LA IGLESIA QUE SOÑÓ JESÚS
DAVID GAITANEn días cuando se construyen comunidades cristianas alrededor del culto, las reuniones y actividades semanales; resultaría pertinente poder hacer un esfuerzo con el fin de tratar de acercarnos a los deseos manifiestos de Jesús sobre cómo él establecería su iglesia en nuestros tiempos.
Todo un reto que bien valdría la pena asumir, pues las referencias del Maestro de Galilea sobre una posible religión que hubiera querido fundar son escasas, por no decir que nulas. Es entonces cuando el re-pensar el Evangelio es pertinente, pues si la iglesia desea hacer la voluntad de Dios, como mínimo, debería estar familiarizado con ella. Y es que construir iglesia ha tomado algo más de dos mil años, y aún hoy día se siguen aportando ideas, programas, estrategias, discursos, etc. “Esta es una iglesia diferente”, se escucha en boca de ciertos entusiastas laicos que presentan formas diversas de llevar un cristianismo que sea relevante para el momento histórico que vivimos. Entonces la tarea nos llevará a entrever en las palabras y acciones de Jesús, sumado a los comportamientos de la iglesia primitiva, conjugado con los discursos y textos de los apóstoles; una luz sobre cómo el ser iglesia dibujará una sonrisa en el rostro de Dios. Para ello, propongo cuatro escenarios, los cuales pueden brindar un inicio al diálogo. 1. La iglesia no debiera reposar sobre un gobierno jerárquico autoritario La declaración del Maestro de Galilea en Marcos 10:45, debería trazar un camino a seguir por todos aquellos que ejercen un ministerio eclesiástico. “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. Si estas palabras germinaran en el corazón de los líderes religiosos, la iglesia no debería verse como una organización con jerarquía y subordinación; pues seguir el ejemplo del Carpintero, llevará al servicio del pueblo, mas no a la opresión del mismo. Uno de los retos más grandes de esta declaración, es que se le ha asignado una especie de tinte político-demagógico, en donde el servicio se traduce en una metáfora que sólo puede ser entendida y desarrollada desde el poder. Parece que convenientemente a algunos grupos religiosos les resulta necesario leer ciertos textos desde el literalismo, y a otros, dándoles sentido figurado. Así mismo, en Efesios 1:22-23, el Apóstol reconoce que la cabeza de la iglesia es Cristo. Es interesante poder desenredar un poco esta premisa, pues se ha hecho común que tal declaración se aborde desde el misticismo, en donde Dios habla a través del espíritu a los líderes y les dice sobrenaturalmente lo que estos deben hacer. Sin embargo, una relectura desde la noción presentada en el evangelio de Juan 1:18, nos advertiría que para conocer al Padre y su voluntad, debemos examinar la vida de Jesús, sus obras y reacciones, discursos y actitudes frente a diferentes situaciones. Es decir, si queremos saber cómo Dios dirigiría su iglesia, debemos remitirnos a la vida que vivió su Hijo en la tierra, entender sus palabras y seguir su ejemplo. Esa vida, la cual es él finalmente, funcionando como la cabeza de la iglesia, es la que da dirección sobre cómo esta debe comportarse en la tierra, contrario a que sean los hombres quienes busquen enseñorearse desde el poder que presupone se ostenta cuando hay personas que les siguen como marco de referencia. Una de las doctrinas más importantes en medio de la reforma protestante es el sacerdocio universal. Esta se ha construido desde textos como 1 de Pedro 2:9 “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa…”. Como su nombre lo indica, cada creyente es un sacerdote, quien puede administrar su conexión con Dios, sea esta cual sea. Desde este concepto, no se necesitan intermediarios y mucho menos jefes manda más en medio de la comunidad de Fe. Ahora, esto no desconoce que hay hombres que guían y enseñan a la iglesia como lo reseña Hebreos 13:7, pero que incluso desde sus enseñanzas y hasta su conducta, son objeto de consideración (juicio), lo cual no solo es un derecho, sino un deber del creyente. Lo ideal sería entonces que dicha comunidad sea entendida como un organismo, más que como organización; lo cual resultaría, honestamente en cierto grado, una utopía. A medida que la comunidad se organiza, tiende a convertirse en organización, y para atenderla, se necesitan servidores que traigan orden a ella. Así ocurrió en la iglesia primitiva registrada en el libro de los Hechos 6:1-7, en donde podemos ver que el gobierno eclesiástico era colegiado. Este último aspecto lo encontramos en el desarrollo del relato de todo el libro de los Hechos, en donde se hace evidente que los apóstoles sostenían reuniones, diálogos y disertaciones sobre los asuntos que se iban presentando, para así tomar decisiones conjuntas sobre qué se debería hacer. Y es natural. Para la mayoría de teólogos, biblistas e historiadores de las Escrituras; Jesús no pretendía formar una nueva religión, y sus seguidores tampoco habían sido adiestrados para ello. Fueron conscientes de su nueva tarea, una vez se había marchado el Maestro y la pregunta rondaba sus mentes, ¿Y ahora qué?. 2. Más que individuos, la iglesia es una comunidad Es entonces esta comunidad la reunión de los santos, la congregación de los hijos de Dios. Esto no debería confundirse con la “reunionedera”, aunque lamentablemente sea así para muchas organizaciones religiosas, en las que el centro de su funcionamiento son las actividades y todo gira alrededor de ellas. Una comunidad presupone el bien de quienes la componen, más que los intereses de la organización. Este principio se ve cercenado cada vez que es más importante el “buen caminar” de las reuniones, en vez del bienestar de las personas. Hay muchas metáforas sobre el “cuerpo”, cuando a la iglesia se refiere. Una de estas se encuentra en 1 de Corintios 12:12, en la que Pablo se refiere a un cuerpo conformado por muchos miembros, y además reseña que cuando uno de estos se duele, todo el cuerpo se ve afectado también. Se hace iglesia cuando en una cafetería, un hermano consuela a otro y/o lo fortalece en medio de una situación que así lo requiera. Hay iglesia cuando se visita a un enfermo, cuando se brinda una taza de chocolate caliente en invierno a quien no la tiene. Iglesia es edificarse mutuamente en la oración, el estudio de las Escrituras en una casa, o un parque. El culto no es el único escenario en el que es posible “congregarse”. Esta verdad debería ser liberadora, pues en no pocos lugares la ley del “no congregarse como algunos tienen por costumbre” se ha instrumentalizado tanto, que en vez de ser liberadora, ha traído carga en medio de aquellos que necesitan compartir en familia para desarrollar buenas relaciones. Cuando el lunes hay reunión de líderes, el martes de servicio, el miércoles de Escuela, el jueves célula, el viernes vigilia, el sábado jóvenes y el domingo culto de 7, 9, 11, 1, 3 y 5 p.m.; se ha absorbido tanto la vida de las personas, que muchos hogares terminan separados pagando las consecuencias de una organización que exprime a sus miembros. A veces uno de los cónyuges, o los hijos hacen reclamos legítimos al ausente en el hogar, pero reciben como respuesta exhortaciones a “no dejarse usar por el diablo”, “no convertirse en Jezabel”, o incluso no ser “endemoniados”, por esperar más de su ser querido en casa, que en la institución religiosa. Por eso la unidad de la que clama Jesús al Padre en Juan 17:21, requiere del compromiso de todos para sentir el dolor ajeno, apropiarse de él y tomar cartas en el asunto. Hace unos meses escuchaba una conmovedora reflexión del pastor y teólogo colombiano Jeferson Rodriguez, quien recordaba que por ejemplo, los cantos de antaño en la congregación se entonaban en plural; mientras que hoy en día son en singular. Estas palabras me confrontaron en la cruda realidad actual de la iglesia, cuando los gritos del individualismo han acallado los susurros del comunitarismo. Esto me hace pensar en la oración que pronunció Jesús, aquella con la que nos quiso enseñar a orar, el Padrenuestro. Toda en plural, toda comunitaria. Ejemplo que siguió cabalmente la iglesia primitiva, ampliamente reseñado en el libro de los Hechos, capítulo 2, versículos 1 en adelante. 3. La iglesia da gloria a Dios Sin duda alguna, el culto es una piedra básica en medio de la estructura y razón de ser eclesiásticos. La reunión de los hermanos genera un espacio para poder tener conexión con Dios a través de las reflexiones teológicas y la contemplación. Los cánticos, himnos, oraciones, lectura de los salmos, comunión y demás momentos litúrgicos, crean una conexión espiritual, la cual facilita herramientas para dar gloria a Dios a través de las expresiones anteriormente enunciadas. Sin embargo, más allá de estos elementos imprescindibles, se encuentra el llamado de atención que hace el mismo Jesús a través de un relato sorprendente, en donde advierte que el Hijo del Hombre regresará a juzgar. Los detalles de este juicio son ciertamente atractivos y dan luces sobre la expectativa del Maestro en cuanto al comportamiento de los seres humanos. Este lo encontramos en Mateo 25:31-46. Me resulta imposible evitar reír cuando recuerdo que en más de una oportunidad he escuchado a flamantes predicadores decir desde este texto, que los de la izquierda (refiriéndose frontalmente a la postura política) serán condenados por Dios en el día del juicio. Esto lo sustentan basándose en el versículo 41; “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”, ignorando completamente el contexto, el cual es absolutamente contrario a sus pretensiones. Porque es justamente en toda esta porción de las Escrituras, que Jesús claramente invita a los hombres bondadosos, a los que ha ubicado en la derecha (sí, yo sé; toda una ironía en nuestros tiempos); a que evidencien dicha bondad a través de la ayuda a quien lo necesita, al sediento, al hambriento, el desnudo, el pobre. ¿Y quién más que la iglesia para encargarse de ellos tal como el Carpintero lo hizo, si es esta su cuerpo en la tierra? Por eso se da gloria a Dios a través de la bondad, la misericordia, el ser compasivos. La iglesia debería entonces convertirse en un manantial de agua y un proveedor de pan. Pero esta no es la única respuesta que la iglesia relevante debe dar. También es menester brindar consuelo al desconsolado, compañía al solitario, apoyo al desahuciado. Hay matrimonios que se están quebrando y necesitan ayuda, hay jóvenes que se suicidan, dejando familias devastadas, hay niños que están siendo abusados física, sexual y espiritualmente. ¿Qué acciones estamos orientando a ellos?, cuando lamentablemente incluso muchos pastores desprecian el valor de los psicólogos en el quehacer de fe. Aunque no se trata solamente de trasladarle a los miembros individuos de la comunidad esta responsabilidad, una vez que estos hayan aportado sus diezmos y ofrendas; no. Se hace necesario que la misma iglesia como organización de ejemplo de inversión en programas, estrategias, acciones misionales que nos lleven a una praxis de las teorías teológicas y la compasión que le aprendimos al Maestro. De otro modo es letra muerta. Es muy fácil que el pastor le diga a sus feligreses que deben ser compasivos, cuando la iglesia no lo está haciendo primero con sus miembros, con los de su casa, y después con todo ser humano en necesidad. Más allá de dar clases de escuela dominical a los infantes desde la historia de Jonás y el grande pez, es pertinente que haya programas de asignación de becas escolares a quienes dentro de la comunidad no tienen acceso a la educación básica o media; incluso, profesional. Entonces la iglesia habrá entendido el significado del “traer el reino de Dios a la tierra”, aquella nueva Jerusalén que el profeta vio descender del cielo en el Apocalipsis. El libro de los Hechos, en su capítulo 2 y versículo 43 nos da un claro ejemplo de ello; incluso el llamado de atención en Santiago 1:27 nos advierte sobre lo mismo. Una y otra vez, una iglesia relevante, que hace política desde la base, que no se tranza con los poderosos de este mundo, ni les sirve; sino que crea soluciones. La iglesia de Cristo da gloria a Dios cuando escucha las murmuraciones, como en Hechos 6:1-7, en vez de censurar y sembrar terror en medio de aquellos que se atreven a ver y expresar cuando las cosas no marchan bien. Una iglesia que en vez de reprimir, genera soluciones y mantiene la paz en medio de los hermanos mientras desarrolla su misión. Y ojo, esto no es una apología a sistema económico alguno. Dar gloria a Dios no se trata de afiliar la iglesia comunismo, ni marxismo; no. Debemos aprender del pasado y reconocer que estos sistemas en el mundo sencillamente no funcionaron. Y no lo hicieron porque sus principios fueron opresores, restrictivos, impuestos, autoritarios, por obligación. Pero el Espíritu Santo sí puede convencer al hombre a compartir, a ser compasivo, generoso, a dar de lo que tiene. Como decenas de versículos del consejo bíblico. Tampoco se trata de caer en los encantos del consumismo desmedido, del neoliberalismo que procura el bien propio a expensas del hermano, ese que alimenta la envidia y egoísmo. Definitivamente el Evangelio de Cristo es contrario a eso, a acumular riquezas mientras otros mueren de hambre. A la avaricia sin fin que reina en nuestras sociedades contemporáneas. Por eso se debe construir una iglesia que ayuda al necesitado mientras le da herramientas para convertirse en un creador de comunidad y alguien que aporte a su construcción; como miembro del cuerpo, como amado que ha aprendido a dar amor también. La iglesia da gloria a Dios cuando sigue el ejemplo restaurador de Jesús con la mujer, o cuando tocó a los leprosos, e incluso cuando usó de ejemplo en su discurso a los samaritanos; esos vecinos indeseables para su auditorio. ¿Cuáles son nuestros samaritanos hoy? 4. La iglesia tiene una función profética Quizá muchos de los lectores estarán de acuerdo con esta afirmación, pero lo hacen desde un entendimiento de lo profético, un tanto místico. Así que permítanme por favor decir que la profecía no debería ser asociada con una especie de adivinación sobre el futuro. Los profetas en la Biblia fueron hombres y mujeres que se levantaron para anunciar las buenas noticias mientras denunciaban lo que estaba mal en el mundo. Ellos hicieron duras críticas contra los sistemas, abusos, represión e injusticias. Hoy no quedan muchos profetas, pues es más fácil hacer acuerdos con los poderosos para abrirse campo en la agenda del devenir ministerial; que denunciar sus atrocidades y acciones en detrimento de quienes Jesús defendió. Y es que el Maestro de Galilea fue el más grande profeta de su tiempo y de todos los tiempos. Por eso lo asesinaron, joven. Porque como dice Ulises Oyarzún, los profetas mueren jóvenes. Y lo hacen porque sus palabras son impertinentes, piedras en el zapato, tenaces, drásticas, verdaderas. Jesús lo hizo a través de toda su vida, en cada acto de amor, en cada discurso, durante su propia tentación en el desierto. Pero uno de los ejemplos más claros de esto lo encontramos en Mateo 23. Su voz todavía se escucha en medio de los corazones que se atreven a leer más allá de lo que les dicta el sistema religioso que hagan. Por eso la iglesia debe recuperar su rol profético en nuestros días, denunciando la corrupción de los gobiernos, el abuso de poder dentro de las mismas instituciones religiosas, combatir la ignorancia y los autoritarismos; y aunque esto no es tan glamuroso como decirle a las personas lo que les va a pasar dentro de un tiempo, es la verdadera actitud que soñó el Hijo de Dios. La iglesia es la expresión de Cristo en la tierra, pero la hemos convertido en cueva de ladrones, nuestro trabajo se ha limitado a la comodidad y ambición del proselitismo, el cual nos permite ganar muchos adeptos para explotarlos y someterlos a ideales y dogmas, los cuales lejos de traer la libertad que prometió el Galileo, está imponiendo cadenas de esclavitud. ¿Estamos construyendo entonces la iglesia que Jesús soñó? David A. Gaitanes periodista, pastor y escritor de la ciudad de Bogotá, Colombia.
Colabora con diferentes medios a través de sus ensayos y reflexiones teológicas. Asesora a iglesias y ministerios en diversas áreas eclesiásticas y se ha convertido en un referente teológico y pastoral en temas matrimoniales y de familia. Es esposo de Ivonne y papá de Laura Camila. |