GALILEA INVADE JERUSALÉN
OSVALDO L. MOTTESIDicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo hacia Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagué y a Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos con este encargo: «Vayan a la aldea que está enfrente y, al entrar en ella, encontrarán atado a un burrito en el que nadie se ha montado. Desátenlo y tráiganlo acá. Y si alguien les pregunta: “¿Por qué lo desatan?”, díganle: “El Señor lo necesita.” » Fueron y lo encontraron tal como él les había dicho. Cuando estaban desatando el burrito, los dueños les preguntaron: — ¿Por qué desatan el burrito? -- El Señor lo necesita —contestaron.
Se lo llevaron, pues, a Jesús. Luego pusieron sus mantos encima del burrito y ayudaron a Jesús a montarse. A medida que avanzaba, la gente tendía sus mantos sobre el camino. Al acercarse él a la bajada del monte de los Olivos, todos los discípulos se entusiasmaron y comenzaron a alabar a Dios por tantos milagros que habían visto. Gritaban: — ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! — ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas! Algunos de los fariseos que estaban entre la gente le reclamaron a Jesús: — ¡Maestro, reprende a tus discípulos! Pero él respondió: —Les aseguro que si ellos se callan, gritarán las piedras. Cuando se acercaba a Jerusalén, Jesús vio la ciudad y lloró por ella. Dijo: — ¡Cómo quisiera que hoy supieras lo que te puede traer paz! Pero eso ahora está oculto a tus ojos. Te sobrevendrán días en que tus enemigos levantarán un muro y te rodearán, y te encerrarán por todos lados. Te derribarán a ti y a tus hijos dentro de tus murallas. No dejarán ni una piedra sobre otra, porque no reconociste el tiempo en que Dios vino a salvarte. Luego entró en el templo y comenzó a echar de allí a los que estaban vendiendo. «Escrito está —les dijo—: “Mi casa será casa de oración”; pero ustedes la han convertido en “cueva de ladrones”.» Todos los días enseñaba en el templo, y los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los dirigentes del pueblo procuraban matarlo. Sin embargo, no encontraban la manera de hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba con gran interés. Lucas 19:28-48 El mundo llamado cristiano celebra cada domingo inicial de la Semana Santa, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Este fue un evento central en la vida y ministerio de Jesús. Todos los evangelios la mencionan. Estos afirman que con su entrada en un asno joven, animal pequeño, manso y de trabajo, se cumplía la profecía de Zacarías 9:9: “¡Alégrate mucho, hija de Sión!¡Grita de alegría, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene hacia ti justo, salvador y humilde. Viene montado en un asno, en un pollino, cría de asna”.
A este relato en los evangelios le sigue, siempre inmediatamente, la conocida experiencia de Jesús de la purificación del templo. ¿Porqué? Porque JesuCristo representa a Galilea, y el templo era el símbolo máximo de Jerusalén. Y porque ambas geografías expresaban dos mundos opuestos. Dos realidades confrontadas. Dos espiritualidades diferentes. ¿Qué es lo que representa Jerusalén? Jerusalén es símbolo de una espiritualidad muerta. Opio para el pueblo. Religión institucional, aliada al poder político. Un poder que es extranjero, invasor y opresor. Jerusalén es símbolo de un pasado traicionado, un presente esclavizado, y un futuro sin esperanza. Jerusalén es una paradoja total: la ciudad llamada santa y -a la vez- cruelmente pecadora; la ciudad cuna y -a la vez- tumba de profetas; la ciudad del altar santísimo y -a la vez- del Calvario criminal; la ciudad centro mundial de poder religioso y -a la vez- subyugada por el poder político mundial de turno. Pero esta Jerusalén paradojal, la Jerusalén invadida, la Jerusalén dominada por el poder romano, la Jerusalén botín de guerra de un imperio, ahora experimenta otra invasión. Pues la entrada triunfal de Jesús es, significa ayer, hoy y siempre, Galilea invadiendo Jerusalén. ¿Y qué es, qué representa social, política e históricamente Galilea? El nombre Galilea significa literalmente “tierra de paganos”, como bien claro lo documenta la profecía: “A pesar de todo, no habrá más penumbra para la que estuvo angustiada. En el pasado Dios humilló a la tierra de Zabulón y a la tierra de Neftalí; pero en el futuro honrará a Galilea, tierra de paganos, en el camino del mar, al otro lado del Jordán”. Is 9:1. Galilea era una sociedad mixta, orientada al comercio, donde los judíos convivían con fenicios y sirios, árabes y griegos, y otros grupos orientales. Por eso, los judíos galileos hablaban con acento peculiar y no poseían una cultura específica, ni mucho menos sofisticada. Los galileos eran despreciados, tanto por los judíos de Judea como por los romanos. Para ellos, ser galileo era sinónimo de imbécil. Es que Galilea representa la marginalidad, la periferia social, el contexto de “los nadies”, según los detentores y privilegiados del poder imperial. Pero Galilea era además nido de ideólogos independentistas contestatarios, y nacionalistas guerrilleros. Para Roma y Jerusalén por igual, Galilea era tierra y pueblo problemáticos. De allí las palabras de Natanael: ¿De Nazaret, es decir de Galilea, puede venir algo bueno? Jn 1:46. ¿Qué puede entonces significar Galilea para Dios y su reino, la historia y el mundo? La Galilea de la periferia y de la marginación, del mestizaje y la pobreza, la Galilea poblada por “los ninguneados” de la historia, esa Galilea es central y universal, porque a través de ella se cumple la profecía de salvación de toda la creación. Galilea es la invasión del amor y la libertad, en medio del odio y la esclavitud. Galilea es símbolo de fe y esperanza. ¡Sí! En la entrada de Jesús, Galilea invade -por amor y para salvación- a Jerusalén. Y en esa invasión profética y redentora, pacífica y pacifista, Jesús es recibido por multitudes que lo alaban, y por una élite “contramultitiud”, que está preocupada. Dicen los relatos paralelos en los otros evangelios: “Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió”. Muchos, muchas se preguntan: “¿quién es éste?” Y otras, otros responden: “Este es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”. “¡Bendito el reino de Dios nuestro Padre David que viene!” Mt 21:9-11. El relato cierra con el comentario de los líderes religiosos de Jerusalén: “Como pueden ver, así no vamos a lograr nada” “¡Miren cómo lo sigue todo el mundo!”Jn 12:19. Como ayer en Jerusalén, JesuCristo hoy anhela comocionar nuestras vidas, familias e iglesias. Permitamos con nuestra fe y arrepentimiento más sinceros, ser renovadas y transformados, inspiradas y movilizados por la presencia revolucionaria del Señor. Muchos, muchas se hicieron entonces -y todavía se hacen- la pregunta incorrecta: “¿Cómo es posible que reciban a Jesús en gloria y a los pocos días lo pidan para la Cruz?” El interrogante no es válido, pues los grupos que participan en ambos eventos son dos, y son radicalmente distintos. Quienes lo reciben y bendicen el domingo, viven en la esperanza de lo prometido. Quienes lo mandan al Calvario el viernes, se cierran a la verdad. Lo que hoy cuenta es que JesuCristo es la invasión del amor de Dios en medio del pecado. Como ayer en Jerusalén, hoy Jesús viene como Señor ySalvador; se acerca y llora por el pecado, y entra y trae celebración. Son tres los movimientos: JesuCristo viene, se acerca y entra. JesuCristo viene como Señor y Salvador “Jesús envió a dos de sus discípulos con este encargo: Vayan a la aldea que está enfrente y, al entrar en ella, encontrarán atado a un burrito en el que nadie se ha montado. Desátenlo y tráiganlo acá. Y si alguien les pregunta: -¿Porqué lo desatan?-, díganle: -el Señor lo necesita-. Fueron y lo encontraron tal como él les había dicho. Cuando estaban desatando el burrito, los dueños les preguntaron: -¿Por qué desatan el burrito? -El señor lo necesita- contestaron. Se lo llevaron, pues, a Jesús. Luego pusieron sus mantos encima del burrito y ayudaron a Jesús a montarse. A medida que avanzaba, la gente tendía sus mantos en el camino” (30-36). Las características de su entrada y estancia en Jerusalén, proclaman que JesuCristo es el Señor soberano de toda la creación. Para entrar a Jesuralén, JesuCristo doma, monta y usa un burrito, animal manso y pequeño, lento y humilde, animal nuevo y sin domar aún, que resalta la figura del Señor. Porque la creación es llamada a destacar la grandeza y el señorío de Dios. Para salir de Jerusalén, JesuCristo ocupa y se enseñorea de una tumba nueva en el Jardín de José de Arimatea. Tumba: símbolo por antonomasia de la muerte, donde Dios en JesuCristo venció de una vez y para siempre a ambas muertes, la suya y la nuestra. Ambos recursos -el burro y la tumba- fueron prestados, “pues no tenía siquiera un lugar donde recostar su cabeza”. Mt 8:20. Tanto al burro como a la tumba, JesuCristo los usó, los domó y los transformó en instrumentos de bendición. Por eso Pablo puede exclamar refiriéndose a la muerte: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Más gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”. 1 Co 15: 55-57. JesuCristo anhela domar nuestras rebeldías, ocupar en señorío el centro de nuestras vidas y transformarnos en instrumentos de bendición. Las características de su entrada en Jerusalén proclaman también que JesuCristo es el Rey del Reino de Dios. Entra montado, pero no lo hace en un caballo árabe, ni en un camello egipcio, ni en un elefante africano, como los podeosos de entonces. No entra en cabalgadura de soldados, conquistadores o emperadores, sino en cabalgadura de reyes sabios. Para su entrada, cuando se acercan a la ciudad, JesuCristo hace un alto y da una orden: «Vayan a la aldea que está enfrente y, al entrar en ella, encontrarán atado a un burrito en el que nadie se ha montado. Desátenlo y tráiganlo acá. Y si alguien les pregunta: “¿Por qué lo desatan?”, díganle: “El Señor lo necesita.” (30-31) ¡Punto final! ¡Qué diferentes serían nuestras vidas si las necesidades de la extensión del Reino determinaran nuestras decisiones! Es decir, si viviéramos en plenitud su mandamiento: “Busquen primeramente en Reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas les serán añadidas”. Mt 6:33. Las características de su entrada a Jerusalén proclaman además, que JesuCristo es nuestra única esperanza. Frente a un mundo ayer y hoy dominado por la ley del más fuerte, JesuCristo demuestra el poder de la verdad y el amor, de la no violencia y el servicio. Frente a un mundo ayer y hoy dominado por la ambición a cualquier precio, JesuCristo simboliza el precio del amor, que compra un Reino de integridad total. Frente a un mundo destruído por la competencia y su consecuencia final, la guerra, JesuCristo enseña el camino de la cooperación en marcha hacia un Reino. Su Reino, sin vencedores ni vencidos, sin lágrimas ni muerte. JesuCristo se acerca y llora por nuestros pecados “Cuando se acercaba a Jerusalén, Jesús vio la ciudad y lloró por ella. Dijo: -¡Cómo quisiera que hoy supieras lo que te puede traer paz! Pero eso ahora está oculto a tus ojos. Te sobrevendrán días en que tus enemigos levantarán un muro y te rodearán, y te encerrarán por todos lados. Te derribarán a ti y a tus hijos dentro de tus murallas. No dejarán ni una piedra sobre otra, porque no reconociste el tiempo en que Dios vino a salvarte” (41-44). ¿Porqué llora Jesús? Por el rechazo de Jerusalén. Porque el Evangelio es gracia y por lo tanto fiesta para quien lo recibe, pero también es juicio y por lo tanto muerte para quien lo rechaza. Jesús lloró ayer, un llanto profético, por aquel presente y el futuro de Jerusalén. Ese llanto profetizó todo lo que ocurriría a Jerusalén setenta años después. Por el aislamiento total que experimentara: “levantarán un muro... te encerrarán por todos lados”. Por el acedio insistente que sufriera: “...te rodearán. Por la violencia mortal que le propinaran: “Te derribarán a ti y a tus hijos... Por la destrucción absoluta que resultara: “No dejarán ni una piedra sobre otra”. Jesús llora hoy, un llanto profético, por el presente y futuro del mundo entero. Su lamento de ayer continúa hoy, porque su exaltación personal no ha cancelado su anhelo de paz universal: Por eso dijo y dice: “¡Cómo quisiera que hoy supieras lo que te puede traer paz!” (42). Por eso ofreció y ofrece: “La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo”. Jn 14:27. JesuCristo llora hoy, un llanto profético, por el presente y futuro de nuestras vidas. Su lamento de ayer continúa hoy, porque su exaltación personal no ha cancelado su compasión pastoral. Por eso dijo y dice: “Vengan a mí todas, todos ustedes que están cansados y agobiadas, y yo les daré descanso”. Mt 11:28. Que nuestra respuesta sea: “¡Bendito el Rey que ha venido en el nombre del Señor! ¡Hosanna! ¡Venimos hoy nosotros, nosotras a ti! ¡Sálvanos ahora!” JesuCristo entra en nosotros, nosotras, y trae celebración “Al acercarse Jesús a la bajada del monte de los Olivos, todos los discípulos se entusiasmaron y comenzaron a alabar a Dios por tantos milagros que habían visto. Gritaban: -¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! -¡Paz en el cielo y gloria en las alturas! Algunos de los fariseos que estaban entre la gente le reclamaron a Jesús: -¡Maestro, reprende a tus discípulos! Pero el respondió: -Les aseguro que si ellos se callan, gritarán las piedras” (37-40). JesuCristo hizo milagros porque El es el más grande milagro. Es Dios haciéndose nosotros: “Y aquel verbo fue hecho carne...” (Jn 1:14a). Dios, la eternidad, hecho historia y geografía, tiempo y cultura. JesuCristo es el más grande milagro porque es Dios relacionándose con nosotros: “y habitó entre nosotros...” (Jn 1:14b). El Altísimo, haciendo su tienda en medio nuestro: “Emmanuel”. JesuCristo es el más grande milagro porque es Dios mostrándose a nosotros: “y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”( Jn 1:14c). Dios haciéndose visible y audible, presente y accesible. La gloria de la gracia y la verdad, hechas en Jesús. Por todo eso, cuando recibimos a JesuCristo en nuestra vida, hay fiesta en el corazón. Aquellos discípulos y discípulas se entusiasmaron no sólo porque habían visto, sino porque habían recibido, experimentado personalmente milagros con Jesús. Ellos alababan, estaban de fiesta con Jesús, porque lo recibían como su único Rey, Señor y Salvador. Cuando nuestras vidas se rinden plena y verdaderamente a JesuCristo, cuando El se transforma en el centro de nuestras vidas, la existencia -a pesar de todo y de todos- se hace fiesta. La fiesta del Evangelio, la fiesta gloriosa del Reino de Dios, que aún no es, pero ya lo estamos celebrando. Concluyendo: Hay una expresión impresionante, que acabas de leer y releer hoy, en el relato inmediato anterior a la entrada de JesuCristo en la ciudad: “Cuando se acercaba a Jerusalén, Jesús vio la ciudad y lloró por ella” (41). Ayer JesuCristo lloró por su querida Jerusalén. Por todo el pecado -disfrazado y al descubierto- de la gran ciudad. Hoy JesuCristo llora por las llagas visibles e invisibles de nuestras ciudades y pueblos, comunidades y familias. Llora hoy el Señor, por esta sociedad occidental y cristiana que lo usa a él tan sólo como un ícono comercial e ideológico. Llora hoy el Señor, por esta sociedad capitalista y consumista, que idolatra la competencia salvaje, la que transforma al prójimo en enemigo. Llora hoy el Señor, por los valores bastardos -ajenos a los del Reino de Dios- valores de violencia y guerra, consumo irresponable como vocación humana, y el aparentar social delirante como meta suprema de la vida. Llora hoy el señor, por una iglesia “light”, religiosa y dominguera. Llora por hombres y mujeres cristianos que dicen que van a la iglesia y vienen de la iglesia, pues no entienden, ni quieren comprender que nadie va o viene de la iglesia, sino que todos, todas somos, en todo lugar y circunstancia, la iglesia. Llora hoy el Señor, al observar el explosivo crecimiento de un cristianismo “a la carta”, verdadera religiosidad de cafeteria, sistema bufet, llena de creyentes, pero no de discípulos y discípulas, sino sólo de quienes creen sin querer pertenecer. Jesús de Nazaret nació y vivió, sirvió y murió en un país ocupado por el ejército del imperio romano. Este ejétcito estaba organizado en legiones. Lo que hoy llamamos Palestina, tierra natal de Jesús, estaba al cuidado de la Legión Décima o Fretensis. La mayor parte de su soldados se estacionaban en la ciudad de Cesarea del Mar, donde también residía el gobernador militar. La Legión Décima viajaba a la ciudad de Jerusalén varias veces al año, particularmente en tiempos de fiestas patrias y religiosas, para “asegurar la paz”. La fiesta judía anual más importante era la Pascua. El pueblo recordaba su liberación e independencia del yugo opresor de los egipcios, por la mano milagrosa y liberadora de Dios. Los soldados romanos llegaban a Jerusalén puntualmente el primer día de la fiesta de la Pascua. Es decir, el domingo. Entraban a la ciudad en desfile imponente y prepotente, por el acceso del este. Lo hacían con toda pompa y despliegue de poder. Este desfile de ingreso a la ciudad tenía la intención de intimidar a los judíos que desearan aprovechar la fiesta patria, para exhortar a sus compatriotas a la rebelión contra el poder imperial. La Biblia enseña que Jesús de Nazaret hizo su “entrada triunfal” en Jerusalén el domingo de la Semana de la Pascua. Entonces, Jesús entró a la ciudad el mismo día en que lo hacían los romanos con su desfile militar. El contraste no puede ser mayor. Por el este llegan centenares de militares, profesionales de la guerra, hombres entrenados para matar a sus semejantes, desfilando con armas en las manos. Llegan para recordar a las gentes que van a matar a quienes se rebelen contra el imperio. Por el oeste llega Jesús, sentado sobre un asno, en plena mansedumbre. Un puñado de seguidores le recibe con ramas de olivos, símbolo histórico de paz. Su única arma es el anuncio de la llegada del Reino de Dios. Dos desfiles. Uno dedicado a inducir el terror que intimida y somete, y a fortalecer la opresión, cuyo producto final es la muerte. La muerte en vida o la muerte literal. El otro desfile encarna la paz que se besa con la justicia y procrean juntas la vida verdadera. Es la invasión del amor y el perdón, la salvación y la esperanza. Dos desfiles que hoy nos convocan a una decisión. La entrada triunfal de Jesús nos desafía a tomar partido por la vida. Esa vida que tiene que ver con el amor y el perdón. Esa vida que tiene como centro a JesuCristo. Dos grupos gritan en Jerusalén, en esa semana que hoy llamamos santa. Un grupo, en un domingo inolvidable, ante la invasión del amor y la justicia del reino de Dios personificadas en JesuCristo, exclama al señor: ¡hosanna! que significa ¡sálvanos ahora! Otro grupo, en un viernes también inolvidable, irracionalizado por la manipulación, sediento de sangre, vocifera: ¡crucifícale, crucifícale! Después de más de veinte siglos, hoy, Dios nos pregunta, ¿con cual grupo estás tú? ¿Cuál es tu grito? Recuerda: hay solo dos gritos, son las únicas dos posibles actitudes ante la persona de JesuCristo. O lo aclamas y reclamas, confiesas y sigues como el Señor y Salvador de tu vida, o lo mandas a morir, que es decretar tu propia muerte. Así estuvieron, están y estarán siempre las cosas. No es posible una tercera alternativa. Abre tu corazón y grita desde lo profundo de tu ser a JesuCristo hoy: ¡Bendito el Rey que vino y viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas! ¡Paz y justicia en la tierra! ¡Con esa paz y por esa paz para mi vida y familia, para mi iglesia y mi tierra, te entrego hoy Señor mi corazón! Abre grandes los portales de tu vida al ingreso de amor y perdón, salvación y vida, paz y alegría de JesuCristo. Será entrada triunfal para ti, en la virtud de tu arrepentimiento y la victoria de la resurrección. Con JesuCristo dentro de ti, serás feliz, y harás afuera de ti a muchos otros y otras, sujetos de tu amor. Ese es mi deseo y mi oración. |