LA PREDICACIÓN COMO ADORACIÓN
ALFONSO ROPERO BERZOSALa predicación no es sólo importante cara al mundo —evangelización y misión—, lo es también, y de manera prominente, cara a sí misma, a la comunidad reunida en torno a la Palabra como medio de acceso a la transcendencia divina, a la salvación vivida y por vivir.
En la actualidad se suele asociar fácilmente la adoración con la alabanza como su máximo exponente y casi único contenido. El sermón, la exposición de la Palabra, se dejaría fácilmente a un lado por algunos. No parece añadir o contribuir en nada al culto de adoración comunitario, excepto en lo que pueda tener de auxiliar en cuanto a la presentación del mensaje evangélico a los visitantes, o de reprensión de ideas y corrientes discordantes que anidan por las mentes de algunos congregantes, o simplemente, para adoctrinar a los reunidos. No es un problema nuevo. Desde hace casi un siglo en muchas iglesias se viene pidiendo “más adoración y menos predicación”[1]. A veces se entiende esta exigencia, dado el nivel y la “calidad” de la predicación. Ahora bien, hay que entender que la adoración es el gesto religioso por excelencia del hombre que es consciente de la presencia y grandeza divina. Nace de un sentimiento espontáneo de asombro, y aun pavor, suscitado por la percepción de los trascendente, que embarga al ser por su belleza o por su significado. Es un sentimiento que brotó irreprimible del pecho Moisés cuando, llevado por la curiosidad de contemplar una zarza envuelta en llamas que no se consumía, una voz surgió de ella que le llamó por su nombre, revelándole que era el Dios de sus antepasados. “Al oír esto, Moisés se cubrió el rostro, pues tuvo miedo de mirar a Dios” (cf. Ex. 3:1-7). Palabra, revelación, adoración aparecen aquí unidos como una triple concatenación de eventos. La Palabra, con su capacidad de desvelarnos aquello que en un principio nos está oculto; nos ofrece una visión de las cosas que se nos escapa, pero que responde a la naturaleza más profunda de las mismas. Por eso, el anuncio de la Palabra, la exposición de la Escritura en la iglesia o mediante un sermón, debe contener aspectos que revelen e iluminen la situación y circunstancias de los oyentes, abriéndoles a la realidad de Dios en medio de sus quehaceres cotidianos, de tal modo que les implique en la actividad de Dios en medio de la historia mediante la adoración, la entrega emocionada y agradecida a su Ser. Moisés salió de la adoración convertido en un libertador de Israel, en un liberador de la opresión y esclavitud de su pueblo. La adoración es uno de los aspectos más importantes del pueblo de Dios, que no se debe descuidar en ningún aspecto. La adoración, como ha escrito Julián López, es el alma del culto de manera que, gracias a ella, coinciden por completo realidad interna y forma externa[2]. La predicación, en cuanto exposición de la Palabra revelada y reveladora, es uno de los medios más poderosos para crear ese espacio sagrado donde el lugar que uno ocupa y el tiempo concreto en que vive se convierten en pura y simple adoración, promesa de tantos cambios y maravillosas transformaciones. La historia no se gesta sólo en los despachos presidenciales, sino también allí donde el pueblo creyente se reúne en torno a la Palabra de Dios, como Palabra de creación y recreación de un mundo nuevo, el Reino de Dios, cuyo motivo principal es la adoración. El acogimiento agradecido de la gracia y el perdón. La Palabra, cuya “exposición alumbra” (Sal. 119:130), hace del conocimiento de Dios una disciplina adorante cuya meta es la renovación continua de la comunión espiritual con Dios en un movimiento continuo de aprendizaje, entrega y servicio. Cuanto más profundo y completo sea el conocimiento revelado y experimental de Dios, tanto más íntima e inteligente será la adoración del cristiano. Tanto más se fortalecerá en su seguimiento de Jesús y en el servicio del Reino. Si la adoración es el alma del culto, el acto propio del cristiano y su objeto más excelso; y si acompaña a la Palabra, como suscitada por esta, entonces no cabe duda que la predicación es parte del culto cristiano no sólo como un aspecto “informativo” o “doctrinario” del mismo, sino como adoración propia. La predicación como adoración comienza desde el primer momento que el pastor/predicador escudriña responsablemente el mensaje de la Escritura para sí y para su pueblo con vistas a su edificación. Todo el proceso de elaboración y final exposición de su estudio ante la congregación concluye en ese momento trascendente en que los elementos más necesitados y despiertos experimentan el culto como una experiencia renovadora de Dios. Tal es el privilegio del predicador y tan tremenda su responsabilidad ante Dios y los hombres. Aquí los estudios académicos no valen de nada, toda la filología del mundo sirve para poco, si no logran el encuentro buscado por Dios en su Palabra, que es la comunión del Creador y la criatura en una experiencia de revelación y servicio. * Este artículo forma parte de un estudio de Homilética bíblica de Alfonso Ropero. Editorial CLIE. [1] “Esta me parece que es una petición semejante al parloteo de un loro. Si adoración es confesión de pecados, alabanza de Dios y glorificación de Jesús como Señor, ¿cómo se puede hacer mejor esto que con un sermón reverente que eleve el corazón y los pensamientos y lleve la conciencia a los pies de la sublime bondad de Dios? Puede que se deba a un prejuicio o falta de formación y herencia, pero para mí la predicación es la más excelsa y completa adoración” (James Black, The mystery of Preaching, pp. 19-20. Fleming H. Revell Co., New York 1935).
[2] Julián López Martín, “Adoración”, en Diccionario cristiano, pp. 5-11. Secretariado Trinitario, Salamanca 1992. Cf. James W. Bartley, La adoración que agrada al Altísimo (Ed. Mundo Hispano, El Paso 1999); Alan Brown, Adoración, la joya perdida (Ed. Las Américas, Puebla 1998); Miguel Angel Darino, Adoración, la primera prioridad (Ed. Mundo Hispano, El Paso 1992); James T. Draper, Dónde comienza la verdadera adoración (Ed. Mundo Hispano, El Paso 1999); E.B. Gentile, Adora a Dios (CLIE, Terrassa 2000), Ralph Martin, La teología de la adoración (Vida, Miami 1993); E.G. Nelson, Que mi pueblo adore (Casa Bautista de Publicaciones, El Paso 1992); Bob Sorge, Exploración de la adoración (Vida, Miami 1994); A.W. Tozer, ¿Qué le ha sucedido a la adoración? (CLIE, Terrassa 1990). Bibliografía Vivian Boland, Don't Put Out the Burning Bush: Worship and Preaching in a Complex World (ATF Press, 2008). David M. Greenhaw, Preaching in the Context of Worship (Chalice Press, St. Louis 2000). Michael J. Quicke. Preaching as Worship: An Integrative Approach to Formation in Your Church (Baker Books, Grand Rapids 2011). Marshall Shelley, ed., Changing Lives through Preaching and Worship (Ballantine, Nashville 1995). Gerard S. Sloyan, Worshipful Preaching (Fortress Press, Philadelphia 1984. Thomas H. Troeger, Preaching and Worship (Chalice Press, St. Louis 2003). June A. Yoder, Preparing Sunday Dinner: A Collaborative Approach to Worship and Preaching. (Herald Press, Kansas City 2005). Alfonso Ropero Berzosaes Doctor en Filosofía (Sant Alcuin University College, Oxford Term, Inglaterra). Autor de Filosofía y cristianismo; Introducción a la filosofía; La renovación de la fe en la unidad de la Iglesia; Mártires y perseguidores, editor de otras publicaciones y diversos artículos.
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