LA EDUCACIÓN CONTINUA TAMBIÉN DEBE LLEGAR AL LIDERAZGO EVANGÉLICO
ALBERTO F. ROLDAN
Vivimos en un mundo caracterizado, entre otros factores, por la globalización, la posmodernidad y el pluralismo. Todo está sometido a cambios –como siempre ha sido en la historia– sólo con un detalle: los cambios, ahora, son más profundos y más vertiginosos. Frente a estos hechos hay dos posibles reacciones por parte de los cristianos y cristianas: rasgarnos las vestiduras porque esos cambios nos alarman o responder a ellos con inteligencia. Si aceptamos la primera alternativa, poco podemos hacer porque nos quedamos inermes frente a una realidad que nos supera. Si optamos por la segunda alternativa, la pregunta ineludible es: ¿cómo debemos responder? La historia de la Iglesia bien puede ser un punto de partida para responder a esta cuestión.
Tanto Jesús como los apóstoles fueron personas que vivieron en un contexto histórico y cultural determinado. Pero no se aislaron de ese contexto para vivir “fuera del mundanal ruido” sino que se encarnaron para cumplir con la misión de Dios. Jesús de Nazaret nació, vivió y enseñó como un rabí judío. Su primera preocupación fue dar la buena nueva de salvación a su pueblo. “Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron” (Jn. 1.11).
Es interesante observar que esta afirmación de San Juan se encuentra dentro del prólogo de su evangelio, cuyo tema es la encarnación del Verbo (logos). Jesús no sólo se encarnó en el sentido de tomar nuestra naturaleza humana sino que vivió la encarnación en todas sus dimensiones. Hablaba el idioma del pueblo, comía con publicanos y pecadores, auxiliaba a la gente necesitada, se asociaba con los pobres y desclasados. Si tomamos el caso de San Pablo, allí vemos a un apóstol que también vivió una vida de encarnación. Hablaba varios idiomas (hebreo, arameo, griego). Para los judíos era un judío más. Para los griegos, un griego más. Evangelizaba de una manera a los judíos -apelando a las Escrituras– y de otro modo a los griegos, citándoles a sus propios poetas y filósofos (Hech. 17). ¿Qué tienen que ver estas referencias históricas con nuestro tema? La explicación es la siguiente: Si tanto Jesús como San Pablo vivieron la misión de manera encarnada en la historia y la cultura de los pueblos a los cuales evangelizaron, a nosotros nos cabe transitar el mismo camino. A menos que optemos por un camino más fácil: la improvisación, la superficialidad y la repetición de viejas recetas. 2 El camino de la encarnación en el ministerio cristiano tiene entre sus ejes centrales la educación. Jesús fue, sobre todas cosas, maestro. Su perseverancia en la enseñanza fue tan importante que no se redujo a dar algunos conceptos generales a sus educandos (discípulos). Por el contrario, los entrenó de modo integral, con teoría y práctica y, aún después de resucitado, les ofreció un último curso de “posgrado”. Ese curso duró 40 días y su tema fue el Reino de Dios. (Hch. 1). La deducción es sencilla: el cumplimiento de la missio dei (expresión que significa que la misión es de Dios y que él, en su soberanía, nos hace partícipes) pasa por la educación. No olvidemos que en la Gran Comisión está el elemento educativo cuando dice: “enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes.” (Mt. 28.20). Pero como dice Paulo Freire, para enseñar hay que saber. Y para saber debemos estudiar e investigar. Sobre esta última dimensión, dice el gran educador brasileño: No hay enseñanza sin investigación ni investigación sin enseñanza. Estos quehaceres se encuentran cada uno en el cuerpo del otro. Mientras enseño continúo buscando, indagando. Enseño porque busco, porque indagué, porque indago y me indago. Investigo para comprobar, comprobando intervengo, interviniendo educo y me educo.
“Investigo para conocer lo que aún no conozco y comunicar o anunciar la novedad”*. Para los líderes evangélicos estas palabras de Freire significan que el camino a transitar consiste en estudiar, en investigar, en articular nuestro pensamiento para transmitir el Evangelio en forma comprensible y, sobre todo, relevante. Si otras profesiones exigen educación continua, ¿por qué no exigirla a los líderes cristianos? Algunos colegios médicos en la Argentina toman examen a sus profesionales cada cinco años. El objetivo es comprobar si están actualizados en sus conocimientos. Porque, claro, en sus manos está la vida de los pacientes. Es hora de que los líderes evangélicos tomen conciencia de la importancia de la educación teológica continua que los capacite en la realización de la missio dei en nuestro mundo.
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*Paulo Freire, Pedagogía de la autonomía. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002, p. 30.
Alberto F. Roldan
es Doctor en teología por el Instituto Universitario ISEDET. Máster en ciencias sociales por la Universidad Nacional de Quilmes. Máster en educación por la Universidad del Salvador (Buenos Aires). Autor de más de 30 libros y decenas de artículos científicos y de divulgación. Su último libro se titula: Hermenéutica y signos de los tiempos, Buenos Aires: Teología y cultura ediciones. Se desempeña como director de posgrado de FIET.