “Mientras algunos seguidores de Cristo dicen que la evangelización es el centro de nuestra tarea, otros dicen que construir la paz es lo más importante. Por cierto, tanto la evangelización como la construcción de la paz son esenciales, nuestro tercer valor central reúne estos dos aspectos de la fe cristiana en la palabra reconciliación” (p. 89). La dicotomización del Evangelio, por una parte el énfasis en la sola regeneración espiritual y por otra la corriente que hace activismo en pro de la justicia social, ha extraviado la integralidad del mensaje bíblico/evangélico. No fue así con los anabautistas pacificadores del siglo XVI. Bajo acoso y persecución, Menno pastoreaba las comunidades anabautistas que se reunían en casas, en lugares previamente acordados y que se localizaban fuera del alcance de posibles delatores. Transmitía que la integralidad del Evangelio debía servir en cada necesidad humana, que así como Cristo respondió compasivamente para sanar espiritual y físicamente a personas que interactuaron con él, la fe del Evangelio tenía que encarnarse y servir: “Porque la verdadera fe evangélica es de tal naturaleza que no puede quedarse inactiva, sino que se manifiesta en toda justicia y obras de amor; muere a la carne y sangre; destruye todas las pasiones y deseos prohibidos; busca, sirve y teme a Dios; viste a los desnudos; alimenta a los hambrientos; consuela a los afligidos; alberga a los desamparados; ayuda y consuela a los entristecidos; devuelve bien por mal; sirve a los que le hacen daño; ora por quienes le persiguen; enseña, aconseja y reprende con la Palabra del Señor; busca a los perdidos; venda a los heridos; sana a los enfermos y salva a los débiles; se convierte en todas las cosas para toda la gente. La persecución, sufrimiento y angustia que resultan por causa de la verdad del Señor son para ella un gozo y consuelo gloriosos” (The Complete Writings of Menno Simons c.1496-1561. Translated from the Dutch to English by Leonard Verduin, Herald Press, Scottdale, PA, 1984, p. 307). En el evangelicalismo conversionista se enfatiza una y otra vez la experiencia mística o espiritual del perdón de Dios. Se hace el llamado para que las personas le abran su corazón a Cristo, y con tal acción prácticamente se agota la redención. Esto es un reduccionismo, una mutilación del Evangelio, porque se relega el proceso de transformación ética personal del converso y su involucramiento para forjar una nueva humanidad.
Un texto neotestamentario que resume el ministerio reconciliador integral de la comunidad de creyentes es el de 2 Corintios 5:17-18. Becker lo cita para sustentar la tarea misional de sembrar reconciliación en todos los terrenos de la vida humana. Los versículos mencionados dicen: “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación” (Nueva Versión Internacional). El ministerio de la reconciliación es integral y transformador de todas las ataduras alienantes que maniatan la dignidad humana.
Palmer Becker comenta que la obra reconciliadora de Cristo, la salvación que por gracia resulta del sacrificio en la cruz, debe tener consecuencias palpables en la vida de quien dice haber tenido la experiencia de ser salvo.
Es así que para ejemplificar su afirmación cita a Jim Wallis, editor de la revista Sojourners: “El Nuevo Testamento enfatiza la necesidad de un cambio radical y nos invita a buscar un curso totalmente diferente en la vida. De esta manera, la conversión es mucho más que una liberación emocional y mucho más que una adhesión intelectual a una doctrina correcta. Es un cambio básico de dirección en la vida”. Becker recuerda que “los anabautistas [del siglo XVI] no creían que la justificación por la fe fuera, en sí misma, una visión adecuada de la salvación. Creían en un trabajo de transformación del Espíritu Santo y un compromiso de seguir a Jesús en la vida diaria” (p. 92). La experiencia de reconciliación con Dios se objetiva en construir comunidades reconciliadoras, que a su vez se embarcan en ser constructoras de reconciliación y paz en su entorno histórico-social. En esta tríada agrupa el autor de la obra que comento lo que llama el principio “La reconciliación es el centro de nuestra tarea”. En un mundo donde se ha sacralizado la violencia, los anabautistas de entonces y los de hoy creen que es posible hallar el camino de la paz en conflictos muy agudos. Entonces y ahora se les ha tildado de románticos o utópicos por sostener que construir la paz es una vía difícil pero posible.
Otro autor anabautista, James Krabill, en su ensayo “God’s Shalom Project: Why Peace and Mission Are Inseparable” en el libro Fully Engaged: Missional Church in an Anabaptist Voice (Herald Press, Harrisonburg, Virginia, 2015), nos recuerda que el mensaje de Jesús es el Evangelio de paz. Uno de los títulos mesiánicos de Jesús es el de Príncipe de Paz. En su nacimiento los ángeles anunciaron paz en la tierra y buena voluntad para la humanidad. Efesios 2:14 menciona que él es “nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación”. Versículos más adelante, en el 17, leemos que “vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca”.
Krabill llama a la atención a que el sustantivo shalom aparece aproximadamente 235 veces en el Antiguo Testamento, y más de cien veces su traducción al griego, eirene, en el Nuevo Testamento. Subraya que shalom era un concepto amplio para el pueblo judío, ya que incluía “el bienestar humano en todas sus dimensiones”, personal y social, físico y espiritual.
El tema ha sido desarrollado en la voluminosa obra de otro autor anabautista, Willard M. Swartley, Covenant of Peace: The Missing Peace in New Testament Theology and Ethics (Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 2006), donde analiza muy bien la centralidad del shalom en la obra redentora de Cristo y su relevancia en la obra misional de las comunidades de creyentes. Seguidamente voy a intentar condensar las conclusiones de Palmer Becker acerca de la esencia del anabautismo.
Cuarta Parte La esencia del anabautismo: conclusiones Los anabautistas creían en la fuerza transformadora del Espíritu Santo, que les potenciaba para hacer la obra encomendada por Jesús a quienes le siguieran.
Martirio de la anabautista Anna Hendriks, grabado de Jan Luyken, 1685.
¿Quién o qué le dio a los anabautistas del siglo XVI una nueva visión para la iglesia? ¿Qué los movilizó a comenzar a bautizar ante la declaración de fe? ¿De dónde recibieron el coraje y fortaleza para enfrentar la oposición y soportar la severa persecución?
Las anteriores son preguntas con las que abre la sección de conclusiones Palmer Becker de su libro La esencia del anabautismo. Diez rasgos de una fe cristiana singular (Harrisonburg, Virginia, Herald Press, 2017).
El autor considera que en los estudios sobre los orígenes y expansión del anabautismo se ha marginado el aspecto “más esencial del movimiento […] que fue su énfasis en el Espíritu Santo” (p. 137).
Cita lo aseverado por J. B. Toews, líder de los Hermanos Menonitas: “La teología correcta, aun la teología anabautista, sin el conocimiento vivencial de Cristo a través del Espíritu Santo, deja a la iglesia impotente”.
El Espíritu Santo que Jesús prometió a sus discípulos (Juan 14:15-21) irrumpió en Pentecostés, y los anabautistas creían en su fuerza transformadora que les potenciaba para hacer la obra encomendada por Jesús a quienes le siguieran.
Si bien el anabautismo afirmaba como labor del Espíritu Santo la realización de señales, prodigios y milagros como los narrados en el libro de los Hechos, con la misma fuerza sostenían que el mismo Espíritu trabajaba en la vida de los creyentes para transformarles con el fin de que reflejaran el carácter de Cristo.
Becker considera que “el movimiento anabautista podría llamarse con justicia el movimiento carismático o del Espíritu Santo del siglo XVI” (p140). Es cierto, a condición de no reducir lo carismático solamente a una expresión profundamente emocional sino también temiendo en cuenta que los dones (carismas) son para ejercerse en la transformación personal y comunitaria.
Así lo afirmó Menno Simons: “Es el Espíritu Santo quien nos libera del pecado, nos da la valentía y nos hace alegres, pacíficos, piadosos y santos”.
Como en otros campos de la teología, en el tema de la pneumatología los anabautistas no desarrollaron amplia y sistemáticamente el punto de cómo llegaba el Espíritu Santo a las personas creyentes.
Sí enseñaban que el momento del arrepentimiento/conversión era esencial para iniciar el camino del seguimiento de Cristo. La nueva criatura en Cristo le tenía a él como Salvador y Señor, de lo que daba testimonio público mediante el bautismo y el compromiso con una comunidad confesante.
En medio de la persecución los anabautistas memorizaban pasajes como los de Mateo 28:18-20, y Hechos 2:38, éste último dice: Arrepiéntanse y bautícense todos ustedes en el nombre de Jesucristo, para que sus pecados les sean perdonados. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo”.
El autor afirma que desde la perspectiva anabautista “recibir al Espíritu Santo era igual que recibir la presencia viva de Jesús en su realidad interior” (p. 142).
Por lo tanto, la manifestación del Espíritu Santo en las vidas de discípulos y discípulas de Cristo no está tanto en las experiencias extáticas (que las hay), sino en cómo tales experiencias son validadas por una espiritualidad integral.
Al respecto Juan Driver observa que “la espiritualidad cristiana no consiste en una vida de contemplación en lugar de acción, ni de retiro en contraste con una plena participación en la sociedad.
Se trata, más bien, de que todas las dimensiones de la vida estén orientadas y animadas por el Espíritu de Jesús mismo […] Ser espirituales implica vivir todo aspecto de la vida inspirados y orientados por el Espíritu de Cristo.
Ser carnales significa orientarse por otro espíritu […] La espiritualidad cristiana puede definirse como el proceso de seguimiento de Cristo bajo el impulso del Espíritu en el contexto de una convivencia radical de la fe en la comunidad mesiánica […]
Esta espiritualidad se caracteriza por el seguimiento del Jesús histórico dentro de nuestro propio contexto histórico. Este seguimiento es impulsado por el Espíritu de Jesús mismo, otorgado a sus seguidores” (Convivencia radical, espiritualidad para el siglo XXI, Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2007, pp. 14, 17, 18 y 19).
En las páginas finales, Palmer Becker recapitula lo desarrollado en su libro. Reitera tres valores centrales del anabautismo: 1) Jesús es el centro de nuestra fe. Jesús es la clave para nuestra comprensión del cristianismo y nuestra interpretación de las Escrituras, y es a quien respondemos con nuestra máxima lealtad. Es la Revelación en sangre y carne, Jesús, la clave hermenéutica para comprender la Revelación en papel y tinta. 2) La comunidad es el centro de nuestra vida. La comunidad se hace posible se hace posible mediante el perdón horizontal, es el contexto para el discernimiento de la voluntad de Dios y a menudo se hace más significativa en grupos pequeños. Esto no significa que la comunidad sea un espacio cerrado y hostil hacia los de afuera, sino donde se pone en práctica la ética del Reino de Jesús para servir interna y exteriormente.
3) La reconciliación es el centro de nuestra tarea. La reconciliación es central para establecer una relación con Dios, para tener relaciones personales armoniosas y para servir como constructores de paz en un mundo lleno de conflicto. El Espíritu de Cristo anima a sus seguidores a ser avanzada del shalom Dios.
Carlos Martinez Garcia
es un periodista y sociólogo, miembro fundador del Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano (Cenpromex), que está constituido por una red de investigadores evangélicos que realizan estudios sobre el protestantismo, desde varias perspectivas de las ciencias sociales. Es también miembro del Consejo Editorial de la revista de la FTL en México: "Espacio de diálogo". Martínez García es miembro de la Iglesia Menonita Mexicana, un conocido conferenciante en múltiples ámbitos y habitual colaborador de varios periódicos mexicanos.