HACIA UNA IGLESIA TRANSFORMADA Y TRANSFORMADORA
OSVALDO L. MOTTESIPor lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta. Romanos 12: 1-2 (NVI)
1. Una profunda transformación conmueve al mundo de nuestros días. Continuos conflictos internacionales y múltiples y guerras regionales, muchas de ellas de carácter religioso. El fenomenal desarrollo científico y tecnológico, la imparable explosión demográfica, la mundialización de la pobreza, la globalización y -a la vez- el despertar de etnias y culturas. Estas, entre otras muchas más, son las causas determinantes de este proceso de fenomenal transformación en nuestro tiempo.
2. Desde hace ya medio siglo, hay quienes afirman que vivimos en una época nueva y distinta, transitoria e incierta, llamada posmodernidad. En su autobiografía titulada Mirando atrás, Gabriel Marcel decía que nadie sospechaba la fragilidad, la precariedad de nuestra civilización, a la cual el aporte de tantos siglos nos la había presentado como de una solidez inamovible. “Hubiera sido un desatino, dice él, que las raíces y los rudimentos de nuestra civilización entrarían en crisis”. Sin embargo, esta crisis se ha desatado y el futuro de la sociedad y de la historia se presenta muy distinto de todo lo que hemos vivido hasta el presente. 3. Esta posmodernidad, que es tiempo de transición y búsqueda, se caracteriza, entre otras cosas, por estar marcada por un futuro realmente incierto. En 1970, dos años antes de morir, Bertrand Russel escribía: “Breve e impotente es la vida del hombre; sobre él y sobre el mundo cae lenta pero inexorable la destrucción negra y sin misericordia”. El ser humano administra hoy en odio el tremendo poder destructivo que posee. Poder con el cual está jugando a la guerra con sus semejantes. Por ello hoy, la posibilidad de una destrucción total, sigue generando una aplastante sensación de inseguridad. 4. También esta nueva era se caracteriza por una vuelta sorprendente, un retorno inimaginado por muchos, a una nueva espiritualidad. Es un movimiento sin textos ni lugares sagrados, sin líder ni historia, sin organización ni dogmas. Es una expresión de reacción pendular ante la secularización, que es fruto de la modernidad. Es una renovada sed por lo sagrado y lo trascendente; pero a la vez se rechaza cualquier expresión religiosa institucional y sus exigencias, las que fueren. El multiforme y difuso, festivo y atrayente movimiento de la Nueva Era es una de las manifestaciones más representativas de esta espiritualidad. Esta ofrece la posibilidad de ser “espiritual”, pero “a la carta”, al estilo bufet o de cafetería. Es una religiosidad de “tenedor libre”, que escoge lo que más le plazca en su búsqueda espiritual. Esto es caldo de cultivo de todo tipo de sincretismos. Son nuevas experiencias religiosas donde lo oriental y ancestral, lo indígena y autóctono y lo occidental y tradicional, se mezclan en una verdadera ensalada espiritual. 5. Las generaciones posmodernas creen que todas las religiones son “caminos buenos hacia lo divino”, pero no creen en las instituciones religiosas. Concretamente en nuestro caso: la juventud cree y ama, reconoce y admira a Jesús, pero no confía ni cree en las iglesias. Ese es, entre otros muchos el gran desafío para el pueblo de Dios. Ya no es la secularización existencialista o marxista, científica o racionalista de la modernidad. Es ahora el rechazo de las instituciones religiosas todo tipo. Y, entre todas ellas estamos nosotros, la Iglesia de JesuCristo. 6. Frente a este desafío contemporáneo, múltiples y variados movimientos de renovación se manifiestan en las instituciones cristianas. a. La Iglesia Católica, desde el Segundo Concilio Vaticano de hace ya medio siglo hasta el actual papa argentino, reconoce lo arcaico de sus dogmas, sus prácticas y sus rituales, y procura un “aggiornamento”, una constante renovación institucional. b. En el mudo evangélico y protestante, diferentes organizaciones internacionales, mediante la reflexión teológica y el diálogo en grandes asambleas, manifiesta su preocupación y acción en procura de una verdadera renovación. Una renovación transformadora que haga de la iglesia un movimiento relevante y fructífero para la Gran Comisión. 7. Nosotros en esta hora, a la luz circundante del mundo actual y de la realidad actual de la iglesia evangélica, con toda la fuerza de nuestro corazón y la convicción de nuestra mente reconocemos la imperiosa necesidad de una genuina renovación transformadora en la vida y misión del pueblo de Dios. Una renovación generada por el Espíritu de Dios que sacuda, revolucione y proyecte al pueblo del Señor en Argentina y el mundo entero, con una dinámica nueva y un poder renovado, con una visión ampliada y una conciencia iluminada, para hacer de Argentina y el mundo, un país y un planeta arrodillados a los pies de JesuCristo. 8. Creemos con total convicción, que el camino de la renovación transformadora de la Iglesia es el camino cristológico. Es mirar a JesuCristo, es vivir a los pies de JesuCristo, es redescubrir con pertinencia contemporánea para nuestra amada Argentina y el mundo entero, los siempre vigentes valores de JesuCristo, quien no es solo el Señor de la Iglesia, nuestra iglesia y las demás iglesias, sino que es el Señor del mundo y de la historia, de Argentina y de toda la creación. El alfa y el omega el principio y el fin, el inicio y la caída de telón. 9. Sólo una comprensión -iluminada por el Espíritu Santo- de lo que significa y nos demanda JesuCristo hoy, nos hará una iglesia transformada y transformadora, poderosa y fructífera en nuestra vida y misión. 10. Dijo un gran predicador del siglo pasado, que “JesuCristo es la esquina de la historia, donde Dios tiene una cita con el ser humano”. Acerquémonos a esta esquina transformadora, que es JesuCristo. Permitamos en esta hora que Dios nos juzgue a través de Su Palabra, en el ejemplo de JesuCristo, mediante la obra del Espíritu Santo. Acudamos a la Palabra de Dios. Ella nos brinda la primera pauta cristológica para la renovación transformadora de la Iglesia. I. En primer lugar, JESUCRISTO NOS LLAMA A SER UNA IGLESIA ENCARNADA EN EL MUNDO. Una iglesia genuinamente encarnada, injertada, identificada de verdad, con la realidad degradada y pecadora del mundo, para salvar y bendecir al mundo. 1. Todos los autores de los cuatro Evangelios relatan el nacimiento de JesuCristo. Mateo, Marcos y Lucas destacan los pormenores históricos, hechos y detalles humanos de la primera Navidad. Juan es quien define con brevedad y precisión teológica y misionera el nacimiento del Redentor. En breve y escueta, pero completa y perfecta crónica, nos informa del más grande acontecimiento que presenciaron ojos humanos. En la introducción de su Evangelio nos dice, según la NVI: Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. La versión RVR60 declara: Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:14). 2. Y aquel Verbo fue hecho carne. Y ante esta afirmación, la iglesia de JesuCristo se ha desgastado históricamente a través de los siglos. De concilio en concilio, de teólogo en teólogo, de controversia en controversia, de disputa en disputa, de división en división, para tratar de develar, desmenuzar, investigar, comprender aunque sea en algo, los misterios divinos e insondables del cómo de la encarnación, de la encarnificación de Dios en Cristo Jesús. Y allí, en maraña de conceptos teológicos, de especulaciones filosóficas, la iglesia de JesuCristo ha experimentado la degradante carga de perder la bendición de poder vivir el porqué y el para qué de esa encarnación. En aquello del cómo de las dos naturalezas de Cristo Jesús, Dios verdaderamente hombre y hombre verdaderamente Dios, la Iglesia se ha perdido en la maraña teológica teórica. Ha quedado inválida, incapacitada frente al desafío de vivir el para qué y el porqué de la encarnación. Allí está la crónica del cronista Juan: 3. Y aquel verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros. ¡Qué realidad más tremenda! La vertical de Dios, penetrando en la horizontal degradada de los humanos, por el amor con que Él mismo nos ha creado, para transformarnos. Dios hecho humano, Dios entre los humanos, Dios con los humanos, Dios llegando a los humanos, para redimir todo lo humano, pese a como estemos, a los que hagamos y como seamos los seres humanos. JesuCristo fue, es y será Emanuel: Dios con nosotros, pese a nosotros, para salvarnos a todos nosotros y nosotras. 4. Ese es el método divino de la misión. Un método que implica el hecho descomunal, que es un evento absolutamente social: “Y habitó entre nosotros”. Un hecho de relación, un suceso de encuentro, una realidad que produce diálogo, un evento que impide el monólogo. Porque el Señor viene, se humaniza, se limita, va al humano; lo busca y lo llama, dialoga con él, con ella, y nos entrega la victoria de la resurrección. Este es el método de Dios. Nosotros, nosotras hemos espiritualizado, en nuestras especulaciones teológicas teóricas, las implicaciones sociales tremendas de la encarnación. No hemos incorporado el principio de la encarnación en nuestra misión. Por eso nuestra misión ha sido sin plena identificación. Por eso nuestros frutos han sido enanos. La encarnación debe ser el principio fundamental, criterio mayor de toda la misión. 5. Este método divino para la misión, trae cosecha de bendición: Y aquel verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Allí está el resultado. ¡Qué crónica magnífica! Apunta el, anuncia el método, y también informa de los resultado. Muy a tono con nuestros esfuerzos misioneros. Nunca terminamos sin mencionar cuantos levantaron la mano, o a cuantos bautizamos. Allí está: Y aquel verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Porque vino, porque lo vimos, porque bajó, porque se humilló, porque se identificó, porque se entregó… su gloria nos transformó. 6. Dios nos llama a ser iglesias encarnadas en el mundo, sin ser del pecado del mundo. Muchas veces hemos sido iglesias amuralladas, campanas de cristal, guetos introvertidos, monasterios santificados, entreabriendo la puerta y llamando con un retórico “vengan” a las multitudes, en lugar de acudir a ellas como lo hizo Jesús. Debemos dejar de ser iglesias el monte, para ser comunidades del valle. Sin valle para la Iglesia no hay identificación. Sin valle no hay diálogo. A lo sumo hay diálogo con el Señor. Pero con el mundo hay solo monólogo. El mundo está harto de monólogos. JesuCristo nos llama a una total transformación. Él mismo no convoca a ser una iglesia encarnada, antinatura espiritual, pero encarnada al fin en la realidad pecadora del mundo, sin ser del mundo, para -en medio del caos- mostrar Su Reino. II. La segunda pauta que La Palabra nos entrega hoy para nuestra renovación transformadora, es ejemplo que quiere sacudir la modorra, la siesta espiritual que estamos viviendo. JESUCRISTO NOS LLAMA A SER UNA IGLESIA SERVIDORA DEL MUNDO. Es Pablo quien nos afirma, escribiendo a los filipenses: “La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2:5-11). 1. ¡Qué impresionante, descomunal maravilla de Dios! JesuCristo lo dejó todo, lo dio todo, para ser Siervo. ¿Qué clase iglesia hemos sido hasta aquí? ¿Una pandilla de héroes y heroínas o una genuina familia de siervas y siervos? ¿Una institución de ejecutivos y ejecutivas o la comunidad del lebrillo y de la toalla? ¿Una élite de arrogantes gurúes espirituales o el rebaño humilde del Calvario? ¿Qué clase de imagen hemos proyectado al mundo? Una honesta respuesta es que muchas veces hemos dado el triste espectáculo de ser una transnacional más, en la realidad competitiva de esta sociedad de consumo globalizado. Nos hemos convertido en la expresión religiosa de esta “civilización del espectáculo”. 2. ¿Cómo planificamos la misión de la iglesia? Centrada en esperanzas antropológicas. El nombre del hombre, la imagen del hombre, los logros del hombre, los títulos del hombre, la sonrisa marketinera del hombre, y todo lo del hombre, dejando a un lado el Nombre que es sobre todo nombre. Aunque lo neguemos de palabra, confiamos de hecho en nuestros especialistas y estrategas, recursos y “experiencia”, palabra ésta con la que nos llenamos la boca. Creo que muchas veces -y me pongo yo el primero- vivimos in tremendo complejo mesiánico. Nuestra autosuficiencia ha horizontalizado nuestras esperanzas. 3. Hace ya más de medio siglo, el evangelista de la India D. T. Niles definió la evangelización, centro de la misión, desde la perspectiva de quienes pretendemos evangelizar. Él dijo: “evangelizar es el anuncio que un mendigo hace a otro mendigo, acerca de dónde encontrar pan”. Anuncio de mendigos y mendigas que han sido saciados con el pan y el agua de la vida. Hombres y mujeres que continúan reconociéndose y aceptándose, con la alegría de la salvación, como mendigos; van a los demás mendigos y mendigas a decirles: ¡Muchachos, muchachas, en JesuCristo hay pan!”. 4. En los momentos finales y decisivos en la vida y ministerio de Jesús, ocurren dos diálogos que hoy continúan siendo ejemplo y desafío para la Iglesia y su misión. a. El primero ocurre mientras Jesús y los suyos ya van caminando juntos hacia Jerusalén. Dos de sus amigos, al oír palabras proféticas del Maestro, se percatan que habrá un Reino donde Él tendrá todo poder. De inmediato se acercan a Él y le piden: “—Concédenos que en tu glorioso reino uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda. --No saben lo que están pidiendo —les replicó Jesús”… —Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos. Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos. (Mr 10 37-38; 42-45). b. Hay otra ocasión, ahora en la quietud de un aposento. Es un momento solemne, de despedida y comunión más estrecha con sus discípulos. Es la sobremesa íntima de la última noche antes de la tragedia del Calvario. El silencio es espeso, muy pesado, pues el Maestro confiesa allí la traición de uno de ellos. Rodeado de sus amigos del alma, JesuCristo ya vive de su piel hacia adentro un Calvario existencial. Entonces les reitera su mismo ejemplo como modelo a seguir: “… el mayor debe comportarse como el menor, y el que manda como el que sirve. Porque, ¿quién es más importante, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No lo es el que está sentado a la mesa? Sin embargo, yo estoy entre ustedes como uno que sirve”. Es decir, descender para ascender, la clave, la fórmula espiritual para la vida superior. El servicio, hoy y siempre, como el control de calidad de la vida y misión de la Iglesia. 5. La iglesia de hoy está rebajada a un cristianismo de ofertas para el consumo religioso. JesuCristo ha sido deformado a un personaje resuelve-problemas dominguero. La gente va a la iglesia a buscar lo que cree necesitar. Allí es donde puede recibir sermones de autoayuda barnizada de Evangelio. No se sienten ni comprenden ellas, ellos mismos como la iglesia, el pueblo de Dios. Servir no es humillarse servilmente, sino descender en funciones, para ascender a la vida superior. Esto nos acerca a la verdadera grandeza, la del servicio a los demás. Porque “quien no vive para servir, no sirve para vivir”; es tan solo durar en existencia plana. Vivir con mayúsculas y a todo color, es servir a los más pequeños. Los de Jesús. 6. El juicio de la Palabra, ante el llamado al servicio en el modelo de Jesús, nos coloca hoy en una posición embarazosa. El institucionalismo burocrático y jerarquizante, el triunfalismo misionero, el antropocentrismo evangelístico, el espíritu tecnologizante del quehacer eclesial, el orgullo espiritual, el pánico a la “suciedad del mundo”, nos han llevado muchas veces lejos de ser una Iglesia genuinamente servidora en el espíritu del Señor. Nuestros pueblos están cansados de palabras y anhelan realidades concretas. Y la única esperanza es JesuCristo, manifestado mediante hechos de amor más palabras, a través de una Iglesia servidora del mundo. Dios nos necesita abajados, descendidas al lebrillo y la toalla, y así promovidas, ascendidos a la vida superior. Dios nos anhela como una iglesia servidora genuina del mundo. III. En tercer orden, la Palabra de Dios nos brinda otro ejemplo cristológico para nuestra renovación transformadora. JESUCRISTO NOS LLAMA A SER UNA IGLESIA UNIDA ANTE EL MUNDO. En el capítulo 17 del evangelio de Juan, nos encontramos con la oración ferviente del Siervo Sufriente, nuestro Señor y Salvador, al Padre: “No ruego solo por estos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí”. (Juan 17: 20-23). 1. Hemos trillado mucho en América Latina la doctrina bíblica de que somos uno en Cristo Jesús. Y está bien, porque Pablo menciona esto 159 veces en el NT. Hemos repetido hasta el cansancio que, aunque vivimos divididos, seguimos siendo uno en Cristo Jesús. Tal afirmación, por bíblica, es correcta y definitiva. Pero cuando la usamos para justificar la realidad de nuestras divisiones y antagonismos, intereses eclesiásticos y exclusividades denominacionales, se transforma en un pecado teorizante. 2. En América Latina el panorama que hoy presentan las iglesias y misiones evangélicas es caótico y desalentador. El protestantismo latinoamericano ha sido históricamente divisivo. Cada misionero o misionera extranjero, desde los inicios de la obra evangélica, trajo consigo el énfasis de su denominación o movimiento misionero. Énfasis excluyente de todos los demás. Como si esto fuera poco, el espíritu ya típico de la posmodernidad con sus idolatrías parroquiales y sus caudillos o caudillas providenciales, tiene como fruto no sólo la división, sino la tendencia permanente y creciente al divisionismo. 3. Pareciera que el corazón de la Iglesia visible es una gran máquina centrífuga que nos divide y separa, confronta y atomiza constantemente. Vivimos hoy -entre muchos otros- el drama de la balcanización del pueblo Dios. JesuCristo nos llama a que “volvamos en sí” y procuremos a todo costo, cualquiera sea su precio, el ser realmente uno, “para que el mundo crea”. 4. Es bíblico y claro que Dios no nos llama a buscar nuestra unidad a través de una organización, una superiglesia. La iglesia no es de ninguna manera una organización, sino un organismo, el Cuerpo de JesuCristo. Y la unidad de este organismo la brinda la Cabeza del Cuerpo, quien es JesuCristo. No es necesario sino peligroso, buscar un ecumenismo eclesiástico, organizacional. Pero sí somos llamados a procurar nuestra unión espiritual en la comunión del Cuerpo. 5. JesuCristo pide al Padre que seamos uno ¿para qué? Lo repite varias veces en estos cuatro versículos de su plegaria: por los que han de creer en mí, por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos… (20) para que todos sean uno… para que el mundo crea que tú me has enviado… (21) y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí. (23). Hermanos, hermanas, si no en la organización, seamos uno en la comunión. 6. Juan en su primera carta declara categóricamente: Si alguien afirma: «Yo amo a Dios», pero odia a su hermano, es un mentiroso (1 Jn 4:20a). Y la misma Palabra de Dios, quizás a través del mismo autor, enfatiza: “todos los mentirosos recibirán como herencia el lago de fuego y azufre. Esta es la segunda muerte” (Ap 21:8). JesuCristo nos está instando a que vivamos de verdad lo que tanto postulamos. Que vivamos unidos de verdad. Que la iglesia evangélica sea en JesuCristo un descomunal, gigantesco abrazo, una gran koinonía. La gran comunión del pueblo de Dios, para que el mundo crea. IV. En cuarto lugar, JESUCRISTO NOS LLAMA A SER UNA IGLESIA CRUCIFICADA EN EL MUNDO. El relato de Lucas de la crucifixión dice: “Cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, lo crucificaron allí, junto con los criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda... Entonces Jesús exclamó con fuerza: -¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Y al decir esto, expiró. El centurión, al ver lo que había sucedido, alabó a Dios y dijo: —Verdaderamente este hombre era justo” (Lc 23:33; 46-47). 1. Aquel centurión era un hombre de armas tomar, un militar entrenado para guerrear y triunfar, para pelear e imponerse. Él es el primero en la historia en experimentar el magnetismo del amor transformador de la Cruz. Quien había dirigido la ejecución, cautivado por el Crucificado, alaba a Dios por su don inefable. JesuCristo había profetizado antes de morir, que cuando fuera levantado y clavado en el madero, atraería a muchas, muchos para sí: “Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo” (Jn 12:32). Esta sería una atracción redentora irresistible. Aquel soldado fue el primer fruto de aquella profecía. Ese romano se constituyó -al pie de la Cruz- en el primer testimonio histórico del poder universal del evangelio de la Cruz. Por eso hoy yo puedo predicar su testimonio. Por eso hoy, como ayer el centurión en el Gólgota, millones en todo el planeta, alabamos al Señor de la Cruz. 2. Nuestra misión, hoy y siempre, es cargar la cruz y vivir siguiendo a Jesús. JesuCristo nos convoca a ser una iglesia crucificada en medio del mundo. No meramente la Iglesia que predica y enseña la cruz, sino que vive la experiencia tremenda, gigantesca del madero del Calvario. Y todo debe comenzar con cada miembro del cuerpo de JesuCristo. El testimonio personal del apóstol Pablo es nuestro desafío: Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gal 2:20, RVR60). 3. Pablo exponía una teología cristocéntrica porque vivía una experiencia cristocéntrica. Pablo fue experimentó el único suicidio válido para la teología cristiana: “con Cristo estoy juntamente crucificado”. ¡Tremenda identificación con la cruz! El Señor del Calvario era central en sus labios y en su pluma, porque era central en su corazón. Pero además, Pablo vivía una experiencia de autonegación victoriosa, que incluía una dimensión clave. Ésta era la de vivir no sólo crucificado en y con su Señor, sino a la vez escondido detrás de su cruz: “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. La cruz tiene dos lados: el anverso y el reverso. El anverso está vacío y tiene las marcas de los clavos que un día traspasaron al Crucificado. Ese anverso desocupado hoy, es testimonio de que una tumba también quedó vacía. El madero vacío, negación radical de todo crucifijo, fue una vez mojado con el sudor y la sangre del Cordero. Nada ni nadie puede jamás volver a ocuparlo. Nuestra crucifixión es en el reverso de la cruz. 4. Si D. T. Niles definió a la evangelización -centro de la misión- desde el punto de vista de cada creyente, el evangelista Leighton Ford la definió desde el punto de vista de Dios, diciendo: “la evangelización es una cruz en el corazón de Dios”. ¡Qué tremenda implicación para la iglesia de Dios! Esta, si quiere de verdad ser un movimiento dinamizador y fructífero de la historia de la salvación, un imán que atraiga a multitudes al Cuerpo de JesuCristo, debe ser -hoy y siempre- la comunidad del Calvario. Una iglesia crucificada es la que no solo predica y vive para sí los frutos del Calvario, sino también la que experimenta todas las implicaciones de la Cruz. Lo que cautivará y salvará al mundo no es la ortodoxia cristocéntrica de nuestro mensaje, sino la vida crucificada de nuestro testimonio. 5. Una iglesia crucificada es una comunidad profética que no busca ser bien mirada por todos, sino digna ante todos, en primer lugar, ante el Señor de esa cruz. Y esa santa dignidad sembrará de cruces contemporáneas a la Iglesia. No hay otra alternativa, sino el camino de la Cruz. Este niega todo esplendor bastardo, fruto de las tentaciones de los poderes de este mundo, y afirma con su Señor en el desierto de hoy: “—Escrito está: “Adora al Señor tu Dios y sírvele solamente a él” (Jn 4:8). Nuestra misión se hace adoración a Dios, alabanza como la del centurión romano, cuando desde la experiencia personal y colectiva de la Cruz, somos testimonio de su amor en palabra y gesto. Cuando el perdón se hace nuestra actitud, aun ante quienes hoy crucifican el amor y se nos hacen enemigos por razón del Reino, estamos viviendo el espíritu de la Cruz. 6. ¿Qué clase de Iglesia estamos siendo en esta América Latina de las mil cruces de la injusticia, el sufrimiento y la miseria? Hemos hecho proclama y docencia sobre la Cruz, pero no hemos llevado hasta sus últimas consecuencias y frente a todas las circunstancias, la experiencia de la Cruz. Hemos utilizado mucho las palabras de Pablo a los corintios: “Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con gran elocuencia y sabiduría. Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de éste crucificado” (1 Co 2:1-2). Esta afirmación paulina ha sido nuestra declaración de fe en cuanto a la teología de nuestra predicación. La hemos usado para mostrar la ortodoxia cristocéntrica de nuestros púlpitos. Cuando esto ha sido honrado, no hemos hecho más que obedecer al Señor, pues hemos sido realmente llamados, convocadas a predicar a JesuCristo, y a éste crucificado. Nuestro pecado no ha sido de acción sino de omisión. No hemos hecho de la Cruz el epicentro de nuestro ser y quehacer proféticos, en medio de esta sociedad que está necesitada del juicio amoroso del Calvario en todas sus vivencias. 7. Esta es la hora del renunciamiento y el riesgo, la exposición y el peligro, la ofrenda y el sacrificio para la Iglesia. Dios nos llama a estar presentes en todas las fronteras y trincheras, escenarios y campos minados donde se juega el presente y el futuro de nuestra gente. Necesitamos abandonar la aparente seguridad de las cuatro paredes del templo, la comodidad del culto dominical, para vivir en culto cotidiano misionero. La Iglesia es un medio y no un fin. Nuestro único título de grandeza es el de ser la Iglesia que JC salvó y salva, la Iglesia que JCto envió y sigue enviando. Sin Cruz para la Iglesia, no hay misión según el corazٕón de Dios. V. Y la quinta pauta se halla también en la Palabra. Desde el evangelio de Juan, JESUCRISTO NOS LLAMA A SER UNA IGLESIA RESUCITADA PARA EL MUNDO. “El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10:10). 1. Un autor contemporáneo escribiٕó: “La historia es la marcha lúgubre de la humanidad, pasando por un panteón que es la vida” ¡Qué palabras tristes, que marcan el excepticismo y la desesperanza de nuestro tiempo! Pensadores actuales definen las últimas tres décadas, como el cementerio de las esperanzas. Un poeta cristiano peruano, prisionero por distribuir biblias, escribió en la pared de su celda una breve y bella poesía que pinta esta realidad. Él dice: Para verme con los muertos yo no voy al camposanto. Busco plazas, no desiertos para verme con los muertos. Corazones hay tan yertos, almas hay que hieden tanto; para verme con los muertos yo no voy al camposanto. El mundo es el cementerio donde la humanidad ha enterrado sus esperanzas. Y allí en medio de este gran camposanto, estamos tú y yo, la Iglesia de Jesucristo, la manada de la vida eterna y verdadera 2. ¡Cristo ha resucitado! exclama Pablo escribiendo a los corintios. Y por su boca hablaron, hablan y hablarán los cristianos y cristianas de todos los siglos. JesuCristo muerto, sepultado y resucitado. Esta triple realidad histórica es la roca inquebrantable de la fe cristiana. Es la base de nuestra esperanza, pues Jesús resucitó a novedad de vida, a la vida de la nueva creación, el mundo venidero de Dios. Cristo resucitó a la novedad de la vida que nunca perece. La muerte no existe, solo existe el olvido. Su resurrección venció a la muerte, fruto del pecado. Esta es la única esperanza para el mundo. 3. Existe una antiquísima leyenda, un hecho que sin duda no ha ocurrido realmente, pero que ilustra una gloriosa verdad espiritual. Es la historia que dió origen a la hermosa costumbre de usar lirios blancos en el domingo de resurrección. Esta dice que cuando el Señor resucitado salió de la tumba, en los lugares donde el Divino Maestro pisaba, brotaban lirios blancos. Por lo tanto, doquiera que iba el Señor, la belleza y el perfume siempre le acompañaban. Sin duda esto no ocurrió realmente, pero sí ocurrió y sigue ocurriendo en un sentido profundamente espiritual. Porque doquiera que JesuCristo resucitado iba y va, llevaba y lleva siempre belleza y armonía. Nuestro mundo es un gran cementerio de vidas sepultadas y esperanzas muertas. Sólo la realidad de JesuCristo resucitado, vivo y poderoso, Señor y Salvador, puede transformar este cementerio en jardín. 4. Un bendecido predicador del siglo pasado, en un tremendo sermón de semana santa afirmó: “La tumba vacía de Jesús es la matriz generadora de una nueva humanidad”. ¡Tremenda verdad! Ese sepulcro vacío es la matriz fértil, como la de nuestras madres latinoamericanas, que ha generado una gloriosa explosión demográfica de ciudadanos y ciudadanas del Reino de Dios. Explosión que jamás asustará a la sociología. Explosión demográfica de hombres y mujeres bendecidos, que viven para bendecir a los demás. 5. La misión de la iglesia es llamada a ser un gran acto de compasión, cargado con la esperanza alegre de la resurrección. ¡Cristo ha sido levantado de entre los muertos!¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo vive y reina hoy! Esta es la realidad que recarga las baterías de nuestra esperanza y anima nuestra misión. Misión de amor, que genera alegría; acción de vida que procrea vida. JesuCristo nos llama como iglesia, a ser un pueblo resucitado para el mundo. Una fuente de vida abundante; una iglesia viva, poderosa y pujante en el Espíritu Santo, que se constituya realmente en la esperanza del mundo. Conclusión: 1. Estamos viviendo la hora penúltima de la historia. Nuestra acción como Iglesia es la acción penúltima de Dios en el mundo. Hora penúltima de la historia, que es la hora de la Iglesia. Hora de Dios a través de la iglesia. La hora última va a ser la caísa de telón, la hora exclusiva de Dios. Hora cuando el Alfa que es también Omega regrese y consume la gloria del Reino, Su Jubileo eterno, donde reinaremos con Él, si somos fieles a Él. 2. Pero ésta no es la hora de sentarnos a esperar la hora última, la caída de telón, la finalización del drama. Esta es la hora penúltima del camino. Hora de encarnarnos en el mundo, sin ser del mundo. La hora del servicio, del lebrillo y de la toalla; la hora de la unidad en la misión para que el mundo crea; la hora para ser una iglesia crucificada de verdad ante las tentaciones de los poderes de este mundo. Es la hora para emerger como una iglesia resucitada, fuente de vida transformadora ante las mil muertes del pecado. 3. Una iglesia transformada para transformar al mundo. Transformación total para misión total. Marchemos hoy y siempre en los ejemplos de JesuCristo, hacia una transformación que haga fructífero nuestro laborar por la extensión del Reino en nuestra patria, en América Latina y el mundo entero. ¡Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios sea honor y gloria, por los siglos de los siglos, Amén! |