LA CIENCIA Y EL ARTE DE SABER LEER
Vamos a hablar de libros. Mejor dicho, de lecturas. Y comienzo con una afirmación que no requiere pruebas: no basta leer, hay que saber leer.
En cierto sentido, hay una sola manera de aprender a leer, y es leyendo. Igual que cuando se trata de aprender a caminar o nadar. Pero eso no quita que uno puede aprender algo de la experiencia de otros. Me limito a tres conceptos prácticos. 1. Reconoce la importancia de la lectura No me refiero a la lectura de textos de estudio o libros de consulta a los cuales recurres en busca de información para pasar un examen o salir de un apuro en relación con tu profesión. Me refiero a otro tipo de lectura: la que se hace por elección, no por obligación. Ésa de la cual uno podría prescindir si no fuese que se siente impulsado a ella por el hambre de la verdad, el amor, la belleza. Pedir que hoy se reconozca el valor de este tipo de lectura al cual hago referencia no es pedir poco. Como ha señalado Jean Daniélou, la civilización técnica ha habituado al espíritu a modos de actuar en los cuales priman los valores de la verdad. En este ambiente resulta completamente comprensible que para muchos la lectura sea clasificada entre las cosa que no sirven para nada o al menos entre las cosas para los cuales "no hay tiempo". Juzgada desde un punto de vista utilitario, es algo que debe ceder lugar a las mil y una ocupaciones "urgentes" que demandan nuestra atención. Y qué decir de la manera en que el sistema vigente, en la gran mayoría de las universidades, fomenta la formación de esos "bárbaros civilizados" (la expresión es de Ortega y Gasset) que son la mayoría de nuestros profesionales. Si la universidad es concebida como agencia que otorga títulos "oficiales" en base a la memorización de las notas del profesor, o a la habilidad para copiar lo aprendido, mal se puede esperar que de ella egrese gente para la cual la lectura le sea una necesidad vital. Cuando su implacable lucha contra el presidente García Moreno lo llevó a un destierro de seis años en Ipialos (Colombia), Juan Montalvo no se quejó de nada tanto como de tener que vivir sin libros: "sin libros, señores, ¡sin libros! si tenéis entrañas derretíos en lágrimas". Los libros para él eran una necesidad vital. Para el universitario o universitaria cristianos también deberían los libros ser lo que a Montalvo, aunque tal vez por razones diferentes. A dónde, sino a ellos, podemos ir, si deseamos lograr una integración entre nuestra fe y el conocimiento humano, o una perspectiva histórica, o una comprensión de la naturaleza del ser humano desde el punto de vista de la cultura contemporánea. Máximo Gorki consideraba al libro como "una realidad viviente y pariente... menos una "cosa" que todas las otras cosas creadas o a crearse por el hombre". Y el cristianismo tiene que aprender a apreciar el potencial que hay en el diálogo con los libros para la formación de una mente tan atenta al Dios de la creación como el Dios de la revelación. Me atrevo a decir que sin la lectura de buenos libros no existe la posibilidad de un cristianismo robusto, un cristianismo que haga frente a las fuerzas de deshumanización del humano en la sociedad contemporánea. 2. Selecciona bien tus libros Se podría decir que la buena lectura comienza antes que el acto mismo de leer, puesto que comienza con la selección de los mejores libros. Y cuanto más pronto aprendamos esa lección, tanto mejor. Al iniciar mis andanzas por el ancho mundo de los libros, cometí el error de leer cualquier libro que cayera en mis manos. ¡Quién me devolviese las horas que pasé leyendo disparates! Hoy difícilmente leo un libro del cual no esté seguro de antemano que vale la pena leer. Saber leer es en primer lugar saber seleccionar lo que se lee. Además, es obvio que no se puede leer todo lo que se publica. Aun si se contara con los medios económicos para esto, nos faltaría tiempo. Menos obvio es, sin embargo, que no todo lo que se publica vale la pena leer. Con los libros sucede lo mismo que con la gente: las apariencias engañan. Como alguien ha dicho, "En muchos libros ocurre como en los féretros: lo mejor que tienen son las tapas". Al menos entre editores evangélicos hay quienes piensan que lo más importante de un libro es la diagramación y el título. Y eso explica la cantidad de "basura" traducida del inglés, hermosamente presentada, que se vende en las librerías evangélicas a lo largo del continente. ¡Sobran los ejemplos! El problema es cómo seleccionar. Me permito hacer las siguientes sugerencias al respeto.
Ya que no puedes leer todo lo que se publica, ni siquiera si te limitas al campo de tu interés, trata de leer exclusivamente LO MEJOR de lo mucho que se publica. ¡Eso es ya de por sí tamaña tarea! 3. Estudia tus mejores libros Hay que reconocer que al fin de cuentas uno solo comprueba cuán bueno es realmente un libro cuando lo ha leído de cabo a rabo. El paso previo puede evitar que desperdiciemos tiempo y dinero con los libros que no merecen el gasto, ni lo uno ni lo otro. Pero para aprovechar al máximo la lectura no basta leer los mejores libros: hay que estudiarlos, los que, de todos los libros que leamos, juzguemos excepcionales. Doy dos razones:
No basta leer: hay que saber leer. Y la buena lectura es un instrumento poderoso para la formación de una mente cristiana. Después de todo: "Creer es también pensar". |