¿Y QUÉ ES LA HUMILDAD?
HERNAN MORA CALVO El lector habrá escuchado como yo, una y muchas veces, ya no sé cuántas, eso de que se ha de ser humilde y de que fulano o zutana no lo son. Desde chico me he preguntado qué se entiende por ser humilde. Para colmos, en castellano la expresión “humilde” puede significar cosas muy extrañas…
Resumo en mi pobre visión de Jesús. Sólo su visión me importa. En la última cena, cercana al fin de su vida, el Maestro lavó los pies de sus discípulos. Juan, el evangelista, un joven fiel y admirador de Jesús, el último de su apóstoles en morir, allá cerca del año 100, escribió que Pedro dijo a Jesús: “ Tú, jamás me lavarás los pies“. Y que Jesús respondió: “Si no te llego a lavar los pies, no compartirás nada conmigo” (Jn 13: 8). Jesús, el Maestro, enseña a Pedro, en uno de sus diálogos cara a cara antes de morir, el sentido de la humildad: la humildad no es poner peros al amor de Dios; la humildad no es contradecir su dadivosidad; humildad no es considerarse indigno de Dios. La verdadera humildad es afirmación con todo el ser de la criatura del deseo que tiene el Señor. Humildad es la actitud de Jesús el Cristo: “Si se puede, aparta de mí este cáliz, pero que no se cumpla lo que yo quiero, sino lo que tú quieres” (Lc 22: 41-42). ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué enseña Jesús? Que a veces somos esclavos de nuestras ideas. Que a veces las ideas que tenemos son lo más alejadas de Dios y no nos enteramos. Pedro tiene que reconocer su necesidad de Dios, de la verdad de Dios, de la verdad encerrada en las palabras del Maestro: no aceptas lo que Dios indica, cometes pecado; si no lo aceptas en tu vida, en la única que tienes, cometes pecado y te haces su esclavo, no participas del Reino ni de la salud que ofrece Jesús. ¿Qué sentido tiene contradecir a Dios? ¿Por qué contradecir a Jesús, ya no sólo al que lava los pies fatigados y quizás malolientes de los discípulos, sino que además a quien es el dador de la vida eterna desde la propia total y misericordiosa entrega de su propia vida? Él, Maestro Redentor, se había bajado literalmente, se había hecho imagen de hombre pecador, sin pecar jamás, para salvar a todos los pecadores de todos los tiempos. Él es el ejemplo de la genuina humildad. Su humildad se identifica con la misericordia. Sólo los humildes son misericordiosos. Sólo los humildes pueden entender el sentido de la misericordia que es amor pleno. Pedro con su resistencia demostraba que no entendía lo que significaba el amor pleno: esa lavada, ese baño, que empieza con el reconocimiento interior, con la aceptación de la suciedad interior del hombre que el propio interior del hombre poco a poco forma dentro de sí. La redención es una necesidad del exterior, en el exterior (enfermedad, necesidades económicas, cambio de situación vital), pero también es una transformación (nueva criatura) de la realidad interior. Pedro reclama la humillación de ser lavado, no entiende de primera entrada. Jesús le hace ver que la verdadera humildad es el reconocimiento de que quien tiene la verdad de las cosas no es el hombre, no es uno, es Dios. ¿Qué perdía aquel que se ciñó una toalla larga entre sus hombros y su cintura y qué perdía aquel que se encarnó en forma de niño en Belén y tuvo necesidad de posada, techo, paja para calentarse e incluso unas mantillas? El amor de Dios no tiene límites. Se da: es misericordia. Responder a su misericordia, entendiendo que se responde a lo que Dios quiere, eso es actuar conforme a la humildad, o sea, de acuerdo a la fidelidad a Dios. Hernán Mora Calvo Es Profesor de las Escuelas de Filosofía y Humanidades en la Universidad de Costa Rica.
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