JUSTICIA Y MISIÓN
OSVALDO L. MOTTESIResumen del quinto capítulo de nuestro libro: Monte y Misión. La ética transformadora de Jesús en sus bienaventuranzas. El Paso: Mundo Hispano, 2022
“Dichosos, bienaventurados quienes tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados” . Esta es la bienaventuranza por vivir la ética del reino de Dios.
Por eso, comencemos con la ética cristiana Esta encuentra su modelo de carácter en JesuCristo, sus pautas para la vida en el evangelio del reino de Dios, y el poder para hacerse conducta cristiana en el Espíritu Santo. Está sintetizada en el sermón del monte. Es la conducta de quienes siguen a Jesús, pues la vida cristiana es discipulado. Veamos algunas de sus características. Es una ética de arrepentimiento. De regreso del desierto, “Jesús comenzó a predicar: Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca” (Mat. 4:17). La vida nueva sólo puede ser fruto del arrepentimiento y nuevo nacimiento en el Espíritu. Es lo que Jesús afirmó a Nicodemo: “te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios”(Juan: 3:3) . Es una ética de amor. Jesús demanda amor pleno. “Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? ¿Acaso no hacen eso hasta los recaudadores de impuestos? Y si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no hacen esto hasta los gentiles? Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto” (Mat. 5:46-48). Es una ética de testimonio. Inmediatamente después de las bienaventuranzas, Jesús nos afirma: “Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo”(Mat. 5:13 y14), porque estas metáforas son el fruto testimonial, ético-misionero de las bienaventuranzas. Es una ética comunitaria. La interpretación evangélica de la vida cristiana es muy individualista. Afirmar “cree en JesuCristo y tendrás salvación” es correcto por bíblico, hasta que deja de serlo, pues sin nuevo nacimiento personal en JesuCristo, no hay vida cristiana. Pero esta vida nueva, nos integra a la comunidad llamada Iglesia. Es una ética de cumplimiento. Jesús afirma: “No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento” (Mat. 5:17). Enfatiza el cumplir la Ley, pero como fruto de la vida nueva que Él mismo ofrece. Es una ética de exceso. Jesús anhelaba que sus discípulos excedieran las expectativas comunes del comportamiento humano. Es vivir hoy, procurando siempre “la paz que sobrepasa, sobrepuja todo entendimiento”(Fil. 4:7). Es una ética de reconciliación. “Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda”(Mat. 5:23-24). Algunas precisiones semánticas Jesús utiliza nuevamente el lenguaje figurado. El hambre era una realidad común en Palestina. La pobreza recrudecía por los impuestos que exigía el invasor imperio romano. La sed era una experiencia común y compartida. Jesús apela entonces al lenguaje figurado, para referirse a quienes sueñan y anhelan, trabajan y luchan por condiciones justas en la vida personal y comunitaria. Son quienes no sólo expresan un deseo, sino que están dispuestos a darlo todo para lograrlo. Desean la justicia de todo corazón y viven una vida ética, una conducta coherente con este deseo. La construcción gramatical griega de Mateo, al transcribir las palabras de Jesús, denota, que se refiere a quienes tienen hambre y sed de toda la justicia, y no solamente aquella que ellos o ellas mismos creen necesitar. La palabra "justicia", tal como es usada en este pasaje, está en el tiempo griego llamado acusativo. Este se usaba, para referirse a la totalidad de su significado. Hoy, no todas las personas aspiran a una justicia total y para la totalidad. Muchos se complacen sólo en lo que les satisface personalmente. Es muy triste encontrar este sentimiento, aún entre creyentes. Jesús exalta a quienes anhelan la justicia perfecta y total para la totalidad. Lo que JesuCristo apunta en esta bienaventuranza, se puede compendiar en esta síntesis: “Cuanto más intenso es nuestro amor, más intensos serán nuestro hambre y sed de justicia. Dichosas, bienaventurados son quienes viven este hambre y sed, pues comparten el hambre y sed del Reino de Dios”. El concepto bíblico de justicia En el Antiguo Testamento, “justicia” proviene del hebreo tsedeq = “justicia”, “derecho” natural, moral o legal, “lealtad” o “integridad”, y también tsedaqah = “justicia”, “rectitud”, “equidad” o “fidelidad”. Otro término similar, en este caso de uso más bien jurídico, es mishpat = “juicio”, “rectitud”, “derecho” o “sentencia” judicial. Ambas familias de vocablos están relacionadas con el amor y la compasión. Por tal razón, la misericordia y la justicia se encuentran siempre hermanadas, en todas las obras de Dios. Por eso, “tsedaqah” y “mishpat” son dos pilares de la convivencia comunitaria de Israel, y las dos virtudes de un buen gobernante. La justicia es para los semitas, un atributo divino. La justicia es una manera de ser, que dimana de Dios, y regula todas las relaciones humanas. Por eso, es siempre “justicia de Dios”. Es “el Bien”, “el bienestar” que Dios mismo es, y que Dios desea para todas las gentes, en especial para las más débiles y desprotegidas de la sociedad. Es interesante notar que para los profetas, el inocente que es víctima de la opresión de los poderosos, es llamados “justo”. Lo vemos muy claro en el decir de Amós: “Venden al justo por monedas, y al necesitado, por un par de sandalias”(2:6). Y también: “afligís al justo, y recibís cohecho, y en los tribunales hacéis perder su causa a los pobres”(5:12). En el Nuevo Testamento, se utilizan para “justicia”, los términos dike = “costumbre”, “uso” y “lo que es recto” para la ejecución de una sentencia, pena o castigo. También tenemos dikaiosyne = “justicia” y “justificación”. Para Pablo dikaiosyne va más allá de “justicia” o “acción recta”. Denota un don de la gracia a los humanos, por el cual quienes creen en el Señor JesuCristo, gozan la correcta relación con Dios. Pablo insiste, que esta justicia es inalcanzable por obediencia a Ley alguna, o por cualquier mérito humano propio, o por otro medio que no sea la fe en y confesión de JesuCristo. De este dice: “Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia, o sea la dikaiosyne de Dios”(2 Cor. 5:21). La justicia y la política en esta bienaventuranza ● En cuanto a la justicia: “Dichosas, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia” contiene una expresión y dos palabras que actúan como un triángulo que apela a nuestra imaginación. Primero, “hambre y sed” es una figura de lenguaje común, símbolo de aflicción y gran miseria que, entre otros, Pablo suele usar . Lo hacen para expresar el “tener un deseo ferviente”, “desear intensamente”, “anhelar todo el tiempo”, o “añorar con el corazón”. Segundo: “justicia”, como la usa Jesús, ha sido erróneamente espiritualizada, como que el Maestro se refiere por justicia de Dios, a la justicia de “las cosas espirituales”, a la justicia que -en Su amor- nos justificٕó y justifica a través de Su cruz y resurrección. No es así. La justicia de Dios a la que se refiere Pablo, ya la hemos recibido quienes creemos. Jesús habla aquí personas creyentes, no a incrédulas. No existe razón alguna, para anhelar lo que ya tenemos. Por eso, como creyentes debemos manifestar en nuestras vidas el fruto ético de la justicia de Dios. Y este es tener siempre, “hambre y sed de justicia” para toda la creación, luchando por la justicia y la paz. Tercero: Por “saciados”, Jesús significa el fruto de la justicia, que hoy y siempre, debemos buscar para todos y en todo. Justicia que es asegurada en la Nueva Creación, como una clara promesa escatológica, donde “todos serán saciados”: “Según su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia”(2 Ped. 3:13). Por eso, esta saciedad expresa una doble dimensión en tensión, siempre en línea con la ley de la siembra y la cosecha: 1) Nuestro compromiso como personas e iglesia, es vivir con hambre y sed, anhelado y procurando siempre la justicia, en todo y para todos. 2) Ya sea que la alcancemos aquí o no, tal la justicia plena de Dios está prometida y garantizada por JesuCristo, en el mañana de su mundo nuevo. ● En cuanto a la política en esta bienaventuranza. Dios ama al mundo entero, y se preocupa por el bienestar integral de toda su creación. El Señor no se interesa sólo por nuestra alma, sino por toda nuestra vida. No sólo por nuestra individualidad, sino por toda la humanidad y toda su creación. El proyecto político de su Reino, apunta a cada persona, pero alcanza todo lo creado. La política de Dios es personal y familiar, comunitaria e internacional, ecológica y cósmica. Por eso, nuestro Dios es un Dios político. Llama a Abraham a que salga de su tierra. Convoca a Moisés para liberar a Israel. Entrega una tierra, para hacer de una manada esclava, una nación soberana. Y usa a los profetas, para condenar la corrupción política y la injusticia social en Israel. La política es la ciencia y el arte de gobernar, para la felicidad de todos los seres humanos. El pecado, que todo lo corrompe, ha envenenado la acción política. Los cristianos y cristianas hemos sido mal enseñados a “no meternos en política”. Esto ha sido y es un grave error, que nos ha impedido realizar una misión integral. Nuestro compromiso no es eludir, sino evangelizar la vida política, con los valores del Reino de Dios. La política, según el corazón de Dios, es política en pro de la justicia. Para los profetas, este es uno de sus énfasis. Jeremías declara: “Así dice el Señor: Que no se gloríe el sabio en su sabiduría, ni el poderoso de su poder, ni el rico de su riqueza. Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe de conocerme y de comprender que yo soy el Señor, que actúo en la tierra con amor, con derecho y justicia, pues es lo que a mí me agrada –afirma el Señor” (9: 23-24). El mismo reitera que conocer a Dios es hacer, obrar justicia: “Tu padre no sólo comía y bebía, sino que practicaba el derecho y la justicia, y por eso le fue bien. Defendía la causa del pobre y del necesitado, y por eso le fue bien. ¿Acaso no es esto conocerme? –afirma el Señor”(22:15-16). Juan, el apóstol de la gracia y el amor del Nuevo Pacto, enfatiza que como pueblo de Dios, somos llamados a ser gente justa: “Así distinguimos entre los hijos de Dios y los hijos del diablo: el que no practica la justicia no es hijo de Dios; ni tampoco lo es el que no ama a su hermano” (1 Jn. 3:10). Nada está más relacionado a esta bienaventuranza, que la exhortación del propio Jesús en este mismo sermón del monte: “Busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mat. 6:33). El hambre y sed que se traducen en un compromiso íntegro por vivir y procurar la justicia en todas las realidades de la creación, nos transforma en hombres y mujeres realmente justos. No somos llamados sólo a ser personas pacíficas, sino también y en especial, hombres y mujeres pacificadores. Por eso, reafirmamos que la justicia del Reino y no otra, son el único valor y la mediación necesarios para la verdadera paz. Esta justicia debe ser la motivación incondicional de nuestro compromiso cristiano, como luz y sal del mudo. Jesús lo advirtió claramente en este mismo sermón: “Les digo que a menos que su justicia sea mayor que la de los escribas y de los fariseos, jamás entrarán en el reino de los cielos”(Mat. 5:20). El personaje y ejemplo bíblico de esta bienaventuranza. Es María, la madre de Jesús María fue bienaventurada, por el privilegio histórico glorioso, de ser el instrumento escogido por Dios Padre, para traer al mundo a Su Hijo. Pero esta muchacha judía y campesina es además bienaventurada, por tener y expresar, desde su adolescencia y con gran intensidad, su hambre y sed de justicia. Estas se manifiestan claramente en su único testimonio público conocido. Nos referimos al llamado Magnificat. Muchos cristianos y cristianas, fieles y comprometidos con la justicia, no estamos acostumbrados a pensar a María como una joven revolucionaria. Pero el Magnificat tiene indudables resonancias que así lo confirman. María y su prometido José eran posiblemente de la tribu de Judá y del linaje de David. Ambos eran también de Nazaret, un pueblo entonces muy marginal y relegado en todo sentido. Lo confirma la expresión popular y conocida, de Natanael: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Juan 1:46). En otras palabras, María era, para la sociedad de aquel entonces, alguien que no contaba para nada. Sólo para ser mano de obra barata, o parir hijos e hijas que también lo fueran. Pero Galilea y más particularmente la región de Nazaret, era donde estaban surgiendo focos de los primeros brotes de guerrilla antirromana, un movimiento patriótico, de inspiración macabea y de concreta expresión zelote. Lucas nos relata que, cuando el ángel anunció a María el misterio de su embarazo, le compartió que su anciana prima Elisabet, conocida como estéril, había concebido un hijo y llevaba ya seis meses de preñez. Por ello y poco después, María partió de inmediato a visitar a su prima. Al llegar a destino, María entró en casa de Zacarías y saludó a su esposa Elisabet. Cuanto esta oyó el saludo de María, el niño en su seno, quien sería el profeta Juan el Bautista, primo de Jesús, saltó de gozo. Elisabet de pronto, llena del Espíritu Santo, dirigiéndose a su prima exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿De dónde se me concede esto, que la madre de mi Señor venga a mí? Porque he aquí, cuando llegó a mis oídos la voz de tu saludo, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Bienaventurada (Dichosa )tú que has creído!, porque lo que el Señor te ha dicho se cumplirá” (Luc. 1: 42-45). El saludo profético y la bienaventuranza de Elisabet, despertaron un profundo eco en el alma de María. Su testimonio es el himno glorioso que pronunció. Un cántico de alabanza a Dios, por el favor que le había concedido a ella y, a través de ella, a todo el pueblo de Dios. Acerquémonos al cántico de María. Este es conocido como el Magnificat o “La Magnífica”. Todo este pasaje glorioso, es un canto lírico sobre la bienaventuranza de aquella joven hebrea tan singular. María canta: “Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la bajeza de su sierva. He aquí, pues, desde ahora me tendrán por bienaventurada todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho grandes cosas conmigo. Su nombre es santo, y su misericordia es de generación en generación, para con los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó a los poderosos de sus tronos y levantó a los humildes. A los hambrientos sació de bienes y a los ricos los despidió vacíos. Ayudó a Israel…”. (Luc. 1: 46-54a). Todas las interpretaciones coinciden en reconocer en el mismo dos grandes partes o estrofas. La primera estrofa, (vv. 46b – 49) tiene un enfoque personal, que hacen claro las partículas “mi” y “me”, que se refieren a María, la persona que canta: “: Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la bajeza de su sierva. He aquí, pues, desde ahora me tendrán por bienaventurada todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho grandes cosas conmigo. Su nombre es Santo”. La segunda estrofa, (vv. 50 – 53), evoca las grandes intervenciones del Señor en la historia de la salvación. Comienza con “Su misericordia es de generación en generación, para con los que le temen”, y continua con una secuencia o recuento de los grandes hechos históricos de Dios. El original griego utiliza en esta segunda estrofa siete verbos en aoristo, que indican otras tantas acciones que Dios realiza de modo permanente en la historia para restablecer Su justicia: Una: “Hace proezas…”. Dos: “dispersa a los soberbios…”. Tres: “quita del trono a los poderosos…”. Cuatro: “levanta a los humildes…”. Cinco: “a los hambrientos sacia de bienes…”. Seis: “a los ricos los despide vacíos…”, y Siete: “ayuda a Israel”. Estas siete acciones divinas enfatizan la actitud que inspira el actuar del Señor de la historia: Se pone de parte de quienes más sufren injusticias, los más pobres entre los pobres. Él mismo fue muy pobre desde la cuna hasta la tumba. Este cántico de María recuerda al de algunas valientes mujeres del Antiguo Testamento: María o Miriam, hermana de Moisés, tras cruzar el Mar Rojo. O la profetisa Débora, que junto a Barac elevó un canto de victoria tras derrotar al cananeo Sísara. Pero sobre todo, se parece al poema profético, que pronunció Ana, anciana madre, cuando entregó en el templo a su hijo, quien llegaría a ser el profeta Samuel. El Magnificat también concuerda con expresiones de varios salmos y porciones del AT. Es una secuencia de pensamientos cantados que resumen, en el éxtasis inspirado de María, la historia de la salvación, es decir, la política redentora de Dios. Es el conjunto de palabras más largo expresado por una mujer en todo el Nuevo Testamento. Algo muy significativo, considerando la sociedad tan machista y patriarcal de la que María era parte. Y más aún, quien lo canta es ¡una adolescente, soltera y embarazada! Esta oración, de una aldeana pobre, miembro de una nación invadida y expoliada, fue proclama en el talante revolucionario y nacionalista, contestatario y antimperialista de su tiempo. Es un claro testimonio profético, con la toda la estirpe de la tradición macabea. Se hace eco del gran amor de Dios por los pobres. Allí María expresa el espíritu de patriotas, hombres y mujeres judíos, que se opusieron con fuerza al invasor romano en Judea. El Magnificat de María, la campesina creyente, expresa el carácter transgresor y liberador del amor y la justicia del evangelio del Reino de Dios. Enseñanzas para nuestras vidas. Sólo seis afirmaciones conclusivas. 1. El Magnificat ha sido deformado por la cautividad burguesa del cristianismo, en un cántico litúrgico más. Se ha interpretado sólo como el encuentro de un alma humilde con Dios. Ha venido a ser una expresión de religiosidad, privada y espiritualizada. Esto le ha negado su poder transformador integral. 2. María no dice ni canta algo nuevo en el Magnificat. Sólo reitera lo que afirman la Palabra y la historia de la salvación. Lo nuevo y sorprendente es, que Dios pone en labios de quien representa a mayorías oprimidas con ansias de liberación, el mensaje de esperanza y transformación de JesuCristo. 3. María es ejemplo de exaltación y rescate del rol de la mujer en la iglesia y la sociedad. Se constituye en modelo y vocera de quienes conocen la Palabra y sienten una rebelión santa, ante la espiritualización que ha sufrido la misión integral del evangelio del reino de Dios. 4. María amó el silencio. Ella vivó todo lo contrario de lo que folklores religiosos han hecho con ella. Nunca procuró destacarse ni buscar primeros planos. El Evangelio está más cargado de sus silencios que de sus palabras. A veces, cuando callamos, Dios habla. 5. Su Magnificat, interpretado con fidelidad, es un prólogo que ilumina las bienaventuranzas. Se constituye en nuestro desafío inescapable de vivir y compartir su potencial transformador integral. 6. María es una bienaventurada hoy, porque proclamó ayer la triple revolución integral del Evangelio: 1) Una revolución moral, que mata el orgullo: “Hizo proezas con su brazo; desbarató las intrigas de los soberbios”. 2) Una revolución de cambio social: “Quitó a los poderosos de sus tronos y levantó, exaltó a los humildes”. 3) Una revolución económica: “A los hambrientos sació, colmó de bienes y a los ricos los despidió con las manos vacías”. Esta trinidad revolucionaria, es un manifiesto por el compromiso con y por la justicia del Reino de Dios. Si te interesa conocer más sobre las bienaventuranzas, haz click en: Osvaldo L. Mottesi, Monte y misión. La ética transformadora de Jesús. El Paso: Mundo Hispano, 2022. |