INTEGRIDAD Y MISIÓN
OSVALDO L. MOTTESIResumen del septimo capítulo de nuestro libro: Monte y Misión. La ética transformadora de Jesús en sus bienaventuranzas. El Paso: Mundo Hispano, 2022
“Bienaventurados, dichosos, los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. NTV: “Dios bendice a los que tienen corazón puro porque ellos verán a Dios” Mateo 5:8.
Esta es la bienaventuranza de la pureza Comencemos con el hebreo, el griego y el latín
En el hebreo del Antiguo Testamento hallamos el vocablo tahor, que se traduce como “limpieza” o “pureza” en el sentido físico, ceremonial y moral. Para la noción de integridad están tamin, o sea “completo”, “entera” e “íntegro”, y shalem que suele traducirse como “amigable”, “integridad”, "perfección”, “rectitud” y “simplicidad”. El griego del Nuevo Testamento usa para la designación de “limpieza” y “pureza”, dos grupos de vocablos. Uno es hagnós, o sea “limpieza”, “pureza”, “santidad” y “castidad”, que apuntan mayormente sólo a lo religioso y cultual. El otro es katharós, que equivale a “limpieza”, “purera", “honestidad”, “integridad”, “intachable” y “moralmente irreprochable”, en cuanto a lo físico, ceremonial y ético. En esta bienaventuranza, “limpios” es la traducción de katharós. En toda la Biblia, el corazón simboliza el centro mismo de la vida humana, física y espiritual, emocional y ética. Entonces la figura de lenguaje que usa Jesús: “corazón limpio”, significa la fuente vital e irreemplazable de una vida íntegra e intachable. Por ello un “corazón limpio”, hoy y siempre, no puede menos que traducirse en integridad de toda la vida. En su lucha contra un fariseísmo obsesionado con la limpieza meramente exterior y cultual, Jesús enfatiza y desarrolla su concepción de la pureza mental y espiritual interior, que genera la conducta ética exterior. Así Jesús hace referencia a quienes tienen un corazón limpio, apartado de malos pensamientos, vanidades y dobleces. Un corazón orientado y concentrado en la voluntad de Dios, de una sola pieza, es decir íntegro. Y como en toda la Biblia el corazón simboliza el centro mismo de la vida humana física y espiritual, emocional y ética, entonces la figura de lenguaje que usa Jesús: “corazón limpio”, significa la fuente vital e irreemplazable de una vida íntegra, intachable. Por ello un “corazón limpio”, hoy y siempre, no puede menos que traducirse en integridad de toda la vida. En el latín, “integridad” deriva del latín integrĭtas o integrãtis, o sea “totalidad”, “entera”, “intachable”, “intacto”, “intocada”, “inmaculado”, “rectitud” y “virginidad”. Tanto en los sustantivos como en los adjetivos, se sugiere la totalidad de la persona. Nuestra palabra se compone del vocablo in-, que significa “no”, y otro término de la raíz del verbo tangere, que significa “tocar” o “alcanzar”. Por lo tanto, integridad es la pureza total y original, sin contacto o contaminación con un mal, un daño u otro factor negativo, ya sea físico o moral. Sigamos con el contexto ¿Por qué esta bienaventuranza fue pronunciada aquí, en el sermón del monte? Porque los hombres y mujeres de “corazón limpio” resultan ser el fruto de lo que Dios ya ha hecho anteriormente en sus vidas. Esta afirmación jubilosa de Jesús es otro logro progresivo de la gracia divina. Un peldaño más en la escalera espiritual ascendente, futo de la lógica ética irrevocable del reino de Dios. Una lógica que -como todo en la ética del Reino- es paradojal, pues demanda “descender para ascender”, como Pablo lo declara en el himno cristológico glorioso que comparte a los filipenses, sobre la “humillación y exaltación de JesuCristo” (Fil 2:5-12). Una lógica que es total, pues así como Cristo Jesús “siendo por naturaleza Dios” (6) “se hizo obediente hasta la muerte ¡y muerte de cruz!” (8), las ocho bienaventuranzas se inician con aceptación experimental de la pobreza de corazón (Mt 5:3) y culminan con la persecución por causa del Reino (Mt 5:12) En esta bienaventuranza, Jesús avanza, asciende y declara: “Bienaventuradas, dichosos los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. Es decir, son personas dichosas, pues su corazón limpio les llena de integridad. Integridad vital y proactiva; integridad para la misión. Consideremos la bienaventuranza Bienaventuradas, dichosos los de corazón limpio, porque han sido transformados. Según Jesús, la integridad es pureza. La transformación de Dios purifica, dándonos un corazón nuevo y limpio. Siglos antes de JesuCristo, la palabra profética era y es una clara promesa de transformación del corazón, es decir la toda vida: “Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes. Quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré mi Espíritu dentro de ustedes y haré que anden según mis leyes, que guarden mis decretos y que los pongan por obra” (Eze. 36: 26-27). Y lo nuevo es vida en integridad. Pablo lo proclama jubilosamente: “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” (2Co 5:17). Y lo nuevo es la vida en integridad, fruto de corazones limpios. La ecuación es: limpieza, integridad y misión. Bienaventuradas, dichosos los de corazón limpio, porque son libres. Según Jesús, la integridad es liberación. ¿Liberación de qué? Del pecado. La Biblia declara que nuestra desobediencia irresponsable hallan asiento en el corazón, nuestro centro, porque el pecado se anida allí. Y pecado es sinónimo de muerte. Pablo comienza afirmando: “Porque la paga del pecado es muerte…”, pero continúa: “pero el don de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom. 6:23). Somos libres del poder mortal del pecado. ¿Liberación para qué? La integridad nos empodera en Dios, para realizar nuestra vocación primigenia. Según Jesús, esta es preservar y dar sabor a la vida de toda la creación: “Ustedes son la sal de la tierra”(Mat. 5:13). JesuCristo nos hace libres para volver a nuestra vocación primera: ser mayordomos, administradoras de todo lo creado, “sal de la tierra”. ¿Liberación por qué? La integridad nos empodera en Dios, para realizar nuestra misión por el Reino. Y esta es, según Jesús, iluminar la trágica noche del pecado: “Ustedes son la luz del mundo” (Mat. 5: 14). Bienaventuradas, dichosos los de corazón limpio, porque son responsables. Según Jesús, la integridad es responsabilidad. “Mayordomía” una palabra bíblica oportuna, para nombrar que somos administradoras, gerentes de la vida toda. La mayordomía integral de la vida significa entonces nuestra “subsoberanía” sobre todo lo creado. El único dueño y soberano de la creación es Dios. El cántico del creyente de antaño lo enfatiza: “Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan” (Sal 24:1). Nuestra responsabilidad es vivir y permitir vivir, conservar y bendecir todo lo por Dios creado, según Su voluntad, no la nuestra. El ser humano revirtió el orden, asumiendo una pretendida soberanía plena. El resultado es que el jardín se hizo desierto. La integridad fruto del “corazón limpio” nos habilita para la obediencia responsable, mayordomía que afirma que el único dueño es el Señor. Nuestra responsabilidad es vivir y permitir vivir, conservar y bendecir todo lo creado por Dios. Integridad es ejercicio de responsabilidad en libertad. Bienaventuradas, dichosos los de corazón limpio, porque anhelan la perfección. Según Jesús, la integridad es excelencia, en camino a la perfección. El mismo la ordena: “Sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto”(Mat. 5: 48). La Biblia nunca relaciona el concepto de perfección con la ausencia de pecado. Perfección es fruto de fe poderosa, obediencia responsable, paciencia gozosa, y amor desbordante. Es un valor ético que nos motiva y, al hacerse realidad en nuestras vidas, nos acerca a la perfección. Esa que debemos anhelar siempre, en todos los órdenes de nuestra vida. Pablo lo enfatiza: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil 4.8). Y la plenitud de todo lo verdadero y honesto, lo justo y puro, lo amable y correcto, lo virtuoso y elogiable no se halla en filosofías o ideologías, actitudes o intenciones, las que fueren, sino en una persona: JesuCristo. Él es el paradigma de nuestra integridad. Bienaventuradas, dichosos los de corazón limpio, porque aman la santidad. Según Jesús, la integridad es transparencia. Por eso la santidad era el mayor anhelo de todo buen israelita: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga” (Sal 51:10-12). En el Nuevo Testamento son pocos los textos que se refieren explícitamente a la santidad de Dios y a la de Jesús, aunque claramente la suponen. El concepto de santidad personal y comunitaria exhibe notable continuidad con el AT. Pero el evento JesuCristo transforma toda la creación en templo de Dios, y toda la vida humana como culto a Él. Ya no hay más separación radical entre lo sagrado y lo profano, porque “el Verbo se hizo carne”(Jn 1:14). Es la Gracia del Padre, a través del Espíritu Santo, y en el poder de JesuCristo, lo que realiza nuestra santidad. Ella es, toda nuestra vida como culto a Dios, en el templo que es el mundo, a través de la liturgia del servicio. Esto es, integridad hecha santidad y misión. Bienaventuradas, dichosos los de corazón limpio, porque verán a Dios. Según Jesús, la integridad es prosperidad trascendente. Se experimenta en todas las dimensiones de la vida personal, familiar y comunitaria. La integridad perseverante nos permite llegar al final de la vida, gozando los frutos apacibles y trascendentes de la verdadera prosperidad y confiando plenamente en las promesas de Dios para nuestro futuro final . David lo expresa en forma magistral en su incomparable salmo: “La bondad y el amor me seguirán todos los días de mi vida; y en la casa del Señor habitaré para siempre” (Sal 23:6). El final de una vida de integridad es un legado ejemplar. Es el que nos trasciende en bendición hacia nuestra descendencia, y nos confirma la segura promesa de un hogar futuro y glorioso, que trasciende a la misma muerte, en la eternidad de Dios. ¡Esta es en verdad la vida que vale la pena vivir! Vayamos ahora al personaje bíblico ejemplar de esta bienaventuranza. Es David. Su historia comienza, con la afirmación del profeta Samuel acerca de él “El Señor se ha buscado un varón conforme a su corazón, y el Señor lo ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo”(1 Sam. 13:14). Haremos un análisis de su peregrinaje, a través de cinco momentos o realidades de su vida. Fue un joven poeta y músico, salmista y pastor de corazón limpio. Era de la tierra de Judá, del pueblo de Belén. Su historia aparece en los capítulos 16 al 31 del primer libro de Samuel, en todo el segundo libro de Samuel, y en los dos primeros capítulos del primer libro de Reyes. De su padre y madre, poco o nada se sabe. Fue el menor de siete u ocho hermanos. Era un joven hermoso. Desde adolescente fue fiel a su padre, sirviéndole como pastor. Era diestro y valiente. Así como enfrentaba y mataba las fieras que amenazaban las ovejas, eliminó al gigante Goliat, confirmando su astucia y coraje. Poseía las características de un líder, la personalidad de quien sería un rey respetado. En su adolescencia, el profeta Samuel lo ungió como futuro rey de Israel. Este fue un punto de inflexión en su vida, pues “el espíritu del Señor vino con poder sobre David, y desde ese día estuvo con él”(1 Sam. 16:13). A pesar de esto, siempre demostró su humildad, al continuar sus labores pastorales, al servicio de su padre. Debido a sus dones musicales, David fue asistente del rey Saul. Aliviaba con buena música las cefaleas y depresiones del monarca. Era un joven trovador. El más prolífico músico y cantautor del Antiguo Testamento. Se le atribuyen casi la mitad de los salmos bíblicos, que son la colección de oraciones más rica que conocemos. Es el libro devocional por excelencia para judíos y cristianos. Y David, un consumado poeta y cantor, músico y compositor ungido por Dios y “conforme a su corazón”, fue el instrumento usado por Dios, como su autor más importante. Fue artista y guerrero, líder popular y político perseguido Al servicio del rey Saúl, David mitigaba las dolencias del monarca. Este lo nombró escudero real. David se familiarizó así con la corte real, y recibió la formación propia de un líder político y militar. Cuando Saúl mejoraba, David regresaba a Belén. A pesar de ser un funcionario real, allí seguía cuidando las ovejas de su padre. Por su épica lucha y victoria contra Goliat el gigante filisteo, Saúl lo reconoce y confirma como miembro de la corte real. Pero la popularidad de David, ahora joven héroe militar de Israel, genera la envidia y celos del rey. Este, intuyendo que David es su sucesor en la monarquía, en una serie de intrigas y maquinaciones, decisiones y atentados, persigue a David para destruirlo. Este debe exiliarse para salvar su vida. La persecución transforma a David, de favorito en fugitivo del rey. Debe exiliarse para salvar su vida. Esto lo hace mediante múltiples experiencias y juegos políticos. Todo ello desarrolla sus habilidades y astucias, propias de un gobernante. En medio de esta triste historia, surge la firme amistad entre David y Jonatán. Llegó a ser rey poderoso, y ensució su cuerpo y corazón, su vida y misión Tras la muerte de Saúl, la tribu sureña de Judá reconoce y unge públicamente a David, como rey, cuando tenía sólo treinta años. Pero las tribus del norte, desconocen a David y proclaman rey a Isboset, un hijo de Saúl. Esto provocó una guerra civil. Cuando muere Isboset, David es consagrado rey de todo Israel. Este conquista Jerusalén como única capital del reino, y edifica allí su palacio. Con ello consolida la monarquía, e inicia un período de gran desarrollo y expansión israelita bajo su reinado. David logra importantes victoriosas, y crece en poder y prestigio. En medio de esta época floreciente, dice la Palabra que la gracia de Dios colmó de bendiciones a David. Este estaba en la plenitud de su poder, y era respetado por todas las naciones. Es cuando comete el pecado de adulterio y asesinato. Codicia y adultera con Betsabé, la bella esposa de Urías, uno de sus leales soldados, a quien manda a la muerte en lo peor de una batalla. Embaraza a su amante, a quien toma por esposa luego que ella queda viuda de Urías. El hijo, fruto del adulterio, muere. La muerte enluta a David y a Betsabé. Así el poderoso y bendecido David, ensucia mente y alma, cuerpo y corazón, y trae para su nación y familia un tiempo de calamidades. Es la ley de la siembra y la cosecha, en la familia y la nación, en la vida y misión de David. Fue un creyente sincero: amó a Dios y se arrepintió, fue limpiado y restaurado Luego del pecado con Betsabé, y de sus múltiples consecuencias, David entra en un profundo arrepentimiento. Tal experiencia, la expresa en varios salmos, en especial el 51. Allí David, creyente sincero, que ama al Señor a pesar de su pecado, manifiesta el profundo dolor por su transgresión. Allí muestra su anhelo de recuperar, mediante el perdón, el gozo de la salvación, la comunión con Dios, y la bienaventuranza de un “corazón limpio”. “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia. Por tu abundante compasión borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí… Quita mi pecado con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, y se regocijarán estos huesos que has quebrantado. Esconde tu rostro de mis pecados y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, puro, y renueva un espíritu firme dentro de mí. No me eches de tu presencia ni quites de mí tu Santo Espíritu. Devuélveme el gozo de tu salvación”(Sal.51:1-3, 7-12). Dios perdonó y limpió, restauró y trajo gozo al corazón de David. Se cumplió en su vida, lo que él mismo canta en otro salmo, cuando declara la bienaventuranza del corazón, de quien recibe el perdón: Canta, “Bienaventurado, dichoso aquel cuya transgresión ha sido perdonada y ha sido cubierto su pecado. Bienaventurado, dichoso el hombre a quien el SEÑOR no atribuye iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño”(Sal. 32:1-2). David es ejemplo bíblico del creyente bienaventurado. Alguien de corazón limpio, que no es un ser perfecto. Por eso comete pecados. Pero vive, en su sincero arrepentimiento, la gloriosa bienaventuranza del perdón. Llegó a ser sabio y reconocido por la integridad de su corazón En su ancianidad, David compuso el Salmo 15. Allí vuelve a enfatizar la convicción, fruto de su experiencia, acerca del “corazón limpio”, que se traduce en vida íntegra: “Oh SEÑOR, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién residirá en tu santo monte? El que anda en integridad y hace justicia, el que habla verdad en su corazón”(1-2). Resumamos, para concluir, algunas enseñanzas que David nos brinda hoy. David es un bienaventurado, por su corazón limpio desde la juventud. En él se cumplió a cabalidad la afirmación de otro salmista: “¿Cómo puede el joven llevar una vida íntegra? Viviendo conforme a tu palabra”.(Sal. 119:9). Un anciano pastor ya con el Señor, nos exhortaba a la juventud de mi patria diciendo: “si se entregan a Dios de corazón ahora, en plena juventud, no sólo salvan su alma para la eternidad, también salvan toda su vida de tragedias en esta tierra”. Así fue con David. Su vida en el temor de Dios, permitió que fuera usado por el Señor, para bendición de su pueblo. Por eso David es un bienaventurado. David es un bienaventurado, por su humildad de siempre. A través de múltiples etapas y experiencias de su vida, David demostró una genuina humildad. Sabía que había sido apartado por Dios, como rey de Israel, pero continuó con humildad colaborando con su padre, en las sencillas tareas pastorales del hogar. La humildad marcó su vida. Vivió, mucho antes de Jesús, su afirmación: “Bienaventurados, dichosos los mansos y humildes, porque recibirán la tierra como herencia”(Mat. 5:5). Por eso David es un bienaventurado. David es un bienaventurado, pues pecó pero fue perdonado y restaurado. Vivió la bienaventuranza gloriosa del poder del perdón en su vida. Siglos después, Pablo destacaría tres fuentes de poder del Evangelio del perdón: Primera: Hay poder en el perdón ofrecido, pues es poder divino: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios”(Rom 1:16a). Segunda: Hay poder en el perdón recibido, pues nos hace hijos e hijas de Dios: “para la salvación de todos los que creen” (Rom. 1:16b). Tercera: Hay poder en el perdón experimentado, pues nos enseña y capacita para perdonar: “así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes”(Col. 3:13). Cuando David cantaba sobre el perdón de Dios, testificaba de ese poder en su propia vida. Por eso David es un bienaventurado. David es un bienaventurado, más allá de su legado inmediato. La Biblia dice que, para Dios, David era “un varón conforme a su corazón”(1Sam. 13:14). También afirma que “siempre fue fiel al SEÑOR su Dios”(1Rey. 15:5). Ese es el legado de David. Este no influyó, de inmediato, sobre todos sus descendientes. Aun así, su comunión y obediencia a Dios, fue el legado que sí comunicó a su hijo Salomón. Por eso es ejemplo, en especial en cuanto a su pecado, su arrepentimiento y el transformador perdón recibido. No es un legado de perfección, sino de excelencia, en procura de integridad. Por eso, David nos inspira. Como cualquier humano, cometió errores y pecados. Pero su sincero arrepentimiento, le hizo gozar el perdón pleno de Dios. Fue bienaventurado, porque siempre procuró la integridad, en su vida y misión. Vivamos así nosotros. Si te interesa conocer más sobre las bienaventuranzas, haz click en: Osvaldo L. Mottesi, Monte y misión. La ética transformadora de Jesús. 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