LA JUSTICIA SOCIAL EN LA BIBLIA
MARÍA AUXILIADORA PACHECOPRÓLOGO
Desde un principio, la voluntad de Dios era que los hombres y las mujeres tuvieran lo suficiente para sus necesidades, y que su trabajo obtuviera una retribución justa. Pero con la caída llegó el pecado, y tras el pecado la injusticia. Las relaciones humanas se pervirtieron. Una de las frases usadas para expresar los períodos de degradación moral es “que cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jue. 17:6). Esto significa el triunfo de la ley del más fuerte, del que más puede. Los más débiles quedaban desprotegidos y a merced de los anteriores. Pero Dios quería restaurar a la Humanidad. Deseaba que volvieran a recuperar la intimidad con Él, y que sus vidas se amoldaran lo máximo posible al ideal de vida que en un principio les había preparado. Necesitaba un pueblo para ejecutar su plan de salvación y dejar constancia de como deseaba que los hombres se condujeran con sus semejantes. Primeramente escogió a Israel como su pueblo, y por medio de Moisés les dio los diez mandamientos, y un código de conducta para regular su vida y sus relaciones. Si esas leyes se cumplían, la justicia reinaría en su sociedad. Más tarde, cuando los israelitas dejaban la ley, los profetas alzaban su voz para denunciar su conducta. Los hombres sabios y piadosos también expresaban como debían obrar unos con otros. Finalmente, llegó Jesús para traernos salvación y redención. Entre sus enseñanzas, también habló sobre los débiles y necesitados. Después de su partida, la Iglesia siguió sus enseñanzas, y se vio en la necesidad de buscar soluciones prácticas ante las diferentes situaciones que se presentaban. Los Hechos y las Epístolas reflejan los distintos retos que debieron superar, entre los que se hallaban la atención a los desfavorecidos. En resumen, a lo largo de toda la Biblia se puede encontrar una gran cantidad de textos sobre la justicia social, lo que Dios ha hablado sobre ese tema. Algunas de sus expresiones nos pueden resultar chocantes, porque regulan situaciones propias de las sociedades de los tiempos bíblicos, como la esclavitud. Pero su espíritu y su mensaje siguen vigentes en medio de un mundo donde la llamada a una mayor justicia social es tan necesaria como en los tiempos bíblicos. I: EL ANTIGUO TESTAMENTO: LA LEY Tradicionalmente, los cinco libros que escribió Moisés (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), el Pentateuco, son llamados “la Ley”, en hebreo la Torah. En el resto de las Escrituras, también son llamados de esa forma (Jos. 1:8; Neh. 8:2, 3, 14; Mt. 5:17; 7:12; Lc. 16:16; Jn. 1:17), por eso he preferido llamar así a este apartado. Torah significa instrucción, que en nuestras biblias castellanas es traducido por “ley” que procede del latín lex y de ligare, atar. Estos libros contienen la historia de la Creación, la de la primera etapa de la Humanidad, el nacimiento del pueblo de Israel y su historia hasta la llegada a la Tierra Prometida. Los nombres de Ley o Torah se refieren al contenido de parte de estos libros. Pues incluyen las instrucciones que Dios dio a Israel por medio de Moisés sobre como debían conducirse en su vida diaria en relación con Dios y unos con otros. Los Diez Mandamientos son la pieza fundamental en la que está basada la ley (Éx. 20:1-17). La ley anunciaba mucho de lo que habría de ser mostrado abiertamente en el Nuevo Testamento con sus ceremonias, tipos, símbolos, instituciones, profecías y promesas (He. 10:1). De todas estas ordenanzas, he seleccionado las que se refieren a la legislación social. Para su época, fue una legislación avanzada, y en buena medida sigue siéndolo en la actualidad. Mi deseo es mostrar como esta parte de la Escritura es un espejo en el que debería mirarse el mundo de hoy, estando convencida de que viviríamos en una sociedad mejor y más justa si prestáramos atención a su mensaje (Stg. 1:23-25). Los pobres, las viudas y los huérfanos Dios otorgó a Israel la tierra de Canaán (Éx. 6:4, 8), que fue después repartida de forma equitativa. En la Ley dispuso normativas para evitar el acaparamiento de la tierra por parte de unos pocos, que se verán en el apartado referente a la economía. Pero la pobreza no quedó eliminada totalmente, ocasionada por la culpa del individuo o de sus antecesores, o por circunstancias de las que sólo Dios conoce la razón. Los desfavorecidos son tenidos por personas desventuradas y sufriendo pruebas, pero amadas por Dios. La Ley dispone normativas para todos los pobres, en especial para las viudas, los huérfanos y los extranjeros, como una muestra de la especial atención de parte de Dios hacia estas personas. Estas disposiciones deberían ser guardadas por los israelitas temerosos de Dios. A continuación hablaré de ellas. Cuando siegues tu mies en tu campo y olvides alguna gavilla en el campo, no volverás para recogerla; será para el extranjero, el huérfano y la viuda, a fin de que te bendiga Jehová, tu Dios, en toda la obra de tus manos. Cuando sacudas tus olivos, no recorrerás las ramas que hayas dejado detrás de ti; serán para el extranjero, el huérfano y la viuda. Cuando vendimies tu viña, no rebuscarás tras de ti; será para el extranjero, el huérfano y la viuda. (Dt. 24:19-21). La economía israelita estaba basada en la agricultura y la ganadería. Como he dicho más arriba, cada israelita recibió su porción de tierra correspondiente, y de lo que produjera dependía su sustento para el resto del año. No habría extrañado encontrarse con algún consejo del estilo de: “trabaja tu tierra con esmero, y cuando llegue la cosecha no descanses hasta recoger el fruto de tu esfuerzo”. Pero, ¿qué encontramos? No debían de andar rebuscando hasta la última espiga ni hasta la última uva. Debían de permitir que lo que se dejaran atrás pudieran recogerlo el extranjero indigente, el huérfano y la viuda. Incluso si se dejaban atrás una gavilla al volver a casa, no debían regresar a recogerla. Dios les bendeciría si obraban de esa forma. Una muestra de que esta normativa fue respetada la encontramos en el capítulo dos del libro de Rut, donde encontramos a Rut espigando en el campo de Booz. Esta disposición puede calificarse de notable, y no ha sido superada hasta la fecha. Al contrario, en nuestra sociedad capitalista, con tendencia a un capitalismo cada vez más virulento, lo que prima es conseguir el máximo de ganancias, reduciendo al mínimo las posibles pérdidas. ¡Ay de aquel empleado que por descuido deje algunos productos de la fábrica donde trabaje al alcance de los pobres! En el mejor de los casos le serán descontados de su sueldo, y el peor será despedido. Ya antes de la crisis actual, había multinacionales que cerraban fábricas no porque tuvieran pérdidas, sino por haber tenido menos ganancias de las previstas. Se ha reconocido que la crisis actual ha sobrevenido por la codicia llevada hasta los últimos extremos. Nuestro Dios nos enseña otra forma de actuar en los trabajos y negocios, para nuestro bien y el de nuestro prójimo. De este texto se desprenden dos principios prácticos. El primero, que en el tiempo de la prosperidad debemos acordarnos de los desfavorecidos, con la promesa de la bendición de Dios. El segundo, que huyamos de la codicia, que no lleva a nada bueno. Las formas de ganarse la vida han cambiado, incluso en el campo hoy en día no es viable seguir esta normativa. Pero todo el mundo sabe lo que es llevar su economía con un afán enfermizo por el dinero, o intentando amoldarla a lo que Dios dispone, confiando en sus promesas para quien obre así. Cuando entres en la viña de tu prójimo, podrás comer uvas hasta saciarte, pero no pondrás ninguna en tu cesto. Cuando entres en la mies de tu prójimo, podrás arrancar espigas con tu mano, pero no aplicarás la hoz a la mies de tu prójimo. Dt. 23:24-25). Aquí también hay otra normativa destinada al cuidado de los desfavorecidos. En el tiempo de la cosecha, debía ser muy duro para un necesitado estar pasando hambre, y ver los campos repletos de frutos. Dios, siguiendo sus principios de economía, ordena que eso no suceda. Solamente exige que se consuman los alimentos en el campo, para evitar posibles abusos derivados de poder llevárselos a otro sitio. Tampoco podría usarse hoz, por motivos parecidos. Los vecinos con dificultades económicas o los viajeros con necesidad podrían aliviar su hambre. Esta normativa se respetó hasta los tiempos de Jesús. Mateo 6:1-5 cuenta que los discípulos, como dice el texto que estoy comentando, arrancaron espigas con la mano para comérselas, lo que sucedió en un día de reposo. Los fariseos entonces les acusaron de no respetar el día de reposo, y Jesús les recriminó su legalismo. Por ser una de las controversias sobre el día de reposo, se olvida el trasfondo de este pasaje. El propietario del campo no salió a recriminar a los discípulos por estar cogiendo espigas de su campo. Los fariseos tampoco les acusaron de atentar contra la propiedad de su prójimo, sino de otra cosa. Sencillamente, ni el dueño del campo ni los fariseos podían protestar por el simple hecho de coger las espigas para comérselas, porque los discípulos se estaban acogiendo a una disposición de la Torah. Si tu hermano empobrece y recurre a ti, tú lo ampararás; como forastero y extranjero vivirá contigo. No tomarás de él usura ni ganancia, sino tendrás temor de tu Dios, y tu hermano vivirá contigo. No le darás tu dinero a usura ni tus víveres a ganancia. (Lv. 25:35-37). Cuando haya algún pobre entre tus hermanos en alguna de tus ciudades, en la tierra que Jehová, tu Dios, te da, no endurecerás tu corazón ni le cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano liberalmente y le prestarás lo que en efecto necesite. Guárdate de albergar en tu corazón este pensamiento perverso: “Cerca está el séptimo año, el de la remisión”, para mirar con malos ojos a tu hermano pobre y no darle nada, pues él podría clamar contra ti a Jehová, y se te contaría como pecado. Sin falta le darás, y no serás de mezquino corazón cuando le des, porque por ello te bendecirá Jehová, tu Dios, en todas tus obras y en todo lo que emprendas. Pues nunca faltarán pobres en medio de la tierra; por eso yo te mando: Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra. (Dt. 15:7-11). Estas son dos disposiciones complementarias sobre los israelitas caídos en la indigencia. En Levítico se refiere específicamente a los familiares empobrecidos. En Deuteronomio, se amplía y complementa lo dicho en Levítico en beneficio de cualquier persona pobre. Levítico explica cómo deben de obrar los israelitas en una posición desahogada, con sus familiares víctimas de circunstancias adversas. Deberán darles alojamiento y proveer liberalmente para sus necesidades, teniendo temor de Dios. Si piden dinero o alimentos prestados, no podrán cobrarles intereses. En todo deberán mostrar un comportamiento compasivo. En Deuteronomio explica cómo debe ser el comportamiento con los ciudadanos desfavorecidos. Si piden dinero prestado para sus necesidades, no se les podrá negar. Si estuviera cerca el año de la remisión, en el que se perdonaban las deudas, tampoco se podrían rehusar a sus peticiones con la excusa de que después no podrían recuperar el dinero. Si obraban así, les sería contado como pecado. Deberían dar con generosidad a cualquiera que lo necesitara, pues así tendrían la bendición de Dios. Sí, Dios bendice a los que se compadecen de su prójimo necesitado. A ninguna viuda ni huérfano afligiréis, porque si tú llegas a afligirlos, y ellos claman a mí, ciertamente oiré yo su clamor, mi furor se encenderá y os mataré a espada; vuestras mujeres serán viudas, y huérfanos vuestros hijos. (Éx. 22:22-24). La situación de las viudas y los huérfanos podía llegar a ser muy penosa si no tenían familiares que los socorrieran. En aquellos tiempos no existían pensiones de viudedad ni de orfandad. Su suerte dependía entonces del respeto a la Ley por parte de los israelitas. Si el pueblo andaba en los caminos de Dios, recibirían la ayuda de sus ciudadanos, como dictaba el pasaje que he citado antes de éste. Pero si abandonaban la Ley, y en su impiedad ponían el amor al dinero por encima de cualquier tipo de consideración hacia su prójimo, se acarrearían la ira de Dios. Detrás de muchos de los desastres nacionales que se cuentan en la Biblia, además del abandono de Dios y de su Ley, también estuvieron los abusos hacia los más débiles. Este pasaje debería servir de señal de aviso en el mundo actual. A pesar de las prestaciones actuales, todavía existen muchas viudas y huérfanos que no reciben la suficiente ayuda. Dignidad no es una limosna estatal, algo que deberían tener en cuenta los gobernantes. Me atrevo a decir que con demasiada frecuencia se nota que la mayoría son varones con una situación desahogada. Luchemos para que estas personas no sufran una doble desgracia, recibir unas prestaciones miserables, además de haber perdido a su padre o marido. Te alegrarás delante de Jehová, tu Dios, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, el levita que habita en tus ciudades, y el extranjero, el huérfano y la viuda que viven entre los tuyos, en el lugar que Jehová, tu Dios, haya escogido para poner allí su nombre... Te alegrarás en tus fiestas solemnes, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que viven en tus poblaciones. (Dt. 16:11, 14). Para las personas desfavorecidas, su situación se hace especialmente patente en los momentos de fiesta y alegría. Mientras los demás pueden celebrar, ellas no tienen nada con que hacerlo. Por eso Dios ordenó que en las festividades sagradas, las personas desfavorecidas no debían olvidarse. Debían ser invitadas a las fiestas y proporcionárseles lo necesario para poder celebrar. No habría ningún tipo de excepción ni discriminación. Incluso los extranjeros y los esclavos debían poder participar de las festividades. El principio que se deriva de esta ordenanza es muy claro. En los momentos de fiesta, debemos acordarnos de las personas de nuestro entorno que no tienen medios o familiares con los que hacer celebraciones. Jesús también nos lo dijo, lo que se verá en el apartado de los evangelios.
Existían varias formas de conseguir esclavos:
Si tu hermano empobrece estando contigo, y se vende a ti, no lo harás servir como esclavo. Como criado, como extranjero estará contigo; hasta el año del jubileo te servirá. Entonces saldrá libre de tu casa junto con sus hijos, volverá a su familia y regresará a la posesión de sus padres, porque son mis siervos, los cuales saqué yo de la tierra de Egipto: no serán vendidos a manera de esclavos. No te enseñorearás de él con dureza, sino tendrás temor de tu Dios. Los esclavos y las esclavas que tengas serán de las gentes que están a vuestro alrededor; de ellos podréis comprar esclavos y esclavas. También podréis comprar esclavos de entre los hijos y familiares de los forasteros que han nacido en vuestra tierra y viven en medio de vosotros, los cuales podrán ser de vuestra propiedad. Los podréis dejar en herencia a vuestros hijos después de vosotros, como posesión hereditaria. Para siempre os serviréis de ellos, pero sobre vuestros hermanos, los hijos de Israel, no os enseñorearéis; nadie tratará a su hermano con dureza. Si el forastero o el extranjero que está contigo se enriquece, y tu hermano que está junto a él empobrece y se vende al forastero o extranjero que está contigo, o a alguno de la familia del extranjero, después que se haya vendido podrá ser rescatado. Uno de sus hermanos lo rescatará, o su tío o el hijo de su tío lo rescatará, o un pariente cercano de su familia lo rescatará o, si sus medios alcanzan, él mismo se rescatará. Contará junto con el que lo compró, desde el año en que se vendió a él hasta el año del jubileo; y el precio de la venta ha de apreciarse conforme al número de los años, y se contará el tiempo que estuvo con él conforme al tiempo de un criado asalariado. Si faltan aún muchos años, conforme a ellos devolverá para su rescate parte del dinero por el cual se vendió. Y si queda poco tiempo hasta el año del jubileo, entonces hará un cálculo con él, y devolverá su rescate conforme a los años que falten. Como a un asalariado contratado anualmente se le tratará. No se enseñoreará sobre él con rigor ante tus ojos. Si no se rescata en esos años, en el año del jubileo quedará libre él junto con sus hijos, porque los hijos de Israel son mis siervos; son siervos míos, a quienes yo saqué de la tierra de Egipto. Yo, Jehová, vuestro Dios. Si no se rescata en esos años, en el año del jubileo quedará libre él junto con sus hijos, porque los hijos de Israel son mis siervos; son siervos míos, a quienes yo saqué de la tierra de Egipto. Yo, Jehová, vuestro Dios. (Lv. 25:39-55). Este texto explica la normativa que habría de seguirse con los israelitas que por una situación de indigencia optaran por venderse voluntariamente, para tener garantizado su sustento, o para pagar sus deudas. La situación legal de un esclavo hebreo era completamente diferente a la de un esclavo extranjero. Después de seis años de servicio, podía recibir la libertad si lo deseaba. No estaba permitido hacerle sufrir malos tratos, ni se le podía despedir con las manos vacías. Tampoco se le podía vender a un tratante de esclavos o a extranjeros de paso, lo que significaría reducirlo para siempre a esclavitud. Si el israelita se vendía a un extranjero residente en Israel, podía ser liberado cuando dispusiera del dinero necesario para el rescate. Su familia tenía derecho a ejercer la opción del rescate, sin que el extranjero pudiera negarse. En el año del Jubileo todos los esclavos hebreos eran liberados, igual los que habían decidido permanecer con la familia a la que fueron vendidos, que los que todavía no llevaban seis años de servicio. Pues la Ley ordenaba que todos los israelitas volvieran a sus propiedades en el año del Jubileo, como comentaré más adelante. Así, si por una sucesión de desgracias, un israelita primero se había visto obligado a vender sus propiedades, y luego a sí mismo, al llegar el Jubileo lo recuperaba todo, sus propiedades y su libertad. Estas son las leyes que les propondrás. Si compras un siervo hebreo, seis años servirá, pero al séptimo saldrá libre, de balde. Si entró solo, solo saldrá; si tenía mujer, su mujer saldrá con él. Si su amo le dio una mujer, y ella le dio hijos o hijas, la mujer y sus hijos serán de su amo, y él saldrá solo. Pero si el siervo dice: “Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos; no quiero salir libre”, entonces su amo lo llevará ante los jueces, lo arrimará a la puerta o al poste, y le horadará la oreja con lesna. Así será su siervo para siempre. (Éx. 21:1-6). Este pasaje trata sobre algunos casos que podían darse con los esclavos hebreos. En primer lugar afirma lo que ya he comentado en el texto anterior, que los hebreos podían ser esclavos como máximo durante seis años. Si su mujer entró a servir con él, con él saldría igualmente. El otro caso, más delicado, podía darse en esos tiempos. Una esclava podía ser dada como esposa, lo que sucedió con Bilha y Zilpa, las siervas de Raquel y Lea, que fueron dadas como esposas a Jacob por éstas últimas. Pero mientras el siervo hebreo saldría libre, si su amo le dio como esposa a una sierva con otro estatuto, el amo podía retener a la sierva con sus hijos. El último caso es el de un israelita que deseara quedarse al servicio de su amo para siempre. Si un israelita consideraba que su situación económica al salir libre no mejoraría, y recibía buen trato por parte de su amo y su familia, podía escoger quedarse para siempre con su amo. Los jueces debían certificar que el israelita escogía la esclavitud voluntariamente, y a continuación recibía la señal de que era esclavo (algo a lo que se alude en Salmos 40:6). Cuando alguien venda a su hija como sierva, ella no saldrá libre como suelen salir los siervos. Si no agrada a su señor, por lo cual no la tomó como esposa, se le permitirá que se rescate, y no la podrá vender a pueblo extraño cuando la deseche. Pero si la desposa con su hijo, hará con ella según se acostumbra con las hijas. Si toma para él otra mujer, no disminuirá su alimento, ni su vestido, ni el deber conyugal. Y si ninguna de estas tres cosas le provee, ella saldrá de gracia, sin dinero. (Éx. 21:7-11). Este pasaje habla sobre el estatuto particular de las jóvenes hebreas que fueran vendidas como esclavas. Se reitera lo dicho con los esclavos hebreos, podían rescatarse antes de terminar su tiempo de servicio y no debían ser vendidas a extranjeros de paso o de fuera de Israel. Si el amo la tomaba como esposa, o la daba a su hijo como esposa, perdería su condición de esclava para ser considerada una esposa. Su marido tendría todas las obligaciones que ello conlleva, incluso en el caso de que tomara una segunda esposa. Si no se daban ninguno de estos casos, al finalizar su tiempo de servicio saldría libre, como los esclavos hebreos. Una sierva no podía ser mantenida en esclavitud por un amo que quisiera servirse de ella con la promesa de tomarla como esposa, pero que no cumpliera su palabra.
Esta normativa se dictó para regular un caso especial de los esclavos tomados en las guerras con otros pueblos: el de las jóvenes que fueran deseadas por los guerreros israelitas. En las naciones antiguas, las cautivas se convertían en esclavas de los vencedores, con el mismo derecho sobre ellas que digamos, sobre su caballo. La situación de las cautivas en los pueblos paganos se ve reflejada en La Iliada de Homero, donde se ve a los guerreros protagonistas con harenes de cautivas sin ningún tipo de derechos, dependiendo únicamente de la buena voluntad de sus amos (¡La Iliada fue redactada más de setecientos años después de la redacción de la ley de Moisés!). Esta normativa estaba destinada a mejorar su situación. Los soldados israelitas no podrían obrar con ellas con la barbarie que hasta el día de hoy caracteriza a los ejércitos con las mujeres de los pueblos conquistados. A la cautiva se le debía permitir tener un mes de luto, como a los judíos, por la pérdida o separación de sus padres. Los actos que se explican eran señales de luto en aquellos tiempos, cortarse el cabello y las uñas, y quitarse el bonito vestido con que se ataviaba a las cautivas para hacerlas más atrayentes. En este tiempo se le daba a la cautiva la oportunidad de irse adaptando a su nueva situación, y al israelita la de comprobar que no había tenido un capricho pasajero. Si el amor del israelita persistía, la tomaría como esposa, y la trataría como a tal. Si posteriormente la mujer no fuera del agrado del israelita, sería dejada en libertad, por cuanto se vio presionada por su situación de cautiva a contraer matrimonio. No podría ser tratada como una esclava ni tampoco ser vendida, como las cautivas de los pueblos paganos. No era un objeto propiedad de su amo, sino una persona. Si alguien hiere a su siervo o a su sierva con un palo, y muere entre sus manos, será castigado; pero si sobrevive por un día o dos, no será castigado, porque es propiedad suya... Si alguien hiere el ojo de su siervo o el ojo de su sierva, y lo daña, le dará libertad por razón de su ojo. Y si hace saltar un diente de su siervo o un diente de su sierva, por su diente le dejará en libertad. (Éx. 21:20, 21, 26, 27). Asimismo el hombre que hiere de muerte a cualquier persona, que sufra la muerte. Un mismo estatuto tendréis para el extranjero y para el natural, porque yo soy Jehová, vuestro Dios. (Lv. 24:17, 22). El esclavo extranjero podía ser castigado a bastonazos, pero estaba prohibido mutilarlo o darle muerte. La ley era muy estricta con la vida de las personas, independientemente de si eran naturales, extranjeros o esclavos. Ningún amo podía dar muerte a su esclavo simplemente porque se enojara con él. En las sociedades paganas de su entorno y en las griega y romana posteriores, los amos podían hacer todo lo que quisieran con sus esclavos, incluido darles muerte cuando se les antojara. Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Todo varón de entre vosotros será circuncidado. Circuncidaréis la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros. A los ocho días de edad será circuncidado todo varón entre vosotros, de generación en generación, tanto el nacido en casa como el comprado por dinero a cualquier extranjero que no sea de tu linaje. Debe ser circuncidado el nacido en tu casa y el comprado por tu dinero, de modo que mi pacto esté en vuestra carne por pacto perpetuo. El incircunciso, aquel a quien no se le haya cortado la carne del prepucio, será eliminado de su pueblo por haber violado mi pacto. (Gn. 17:10-14). Jehová dijo a Moisés y a Aarón: “Esta es la ley para la Pascua: ningún extraño comerá de ella. Pero todo siervo humano comprado por dinero comerá de ella, después que lo hayas circuncidado.” (Éx. 12:43, 44). Ningún extraño comerá de las cosas sagradas. Ni el huésped del sacerdote ni el jornalero comerán cosas sagradas. Pero cuando el sacerdote compre algún esclavo por dinero, este podrá comer de ellas, así como también el nacido en su casa podrá comer de su alimento. (Lv. 22:10, 11). La ley también regulaba la situación de los esclavos extranjeros adquiridos por los israelitas, y de los nacidos en su casa en relación a las ordenanzas sagradas. Cuando Abraham recibió el pacto de la circuncisión, se le ordenó que también fueran circuncidados todos sus esclavos. Este estatuto pasaría a todos los israelitas, y en Éxodo 12:43 y 44 se da por sentado que se continuaba practicando. Los esclavos extranjeros, es decir, permanentes, pasaban a formar parte de la casa de sus amos. Por ello, debían someterse al pacto de la circuncisión. Una vez efectuado, podían participar de la comida ritual de la Pascua, e incluso participar de los alimentos sagrados que recibían los sacerdotes. Así, se les abría una puerta para participar de la vida de las familias con las que convivieran. Y al lugar que Jehová, vuestro Dios, escoja para poner en él su nombre, allí llevaréis todas las cosas que yo os mando: vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, las ofrendas reservadas de vuestras manos, y todo lo escogido de los votos que hayáis prometido a Jehová. Y os alegraréis delante de Jehová, vuestro Dios, vosotros, vuestros hijos, vuestras hijas, vuestros siervos y vuestras siervas, así como el levita que habite en vuestras poblaciones, por cuanto no tiene parte ni heredad con vosotros... Tampoco comerás en tus poblaciones el diezmo de tu grano, de tu vino o de tu aceite, ni las primicias de tus vacas ni de tus ovejas, ni los votos que prometas, ni las ofrendas voluntarias, ni ninguna otra ofrenda reservada de tus manos, sino que delante de Jehová, tu Dios, las comerás, en el lugar que Jehová, tu Dios, haya escogido, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva y el levita que habita en tus poblaciones. Te alegrarás delante de Jehová, tu Dios, de toda la obra de tus manos. (Dt. 12:11, 12, 17, 18). Te alegrarás delante de Jehová, tu Dios, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, el levita que habita en tus ciudades, y el extranjero, el huérfano y la viuda que viven entre los tuyos, en el lugar que Jehová, tu Dios, haya escogido para poner allí su nombre... Te alegrarás en tus fiestas solemnes, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que viven en tus poblaciones. (Dt. 16:11, 14). Estos textos de Deuteronomio indican que en los momentos de celebración nadie debería quedar excluido por su situación económica, social, etcétera. Cuando las familias, conforme a lo establecido en la ley, llevaran a Jerusalén sus diezmos y ofrendas, los esclavos deberían participar de las fiestas y también podían ofrecer sacrificios. Y en las celebraciones solemnes establecidas en la ley, cuando todos los israelitas estuvieran festejando, los esclavos también participarían en las fiestas. Para Dios eran iguales que sus dueños. Pero el séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni el extranjero que está dentro de tus puertas. (Éx. 20:10). Todos los esclavos tenían derecho a disfrutar del descanso sabático, incluidos los esclavos extranjeros, como los criados naturales que trabajaran por dinero. En este día descansaban de sus labores. No entregarás a su señor el siervo que huye de él y acude a ti. Habitará contigo, en medio de ti, en el lugar que escoja en alguna de tus ciudades, donde tenga a bien; no lo oprimirás. (Dt. 23:15, 16). Cuando algún esclavo huyera de su amo, no se le devolvería a su dueño. Se le permitiría refugiarse en el lugar que deseara, y se le trataría con benevolencia. Ya Abraham era viejo, bien avanzado en años; y Jehová había bendecido en todo a Abraham. Dijo Abraham a un criado suyo, el más viejo de su casa, quien gobernaba todo lo que él tenía: —Pon ahora tu mano debajo de mi muslo y júrame por Jehová, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que no tomarás para mi hijo mujer de las hijas de los cananeos, entre los cuales yo habito, sino que irás a mi tierra y a mi parentela a tomar mujer para mi hijo Isaac... (Gn. 24:1-4 más el resto del capítulo). Podía llegar a existir un trato amigable entre amo y esclavo, como el que se ve en el capítulo 24 de Génesis. Un siervo anciano había llegado a ser el hombre de confianza de Abraham, hasta el punto de que Abraham le confió la delicada misión de buscarle una esposa a su hijo Isaac. Respondió Abram: —Señor Jehová, ¿qué me darás, si no me has dado hijos y el mayordomo de mi casa es ese Eliezer, el damasceno? Dijo también Abram: —Como no me has dado prole, mi heredero será un esclavo nacido en mi casa. (Gn. 15:2, 3). A veces un siervo podía heredar a su dueño. Abraham se queja a Dios de que al no tener heredero, le heredaría Eliezer, un esclavo nacido en su casa. Asimismo el que secuestre una persona y la venda, o si es hallada en sus manos, morirá. (Éx. 21:16). Cuando sea hallado alguien que haya secuestrado a uno de sus hermanos entre los hijos de Israel, para esclavizarlo o venderlo, ese ladrón morirá. Así extirparás el mal de en medio de ti. (Dt. 24:7). Si algún israelita secuestraba a personas para esclavizarlas o venderlas recibía la máxima pena. La explotación sexual No contaminarás a tu hija prostituyéndola, para que no se prostituya la tierra y se llene de maldad. (Lv. 19:29). No haya ramera entre las hijas de Israel, ni haya sodomita de entre los hijos de Israel. (Dt. 23:17). Nunca se hablará lo suficiente de todos los males que acarrea la prostitución. Las últimas cifras sobre la prostitución femenina en España arrojan datos demoledores. Se calcula que al menos 300.000 mujeres ejercen la prostitución en España. De ellas, muchas son inmigrantes, y víctimas de las mafias. Es decir, que llegaron a España atraídas por falsas promesas y al llegar fueron convertidas en esclavas sexuales, víctimas de la llamada trata de personas. El 95% de las prostitutas son víctimas de acoso sexual. Entre el 60% y el 75% fueron violadas mientras se prostituían. Entre el 70% y el 95% fueron víctimas de malos tratos físicos. Han declarado que quieren dejar esa actividad entre el 85% y el 95%. Todos estos datos pintan un panorama de lo más sombrío, de abusos y malos tratos, peor todavía si cabe para aquellas que son forzadas a prostituirse. ¿Se puede llamar trabajo, como hoy día quieren algunos, a una actividad tan cruel y degradante? Dios no quería que nada de esto sucediera en Israel. Es cierto que Dios condena las relaciones sexuales desordenadas, pero en el caso de la prostitución, creo que más que otra cosa Dios deseaba evitar todo el dolor y abusos que acarrean estas prácticas. Sobre todo, Levítico defiende a las hijas de los padres desnaturalizados que solamente vieran en ellas una fuente de ganancias. Para Dios es una abominación que las hijas o los hijos sean tratados como ganado por sus padres, en lugar de recibir el cariño y cuidados necesarios. Esto sucede actualmente en muchos países, donde muchos niños y niñas son vendidos como carne fresca a los pervertidos. En los pueblos de alrededor de Israel, había mucha prostitución. Existían cultos paganos donde se ejercía la prostitución femenina y masculina. La prostitución forzada existía en unas condiciones peores todavía que en la actualidad. Porque hoy, si una persona escapa de quienes la han capturado, puede quedar libre. Pero en los tiempos bíblicos, existían esclavos y esclavas comprados por los dueños de los prostíbulos para darles ganancias. Si intentaban escapar y eran descubiertos, en lugar de recibir ayuda de las autoridades, serían devueltos a sus dueños. Dios quería que su pueblo fuera santo, y marcara una diferencia en su entorno. Debían seguir la santidad y la compasión, y ser luz a las naciones. Los trabajadores No oprimirás a tu prójimo ni le robarás. No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana siguiente. (Lv. 19:13). No explotarás al jornalero pobre y necesitado, ya sea de tus hermanos o de los extranjeros que habitan en tu tierra dentro de tus ciudades. En su día le darás su jornal, y no se pondrá el sol sin dárselo; pues es pobre, y con él sustenta su vida. Así no clamará contra ti a Jehová, y no serás responsable de pecado. (Dt. 24:14, 15). Estas leyes hablan de una costumbre de Oriente Medio, que hasta no hace muchos años también se practicaba en España. En las épocas en que eran necesarios muchos brazos para trabajar en el campo, el dueño de las tierras iba a contratar obreros a una plaza, o mandaba a su capataz. Al terminar la jornada, recibían el salario acordado (Mt. 20:1-13). Si faltando a la costumbre, el terrateniente retenía el jornal hasta la mañana, estaba abusando de sus trabajadores, y llevando a una situación angustiosa a los pobres con familia. Dios advierte seriamente contra tal abuso. De esto se derivan varios principios para hoy en día. Los empresarios deben ser justos en las relaciones con sus empleados. Desgraciadamente, se da con frecuencia el caso de trabajadores que dejan de percibir el salario, no de un día, como dicen estos textos, sino de meses enteros. Según los principios bíblicos, ante Dios es un pecado actuar de esa forma. Una de las prioridades de los empresarios debe ser pagar puntualmente los salarios a sus trabajadores. Tampoco deben establecer condiciones abusivas en el trabajo, como exigir horas no acordadas, o trabajos sin contrato. Un buen empresario o un buen jefe, traen prosperidad a su entorno más cercano, y hacen agradable el trabajo. Por el contrario, un mal empresario o un mal jefe, lo que traen es pobreza y mal ambiente laboral. En las relaciones laborales también debe reinar la justicia. La administración de justicia No seguirás a la mayoría para hacer mal, ni responderás en un litigio inclinándote a la mayoría para hacer agravios. (Éx. 23:2). No violarás el derecho del pobre en su pleito. (Éx. 23:6). No cometerás injusticia en los juicios, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo. (Lv. 19:15). En todas las ciudades que Jehová, tu Dios, te dará, pondrás jueces y oficiales, por tribus, los cuales juzgarán al pueblo con justo juicio. No tuerzas el derecho, no hagas acepción de personas ni tomes soborno, porque el soborno ciega los ojos de los sabios y pervierte las palabras de los justos. La justicia, sólo la justicia seguirás, para que vivas y heredes la tierra que Jehová, tu Dios, te da. (Dt. 16:18-20). De palabra de mentira te alejarás, y no matarás al inocente y justo, porque yo no justificaré al malvado. (Éx. 23:7). No cometáis injusticia en los juicios, en medidas de tierra, ni en peso ni en otra medida. Balanzas justas, pesas justas y medidas justas tendréis. Yo soy Jehová, vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto. (Lv. 19:35, 36). No se tomará en cuenta a un solo testigo contra alguien en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquier ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación. (Dt. 19:15). Por testimonio de dos o de tres testigos morirá el que haya de morir; no morirá por el testimonio de un solo testigo. (Dt. 17:6). El Señor estableció las bases para una justicia justa, que son seguidas en todos los países que buscan el bienestar de sus ciudadanos. Los veredictos no debían estar influenciados por cuestiones ajenas a los hechos en litigio. No podrían estar influidos por la animadversión hacia alguien, aunque fueran muchos los inclinados a pensar en la culpabilidad del acusado. Se prohíben expresamente los juicios efectuados para perjudicar a otros, fueran cuales fueran los motivos de la antipatía. Los pobres, que tradicionalmente han estado en una situación más vulnerable, debían ser juzgados con justicia. No se favorecería a los pobres ni a los poderosos, la justicia sería una para todos. Ninguna persona sería condenada por un único testimonio. Se precisarían dos o tres testigos para probar el delito. Jezabel armó un complot en contra de Nabot, porque no le quiso vender su heredad al rey Acab (1 R. 21:1-15). La Escritura narra que pagaron a “dos hombres perversos” para testificar falsamente en contra de Nabot. Ni siquiera un rey injusto como Acab podía obligar a un juez a condenar a alguien sin al menos guardar las formas. Un eco de esta ley se ve aún en el montaje, que no juicio, preparado para matar a Jesús (Mr. 14:55-59). No pudieron hallar motivos para condenar a Jesús porque los falsos testigos que buscaron, aleccionados a toda prisa, no se pusieron de acuerdo en su testimonio. Lo condenaron únicamente por afirmar que era Hijo de Dios. La ley también decreta que la justicia tuviera representantes en todas las poblaciones. Estos eran heraldos o alguaciles, empleados en ejecutar las sentencias de sus superiores. El original hebreo dice “en todas tus puertas”, traducido por “en todas tus ciudades”. La puerta de la ciudad era el lugar de concurrencia pública entre los israelitas y otros pueblos orientales, donde se trataban los negocios y se ventilaban los pleitos (Rut 4:1-11; Job 29:7). Resumiendo, debe ser fácil acceder a la justicia para todos, y la justicia no puede estar influenciada por prejuicios, animadversión, condición social, etc. El Señor, que es justo, ama la justicia, y exhorta muy severamente a quienes hacen injusticia en los juicios. I: EL ANTIGUO TESTAMENTO 1. NEHEMÍAS Entonces hubo gran clamor del pueblo y de sus mujeres contra sus hermanos judíos. Había quien decía: «Nosotros, nuestros hijos y nuestras hijas, somos muchos; por tanto, hemos pedido prestado grano para comer y vivir». Y había quienes decían: «Hemos empeñado nuestras tierras, nuestras viñas y nuestras casas, para comprar grano, a causa del hambre». Otros decían: «Hemos tomado prestado dinero sobre nuestras tierras y viñas para el tributo del rey. Ahora bien, nosotros y nuestros hermanos somos de una misma carne, y nuestros hijos son como sus hijos; sin embargo, nosotros tuvimos que entregar nuestros hijos y nuestras hijas a servidumbre, y algunas de nuestras hijas son ya esclavas, y no podemos rescatarlas porque nuestras tierras y nuestras viñas son de otros». Cuando oí su clamor y estas palabras, me enojé mucho. Después de meditarlo bien, reprendí a los nobles y a los oficiales. Y les dije: —¿Exigís interés a vuestros hermanos? Además, convoqué contra ellos una gran asamblea, y les dije: —Nosotros, según nuestras posibilidades, rescatamos a nuestros hermanos judíos que habían sido vendidos a las naciones; ¿y ahora sois vosotros los que vendéis aun a vuestros hermanos, para que nosotros tengamos que rescatarlos de nuevo? Y callaron, pues no tuvieron qué responder. Y yo añadí: —No es bueno lo que hacéis. ¿No deberíais andar en el temor de nuestro Dios, para no ser objeto de burla de las naciones enemigas nuestras? También yo, mis hermanos y mis criados les hemos prestado dinero y grano. ¡Perdonémosles esta deuda! Os ruego que les devolváis hoy sus tierras, sus viñas, sus olivares y sus casas, y la centésima parte del dinero, del grano, del vino y del aceite, que demandáis de ellos como interés. Ellos respondieron: —Lo devolveremos y nada les demandaremos; haremos así como tú dices. Entonces convoqué a los sacerdotes y les hice jurar que harían conforme a esto. Sacudí además mi vestido, y dije: —Así sacuda Dios de su casa y de su trabajo a todo hombre que no cumpla esto; así sea sacudido y quede sin nada. Y respondió toda la congregación: —¡Amén! Entonces alabaron a Jehová, y el pueblo hizo conforme a esto. También desde el día que me mandó el rey que fuera gobernador de ellos en la tierra de Judá, desde el año veinte del rey Artajerjes hasta el año treinta y dos, doce años, ni yo ni mis hermanos comimos del pan del gobernador. En cambio, los primeros gobernadores que me antecedieron abrumaron al pueblo: les cobraban, por el pan y por el vino, más de cuarenta siclos de plata, y aun sus criados se enseñoreaban del pueblo. Pero yo no hice así, a causa del temor de Dios. También trabajé mi parte en la restauración de este muro, y no he comprado heredad; también todos mis criados estaban allí juntos en la obra. Además, ciento cincuenta judíos y oficiales, y los que venían de las naciones que había alrededor de nosotros, se sentaban a mi mesa. Cada día se preparaba un buey y seis ovejas escogidas; también me preparaban aves; y, cada diez días, se traía vino en abundancia. Así y todo, nunca reclamé el pan del gobernador, porque la carga que pesaba sobre este pueblo era excesiva. «¡Acuérdate de mí para bien, Dios mío, y de todo lo que hice por este pueblo!». (Neh. 5). El libro de Nehemías fue escrito después del exilio. En él se cuenta que Nehemías, copero del rey de Persia, que era un puesto importante, recibió noticias de que los que habían regresado a Israel se hallaban en una mala situación. Nehemías entonces se entristeció, y consiguió permiso del rey para continuar con la obra de restauración de Jerusalén. El libro narra la reedificación del muro y los diferentes problemas que tuvo que afrontar. Se suele predicar sobre Nehemías para animar al pueblo de Dios a enfrentarse a los diferentes retos que se van presentando. Aunque el capítulo cinco es menos conocido. Pero merece un lugar en este estudio, pues cuenta que una de las crisis estuvo provocada por graves atentados contra lo dictado en la ley sobre la justicia social. El pueblo había partido del destierro lleno de esperanza. Pero al llegar se encontraron con un fatigoso trabajo de reconstrucción del país, y con vecinos hostiles. A estos males, se añadió otro todavía peor. Los pobres del pueblo alzaron sus voces para protestar por la opresión de los ricos, que se aprovechaban de su situación faltando a los mandatos de la ley (Éx. 22:25; Lv. 25:35-37; Dt. 23:19-20). Como he mencionado en la sección anterior, la ley de Moisés dictaba en general, que no se pidiera interés a los israelitas. En el caso de israelitas en una situación de necesidad, además de no pedirles interés, se les debía prestar ayuda. Pero estos ricos a los que puede calificarse justamente de malvados, además de atentar contra la ley, llevaron sus extorsiones a tales extremos, que los pobres se vieron obligados a hipotecar sus tierras y casas para poder pagar los impuestos del gobierno persa, e incluso llegar a tener que vender sus hijos como esclavos para poder sobrevivir. Su situación llegó a ser verdaderamente penosa. Por Hageo 1:6-11, que fue uno de los profetas del remanente que regresó, sabemos que hubo malas cosechas. Los capítulos anteriores de Nehemías asimismo cuentan que los enemigos obligaron a muchos a encerrarse en la ciudad, con lo que los campesinos no podían traer provisiones. Cuando lo ocurrido con los pobres llegó a oídos de Nehemías, se indignó justamente contra los responsables. Convocó una asamblea pública con el fin de solucionar estos males y agravios. Nehemías reprendió a los usureros con toda severidad, y para afearles más su conducta, contrastó su conducta con la que él había seguido para con su pueblo. Nehemías había redimido a algunos desterrados judíos que, por deudas o graves problemas, habían llegado a caer en la esclavitud estando en Babilonia. Les exigió a los ricos prestamistas que abandonaran el cruel e ilegal sistema de usura, y que además devolviesen los campos y viñedos de los pobres, para cortar el mal de raíz, que había ocasionado tantos desajustes sociales, y que a la larga sería desastroso para el pueblo, por constituir un grave atentado contra la ley. Las palabras de Nehemías surtieron efecto, y consiguieron remover las conciencias de los ricos opresores. Ante demandas tan justas no pudieron hacer otra cosa que someterse avergonzados a las exigencias de Nehemías. Prometieron hacer todo lo que les exigía, y para ratificarlo hicieron un juramento solemne, con los sacerdotes como testigos. Nehemías, de la forma que era costumbre entre los judíos, sacudiéndose el vestido, advirtió que así haría Dios con todo aquél que no cumpliera el juramento. El relato de este triste episodio concluye explicando que el pueblo hizo todo lo que había prometido. El capítulo termina con Nehemías relatando su conducta, en contraste con la de los que le precedieron en el cargo de gobernador. Cierto que su trabajo en la corte le había proporcionado una situación más que desahogada, pero eso no le llevó a aficionarse al dinero. Desde su llegada a Jerusalén se negó a recaudar dinero del pueblo para los gastos relacionados con su cargo, porque vio la situación en la que se encontraba. Al contrario, corrió con ellos por cuenta de su patrimonio personal. En cambio, los gobernadores anteriores habían agobiado al pueblo con sus demandas, lo que sin duda también habría influido en la situación narrada en este capítulo. Nehemías ofrece un ejemplo de un gobernante justo y temeroso de Dios. Ante los abusos de los ricos, actuó con firmeza. Les obligó a ir más allá de lo que la ley de Moisés, que ellos estaban infringiendo, les demandaba. Una situación extraordinaria requirió medidas extraordinarias. Además, a la larga esta situación podría haber desembocado en una verdadera ruina económica. Como señalé en el anterior apartado, Dios había dado leyes para que Israel tuviera una economía estable y ordenada, muy diferente de la de los pueblos paganos de su entorno. Esta situación estaba socavando los cimientos de la economía israelita, con el peligro real de provocar un colapso económico. Nehemías actuó con piedad y sabiduría. Ojalá tuviéramos muchos Nehemías en la actualidad en todas las naciones. II: EL ANTIGUO TESTAMENTO: LOS LIBROS PROFETICOS
Porque yo libraba al pobre que clamaba y al huérfano que carecía de ayudador. La bendición del que estaba a punto de perderse venía sobre mí, y al corazón de la viuda yo procuraba alegría. Iba yo vestido de justicia, cubierto con ella; como manto y diadema era mi rectitud. Yo era ojos para el ciego, pies para el cojo y padre para los necesitados. De la causa que no entendía, me informaba con diligencia; y quebrantaba los colmillos del inicuo; de sus dientes le hacía soltar la presa. (Job 29:12-17). Si he impedido a los pobres quedar satisfechos, si he hecho decaer los ojos de la viuda, si he comido yo solo mi bocado y no comió de él el huérfano (porque desde mi juventud creció conmigo como con un padre, y desde el vientre de mi madre fui guía de la viuda); si he visto a alguno perecer por falta de vestido, por carecer de abrigo el necesitado; si no me bendijeron sus espaldas al calentarse con el vellón de mis ovejas; si alcé contra el huérfano mi mano, aun viendo que en la puerta estaban de mi parte, ¡que mi espalda se caiga de mi hombro y se quiebre el hueso de mi brazo! Porque he temido el castigo de Dios, contra cuya majestad yo no tendría poder. (Job 31:16-23). Job era un hombre piadoso, que sufrió grandes pruebas (capítulos 1 y 2). Por este motivo, fue acusado por sus amigos de haber cometido graves pecados, y que por causa de ellos se encontraba en la situación actual. Job declaró ardientemente su inocencia de los cargos de los que le acusaban. Dentro de su defensa, se encuentran estos dos pasajes en los que explica su comportamiento para con los pobres y necesitados, sobre el tema de este estudio, lo que hoy llamamos justicia social. En el primer pasaje, Job resalta sobre todo su comportamiento como uno de los jueces de su pueblo. Aludiendo a las vestiduras de las personas en buena situación económica de Oriente Medio, afirma que la justicia y la rectitud eran sus vestidos. Es decir, utilizando el lenguaje de su época, Job afirma que él era un juez justo. Juzgaba con justicia, y no se dejaba influir por presiones ni sobornos. Se informaba con diligencia de las causas que eran llevadas ante él. Si algún malvado estaba abusando de los necesitados, actuaba contra él con toda severidad, y le obligaba a restituir aquello de lo que se había apropiado injustamente. Job utiliza un lenguaje muy fuerte, para resaltar su indignación ante las injusticias, compara a los malvados con una fiera salvaje a la que hay que obligar a soltar su presa. Job afirma igualmente que nunca desatendió a los necesitados, que estaban constituidos por los pobres en general, las viudas, los huérfanos, y las personas discapacitadas. Siempre los escuchó, y les socorrió, atendiendo a todas sus necesidades. Primeramente se preocupaba de darles socorro material, alimento y vestido. También se comportaba como familia de la viuda y del huérfano, y en general de todos los que necesitaban alguien en quien apoyarse. Igualmente era sensible a las necesidades de las personas discapacitadas. Su comportamiento se derivaba del temor de Dios que él profesaba. Había comprendido que, aunque como un potentado de su tiempo, se podía haber aprovechado impunemente de la situación de los desvalidos, Dios no lo absolvería si cometía esas maldades. Entendió claramente que alguien temeroso de Dios debía actuar para con los necesitados con amor y justicia. Los verdaderos creyentes de todas las épocas siempre han entendido que un corazón piadoso para con el prójimo es el sello del auténtico temor de Dios. Job, como uno de ellos, afirma con toda energía haber actuado así. Todo un ejemplo a seguir. III: EL ANTIGUO TESTAMENTO: LOS LIBROS POETICOS A. SALMOS (I): Los Salmos son una colección de himnos, de los que una gran cantidad eran cantados en el Templo. Eran llamados por los israelitas “Himnos de alabanza”. Hay 150 salmos, de los que setenta y tres son atribuidos a David. En la actualidad, hay numerosas versiones y adaptaciones de los salmos en las iglesias cristianas. Por ello, habitualmente se habla de ellos como canciones de alabanza. Pero los salmos tratan de muchos temas, y es lógico que sea así, puesto que también expresan las preocupaciones del pueblo de Dios. Entre su temática, hay numerosas expresiones relacionadas con la justicia social, que he recogido en dos grandes apartados. El primero, dedicado a los más desfavorecidos, y el segundo, dedicado a la justicia. Los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros Este apartado trata sobre los más desfavorecidos de aquel tiempo, que por desgracia continúan siéndolo con frecuencia en nuestros días. La lista es casi idéntica que la de la Ley: los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros. Los Salmos, menos una pequeña alusión, no mencionan expresamente a los discapacitados, como hace la Ley, pero quedan incluidos dentro del grupo de los pobres. Denuncia de la opresión a los pobres Con arrogancia, el malo persigue al pobre; será atrapado en las trampas que ha preparado. Se sienta al acecho cerca de las aldeas; en escondrijos mata al inocente. Sus ojos están acechando al desvalido, acecha en oculto, como el león desde su cueva; acecha para atrapar al pobre; atrapa al pobre trayéndolo a su red. Sal. 10:2, 8, 9. Los impíos desenvainan espada y tensan su arco para derribar al pobre y al menesteroso, para matar a los de recto proceder. Sal.37:14. A la viuda y al extranjero matan y a los huérfanos quitan la vida. Sal. 94:6. Estos textos muestran el dolor del pueblo de Dios ante los desmanes de los malvados. La Ley, como expliqué en la sección que le dedico, ordenaba tratar humanamente a los pobres y desfavorecidos. Los piadosos se horrorizan cuando estas personas son maltratadas, y desde los salmos condenan esta situación. El salmo 10 empieza denunciando la arrogancia del malvado. Su arrogancia es doble, por despreciar los mandatos de Dios, y por pensar que podrá actuar con impunidad. El salmista declara que sus trampas acabarán por atraparlo. En los versículos 8 y 9 compara al malo con un león u otra fiera semejante, acecha al pobre y al desvalido como un león a su presa. El salmo 37 y el 94 denuncian que los malvados llegaban a asesinar a los desprotegidos. Los impíos despliegan todas sus armas para matar a los débiles, cuando así les conviene, y a los de recto proceder, probablemente por oponerse a sus malvadas acciones. No tienen escrúpulos en matar a los que no tienen quien les defienda: a las viudas y huérfanos desamparados, y al extranjero que está lejos de su familia. Promesas a los que los socorren Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará Jehová. Jehová lo guardará, le dará vida y será bienaventurado en la tierra. No lo entregarás a la voluntad de sus enemigos. Jehová lo sostendrá en el lecho del dolor; ablandará su cama en la enfermedad. Sal. 41:1-3. El hombre de bien tiene misericordia y presta; gobierna sus asuntos con justicia. Por lo cual no resbalará jamás; en memoria eterna será el justo. No tendrá temor de malas noticias; su corazón está firme, confiado en Jehová. Asegurado está su corazón; no temerá, hasta que vea en sus enemigos su deseo. Reparte, da a los pobres; su justicia permanece para siempre; su poder será exaltado con gloria. Sal. 112:5-9. Los salmos también describen a los que se compadecen de los pobres, y dan promesas para ellos. Estos dos salmos dan un hermoso cuadro de la vida de quien es misericordioso. Los cimientos sobre los que está fundamentada su vida son la fe y la confianza en el Señor. Su confianza en Dios le hace vivir sin temores, porque Dios es quien lo guarda. Dios le dará una salida en el día malo y lo protegerá de sus enemigos. Aunque caiga enfermo, el Señor cuidará de él. Su vida está bendecida y es feliz. Esta bendición también es económica. Disfruta de la que se llama la economía divina: tiene lo suficiente para mantener su casa y para poder ayudar a los demás. Mientras más da, más recibe, como un primer anuncio de las promesas del Nuevo Testamento. Su comportamiento justo con los demás, llegará a ser reconocido ante la sociedad. Promesas de Dios a los pobres Jehová será refugio del pobre, refugio para el tiempo de angustia. El menesteroso no para siempre será olvidado, ni la esperanza de los pobres perecerá perpetuamente. Sal. 9:9, 18. Tú lo has visto, porque miras el trabajo y la vejación, para dar la recompensa con tu mano; a ti se acoge el desvalido; tú eres el amparo del huérfano. El deseo de los humildes oíste, Jehová; tú los animas y les prestas atención. Tú haces justicia al huérfano y al oprimido, a fin de que no vuelva más a hacer violencia el hombre de la tierra.Sal. 0:14, 17,18. «Por la opresión de los pobres, por el gemido de los necesitados, ahora me levantaré—dice Jehová—, pondré a salvo al que por ello suspira». Sal. 12:5. De los planes del pobre se han burlado, pero Jehová es su esperanza. Sal. 14:6. Todos mis huesos dirán: «Jehová, ¿quién como tú, que libras al afligido del más fuerte que él, y al pobre y menesteroso del que lo despoja?». Sal. 35:10. Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en su santa morada. Los que son de tu grey han morado en ella; por tu bondad, Dios, has provisto para el pobre. Sal. 68:5, 0. Él librará al menesteroso que clame y al afligido que no tenga quien lo socorra. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso; salvará la vida de los pobres. De engaño y de violencia redimirá sus almas, y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos. Sal. 72:12-14. Levanta de la miseria al pobre y hace multiplicar las familias como a rebaños de ovejas. Sal. 107:41. Porque él se pondrá a la diestra del pobre, para librar su alma de los que lo juzgan. Sal. 109:31. Él levanta del polvo al pobre y al menesteroso alza de su miseria, para hacerlos sentar con los príncipes, con los príncipes de su pueblo. Sal. 113:7, 8. Bendeciré abundantemente su provisión; a sus pobres saciaré de pan. Sal. 132:15. Jehová abre los ojos a los ciegos; Jehová levanta a los caídos; Jehová ama a los justos. Jehová guarda a los extranjeros; al huérfano y a la viuda sostiene, y el camino de los impíos trastorna. Sal. 146:8, 9. Estos salmos dan promesas a los pobres desfavorecidos que claman al Señor. Porque Dios no olvida a nadie que le pida ayuda de todo corazón. Promete que les escuchará y proveerá para sus necesidades, aunque vengan tiempos de angustia. Él los guardará y los sostendrá. Aunque el malo parezca prosperar por un tiempo, al final le llegará el juicio de Dios. Dios no permitirá que queden atrapados en sus redes los desfavorecidos que clamen a él. Pero continuará habiendo malvados que opriman a los pobres hasta que Dios traiga su reino. El salmo 72 es reconocido por los comentaristas como uno de los que hablan del futuro reinado del Mesías en la Tierra. El Rey de reyes acabará con las injusticias. Se compadecerá de los pobres y de los oprimidos con toda bondad. B. SALMOS (II): La justicia Propia de Dios Él juzgará al mundo con justicia y a los pueblos con rectitud. Sal. 9:8. Porque Jehová es justo y ama la justicia, el hombre recto verá su rostro. Sal.11:7. Él ama la justicia y el derecho; de la misericordia de Jehová está llena la tierra. Sal. 33:5. Tu trono, Dios, es eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de tu reino. Has amado la justicia y aborrecido la maldad; por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros. Sal. 45:6, 7. Justicia y derecho son el cimiento de tu trono; misericordia y verdad van delante de tu rostro. Sal. 89:14. Nubes y oscuridad alrededor de él; justicia y juicio son el cimiento de su trono. Sal. 97:2. Jehová es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia. Sal. 103:6. Las obras de sus manos son verdad y juicio; fieles son todos sus mandamientos. Sal. 111:7. Justo eres tú, Jehová, y rectos son tus juicios. Sal. 119:137. Estos son algunos de los versículos de los Salmos que hablan de la justicia en relación con Dios. La justicia de Dios tiene dos vertientes. La primera es que la justicia es uno de sus atributos, forma parte de lo que Él es. La segunda se deriva de la primera, Dios es un juez justo. Por lo tanto, Dios obrará y juzgará con justicia. En Dios no tienen cabida las injusticias que se dan en este mundo entre los hombres, especialmente con los más débiles. Cuando Él interviene, hay verdadera justicia. También es una justicia unida a la misericordia. No es una justicia implacable. Porque Dios se compadece de nuestras debilidades, y da lugar al arrepentimiento antes de ejecutar sus juicios. El salmo 45, de una forma poética, habla del Mesías y su pueblo. Cuando el Mesías se siente en el trono para reinar sobre la Tierra, la justicia será algo tan inherente a su reinado que se dice que gobernará con “cetro de justicia”. Amará la justicia y aborrecerá la maldad. Se acabarán las injusticias que afligen a la Tierra. Nunca más gemirán los débiles por la opresión de los poderosos. Propia de los rectos Sino que el juicio será vuelto a la justicia y en pos de ella irán todos los rectos de corazón. Sal. 94:15. La gloria del rey es amar la justicia; tú confirmas la rectitud; tú ejerces en Jacob la justicia y el derecho. Sal. 99:4. Reprendiste a los soberbios, los malditos, que se desvían de tus mandamientos. Sal. 119:21 Los rectos de corazón, como hijos que quieren parecerse a su padre, aman la justicia y obrar con justicia. Por ello, cuando Dios interviene para que haya verdadera justicia, los rectos le siguen con alegría. Los soberbios, en cambio, se apartan de lo que Dios manda. Eso les trae maldición, y por ese motivo son llamados “los malditos”. El versículo 4 del salmo 99 puede entenderse que se refiere a Dios como rey. Pero también puede interpretarse que alude al rey, o al gobernante de Israel. La gloria del rey es amar (y hacer) justicia. El que gobierna a Israel, debe mostrar en su reinado que imita a Dios en su conducta personal y política. Ha de ser un instrumento de Dios para que se manifiesten la justicia y el derecho. Oraciones para que la conceda Extiende tu misericordia a los que te conocen, y tu justicia a los rectos de corazón. Sal. 36:10. Dios, da tus juicios al rey y tu justicia al hijo del rey. Sal. 72:1. Como dije al principio de esta sección, los salmos hablan de las preocupaciones del pueblo de Dios. Por eso, también se encuentran oraciones pidiendo la justicia de Dios. De una forma general, los piadosos piden a Dios que extienda sobre ellos su misericordia y su justicia. Puede entenderse que ruegan a Dios su protección y que les haga vivir una vida justa. Pero también, que solicitan protección frente a los opresores que pretendan acusarles falsamente para su beneficio. El salmo 72, al que ya he mencionado como un salmo mesiánico, comienza pidiendo que los reyes de Israel juzguen rectamente. De Dios son el juzgar y el obrar con justicia. Por eso el salmista dice “tus juicios”, y “tu justicia”. Nada más natural que pedir la capacidad de juzgar justamente al que es la fuente de toda justicia. Promesas para quienes la buscan Jehová, ¿quién habitará en tu Tabernáculo?, ¿quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia; el que habla verdad en su corazón. Sal. 15:1, 2. Encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él hará. Exhibirá tu justicia como la luz y tu derecho como el mediodía. Sal. 37:5, 6. Jehová es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia. Sal. 103:6. La justicia en los creyentes, al igual que en Dios, tiene dos vertientes. Por un lado, se refiere al obrar justamente en la vida diaria. Por otro, al actuar con justicia cuando los piadosos son jueces del pueblo. En estos versículos da promesas para quienes actúen conforme a la ley de Dios en su caminar diario y cuando sean magistrados. El tabernáculo es donde se guardaba el arca, el símbolo de la presencia de Dios. Habitar en el tabernáculo significa estar en intimidad con Dios y estar bajo su protección. Disfrutará de estas bendiciones quien ande conforme a la ley de Dios en su caminar diario y en relación con el prójimo, el que no anda engañando y agraviando a su prójimo, el que es un juez justo. El salmo 37 exhorta a encomendar al Señor aquello que necesitemos, que esté fuera de nuestras posibilidades, porque Él actuará. Dios escucha a quienes buscan agradarle. Cuando los malvados quieren hacer daño a los justos, Dios obra. Afirma un dicho popular: “la mentira tiene las patas muy cortas”. Dios acabará por deshacer las mentiras y hacer que la verdad salga a la luz. No serán oprimidos para siempre los que clamen al Señor por justicia. Denuncia de los juicios injustos Poderosos, ¿pronunciáis en verdad justicia? ¿Juzgáis rectamente, hijos de los hombres? Antes bien, en el corazón maquináis la maldad; hacéis pesar la violencia de vuestras manos en la tierra. Sal. 58:1, 2. El salmo 58 denuncia el obrar de los malvados. Este salmo parece que fue escrito por David en algún momento mientras sufría la persecución de Saúl. Pero su lenguaje lo pone por encima de sus circunstancias temporales, haciéndolo una denuncia profética contra el obrar de los malvados. Los primeros versículos señalan especialmente la forma de obrar en los juicios. Los malvados aprovechan la riqueza y el poder para sus propios fines. Convierten la justicia en un teatro, en algo falso que utilizar para su beneficio, y oprimen a los más débiles. Exhortación a juzgar justamente Defended al débil y al huérfano; haced justicia al afligido y al menesteroso, librad al afligido y al necesitado; ¡libradlo de manos de los impíos! Sal. 82:3, 4. El salmo 82 comienza de una forma parecida al 58, y sigue con una exhortación en la que detalla como debe ser el actuar de un buen juez. Debe ser capaz de ver cuando detrás de una denuncia hay una maquinación de los impíos para sus propios fines. Debe defender al que no tiene quien le socorra, bien sea por su pobreza material, o porque no tenga familia que le apoye. Ha de hacer justicia sin importarle el poder ni la riqueza de los que quieran aprovecharse de los débiles. C. PROVERBIOS (I): El libro de los proverbios trata de la aplicación de la moral y de la piedad a la vida diaria. Buena parte de sus enseñanzas son expresadas por medio de sentencias breves, los proverbios (1:1). La palabra hebrea traducida como proverbio también abarca una máxima, enigma, sátira o parábola. Se le atribuye a Salomón la autoría de unos dos tercios del libro. El resto fue escrito por otros sabios. Entre los temas de sus enseñanzas, hay una buena cantidad que se refiere a los sociales. Amplían y desarrollan lo que la ley expresa en cuanto a los más desfavorecidos: pobres, viudas, huérfanos y extranjeros. La justicia en el libro de los proverbios tiene dos vertientes, derivadas de su sentido en hebreo. Las dos palabras que se emplean para justicia son tsédec y tsedacá. Estas palabras denotan tanto la justicia y rectitud moral, como la equidad y la justicia legal. Es lógico que sea así, pues el que es recto en su caminar con Dios también lo será para con su prójimo. Veamos pues, lo que tiene que decir sobre la justicia social este libro eminentemente práctico. Pobres, viudas, y huérfanos Denuncia de la opresión y del menosprecio a los pobres Peca el que menosprecia a su prójimo, pero el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado. Pr. 14:21. El que oprime al pobre afrenta a su Hacedor, pero lo honra el que tiene misericordia del pobre. Pr. 14:31. El que escarnece al pobre afrenta a su Hacedor, pero no quedará sin castigo el que se alegra de la desgracia. Pr. 17:5. Las riquezas atraen muchos amigos, pero el pobre, hasta de su amigo es apartado. Pr. 19:4. Si todos los hermanos del pobre lo aborrecen, ¡cuánto más sus amigos se alejarán de él! Pr. 19:7. El que cierra su oído al clamor del pobre tampoco será oído cuando clame. Pr. 21:13. El rico y el pobre tienen en común que a ambos los hizo Jehová. Pr. 22:2. El rico se hace dueño de los pobres y el que toma prestado se hace siervo del que presta. Pr. 22:7. El que por aumentar sus ganancias oprime al pobre o da al rico, ciertamente se empobrecerá. Pr. 22:16. No robes al pobre, porque es pobre, ni oprimas al desdichado en las puertas de la ciudad, porque Jehová juzgará la causa de ellos y despojará de la vida a quienes los despojen. Pr. 22:22, 23. No remuevas el lindero antiguo ni entres en la heredad de los huérfanos, porque su defensor es el Fuerte: él abogará por la causa de ellos contra ti. Pr. 23:10, 11. El hombre pobre que roba a los pobres es como una lluvia torrencial que deja sin pan. Pr. 28:3. El que aumenta sus riquezas con usura y crecidos intereses, para aquel que se compadece de los pobres las aumenta. Pr. 28:8. León rugiente y oso hambriento es el malvado que gobierna sobre el pueblo pobre. Pr. 28:15. Hay generación cuyos dientes son espadas y sus muelas cuchillos, para devorar a los pobres de la tierra y a los menesterosos de entre los hombres. Pr. 30:14. El libro de los Proverbios contiene algunas de las reprensiones más severas de la Escritura hacia los que maltratan a los pobres, y tampoco calla sobre los que se desentienden de ellos. El versículo clave acerca de la dignidad debida a los pobres es el 22:2. Dios ha hecho a todos, ricos y pobres, y para Él todos son iguales. El ser humano, como declara la Escritura, fue hecho a su imagen, y su dignidad y el derecho a conservarla persisten independientemente de su condición social, sexo, raza, etc. Por tanto, el que menosprecia a los pobres, no solamente peca contra su prójimo, está afrentando a Dios. Los que roban y oprimen a los pobres para enriquecerse atraen maldición a sus vidas, y a la larga sus riquezas irán a parar a los que se compadecen de los pobres. Los opresores son comparados a bestias salvajes, y sus dientes a espadas y cuchillos, por el daño que causan y el carácter inhumano y feroz que exhiben. También se dan severas reprensiones contra aquellos que se aprovechan de sus vecinos en desgracia o venidos a menos. No deben caer en la tentación de mover los límites de sus propiedades a costa de las de los huérfanos. Tampoco deben aprovecharse de su situación de inferioridad para extorsionarles en las puertas de la ciudad, es decir, en el lugar donde antiguamente se juzgaba y se hacían tratos. Dios mismo saldrá en defensa de quienes sufran tales injusticias. Como puede verse, estas enseñanzas son completamente actuales. Aunque muchos no quieran reconocerlo, la defensa de la dignidad y la igualdad de los seres humanos procede de la Biblia. Por desgracia, las reprensiones contra quienes no las respetan y oprimen a los desfavorecidos también siguen vigentes. Exhortación a defenderlos Para siempre será firme el trono del rey que conforme a la verdad juzga a los pobres. Pr. 29:14. Abre tu boca en favor del mudo en el juicio de todos los desvalidos. Abre tu boca, juzga con justicia y defiende la causa del pobre y del menesteroso. Pr. 31:8, 9. El libro de Proverbios también exhorta a defender a los pobres y desvalidos (los desfavorecidos de la actualidad). Da promesa al rey, es decir, al gobernante que sea justo en su trato hacia los pobres. Su trono será firme, es decir, será libre de intrigas que pretendan derrocarlo. Su mandato será estable y sin sobresaltos. Dentro de la exhortación a un rey que se encuentra en el capítulo 31, se encuentran estas palabras sobre los pobres y desvalidos. Debe abrir la boca en favor del que no tiene capacidad para poder hacerlo frente a los poderosos, en favor de los desheredados. Ha de ser justo en el juicio, y defender a los pobres frente a sus opresores. Promesas a los que los socorren Peca el que menosprecia a su prójimo, pero el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado. Pr. 14:21. A Jehová presta el que da al pobre; el bien que ha hecho se lo devolverá. Pr. 19:17. El codicioso codicia todo el día; el justo da sin retener su mano. Pr. 21:26. El que da al pobre no tendrá pobreza, pero el que aparta de él sus ojos tendrá muchas maldiciones. Pr. 28:27. Al igual que el libro de Proverbios da serias advertencias a los que maltratan y abusan de los pobres, también da promesas a quienes los socorren. El que se compadece de los pobres es bienaventurado, Dios le da paz y felicidad. Tampoco tendrá pobreza, pues Dios cuidará de su economía. En 19:17 se declara abiertamente que lo que se da a los pobres es como un préstamo, porque Dios devolverá el bien realizado. Como fruto del cuidado divino, el justo puede dar una y otra vez a los necesitados, porque Dios le provee no solamente lo justo para mantener su casa, sino lo suficiente para poder dar a otros. En contraste, con el típico paralelismo de la poesía hebrea, los que se niegan a socorrer a su prójimo son pintados con los colores más sombríos. Por menospreciar a su prójimo caen en pecado. Y el pecado atrae maldiciones a la vida de los pecadores, una de ellas es que codiciarán sin descanso, pero no podrán obtener lo que desean. Promesas de Dios a las viudas Jehová derriba la casa de los soberbios, pero afirma la heredad de la viuda. Pr. 15:25. El libro de Proverbios también da promesas a la viuda que confía en el Señor. Dios promete cuidar su heredad, es decir, su economía. Una viuda humilde y pobre puede confiar en que Dios cuidará de ella. En cambio, los que habían llegado a una alta posición por su soberbia y sus malas artes con su prójimo, serán derribados de su posición. Causas de la pobreza Un poco de sueño, dormitar otro poco, y otro poco descansar mano sobre mano: así te llegará la miseria como un vagabundo, la pobreza como un hombre armado. Pr. 6:10. Pasé junto al campo del hombre perezoso, junto a la viña del hombre falto de entendimiento; y vi que por toda ella habían crecido los espinos, ortigas habían cubierto la tierra y la cerca de piedra ya estaba derribada. Miré, y lo medité en mi corazón; lo vi, y aprendí la lección: Un poco de sueño, dormitar otro poco y otro poco descansar mano sobre mano: así te llegará la miseria como un vagabundo, la pobreza como un hombre armado. Pr. 24:30-34. Caerá en la pobreza el hombre que ama los placeres; y el que ama el vino y los perfumes no se enriquecerá. Pr. 21:17. Pobreza y vergüenza tendrá el que menosprecia el consejo, pero el que acepta la corrección recibirá honra. Pr. 13:18. El que cultiva su tierra se saciará de pan, pero el que sigue a los ociosos se colmará de pobreza. Pr. 28:19. Porque el bebedor y el comilón se empobrecerán, y el mucho dormir los hará vestir de harapos. Pr. 23:21. Los sabios que escribieron Proverbios, aunque dejaron bien claro cual debía ser el trato hacia los pobres, no callaron ante algunas de las causas de la pobreza. Por supuesto, no se debe olvidar que algunas veces la pobreza se debe a la soberanía de Dios (1 S. 2:7), y por tanto no nos es posible conocer sus causas. Una de las causas señaladas es la vagancia. No es una pereza o una desgana de un día, es vivir en pura vagancia. Hay personas que viven de esta forma, e incluso hay países que no avanzan porque muchos de sus habitantes no se preocupan de ganar su pan con diligencia. Los Proverbios advierten seriamente sobre las consecuencias de vivir así. Otro caso que muestra Proverbios es la de quien ha recibido campos, o, trasladándolo a nuestro entorno, una empresa con la que podría subsistir, pero no los atiende como debiera, bien por no conocer como hacerlo, o por pereza. El resultado en cualquiera de estos casos es la ruina. También se condena a los amantes del lujo y los placeres. Quienes viven por encima de sus posibilidades económicas también acabarán en la ruina. Dios no nos pide que vivamos como monjes, sino administrando nuestros bienes sabiamente, porque se puede disfrutar de muchas maneras sin arruinar la economía. Asimismo hay personas que caen en la pobreza por su tozudez. Tienen personas cercanas que les advierten sobre su economía o forma de vivir, y no las escuchan. Dejemos que nos aconsejen los que entienden más que nosotros sobre nuestra economía. La Biblia habla mucho de los beneficios de escuchar a los que son más sabios que nosotros. Otro caso es el de las personas que tienen medios para vivir honestamente, pero no se conforman con ellos. Muchas son víctimas de estafas o de malas empresas con las que deseaban enriquecerse. Dios también nos exhorta a sacar provecho de lo que nos ha dado, y a confiar en su provisión para nosotros. Proverbios también menciona a los borrachos. Este texto también se puede aplicar a todos aquellos que son adictos a cualquier sustancia con efectos alucinógenos. Las adicciones destruyen la vida de los adictos, y con frecuencia, también la de sus familias. Por eso no falta tampoco la exhortación ante los efectos devastadores de caer presa de estas ataduras. C. PROVERBIOS (II): La justicia Propia de Dios Él es quien guarda las veredas del juicio y preserva el camino de sus santos. Pr. 2:8. Este versículo es una seria advertencia para aquellos que se sienten tentados a dar veredictos injustos para su beneficio. La justicia emana de Dios, y es Él quien la vigila. También guarda a los que le sirven, y los protegerá de malas asechanzas. Igualdad de los hombres ante Dios El rico y el pobre tienen en común que a ambos los hizo Jehová. Pr. 22:2. El hombre rico es sabio en su propia opinión, mas el pobre e inteligente lo escudriña. Pr. 28:11. El pobre y el usurero tienen en común que Jehová alumbra los ojos de ambos. Pr. 29:13. Estos versículos vuelven a confirmar que todos los hombres son iguales ante Dios. Las diferencias sociales no existen para Dios. Los que se encuentren en una situación desahogada deben recordarlo. Pues las riquezas con frecuencia traen el orgullo, el creerse que el bienestar económico muestran la superioridad en todos los ámbitos. Pero el inteligente de humilde condición ve la insensatez del rico orgulloso. Estaba prohibida la usura entre los israelitas, pero algunos se aprovechaban de los pobres para pedirles intereses abusivos por sus préstamos. Proverbios les hace una seria advertencia, para Dios son iguales que a aquellos de quienes abusaban, y contemplaba sus obras. Los de situación desahogada nunca deben olvidar que Dios los contempla en sus tratos con los pobres. Esta es otra de las enseñanzas de Proverbios que sigue vigente. Propia de los rectos El justo está atento a la causa de los pobres; el malvado no entiende que eso es sabiduría. Pr. 29:7. El temeroso de Dios muestra su carácter en que hace justicia a los pobres sin tener en cuenta su humilde condición. El malvado en cambio ignora a los pobres y le parece estúpido socorrerlos. Es sabiduría atender a los pobres por dos motivos, porque Dios manda que así se haga, y porque Dios los escucha cuando claman a Él. Los que aman a Dios, quieren parecerse a Él. Promesas para quienes la buscan Los tesoros de maldad no serán de provecho, mas la justicia libra de la muerte. Jehová no dejará que el justo padezca hambre, mas rechazará la codicia de los malvados. Pr. 10:2, 3. De nada servirán las riquezas en el día de la ira, pero la justicia librará de muerte. La justicia del perfecto endereza su camino, pero el malvado caerá por su propia impiedad. La justicia libra a los rectos, pero los pecadores son atrapados en su pecado. Pr. 11:4-6. El malvado obra con falsedad; el que siembra justicia obtendrá firme galardón. Como la justicia conduce a la vida, así el que sigue el mal lo hace para su muerte. Pr. 11:18, 19. En el camino de la justicia está la vida; en sus sendas no hay muerte. Pr. 12:28. La justicia protege al perfecto de camino, pero la impiedad trastorna al pecador. Pr. 13:6. La justicia engrandece a la nación; el pecado es afrenta de las naciones. Pr. 14:34. Abominable es para Jehová el camino del malvado; él ama al que sigue la justicia. Pr. 15:9. Mejor es lo poco con justicia que las muchas ganancias sin derecho. Pr. 16:8. Abominable es que los reyes cometan maldad, porque con la justicia se afirma el trono. Pr. 16:12. Corona de honra es la vejez que se encuentra en el camino de la justicia. Pr. 16:31. Hacer justicia y juicio es para Jehová más agradable que el sacrificio. Pr. 21:3. El que sigue la justicia y la misericordia hallará la vida, la justicia y el honor. Pr. 21:21. Estos versículos hablan de las bendiciones que tendrán los que buscan la justicia. Hay que recordar, como dije al principio de esta sección, que la justicia en hebreo tiene dos vertientes. Significa tanto rectitud moral, como emitir un veredicto justo en el juicio. Los caminos de los justos son rectos y sin sobresaltos. Cuando venga el tiempo de la aflicción, Dios protegerá a los justos, porque los ama. No dejará que pasen hambre, y al final recibirán la recompensa por haber obrado justamente con Dios y con su prójimo. Ya en vida tendrán honra, honor, y bendiciones. Para Dios, es más agradable hacer justicia, que hacer sacrificios rituales, como los especificados en la ley de Moisés. Proverbios también habla de los efectos de la justicia o de su ausencia en los gobernantes y naciones. Recuerda a los gobernantes que para afirmar su mandato deben obrar con justicia. Muchas de las revueltas que ha habido en la Tierra han tenido su origen en el descontento de los pueblos por la crueldad de sus gobernantes. La justicia en cambio hace grandes a las naciones. Las naciones donde hay regímenes crueles o gobiernos rapaces, son avergonzadas ante la comunidad mundial. Denuncia de los juicios injustos El que dice la verdad proclama justicia, pero el testigo falso, engaño. Pr. 12:17. El que justifica al malvado y el que condena al justo, ambos son igualmente abominables para Jehová. Pr. 17:15. El malvado acepta en secreto el soborno para pervertir las sendas de la justicia. Pr. 17:23. Tener respeto a la persona del malvado para pervertir el derecho del justo, no es bueno. Pr. 18:5. Proverbios, en su tarea aleccionadora, denuncia los juicios injustos. La reprensión más severa está en 17:15. Los que por soborno o por conveniencia justifican al malvado o condenan al justo, para Dios son abominables. No se debe favorecer al malvado porque se halle en una posición mejor en contra del derecho del justo y humilde. Los testigos deben decir la verdad en el juicio. El que dice la verdad, hará que triunfe la justicia. Exhortación a juzgar justamente Alegría es para el justo practicar la justicia, pero un desastre para los que cometen iniquidad. Pr. 21:15. Aparta al malvado de la presencia del rey, y su trono se afirmará en justicia. Pr. 25:5. Abre tu boca, juzga con justicia y defiende la causa del pobre y del menesteroso. Pr. 31:9. Los Proverbios exhortan a juzgar justamente. Practicar la justicia es la alegría del justo, tanto en su vertiente moral como legal. Para los que hacen lo malo, practicar la justicia es perder la oportunidad de aprovecharse del prójimo. Los reyes y gobernantes deben juzgar con justicia, defendiendo a los pobres sin mirar su humilde condición. El gobierno se afirma con justicia, y dando los puestos de confianza a quienes son dignos de ellos. Los malvados traen problemas a los gobernantes y naciones, como ya he dicho. ¿Qué se puede decir en la actualidad, cuando las grandes empresas comerciales se organizan para defender sus intereses ante los gobiernos y alianzas económicas regionales, en contra de los intereses de la gente humilde? La Palabra de Dios sigue dando la respuesta. ECLESIASTÉS (D): Tradicionalmente, este libro se le ha atribuido a Salomón. Se cree que lo escribió en su vejez. Tuvo todo lo que pudo desear, pero se apartó de Dios, lo que trajo a su vida un gran sentimiento de vaciedad (1:2). Al final de su vida se dio cuenta de que solamente en Dios el alma se encuentra satisfecha (12:13-14). Eclesiastés no es un libro fácil, y hay que ser prudentes con muchas de sus afirmaciones. Pero también habla en algunos pasajes de temas relacionados con la justicia social. Los Pobres Si ves en la provincia que se oprime a los pobres y se pervierte el derecho y la justicia, no te maravilles: porque sobre uno alto vigila otro más alto, y uno más alto está sobre ambos. Ec. 5:8. Aquí se plantea un dilema ético. En las regiones más aisladas, posiblemente en las poblaciones de Israel más expuestas a las incursiones filisteas, el pueblo pedía la protección de jefes y capitanes. Pero éstos, muchas veces utilizaban su posición para enriquecerse a costa de los más débiles. El autor de Eclesiastés se pregunta que si Dios castiga la maldad, por qué permite esta situación. La respuesta viene a continuación. Estos jefes tenían superiores sobre ellos. Pero sobre todos ellos está Dios. Dios está observando todo lo que sucede, y llegará el día en que pedirá cuentas a todos los que han oprimido a los pobres y torcido la justicia. Mejor es el muchacho pobre y sabio que el rey viejo y necio que no admite consejos, aunque haya salido de la cárcel quien llegó a reinar, o aunque en su reino naciera pobre. Y vi a todos los que viven debajo del sol caminando con el muchacho sucesor, que ocupará el lugar del otro rey. La muchedumbre que lo seguía no tenía fin; y sin embargo, los que vengan después tampoco estarán contentos de él. Y esto es también vanidad y aflicción de espíritu. Ec. 4:13-16. También vi debajo del sol esto que me parece de gran sabiduría: Había una pequeña ciudad, con pocos habitantes, y vino un gran rey que le puso sitio y levantó contra ella grandes baluartes; pero en ella se hallaba un hombre pobre y sabio, el cual libró a la ciudad con su sabiduría. ¡Y nadie se acordaba de aquel hombre pobre! Entonces dije yo: «Mejor es la sabiduría que la fuerza, aunque la ciencia del pobre sea menospreciada y no sean escuchadas sus palabras». Ec. 9:13-16. El escritor bíblico señala en estos dos pasajes, que la sabiduría también puede encontrarse en los de condición humilde. En el primero, se habla de un caso que en la historia de Israel llegó a darse en varias ocasiones. Puede recordarse a este respecto la historia de David. Cuando fue ungido por el profeta Samuel, no era más que el encargado de cuidar las ovejas de su padre (1 S. 16:1-13). Dios lo escogió en lugar de Saúl, que por su necedad y obstinación fue desechado. Posteriormente, cuando Salomón se apartó de Dios y se volvió necio, Dios volvió a intervenir. Hizo ungir como rey a Jeroboam, que era uno de los siervos de Salomón (1 R. 11:26-40). Después de la muerte de Salomón, fue el que gobernó en el reino del norte, Israel. Los descendientes de Salomón quedaron en el sur, llamado el reino de Judá. Los sabios aunque pobres, a la larga acaban gobernando en lugar de los necios en buena posición. En el segundo caso, habla de como la sabiduría de un hombre pobre salva de una invasión. Después nadie se acuerda de él. Desgraciadamente, es un caso que sucede con frecuencia. Muchas personas de condición humilde han prestado grandes servicios a su patria, que luego no han sido reconocidos. Pero a pesar de todo, se elogia la sabiduría de los de humilde condición, aunque después sea olvidada. Hay que saber escuchar la voz de la sabiduría, aunque se presente con ropajes humildes. Pues, como dicen estos pasajes, puede dar la solución ante muchos problemas, mientras que la necedad a la larga es rechazada. La justicia Vi más cosas debajo del sol en lugar del juicio, la maldad; y en lugar de la justicia, la iniquidad. Y dije en mi corazón: «Al justo y al malvado juzgará Dios; porque allí hay un tiempo para todo lo que se quiere y para todo lo que se hace». Dije también en mi corazón: «Esto es así, por causa de los hijos de los hombres, para que Dios los pruebe, y vean que ellos mismos son semejantes a las bestias». Ec. 3:16-18. Este es un dilema parecido al de 5:8. El escritor sagrado veía que la justicia estaba corrompida. Los jueces se dejaban sobornar, y reinaba la injusticia donde debía haber triunfado la rectitud. Reflexiona entonces que Dios se reserva un día para juzgar a todos los hombres, donde no habrá lugar para sobornos ni injusticias. Dios permite que sucedan estas cosas, para que los hombres vean cual es su condición. Los hombres, sin Dios, son semejantes a las bestias. En los lugares de responsabilidad, los hombres piadosos muestran con su obrar el temor de Dios, mientras que los malvados muestran su impiedad. Dios da libertad a los hombres para escoger que camino desean seguir. IV: EL ANTIGUO TESTAMENTO: LOS PROFETAS (I) Un profeta es aquel a quien Dios reviste de Su autoridad para que comunique Su voluntad a los hombres y los instruya. Dios prometió que Él levantaría de entre el pueblo elegido a hombres inspirados, capaces de decir con autoridad la totalidad de lo que Él les ordenaría exponer (Dt. 18:18, 19). Moisés es el modelo de todos los profetas que lo siguieron, en cuanto a la unción, doctrina, actitud en cuanto a la ley y la enseñanza. Los libros de los profetas que se encuentran dentro del canon de las Escrituras, son la continuación del ministerio profético después de Moisés. Ellos denunciaban los pecados del pueblo y el abandono de la ley, además de predecir acontecimientos futuros. Muchas veces se enseña en las iglesias sobre los profetas en relación a las profecías ya cumplidas o por cumplirse. Pero no se debe perder de vista que los profetas eran sobre todo portavoces de la justicia divina. Dentro de la justicia divina, como ya he expuesto en los apartados anteriores, estaba el cuidado de los más débiles en la escala social. Cuando se faltaba a la justicia con los más necesitados, los profetas alzaban su voz para denunciarlo. De ello trata este apartado. 1. Los pobres, las viudas, los huérfanos, los esclavos y los extranjeros (I) Denuncia de su opresión y menosprecio Tus príncipes, prevaricadores y compañeros de ladrones; todos aman el soborno, y van tras las recompensas; no hacen justicia al huérfano, ni llega a ellos la causa de la viuda. Is. 1:23. Jehová vendrá a juicio contra los ancianos de su pueblo y contra sus príncipes; porque vosotros habéis devorado la viña, y el despojo del pobre está en vuestras casas. ¿Qué pensáis vosotros que majáis mi pueblo y moléis las caras de los pobres? dice el Señor, Jehová de los ejércitos. Is. 3:14, 15. Porque el ruin hablará ruindades, y su corazón fabricará iniquidad, para cometer impiedad y para hablar escarnio contra Jehová, dejando vacía el alma hambrienta, y quitando la bebida al sediento. Is. 32:6. Isaías es uno de los profetas más conocidos, por tener algunas de las profecías más importantes relativas al Mesías, muchas de las cuales se cumplieron en Jesús durante su vida terrenal. Pero este hecho no debe hacer perder de vista el resto de su ministerio profético, en el que actuaba como portavoz de la justicia divina. El comienzo de su libro habla del estado penoso en el que se encontraba la nación desde el punto de vista espiritual, que se refleja en su vida política y social. Todo el capítulo 1 va desgranando las miserias espirituales de sus contemporáneos, con una referencia especial a los jueces y gobernantes. Ellos deberían gobernar de una manera equitativa y emitir juicios justos en los tribunales. Pero en lugar de ello, son una pandilla de corruptos. Son rebeldes y amigos de los ladrones. Sus juicios y acciones de gobierno dependen de regalos y sobornos, en lugar de la justicia divina, con lo que los más ricos se verían favorecidos. Los más débiles, por no poder recurrir a esos medios para llamar su atención, eran ignorados, algo que el Señor aborrece especialmente. El capítulo 3 vuelve a denunciar este modo de actuar de los jueces y gobernantes. La viña simbolizaba a Israel (Is. 5:1-7; Sal. 80:9-13). Ellos lo han devorado con impuestos injustos y excesivos. En sus casas está lo que le han quitado a los pobres. Ellos “majan” al pueblo como se maja la comida en un mortero, con impuestos exorbitantes y exigencias injustas. Lo muelen como en un molino hasta no dejarles nada. En “las caras de los pobres” toma la parte por el todo, simbolizando las personas de los pobres. También, la manera de obrar abierta y palpable, sin el menor atisbo de vergüenza. Pero el Señor los estaba mirando cuando actuaban así. En el capítulo 32 vuelve a clamar Isaías contra la manera de obrar de los impíos. No paran de hacer el mal, no le tienen respeto al Señor. Como colmo de su maldad, se muestra su forma de obrar con las personas con las necesidades más apremiantes: dejan con hambre al hambriento y no le dan de beber al sediento. Aunque algunos comentaristas dicen que se refiere a necesidades espirituales, el contexto inmediato y los pasajes anteriores dan a entender más bien que se refiere a las materiales. Su impiedad los había vuelto crueles e indiferentes con las necesidades de su prójimo. Aun en tus faldas se halló la sangre de los pobres, de los inocentes. No los hallaste en ningún delito; sin embargo, en todas estas cosas dices: Soy inocente, de cierto su ira se apartó de mí. He aquí yo entraré en juicio contigo, porque dijiste: No he pecado. Jer. 2:34, 35. Jeremías llevó a cabo su ministerio durante la última etapa antes del cautiverio de Babilonia. Entre la denuncia de los pecados y la corrupción reinantes, no deja atrás los atentados contra la justicia social. Se mataba sin motivos ni remordimientos a los más débiles. Los que se atrevían a denunciar esta situación, eran ejecutados (2:30). La expresión “en tus faldas” significa que los delitos eran cometidos abiertamente, sin el menor intento por ocultarse, estaban a la vista. Por no haber arrepentimiento, sino negar los delitos cometidos, Dios afirma que será Él mismo quien actúe. Mas si engendrare hijo ladrón, derramador de sangre, o que haga alguna cosa de estas, y que no haga las otras, sino que comiere sobre los montes, o violare la mujer de su prójimo, al pobre y menesteroso oprimiere, cometiere robos, no devolviere la prenda, o alzare sus ojos a los ídolos e hiciere abominación, prestare a interés y tomare usura; ¿vivirá éste? No vivirá. Todas estas abominaciones hizo; de cierto morirá, su sangre será sobre él. Ez. 18:10-13. Al padre y a la madre despreciaron en ti; al extranjero trataron con violencia en medio de ti; al huérfano y a la viuda despojaron en ti… Hay conjuración de sus profetas en medio de ella, como león rugiente que arrebata presa; devoraron almas, tomaron haciendas y honra, multiplicaron sus viudas en medio de ella… El pueblo de la tierra usaba de opresión y cometía robo, al afligido y menesteroso hacía violencia, y al extranjero oprimía sin derecho. Ez. 22:7, 25, 29. En el capítulo 18 de Ezequiel, para explicar su justicia, Dios pone varios ejemplos. El que se recoge se refiere al caso de un justo que engendra a un hijo malvado. Entre los delitos que menciona, están los de faltar a los derechos de los pobres y necesitados, en contra de lo que la ley de Moisés dictaba. Los pone a la misma altura del asesinato, la idolatría y otros graves delitos. Para Dios era abominable que alguien de su pueblo oprimiere a los pobres, los dejara sin abrigo o les prestara dinero con intereses, algo prohibido entre los israelitas para con los de su pueblo. Dios hará recaer su propia justicia al que obrare de esa forma. Por el capítulo 22, se ve que esa forma de actuar se daba entre los israelitas. Perdida toda la vergüenza, empezaban despreciando a sus padres. Después seguían abusando de los que no tenían quien los amparara: los extranjeros y las viudas. Los profetas, en lugar de llevar al pueblo de vuelta a Dios, lo apartaban con profecías falsas e iban en pos de su propio provecho. Se apropiaban de los bienes ajenos. Por proclamar victorias que Dios no había dictado, los hombres morían en guerras a las que no debieron ir, aumentando las viudas. La violencia contra los más débiles se había generalizado. Los extranjeros que moraban en Israel, bien como emigrantes o como prosélitos, no escapaban de esta situación. En lugar de ser atraídos al verdadero culto a Dios con la bondad y la justicia, eran alejados por la opresión, desobedeciendo el mandato divino de que recordaran que habían sido “extranjeros en Egipto” (Éx. 22:21, 23:9). Así ha dicho Jehová: Por tres pecados de Israel, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque vendieron por dinero al justo, y al pobre por un par de zapatos. Pisotean en el polvo de la tierra las cabezas de los desvalidos, y tuercen el camino de los humildes; y el hijo y su padre se llegan a la misma joven, profanando mi santo nombre. Sobre las ropas empeñadas se acuestan junto a cualquier altar; y el vino de los multados beben en la casa de sus dioses. Am. 2:6-8. Oíd esta palabra, vacas de Basán, que estáis en el monte de Samaria, que oprimís a los pobres y quebrantáis a los menesterosos, que decís a vuestros señores: Traed, y beberemos. Jehová el Señor juró por su santidad: He aquí, vienen sobre vosotras días en que os llevarán con ganchos, y a vuestros descendientes con anzuelos de pescador; y saldréis por las brechas una tras otra, y seréis echadas del palacio, dice Jehová. Am. 4:1-3. Por tanto, puesto que vejáis al pobre y recibís de él carga de trigo, edificasteis casas de piedra labrada, mas no las habitaréis; plantasteis hermosas viñas, mas no beberéis el vino de ellas. Am. 5:11. Oíd esto, los que explotáis a los menesterosos, y arruináis a los pobres de la tierra, diciendo: ¿Cuándo pasará el mes, y venderemos el trigo; y la semana, y abriremos los graneros del pan, y achicaremos la medida, y subiremos el precio, y falsearemos con engaño la balanza, para comprar los pobres por dinero, y los necesitados por un par de zapatos, y venderemos los desechos del trigo? Jehová juró por la gloria de Jacob: No me olvidaré jamás de todas sus obras. Am. 8:4-7. Amós es uno de los profetas que más han hablado sobre la justicia social, cuyas denuncias son de las más conocidas, porque desgraciadamente podían haber sido proclamadas en esta época por cualquier vocero de Dios. Dentro del clima de corrupción moral imperante en los días de Amós, había personas cuyo único interés en la vida era obtener dinero. Para ello, no les importaba hacer daño a los piadosos ni a los pobres y desvalidos. Al mismo tiempo que el pueblo era oprimido, ellos se dedicaban a banquetear con sus señores. Los pobres eran explotados y vejados, incluso privados de sus ropas de abrigo. Mientras en el pueblo había escasez, ellos se dedicaban a especular. El Señor anuncia que por todo ello serían juzgados, y perderían su situación de privilegio ¡Qué actuales suenan estas palabras! ¡Cuántos problemas tenemos hoy en día por la ambición desenfrenada de unos cuantos! ¿Y qué decir del efecto de haber convertido los productos de primera necesidad en fuentes de negocio y especulación por parte de las grandes multinacionales? Me temo que en la actualidad Amós tendría bastante trabajo. No debemos callar ante semejantes hechos. No oprimáis a la viuda, al huérfano, al extranjero ni al pobre; ni ninguno piense mal en su corazón contra su hermano. Zac. 7:10. Zacarías, en la parte que dedica a señalar las injusticias de su tiempo, también habla sobre la situación de los más débiles. Dios había dado instrucciones precisas sobre como debía ser el trato hacia ellos por parte de los israelitas. Pero una y otra vez los mandatos de Dios eran olvidados por los israelitas, y los más débiles sufrían. Dentro de la desobediencia a Dios que ocasionó el cautiverio, Zacarías señala que una parte importante fue el trato que recibieron los más débiles (Zac. 7:11-14). Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su salario al jornalero, a la viuda y al huérfano, y los que hacen injusticia al extranjero, no teniendo temor de mí, dice Jehová de los ejércitos. Mal. 3:5. Una vez más, las denuncias proféticas parecen tristemente muy actuales. Malaquías empieza señalando los males morales de los israelitas. Continúa con la denuncia de la opresión al prójimo, poniéndola a la misma altura que los pecados anteriores. Los propietarios y empresarios defraudaban en los jornales a los asalariados, y a los que no tenían quien los defendiera. Los extranjeros eran tratados peor todavía, aprovechándose de que además de no tener quien los defendiera, estaban lejos de su gente y de su tierra. Todos esos hechos eran cometidos por judíos que habían caído en la impiedad. Por eso, Dios afirma que irá a juicio contra ellos. A los que pensaban que a Dios no le importaba lo que hacían, les dice que no solamente puede hacer de juez, también de testigo porque Él estaba presenciándolo todo. Actualmente, también hay muchos abusos de los trabajadores por parte de los propietarios y empresarios. Y los hay que no tienen escrúpulos en abusar de los extranjeros, no solamente defraudándolos en los salarios, sino incluso teniéndolos en condiciones de esclavitud para su propio provecho. Este texto constituye una seria advertencia para quienes obran así. Dios mira las injusticias que se cometen contra el prójimo, y más tarde o más temprano, vendrá a pedir cuentas sobre esos hechos. IV: EL ANTIGUO TESTAMENTO: LOS PROFETAS (II) Los esclavos Palabra de Jehová que vino a Jeremías, después que Sedequías hizo pacto con todo el pueblo en Jerusalén para promulgarles libertad; que cada uno dejase libre a su siervo y a su sierva, hebreo y hebrea; que ninguno usase a los judíos, sus hermanos, como siervos. Y cuando oyeron todos los príncipes, y todo el pueblo que había convenido en el pacto de dejar libre cada uno a su siervo y cada uno a su sierva, que ninguno los usase más como siervos, obedecieron, y los dejaron. Pero después se arrepintieron, e hicieron volver a los siervos y a las siervas que habían dejado libres, y los sujetaron como siervos y siervas. Vino, pues, palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: Así dice Jehová Dios de Israel: Yo hice pacto con vuestros padres el día que los saqué de tierra de Egipto, de casa de servidumbre, diciendo: Al cabo de siete años dejará cada uno a su hermano hebreo que le fuere vendido; le servirá seis años, y lo enviará libre; pero vuestros padres no me oyeron, ni inclinaron su oído. Y vosotros os habíais hoy convertido, y hecho lo recto delante de mis ojos, anunciando cada uno libertad a su prójimo; y habíais hecho pacto en mi presencia, en la casa en la cual es invocado mi nombre. Pero os habéis vuelto y profanado mi nombre, y habéis vuelto a tomar cada uno a su siervo y cada uno a su sierva, que habíais dejado libres a su voluntad; y los habéis sujetado para que os sean siervos y siervas. Por tanto, así ha dicho Jehová: Vosotros no me habéis oído para promulgar cada uno libertad a su hermano, y cada uno a su compañero; he aquí que yo promulgo libertad, dice Jehová, a la espada y a la pestilencia y al hambre; y os pondré por afrenta ante todos los reinos de la tierra. Y entregaré a los hombres que traspasaron mi pacto, que no han llevado a efecto las palabras del pacto que celebraron en mi presencia, dividiendo en dos partes el becerro y pasando por medio de ellas. Jer. 34:8-18. En este pasaje, Jeremías denuncia la situación de los esclavos hebreos de su tiempo. Como ya comenté en el apartado de la ley, un israelita podía venderse como esclavo o caer en la esclavitud por deudas contraídas. Pero había una diferencia muy importante con respecto a los esclavos que no eran israelitas. No podían ser adquiridos como esclavos perpetuos (Éx. 21:2, 23:10; Dt. 15:12). Su servicio duraba seis años, y en el transcurso del séptimo debían quedar libres. Y si coincidía que antes de cumplirse sus años de servicio, había un año sabático, los esclavos hebreos recuperaban su libertad entre las otras ordenanzas de que las propiedades arrendadas volvían a las familias propietarias, las deudas eran perdonadas, etcétera. Por la impiedad y el abandono de la ley en los días de Jeremías, los que tenían esclavos hebreos los habían convertido en esclavos permanentes. Durante el sitio de Jerusalén, viendo aproximarse el desastre, Sedequías se propuso cumplir la ordenanza respecto a los esclavos hebreos, con el fin de ganarse el favor de Dios. Para ello, encabezó un pacto solemne en el templo, según las costumbres de la época, comprometiéndose ante Dios él y los demás dirigentes israelitas a dejar libres a los esclavos hebreos. En un primer momento cumplieron lo prometido. Pero después, cuando los babilonios se vieron obligados temporalmente a levantar el cerco para defenderse de los egipcios, como cuenta el capítulo 37, los obligaron a volver con ellos. Estos hechos enojaron a Dios profundamente. A Dios le había agradado que cumplieran con sus ordenanzas. Pero después, cometieron un doble pecado. Desobedecieron los mandatos de la ley divina y faltaron al juramento solemne que habían llevado a cabo, menospreciando a Dios. Por todo ello, daba libertad a sus juicios, especialmente contra los que pasaron por medio del becerro, como representantes de las autoridades y el pueblo judío. Esta historia muestra que los juicios que vinieron contra los israelitas de ese tiempo, no solamente fueron producidos por faltas cometidas contra ordenanzas abstractas o por la idolatría. Existía una grave situación de abuso de autoridad y de indefensión por parte de los más débiles. Un caso tan escandaloso como el de los esclavos hebreos no podía ser pasado por alto por Dios, que envió a su profeta para denunciarlo. La palabra profética también incluye la denuncia de la injusticia del ser humano contra su prójimo. Promesas a los pobres Y los primogénitos de los pobres serán apacentados, y los menesterosos se acostarán confiados; mas yo haré morir de hambre tu raíz, y destruiré lo que de ti quedare. Is. 14:30. Porque fuiste fortaleza al pobre, fortaleza al menesteroso en su aflicción, refugio contra el turbión, sombra contra el calor; porque el ímpetu de los violentos es como turbión contra el muro. Is. 25:4. Entonces los humildes crecerán en alegría en Jehová, y aun los más pobres de los hombres se gozarán en el Santo de Israel. Is. 29:19. Cantad alabanzas, oh cielos, y alégrate, tierra; y prorrumpid en alabanzas, oh montes; porque Jehová ha consolado a su pueblo, y de sus pobres tendrá misericordia. Is. 49:13. Cantad a Jehová, load a Jehová; porque ha librado el alma del pobre de mano de los malignos. Jer. 20:13. Los profetas también recogen promesas para los pobres. Los judíos fueron oprimidos frecuentemente por otros pueblos. En el caso de los filisteos, Dios les anuncia que su opresión terminaría. La mejor muestra del fin de esa opresión, es que los empobrecidos, sobre todo por el abuso de los filisteos, mejorarían de situación. Dios los cuidaría como un pastor que cuida a su rebaño, y podrían dormir como ovejas confiadas. Pero los que se vean oprimidos por diversas calamidades no serán olvidados. Vendrá un día en que Dios establecerá su reino, juzgará a los malvados y se acabará la opresión de los más débiles, de la que no se libran muchos piadosos. Mientras tanto, Dios promete cuidar y ser refugio para los que confían en Él. La imagen que da Isaías 25:4 es muy vívida. En los lugares que tenemos el clima mediterráneo, se alternan períodos de sequía con otros de temporales y lluvias violentas, el turbión bíblico. Por la fuerza de estos fenómenos, las casas débiles o mal construidas se derrumban. Dios promete que cuando todo parezca derrumbarse a nuestro alrededor, Él seguirá cuidando de los que confían en Él. Promesas a los que los socorren y exhortación a defenderlos Aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Is. 1:17, 18. Pero el generoso pensará generosidades, y por generosidades será exaltado. Is. 32:8. ¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia. Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el hablar vanidad; y si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan. Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación y generación levantarás, y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar. Is. 58:6-12. Dios da en Isaías grandes promesas a los que obren el bien con el prójimo necesitado. Isaías 1:17 empieza haciendo un llamado a aprender a hacer el bien. A continuación expone varios casos prácticos para mostrar que ha habido un verdadero arrepentimiento y que se quiere agradar a Dios. Se debe buscar la justicia en los juicios, no los sobornos, restituyendo a quien se haya agraviado injustamente. Los que no tengan quien los defienda ni dinero para quien busque sobornos deben poder encontrar justicia en los tribunales. Las viudas deben encontrar socorro. Al obrar así Dios verá que el arrepentimiento es auténtico y da frutos de justicia. Entonces otorgará su perdón y lavará los pecados, por muy grandes que hayan sido. En 32:8 dice que el generoso “será exaltado”. Es decir, verá recompensada su generosidad. Isaías 58 vuelve a dar casos prácticos para demostrar una verdadera búsqueda de Dios, en lugar de una religiosidad ritual y vacía de contenido. La verdadera piedad se empieza por demostrar rompiendo los contratos fraudulentos que ataban a los desfavorecidos. Liberando a los que habían caído en esclavitud y a los que con frecuencia se les negaba luego la libertad cuando su tiempo de servicio había cumplido. Dando comida y ropa a los pobres hambrientos y harapientos y alojando a los que no tienen un techo donde cobijarse. No escondiéndose de la necesidad del hermano, tanto en el sentido de pariente como en el de hijo de Adán, y por tanto perteneciente a la familia humana. Quitando toda opresión, consolando a los afligidos. Entonces se tendrá el favor de Dios y estará pronto para escuchar las peticiones. Los frutos de justicia serán visibles para los que estén alrededor, y no se sufrirán tiempos inciertos y tenebrosos. Dios dará su protección cuando vengan malos tiempos, y no se sufrirá escasez. Al contrario, la casa de quien hace justicia traerá restauración al resto del pueblo. Dios siempre cuida y protege a quien se acuerda de su prójimo necesitado. Por lo tanto, no son solamente palabras para aquella época, también son para nosotros. Pero si éste engendrare hijo, el cual viere todos los pecados que su padre hizo, y viéndolos no hiciere según ellos; no comiere sobre los montes, ni alzare sus ojos a los ídolos de la casa de Israel; la mujer de su prójimo no violare, ni oprimiere a nadie, la prenda no retuviere, ni cometiere robos; al hambriento diere de su pan, y cubriere con vestido al desnudo; apartare su mano del pobre, interés y usura no recibiere; guardare mis decretos y anduviere en mis ordenanzas; éste no morirá por la maldad de su padre; de cierto vivirá. Ez. 18:14-17. En el conocido pasaje de Ezequiel 18, donde Dios expone su justicia al pueblo, se da una exposición sobre lo que es obrar rectamente y sus resultados. Pone como ejemplo el obrar de un justo que es hijo de un malvado. No quiso seguir los malos caminos de su padre, sino andar como agrada a Dios. Como es lógico, se empieza y se acaba por los atentados contra el honor de Dios: la idolatría y el no seguir sus ordenanzas. Pero el grueso de la exposición sobre el buen obrar se dedica a los atentados contra el prójimo, en especial contra el que se halle en una situación de inferioridad. No oprimió a los pobres, ni les privó de su ropa, ni los agobió con usura en su necesidad. Al contrario, dio pan al hambriento, cubrió al desnudo, y prestó sin intereses al necesitado, conforme ordenaba la ley de Moisés. Dios afirma que a quien obre así se lo tomará en cuenta, y no sufrirá la retribución que hará caer sobre sus parientes más cercanos, si su familia fue malvada. Así es, y no faltan los casos de creyentes que han salido de familias y entornos crueles y opresores. Dios bendice al que le honra con su fe y sus hechos, independientemente del lugar del que proceda. Pero si mejorareis cumplidamente vuestros caminos y vuestras obras; si con verdad hiciereis justicia entre el hombre y su prójimo, y no oprimiereis al extranjero, al huérfano y a la viuda, ni en este lugar derramareis la sangre inocente, ni anduviereis en pos de dioses ajenos para mal vuestro, os haré morar en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres para siempre. Jer. 7:5-7. Así ha dicho Jehová: Haced juicio y justicia, y librad al oprimido de mano del opresor, y no engañéis ni robéis al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, ni derraméis sangre inocente en este lugar. Porque si efectivamente obedeciereis esta palabra, los reyes que en lugar de David se sientan sobre su trono, entrarán montados en carros y en caballos por las puertas de esta casa; ellos, y sus criados y su pueblo. Jer. 22:3, 4. En los continuos llamados al arrepentimiento que lanzó Jeremías a sus contemporáneos, no escaseaban los relacionados con la opresión al prójimo. En estos dos pasajes son acompañados de promesas. La situación moral en los días de Jeremías estaba muy deteriorada. No se limitaban a abandonar a Dios, también abandonaban todos los principios de justicia contenidos en la ley de Moisés. En los juicios la justicia era de los poderosos, quienes también oprimían a los más débiles. La situación de estos últimos (pobres, viudas, huérfanos y extranjeros) muchas veces era penosa. Si cambiaban su forma de obrar con los débiles y desfavorecidos, haciendo lo que agrada a Dios, como fruto de un sincero arrepentimiento, Dios lo miraría. Entonces anularía el decreto de juicio que pesaba sobre ellos. Podrían permanecer en su tierra, y tener reyes de la estirpe de David. Si hubieran escuchado el llamado, sin duda habría ocurrido así. Pero por obstinarse en pecar y oprimir al prójimo, llegó el desastre nacional. Este pasaje advierte que una vida malvada tiene sus consecuencias, pero que igualmente nunca es tarde para el arrepentimiento que trae la bendición de Dios. IV: EL ANTIGUO TESTAMENTO: LOS PROFETAS (III) 2. La justicia Propia de Dios Y le hará entender diligente en el temor de Jehová. No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío. Is. 11:3, 4. En aquellos días y en aquel tiempo haré brotar a David un Renuevo de justicia, y hará juicio y justicia en la tierra. En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura, y se le llamará: Jehová, justicia nuestra. Jer. 33:15-16. Estos textos se encuadran dentro de dos profecías sobre el reinado futuro del Mesías. Habla de como es la justicia de Dios en la persona del Mesías, y la forma en que la practicará. El Mesías sabrá juzgar primeramente sobre los asuntos espirituales, en quien sirve a Dios verdaderamente y quien sólo lo aparenta. En los asuntos materiales, se mostrará como un juez justo. No juzgará a la ligera sobre lo que se vea con los ojos a primera vista, ni sobre lo que se oiga en el juicio, porque sabrá descubrir la verdad aunque las apariencias puedan velarla. Por ello, cuando llegue a una Tierra dominada por la corrupción y la maldad, los pobres oprimidos y los mansos piadosos recibirán justicia. Hará recaer sus juicios sobre los malvados y los opresores, y nunca más podrán hacer sufrir a los más débiles. La justicia de Dios será la que reine en la Tierra. Denuncia de los juicios injustos ¡Ay de los que dictan leyes injustas, y prescriben tiranía, para apartar del juicio a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; para despojar a las viudas, y robar a los huérfanos! ¿Y qué haréis en el día del castigo? ¿A quién os acogeréis para que os ayude, cuando venga de lejos el asolamiento? ¿En dónde dejaréis vuestra gloria? Is. 10:1-3. Las armas del tramposo son malas; trama intrigas inicuas para enredar a los simples con palabras mentirosas, y para hablar en juicio contra el pobre. Is. 32:7. Isaías lanza una fuerte condena contra los magistrados y poderosos malvados. Había jueces y magistrados, que en lugar de dictar leyes justas y hacer juicios justos, pervertían la justicia por dinero. Sus acciones eran todavía más condenables por ir en contra de los más desfavorecidos, “los afligidos del pueblo”: pobres, viudas y huérfanos. Los poderosos malvados se unían a ellos sin el menor recato para aumentar sus riquezas. Ponían denuncias injustas contra los pobres para despojarles de sus bienes. Pero Dios estaba mirando cuando se cometían esas acciones, y les advierte de que el mal que ellos hicieron, lo hará recaer sobre su propia cabeza. Algo que debe recordarse en los tribunales de justicia. Se engordaron y se pusieron lustrosos, y sobrepasaron los hechos del malo; no juzgaron la causa, la causa del huérfano; con todo, se hicieron prósperos, y la causa de los pobres no juzgaron. ¿No castigaré esto? dice Jehová; ¿y de tal gente no se vengará mi alma? Jer. 5:28, 29. Jeremías denuncia la actitud de los jueces y poderosos. Su maldad sobrepasaba la de los gentiles. Mientras ellos vivían una vida de abundancia, los pobres sufrían. Eran indiferentes a las necesidades de los más desfavorecidos. Podían haber aliviado su situación actuando en su defensa, pero ellos sólo pensaban en enriquecerse y en sus propios placeres. Por todo ello, Dios les enviaría su castigo. Las advertencias que Dios hace en Su Palabra a los que oprimen al prójimo, especialmente a los más necesitados, son muy severas, y nadie debería ignorarlas. El juicio por tales obras vendrá, si no en esta vida, en la venidera. Porque yo sé de vuestras muchas rebeliones, y de vuestros grandes pecados; sé que afligís al justo, y recibís cohecho, y en los tribunales hacéis perder su causa a los pobres. Am. 5:12. Amós lanza severas advertencias a sus contemporáneos. Vivían pecando y apartándose de Dios. Como resultado, una vez más, los que se encontraban en una situación de inferioridad respecto a los príncipes y magistrados, eran oprimidos. Los jueces, a cambio de cohecho, hacían ganar las causas a los ricos despojando a los pobres e inocentes. Pero Dios les estaba mirando, y cada vez que se repetían estos hechos, manifestaba su desagrado por medio de los profetas. Aunque por un tiempo parezca que no sucede nada, quienes obran así acaban por recibir el castigo. Exhortación a juzgar justamente Así habló Jehová de los ejércitos, diciendo: Juzgad conforme a la verdad, y haced misericordia y piedad cada cual con su hermano; no oprimáis a la viuda, al huérfano, al extranjero ni al pobre; ni ninguno piense mal en su corazón contra su hermano. Zac. 7:9, 10. Estaría mejor traducido “así dice”, como ya hacen otras versiones. Pues, como he dicho más arriba, aunque esta porción de Zacarías recoge las palabras que el Señor dijo antes de la deportación de Babilonia, contiene mandatos de plena vigencia. Dentro de cumplir con los mandatos del Señor para andar en santidad, se encuentra el juzgar con verdadera justicia. Es decir, no de una forma arbitraria, no favoreciendo a los ricos y poderosos que estuvieran en situación de poder sobornar a los jueces (hacer cohecho). No efectuar ni tampoco admitir denuncias falsas contra alguien por enemistad o venganza. Al contrario, mostrar un espíritu compasivo con el prójimo. Todos estos son mandatos de plena actualidad. Continuara… |
Mª Auxiliadora Pacheco Morente
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