Sucedió probablemente entre las décadas de los años 80 y 90, cuando de forma intencionada y abierta, surge el auge de los cristianos evangélicos participando en la escena política, al menos en nuestra región latina. Desgraciadamente, parte de esta intervención no ha sido ni favorable ni, mucho menos, bien aprovechada. Incluso, algunos políticos de grupos evangélicos organizados han hecho una pésima representación de su cargo y, en el peor de los casos, se les ha asociado con escándalos de favoritismo, clientelismo político y corrupción. Por otro lado, estas incursiones de tipo político, en algunos casos, han mostrado una carente y escasa preparación sociopolítica; un menesteroso y patético discurso que se ha disfrazado sólo con buenas intenciones, exponiéndose al ridículo. López (2009, 10-11), opina: La experiencia de los últimos años indica que buena parte de los evangélicos que estuvieron en el espacio público o se presentaron como candidatos, carecían de un discurso público basado en los principios del reino de Dios. Lo más que tenían era un lenguaje religioso adornado con citas bíblicas casi siempre sacadas de su contexto o manipuladas para legitimar sus acciones sociales y políticas, pero demasiado lejos de una teología bíblica que refleje una reflexión crítica sobre el tema del poder y de la política como servicio al prójimo.” Sin pretender generalizar, sería injusto catalogar a todos los evangélicos involucrados en la política, ya sean laicos o líderes religiosos, como personas indoctas, corruptas e inexpertas para tal ejercicio; aun así, la imagen ha sido empañada gracias a esa minoría de figuras serviles que han abusado de su posición. Por otro lado, históricamente se ha menospreciado la participación de los creyentes en política como un intento, según los más conservadores, de salvaguardar la pureza de la iglesia, por lo que incluso se impone a los feligreses no mezclarse con el mundo, puesto que “nuestro reino no es de este mundo”. Este error de interpretación sigue perjudicando nuestra comprensión de la labor en la misión que Dios nos ha encomendado. Estos argumentos provocan la marginación de la presencia cristiana en el conjunto de la sociedad. Nuestra participación no debería caer en un ostracismo político y limitarse, como algunos desearían, únicamente al pago de impuestos, a obedecer las leyes y a emitir el voto en el momento de las elecciones. Dios nos creó como seres sociales, su deseo es nuestra integración en el mundo en el que vivimos y servimos. En este aspecto, es digna de elogio la labor de aquellos cristianos que también son líderes comunitarios y, que sí intentan vincularse en la política, algo que no se cuestiona, aunque levanta sospechas y degrada la imagen de dichos líderes. Pero, ¿acaso un cargo político no debería ser una función al servicio de la sociedad? Aristóteles afirmaba que los seres humanos somos “animales políticos o sociales”. Si eso es así, el resultado es que el ejercicio de la política se convierte en una necesidad inherente que requiere su satisfacción social. De acuerdo con las palabras de un amigo pastor: “podemos decir que politizamos, no porque creamos en los políticos, sino porque necesitamos hacer política por la capacidad que tenemos de comunicarnos mediante palabras”. Karl Barth (1976), reconocido pensador cristiano, opinaba que la política nos compromete como creyentes en relación con el estado. Por tanto, no existe un pretendido llamado “apolítico” cuando en realidad debemos involucrarnos y participar. El consejo que ofrece Pablo en 1 Timoteo 2:1-4 nos propone orar por las autoridades y apoyarlas. En la actualidad esto implica también involucrarse, de forma sabia y coherente, en aquellas gestiones que nos permitan construir una sociedad más justa e igualitaria. Debemos recordar que la política también tiene una gran incidencia y puede ser un espacio que, bien aprovechado, podría ser capaz de mejorar y cambiar políticas públicas y leyes además de proponer iniciativas que colaboren con posiciones que favorezcan a las personas de los sectores más vulnerables. En nuestras naciones latinas hemos sido testigos de una gran descomposición estructural en los gobiernos de turno. Es casi seguro que las personas que se involucren en la política tendrán que sufrir fuertes tensiones que las obligarán a asumir una de dos posturas: ceder y dejarse arrastrar por los sistemas corruptos ya establecidos, o actuar con integridad a pesar del riesgo que conlleva. Para los que deciden actuar y correr el riesgo, su trabajo consistirá en una labor profética que podría implicar situaciones muy peligrosas, incluso la muerte. Muchos han tenido que ofrecer sus propia vidas en defensa de causas justas, lo cual quiere decir que servir en un cargo público y actuar correctamente no siempre será una labor fácil, si se ha de realizar de acuerdo con los valores que nos demanda el reino de Dios. Por ello creo, y coincidirá conmigo estimado lector, que optar por un cargo político es una vocación a la que no todos hemos sido llamados, y ahí está la diferencia entre los que sirven con rectitud, verdadero compromiso y convicción y los que hacen de la política un fin para provecho y beneficio personal. Referencias Barth Karl. Comunidad cristiana y comunidad civil. Barcelona: Editorial Fontanella, 1976. López, R, Darío. La propuesta política del reino de Dios. Lima: Ediciones Puma, 2009.
Alexander Cabezas
Costarricense. Consultor en temas de niñez e iglesia. Profesor de varios seminarios teológicos en Costa Rica. Tiene una maestría y una licenciatura en teología y un bachillerato en Educación Cristiana.