El Pastor Samuel O. Libert -ya con el Señor- fue un prolífico pastor y evangelista argentino. Quien esto escribe lo tenía, en mi temprana adolescencia, como uno de mis referentes de líder juvenil y predicador. Esta breve reflexión suya desde su retiro pastoral y pocos años antes de su muerte, cobra hoy una pertinencia que nos invita a la reflexión a quienes somos parte del ministerio pastoral.
Osvaldo L. Mottesi ¿HACIA UNA IGLESIA "POPULAR"?
SAMUEL O. LIBERT Hay escritores que dicen que, en general, "las iglesias son reliquias fósiles de un cristianismo ya extinguido". Se afirma que estamos en la era pos-cristiana. Se publican periódicos y libros con expresiones irrespetuosas, llenos de sarcasmos, para ridiculizar a las iglesias y sus doctrinas. Ante esa agresión del mundo, hay iglesias que procuran ser populares, aunque la popularidad no sea un verdadero aliado. Jesús dijo: "¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!" (Lucas 6:26). Esta advertencia fue hecha por el Señor a los líderes judíos que pretendían alcanzar popularidad. Por eso, las iglesias y otras instituciones cristianas que desean los halagos del aplauso, que aspiran a ser admiradas por el pueblo y conquistar la simpatía de los gobernantes y poderosos, han extraviado el sendero.
La imagen de la iglesia no debe ser necesariamente popular, aunque a veces gane la aprobación momentánea de la gente. En el Nuevo Testamento se enseña que los cristianos no lograremos siempre el elogio de las multitudes, sino todo lo contrario, según las palabras del Maestro: "Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo, pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece" (Juan 15:18-19). "Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os aparten de si, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre (Lucas 6:22). Cuando Satanás le mostró al Señor los reinos del mundo y su gloria, le ofreció implícitamente las humanas ventajas de la popularidad. Puso ante Jesús la tentación del poder, la fama, el aplauso... pero él no aceptó. ¿Caerán muchos cristianos de hoy en la misma trampa diabólica? Paradójicamente, es saludable mantener una buena comunicación con el mundo y una amistosa relación con la comunidad, pero no al precio de renunciar a nuestros principios. San Pablo dijo, sabiamente, "si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres" (Romanos 12:18). Esto no debe hacerse creando una imagen falsa. Hubo un tiempo en que los habitantes de Jerusalén mostraron gran admiración hacia los cristianos (Hechos 5:13,26), pero años después muchos de ellos trataron de matar al apóstol Pablo (ídem. 21: 30-31 y 35-36). La iglesia primitiva no tenía interés en crear una imagen falsa para ganar la adhesión de la gente. La proclamación del mensaje de Cristo hizo que los creyentes sufrieran despiadadas persecuciones, pero eso no les impidió crecer. No necesitamos que el mundo nos salve a nosotros. Somos nosotros los que debemos llevar la salvación al mundo, y para ello debemos anunciarle todo el evangelio, aunque el mensaje sea impopular. El pueblo escuchaba a Jesús "de buena gana" (Marcos 12:37), pero un día intentaron despeñarlo (Lucas 4:29). Otra vez casi todos sus seguidores consideraron que sus palabras eran demasiado duras y lo abandonaron (Juan 6:60,66). En la hora decisiva la multitud prefirió a Barrabás (Lucas 23:18). Los profetas ya lo habían anunciado. "No hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos" (Isaías 53:2). Es para pensarlo… Rosario, Argentina, Setiembre de 2004. |