LA ACTITUD DE LOS CRISTIANOS ANTE LA HOMOSEXUALIDADANTONIO SUAREZLas leyes sancionadas en nuestro país a favor de las minorías sexuales han instalado nuevas discusiones sobre la forma en que la iglesia evangélica debe relacionarse con esas minorías.
Hace algunos años, mientras se trataban en el Congreso de la República Argentina las leyes de matrimonio igualitario y de identidad de género, hubo manifestaciones de militantes católicos y de creyentes evangélicos pidiendo que no se aprobaran. A pesar de las marchas y concentraciones, el 15 de julio de 2010 fue sancionada la ley N°26.618 sobre Matrimonio Civil y el 9 de marzo de 2012 se aprobó la ley 26.743 sobre Identidad de Género.
La primera, en uno de sus artículos expresa que “El matrimonio tendrá los mismos requisitos y efectos, con independencia de que los contrayentes sean del mismo o de diferente sexo”. Con respecto a la identidad de género, en el artículo 2° de la Ley se la define así: “Se entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo. Esto puede involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que ello sea libremente escogido. También incluye otras expresiones de género, como la vestimenta, el modo de hablar y los modales”. Desde los párrafos anotados y sin necesidad de leer las leyes completas, se desprende claramente que las personas con orientación homosexual tienen los mismos derechos legales que los heterosexuales para casarse entre sí y pueden sacar el documento de identidad y/o modificar sus cuerpos de acuerdo al género que sienten pertenecer. Con respecto a las marchas y concentraciones, se podría decir que tuvieron el valor testimonial de la mayoría de los cristianos, ya que la Iglesia de Jesucristo no tiene la función de legislar para la nación; su función es enseñar y cumplir los mandamientos divinos. La realidad legal y social de la homosexualidad en la Argentina de hoy ha generado entre los creyentes evangélicos una cantidad de interrogantes que podríamos sintetizar en la siguiente pregunta: ¿cuál debería ser la actitud de los cristianos ante esa realidad? Para intentar elaborar una respuesta sería necesario hacer varias consideraciones que intentaremos sean breves. En primer lugar, todos los cristianos tenemos a la Biblia como la palabra inspirada de Dios que revela su voluntad y su plan para la humanidad, y en ella tendríamos que encontrar la respuesta. Sin embargo, la interpretación de las Escrituras en el tema que tratamos tiene posiciones opuestas: algunos siguen manteniendo la interpretación tradicional sobre la homosexualidad que afirma que somos formados por Dios como hombres y mujeres para de esa manera constituir las familias, y otros tratan de entender que Dios es muy comprensivo y acepta que el ser humano pueda determinar su orientación sexual. Un ejemplo de esto último lo encontramos en el libro “Las minorías sexuales en la Biblia”, donde su autor, Tom Hanks, que es docente, pastor presbiteriano y exégeta, presenta sus puntos de vista que se condensarían en el siguiente párrafo de la introducción: “Para Dios hay hijas e hijos, ya no hay varón o mujer, heterosexuales u homosexuales, solo hay personas dignas de su amor y su propuesta, porque él ama dignificando, ama salvando, ama dando vida en todas las situaciones que nos toca vivir”[1]. En el otro extremo estaría, por ejemplo, la posición del Presbiterio General del Concilio de las Asambleas de Dios que en su declaración oficial sobre homosexualidad y Biblia dice: “Las actividades homosexuales de cualquier forma son contrarias a los mandamientos morales que Dios nos ha dado” y que “Al crear a los humanos, Dios estableció el orden de la sexualidad por el cual la humanidad tenía que reproducirse. Psicológicamente, la relación es sana. Físicamente, la relación es natural. Sociológicamente, establece la base para la familia”. A raíz de estas diferentes interpretaciones y como sería muy largo anotar y desarrollar todos los fundamentos bíblicos que argumenta cada una, dejaremos de lado esa tarea para intentar aportar otras consideraciones que respondan a nuestro interrogante. En segundo lugar, y partiendo del párrafo citado del libro de Hanks, donde se resalta el amor incondicional de Dios hacia todos los seres humanos, vamos a buscar en el Nuevo Testamento algunos pasajes que nos permitirían recordar el porqué del amor de Dios. El texto más conocido es Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (RV60). La prueba del amor de Dios es Jesús. Y Él, como Hijo de Dios que vino para salvarnos, les dijo a los que lo habían seguido hasta Capernaum: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. . . . Y esta es la voluntad del que me ha enviado; Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn. 6:37, 40 RV60). Se destacan en este pasaje: 1) la disposición del amor de Dios a través de Jesús para recibir a todos los que se acercan a Él creyendo que es el Salvador y 2) que el destino final de los creyentes es recibir vida eterna con Jesús. Cabe aquí la pregunta: Para recibir la vida eterna ¿Solamente hay que creer que Jesús es el Salvador? Parecería que no, porque en el sermón del monte, según escribe Mateo, Jesús dijo: “No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquél día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt. 7:21-23 RV60). De las palabras del Señor entendemos entonces que, para recibir la vida eterna, no basta con hacer una profesión de fe y ponerse la vestimenta de “cristiano” o de “siervo de Dios”; se necesita cumplir el requisito de obedecer la voluntad del Padre. En tercer lugar, haremos una recorrida sobre los escritos bíblicos que hablan sobre las relaciones entre hombres y mujeres. Del Antiguo Testamento anotamos dos textos del libro de Levítico: “No te echarás con varón como con mujer; es abominación”, “Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre” (Lv. 18:22; 20:13 RV60). En el primer versículo Dios le da a Moisés, dentro de las leyes sobre moralidad sexual, un mandamiento específico que prohíbe las relaciones entre hombres, mientras en el segundo señala el castigo para los que desobedecen el mandamiento. En la Biblia Plenitud hay un comentario relacionado con la enseñanza de estos textos que dice: “La impureza moral es sumamente destructiva para la vida espiritual y las relaciones personales. . . . . La impureza compromete la integridad de nuestras mentes, corazones y cuerpos. Dios nos dice que huyamos de ella a causa de su poder destructor”[2]. También se agrega al comentario la recomendación de las siguientes acciones: “Evita toda impureza moral y espiritual”, “Rechaza y evita toda forma de impureza sexual y moral” y “Conoce cuál es la opinión de Dios sobre la homosexualidad. Podemos considerarla una seria perversión. Aunque Él ofrece su gracia a los homosexuales, no aprueba estas prácticas”[3]. Las referencias sobre las relaciones homosexuales en el Nuevo Testamento se encuentran en Ro. 1:24-27, 1Co. 6:9-10, 1 Ti. 1:8-10, 2 Pe. 2:6 y Jud. 7. De esas referencias transcribimos la de la carta a los Romanos: “Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aún sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío” (Ro. 1:26, 27 RV60) y la de la carta a los Corintios: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.” (1 Co.6:9-10). El primer pasaje transcripto pone a las relaciones homosexuales como acciones de personas que conocen la existencia de Dios pero lo rechazan; el segundo, es una advertencia del apóstol Pablo a los creyentes de Corinto para que no se equivoquen viviendo con estilos de vida, entre los que están los de liberalidad sexual, que los excluyan de la herencia del reino de Dios. Después de lo considerado hasta aquí, podemos señalar varias cosas que nos ayudarían a tener la actitud correcta hacia las personas con orientación homosexual, reconociendo que tenemos que llevarles las buenas nuevas de salvación a todos, a pesar de las leyes que hay en nuestro país. Lo primero para señalar es la impronta del amor de Dios que debe tener nuestra misión como hijos de Dios. Ya sean personas con orientación homosexual, con prácticas homosexuales o matrimonios de personas del mismo sexo las que lleguen a nuestras iglesias, todas deben ser recibidas con demostración del amor divino. Dicen Stassen y Gushee que “las personas homosexuales son preciosas, creadas a la semejanza de Dios y portadoras de toda la dignidad que Dios otorga a toda la humanidad. A los seguidores de Cristo nunca se les permite tratar a los homosexuales como si fueran menos de lo que Dios ha decretado ser a toda la humanidad. Pasar la vida luchando contra los homosexuales, como algunos cristianos suelen hacer, difícilmente encaja con los valores de amor, bondad, humildad, paz y paciencia, rasgos que han de caracterizar a los seguidores de Cristo”[4]. En segundo término, debemos tener presente que, como enseña el apóstol Pablo, se puede salir de conductas no aprobadas por la Palabra de Dios a través de una fe genuina y la obra del Espíritu Santo: “Y esto erais algunos, más ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:11 RV60). Como parte de la iglesia de Cristo debemos proclamar el evangelio a todos para que puedan poner su fe en Jesús y sean convencidos y guiados por el Espíritu Santo (Jn. 16:8; Ro. 8:14). Stassen y Gushee también escriben una recomendación para la iglesia: “Por otro lado, hay que alentar los esfuerzos de parte de las iglesias para capacitar a los homosexuales a lidiar con su sexualidad de una forma redentora dentro de los parámetros ofrecidos por la Escritura; además, esto cuadra con el enfoque de las iniciativas transformadoras que sacamos de la enseñanza de Jesús”[5]. En tercer lugar y, respecto de los temas legales, podemos repetir que la iglesia no tiene la función de elaborar y aprobar leyes para la nación; se debe limitar a la proclamación del evangelio a toda criatura y a enseñar la Palabra de Dios sin que los cambios sociales o legales la hagan desviar de ella. En los tiempos en que Jesús andaba cumpliendo su ministerio terrenal, reprendió a los fariseos porque habían cambiado los mandamientos de Dios por la tradición (Mt. 15:4-9, Mr. 7:9-13). Siguiendo esa enseñanza, no se debería cambiar ningún mandamiento divino para acomodarlo a las leyes o para conformar a la sociedad, ya que hay que tener presente que la iglesia predica y enseña las Sagradas Escrituras para que las personas vivan de manera que al presentarse en la presencia de Dios sean premiados con la vida eterna. Al respecto, Pablo dice en su segunda carta a los Corintios: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres; pero a Dios le es manifiesto lo que somos; y espero que también lo sea a vuestra conciencia” (2 Co. 5:10-11 RV60). Para ir concluyendo, agregamos una última recomendación del libro La Ética del Reino de Stassen y Gushee que dice: “Hemos de amar a las personas homosexuales a la vez que nos mantenemos firmes en nuestras convicciones respecto a las intenciones de Dios para la sexualidad humana, sosteniendo igualmente que todos somos culpables y necesitamos la redención”[6]. Finalmente, trataremos de dar una respuesta al interrogante sobre cuál debería ser la actitud de los cristianos frente a las llamadas minorías sexuales que ahora gozan de bastante aceptación social y tienen leyes que protegen sus maneras de pensar, de definirse y de conducirse. De acuerdo a las consideraciones que hemos hecho, podemos concluir que dejando de lado todo prejuicio, los cristianos deberíamos centrarnos en la Palabra de Dios y amar a los homosexuales como ama Dios a todo el mundo, recibirlos en nuestras iglesias y con paciencia enseñarles la Palabra de Dios para que el Espíritu Santo los ilumine y ellos, con impulso y fuerzas de Dios, sean transformados en verdaderos hijos de Dios que lo amen con todo su ser y reciban la recompensa de la vida eterna. Notas
[1] Tom Hanks, Las minorías sexuales en la Biblia: textos positivos en el Nuevo Testamento. (Buenos Aires: Epifanía, 2012), 5. [2] Jack W. Hayford, Editor General, Biblia Plenitud, (Nashville, EE. UU.: Editorial Caribe, 1994), 163. [3] Ibíd., 163. [4] Glen Harold Stassen y David P. Gushee, La Ética del Reino, (Texas, EE. UU.: Editorial Mundo Hispano, 2007), 315. [5] Ibíd., 315. [6] Ibíd., 315. Antonio Suarezes ministro ordenado de la Unión de las Asambleas de Dios. Licenciado en Psicología (UBA); profesor de Enseñanza Media y Superior en Psicología (UBA); Maestría en Teología Práctica de la Facultad de Teología de las Asambleas de Dios para América Latina; anciano en la Iglesia Avance Cristiano (UAD) de Temperley. Ex Pastor de la Iglesia de Dios de Isla Maciel, Iglesia “Amor de Dios” y Centro Cristiano Familiar de Avellaneda. Docente en el Instituto Bíblico Río de la Plata y otras instituciones.
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