LAS MUJERES LÍDERES EN EL NUEVO TESTAMENTO
ELSA TAMEZ 1. Hermenéutica y premisas
Muchas mujeres afirmamos que en la Biblia, de alguna manera, encontramos liberación y dignificación, para todos, incluso para las mujeres. Sin embargo, si nos preguntáramos por el liderazgo de las mujeres, hecho que mostraría su libertad y dignidad, tendríamos que aceptar que, en cuanto a sus nombres, sólo un nombre sobresale en los cuatro evangelios: María Magdalena; y un par de nombres se destacan en los Hechos de los Apóstoles: Lidia y Priscila. Además tendríamos que reconocer que el nombre de María Magdalena sobresale solo al final de los cuatro evangelios; que el de Lidia aparece solamente cuando Pablo visita Filipos y que el nombre de Priscila aparece varias veces, pero de una forma muy rápida. Otros nombres también aparecen de forma más invisible aún: Tabita y la madre de Juan Marcos. Esta ausencia de nombres lleva a preguntarnos: ¿Existieron realmente líderes mujeres en lo orígenes del cristianismo, como fundadoras de comunidades cristianas y propagadoras de la fe cristiana? La respuesta, desde mi punto de vista, es afirmativa. Sí, hay un gran número de mujeres líderes en los inicios del cristianismo, más de las que podríamos imaginar. Pero para llegar a esta afirmación, la lectura que hacemos de la Biblia debe tomar otros rumbos. No el de una lectura llana y superficial, sino una lectura profunda que tenga como instrumento “la hermenéutica de la sospecha”, como acostumbramos a llamarla en América Latina, o “la exégesis del silencio”, como la llama Carla Ricci[1] Por eso, antes de comenzar a hablar sobre las mujeres líderes del movimiento de Jesús es importante considerar algunas premisas importantes para no desanimarnos al no encontrar, de primera entrada, grandes líderes fundadoras del cristianismo. 1) La Biblia, para los cristianos, es un libro en el cual hay revelación de Dios. Esta revelación de Dios se da a partir de historias de pueblos, especialmente del pueblo de Israel; y también de otros pueblos convertidos al movimiento de Jesús, el Cristo. De manera que la revelación divina parte de experiencias de vida concretas, dentro de procesos sociales y culturales; en tiempos, lugares y circunstancias diferentes. Por eso se ha dicho que hay una Biblia y muchas voces.[2] 2) La cultura donde acontece la revelación divina es predominantemente patriarcal y androcéntrica, es decir se ve natural que todo gire alrededor del varón, y este como jefe, del clan o de la familia. La Biblia es un escrito hecho sobre todo por varones en una cultura patriarcal, refleja, por lo tanto, esa cultura en muchos textos. 3) Sin embargo, hay un hilo que va tejiendo desde el principio una voz que interesa a las mujeres y a los marginados; es una voz de gracia, misericordia y liberación. Un pueblo es liberado de la esclavitud del imperio Egipcio, cosa que lo marca de por vida, y un judío, acompañado de un puñado de seguidores, proclama y da su vida por un reinado diferente: el Reinado de Dios. Este judío, crucificado por el imperio romano, pero resucitado por Dios, se convirtió, hasta hoy, en la esperanza de muchos no-judíos. 4) Por lo tanto, estos dos aspectos: la cultura patriarcal y la revelación liberadora, nos lleva a concluir que las mujeres necesitamos de una hermenéutica que distinga entre cultural patriarcal y el amor de Dios por sus creaturas. La hermenéutica más apropiada para leer entre líneas lo que el texto dice sobre las mujeres, es aquella llamada del silencio o de la sospecha, y al mismo tiempo, en lo posible, un acercamiento permeado por la perspectiva de gracia y liberación. Gracia y liberación, desde mi punto de vista, debieran ser el corazón del texto sagrado para los cristianos y cristianas. 2. El liderazgo de las mujeres en tres periodos distintos Una buena manera de analizar la participación activa de las mujeres en los orígenes del cristianismo, es percibiendo su liderazgo en periodos distintos. Esto es importante debido a que, muchas veces, el Nuevo Testamento se ve erróneamente como un bloque sin distinciones de tiempos, espacios o circunstancias. Por eso a veces percibimos cierta confusión o contradicción; mientras algunas personas afirman la importancia de las mujeres basadas en un texto particular, otras la niegan, basadas en otro texto. Sin embargo, si se toma en cuenta la diversidad de contextos, rápido caemos en la cuenta de que no es lo mismo hablar de las mujeres en la Primera Carta de Timoteo que referirnos a ellas en el Evangelio de Juan, por ejemplo. Por eso, en esta reflexión vamos a analizar el liderazgo de las mujeres en los tres periodos que los historiadores de la iglesia primitiva han llamado más o menos en estos términos: el periodo del movimiento de Jesús en Nazaret, el periodo apostólico y el periodo sub-apostólico.[3] Esta división es buena porque, conociendo el contexto de los distintos momentos, entendemos mejor los escritos novo-testamentarios; sobre todo nos aclara mucho la forma como los autores bíblicos fueron planteando la participación o exclusión de las mujeres. El primer período, el momento histórico del movimiento de Jesús de Nazaret, abarca una treintena de años más o menos. Los acontecimientos los leemos en los cuatro evangelios. Ellos narran el caminar de Jesús y sus discípulos por las tierras de Palestina. En ellos leemos sobre la vida de Jesús como maestro ejemplar y salvador; el trato que Jesús tuvo con las mujeres (bastante inspirador hasta hoy día), sus milagros como actos liberadores, sus enseñanzas sobre el reinado de Dios, como una sociedad igualitaria, llena de la presencia de Dios; su muerte bajo el imperio romano y su resurrección. El segundo periodo, el período apostólico, acontece después de la muerte de Jesús; es la prolongación del movimiento de Jesús, pero inspirado ahora en el Espíritu del resucitado, por eso yo le llamo el movimiento de Jesús, el Cristo. Este es un movimiento misionero que abarca más o menos de los años 30 a los 70. Se trata de la propagación de la fe en Jesús como el Mesías. Los protagonistas son los y las seguidoras de Jesús que quedaron vivos, como Pedro, Santiago, Juan y también muchas mujeres del movimiento de Jesús, pero que sus nombres no se registran. Uno de los grandes protagonistas es Pablo, quien también se autodenomina apóstol. Los acontecimientos de este periodo los podemos leer en el libro de los Hechos de los Apóstoles y en las cartas de Pablo que fueron escritas en este periodo. De manera que El libro de los Hechos y las cartas de Pablo son las fuentes privilegiadas para analizar el liderazgo de las mujeres en este periodo. El periodo sub-apostólico es el tercer periodo. En este tiempo ya no queda ningún apóstol vivo. Las iglesias están fundadas y se siguen fundando después de los apóstoles. Es el tiempo que va del 70 al 130. En este periodo mengua el movimiento de Jesús, el Cristo. Es difícil llamarlo movimiento, porque el proceso de institucionalización de la iglesia se ha dado con fuerza. Este proceso intenso de institucionalización es un periodo lleno de tensiones y conflictos al interior de la iglesia. Podemos observar una lucha en cuanto al liderazgo de las mujeres, pues en este periodo se da una clara tendencia a la exclusión de ellas como líderes de la comunidad cristiana. En las cartas pastorales se observa de forma evidente esas tensiones, es allí donde encontramos frases como “no permito que la mujer enseñe” (1Tm 2.12), “que la mujer aprenda en silencio con toda sumisión” (1Tm 2.11). Es claro que esta no es la tendencia única, hay, dijimos, una lucha de visiones diferentes en este periodo, por eso también encontramos un evangelio muy hermoso que es el evangelio de Juan, donde sí se detecta un protagonismo muy fuerte de la mujer, el protagonismo de María Magdalena es muy intenso en el episodio de la resurrección (Cf. Jn 20.11-21). Tomando en cuenta el trasfondo de estas tres etapas, nos atrevemos a afirmar que al principio, en el movimiento de Jesús había muchas mujeres seguidoras, en el periodo siguiente, el apostólico, continuaron bastantes mujeres y se incorporaron muchas otras como líderes; también se iniciaron ciertas tensiones en cuanto a su participación. Pero, en el periodo sub-apostólico se profundizan las tensiones y empieza ya la exclusión sistemática de las mujeres del liderazgo de las comunidades cristianas. Nos referimos a la iglesia oficial de aquel tiempo, pues el liderazgo nunca cesó en los movimientos posteriores, considerados heréticos 3. Los escritos y los periodos Antes de ver cada periodo por separado es importante considerar que los documentos del Nuevo Testamento: cartas, evangelios, hechos, etc. no todos fueron escritos en el momento en que acontecían las distintas épocas clasificadas arriba. Porque una cosa es el evento y otra cosa el escrito que registra el evento. Por ejemplo, en las primeras tres décadas no tenemos ningún escrito. Los evangelios que narran sobre la vida de Jesús (primer periodo) fueron escritos en el periodo sub-apostólico (tercer periodo). De hecho, a excepción de las cartas de Pablo, las auténticas, que fueron escritas en el periodo apostólico (segundo periodo), todos los documentos se produjeron en el periodo sub-apostólico, después del 70. Pablo escribió del 50 al 57 o al 62 aproximadamente.[4] De manera que cuando leemos un libro, Los hechos de los apóstoles, por ejemplo, tenemos que tener presente que, aunque narra eventos del periodo apostólico, el contexto en el cual fue escrito es el del periodo sub-apostólico, el periodo donde acontece la fuerte tendencia de exclusión de las mujeres del liderazgo. Lo mismo debemos tener presente cuando leemos los evangelios, que narran eventos del periodo del movimiento de Jesús en Palestina. 4. Mujeres líderes en el periodo del movimiento de Jesús de Nazaret Nuestra fuente para estudiar este periodo son los evangelios, aunque escritos en el periodo sub-apostólico. Por eso hay que aplicar la “hermenéutica de la sospecha”. En el tiempo de Jesús la presencia de las mujeres, como parte del movimiento de Jesús era fuerte. Pero si preguntamos por sus nombres, como mencionamos al principio, sólo el nombre de María Magdalena aparece como un gran personaje, imposible de quitarlo por la fuerza de su liderazgo. En el evangelio de Lucas (8.3), leemos de paso otros dos nombres: Susana y Juana, como seguidoras y colaboradoras a nivel económico. También leemos los nombres de Marta y María que, probablemente formaban parte del movimiento, aunque en el texto no está muy clara su participación, se queda en la ambigüedad como dos amigas que reciben al maestro en su casa, en Betania. Sin embargo, el rol de Marta, en el Ev. de Juan, es preponderante, ella hace una confesión de Jesús como el Mesías, similar a la confesión de Pedro. El hecho de que haya pocos nombres explícitos no necesariamente indica que eran pocas las mujeres líderes en el movimiento de Jesús. Esa sería la conclusión de una lectura superficial. Pero si leemos los textos considerando el problema del lenguaje como un lenguaje androcéntrico, nos encontramos con sorpresas. Tanto en la cultura antigua como en la actual occidental -culturas patriarcales-, el lenguaje es androcéntrico, es decir, está centrado en el varón y habría que hacer el esfuerzo mental de visualizar a las mujeres junto con los varones cuando se narre algo sobre los discípulos en general o sobre los seguidores de Jesús. Los textos, por estar escritos en lenguaje androcéntrico, esconden la presencia de las mujeres. Por eso, además de visualizar a las mujeres cuando se hable en términos generales, hay que observar detenidamente cada vez que se menciona alguna mujer, y magnificar el hecho. Esto es porque el evento sobre dicha mujer o mujeres era tan relevante que el autor se vio obligado a incluirlo. Veamos un ejemplo de estos dos casos: la relevancia de determinada mujer, imposible de eliminar, y la práctica el lenguaje androcéntrico que oculta la presencia de las mujeres. Esto ha sido señalado con frecuencia por varias mujeres, pero observemos con detalle el procedimiento. En todos los evangelios, al final, aparecen mujeres como testigos oculares de la crucifixión, sepultura, resurrección y aparición, elementos requeridos para ser considerados verdaderos apóstoles. En Marcos, el primer evangelio escrito justo después de la toma de Jerusalén por el imperio romano en el año 70, se lee: Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé (15.40). Aquí encontramos tres mujeres, con nombre, testigos de la crucifixión. Estas mujeres vuelven a aparecer en los relatos de la sepultura, la resurrección y la aparición. Después que José de Arimatea pidió el cuerpo de Jesús para sepultarle, dos de las tres mujeres son mencionadas como testigos de la sepultura: María Magdalena y María la de Joset se fijaban dónde era puesto (15.47). En el evento de la resurrección las tres mujeres, testigos de la crucifixión, vuelven a ser mencionadas. Marcos les dedica un buen trozo de su texto a este hecho. Ellas compraron aromas para embalsamarle, fueron al sepulcro, se preocuparon por quién les quitaría la piedra, vieron a un joven sentado vestido de blanco. Este joven, imagen del resucitado, les indica que el crucificado había resucitado y que debían decirle a los discípulos y a Pedro que él los esperaba en Galilea (16.1-8). María Magdalena, sola, vuelve a ser mencionada más tarde como testigo de una aparición del resucitado. Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos (16.9-10) Es curioso, al final del evangelio de Marcos, el protagonismo de las mujeres, especialmente el de María Magdalena, es indudable, sin embargo, ellas no son mencionadas en todo el evangelio como seguidoras. ¿Por qué? ¿Se incorporaron al final del ministerio de Jesús? No. Ellas estuvieron siempre presentes; fueron seguidoras de Jesús en Galilea y lo acompañaron, como los demás discípulos, a Jerusalén, donde fue arrestado. El mismo Marcos lo dice, pero no antes sino cuando está concluyendo su evangelio, en 15.40-45: María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé y muchas más, eran mujeres “que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén”. Después de leer esta aclaración del evangelista, caemos en la cuenta que en el movimiento de Jesús había muchas mujeres seguidoras -seguidoras en el sentido de ser discípulas-,[5] pero no leemos nada de ellas antes, porque están ocultas por el lenguaje. Por esa razón hay que releer de nuevo el evangelio y visualizar mujeres cada vez que Jesús se reúne con sus discípulos, enseña, discute algún asunto, hace un milagro, los reprende; incluso hay que visualizar su presencia en la última cena del Señor.[6] En cuanto al evangelio de Mateo, escrito en los años 80 del primer siglo, éste retoma la misma información de Marcos, su fuente principal. Ellas están presentes en la crucifixión, sepultura, resurrección y aparición. Pero ya no dice “unas mujeres estaban mirando de lejos”, sino dice “muchas mujeres”, y agrega, como Marcos, que ellas eran las que le habían seguido desde Galilea, también menciona el nombre de las más importantes. En 27.55-56 leemos. Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo. El evangelista Lucas (del año 85 más o menos) es el único que menciona algo sobre las mujeres seguidoras y colaboradoras del movimiento de Jesús durante el ministerio de Jesús, y no solo hasta el final del evangelio. Lucas visualiza a las mujeres en 8.1-3 cuando dice que lo acompañaban a Jesús los doce y otras mujeres, como María Magdalena. Desgraciadamente muchas veces esta mención pasa desapercibida a nuestra vista porque el lenguaje genérico androcéntrico en todo el evangelio es imponente. En 8.1-3 escribe: intenso Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes. Para un lector atento del Ev. de Lucas, entonces, no le extrañaría que en 24.55 el autor hablara de las mujeres que seguían a Jesús en Galilea (“Las mujeres que habían venido con él desde Galilea fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo)”. En el evangelio de Juan las mujeres líderes aparecen con más fuerza. A María Magdalena, a Marta, a la mujer de Samaria se les dedica no pocos versículos y éstos de contenidos teológicos profundos. El evangelio de Juan se escribió hacia el final del siglo primero, cuando comenzaba a institucionalizarse la iglesia y a desatarse una fuerte discusión sobre el liderazgo de las mujeres. El Ev. de Juan sería la contraparte de la Primera carta de Timoteo. Encontramos, pues, que en el movimiento de Jesús en Palestina había muchas mujeres discípulas, y aunque escondidas por el lenguaje, un lenguaje genérico masculinizado, los vestigios observados con la hermenéutica de la sospecha permiten visualizarlas. Cada vez que leamos el evangelio tenemos que imaginar a Jesús y su movimiento compuesto no solo por hombres, sino también por mujeres. Por otro lado, en cuanto a la actitud misma de Jesús, es innegable el trato sorprendente que él tiene para con las mujeres en una cultura que las margina. Mujeres como la mujer del flujo de sangre crónico, la encorvada, la sirofenicia y otras, jamás olvidarán, no solo cómo fueron escuchadas y restauradas en su sociedad, sino la ternura con la cual fueron tratadas por Jesús. Estas actitudes de Jesús en los evangelios, podrían ser tal vez lineamientos para la creación de una nueva interrelación entre hombres y mujeres, en un momento histórico en el cual algunas posiciones duras al interior de la iglesia de los orígenes tendían a excluirlas. Recordemos que los cuatro evangelios fueron escritos en el periodo de exclusión de las mujeres. 5. Mujeres líderes en el periodo apostólico (años 30-70) En este periodo los seguidores de Jesús ya no son acompañados por Jesús de Nazaret sino por el Espíritu de este Jesús resucitado. Es el periodo del movimiento de Jesús, el Cristo. Sus apóstoles, hombres y mujeres, empiezan a cumplir la encomienda de ser sus testigos en Jerusalén, en Samaria, y fuera de Palestina en Asia Menor y hasta Roma, ayudados por el Espíritu Santo. Hay dos autores que presentan datos y eventos en este periodo: Pablo y Lucas. Las siete cartas auténticas de Pablo, que justamente fueron escritas en este periodo,[7] y el libro Los Hechos de los Apóstoles, que narra lo acontecido en el periodo apostólico, aunque fue escrito en el periodo sub-apostólico, año 85 aproximadamente. En estos escritos es sorprendente la mención de bastantes mujeres líderes, muy activas en el movimiento misionero de Jesús, el Cristo. El libro de Los Hechos de los Apóstoles narra básicamente los hechos de Pedro, de los helenistas y de Pablo. Pero también debemos leer entre líneas los hechos de Priscila, de Lidia, de Tabita, de la madre de Juan Marcos, y otras, cuya presencia es escondida por el lenguaje. Porque también en el libro de Los Hechos tenemos que aplicar la lectura atenta, es decir “la hermenéutica de la sospecha”, “la exégesis del silencio”. Por ejemplo, el libro de la biblista, Ivone Reimer Richter, sobre las mujeres en Hechos nos permite ver nuevamente este fenómeno del lenguaje como ocultador de las mujeres. En uno de sus capítulos alude al pasaje de Hechos que narra la visita de Pablo a Atenas. Cuando Pablo empieza su discurso en el areópago, un lugar que frecuentaban los filósofos, comienza diciendo en griego Andres Athēaioi: “Varones atenienses” (Hch. 17.22), nosotros, lectores y lectoras, pensamos que se refiere solo a los varones. Las versiones en español modernas simplemente dicen Ateniences, pero eso no cambia nada en nuestra mente, pues no estamos acostumbrados a visualizar a las mujeres en ese término genérico. De hecho, en nuestra mente, cuando pensamos en filósofos, raramente pensamos en filósofas; nos imaginamos solo hombres intelectuales en el areópago. La audiencia escucha a Pablo con atención al principio, pero al final de su exposición, cuando menciona la resurrección, la audiencia se burla. Entonces, y esto es lo interesante, el narrador termina el episodio diciendo que algunos convirtieron y da el nombre de dos personas, entre ellas el de una mujer: Damaris. Hch. 17.34 dice: “Pero algunos hombres se adhirieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio Areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos otros con ellos”. Con esto, nos enteramos que en el areópago había filósofas también, no sólo filósofos. Una filósofa se convirtió, esto implica que en las comunidades también podría participar una que otra filósofa.[8] El hecho de haber preservado el nombre de Damaris muestra que probablemente era una mujer muy importante. Hay otras mujeres en Hechos, cuyas obras fueron tan notables que debieron ser registradas, no solo con sus nombres, sino también con sus hechos. Dos de ellas sobresalen, una quizás viuda y otra casada; se trata de las líderes Lidia y Priscila. Hch 16.11-38 le dedica suficiente espacio a Lidia, lo cual nos da pie para afirmar que su liderazgo era sobresaliente. Es una mujer que vive en Filipo, es una “temerosa de Dios”, es decir, una mujer que se había convertido al judaísmo y que después, cuando pasa Pablo por Filipo, se hace seguidora de Jesús, el Cristo. Ella provenía de Tiatira, era empresaria de púrpura y a la vez líder de la comunidad cristiana que se reunía en su casa. Lidia es una mujer valiente, pues arriesga su vida al proteger en su casa a dos exconvictos de la justicia romana: Pablo y a Silas. Priscila es una mujer casada. Ella y su esposo Aquila son grandes líderes del movimiento misionero; formaban parte del movimiento antes que Pablo. Su importancia se observa en que son mencionados varias veces en distintos escritos (p.ej. en Romanos, Hechos y 1Corintios), a pesar de que no fueron convertidos por el apóstol Pablo. Llama la atención el hecho de que la mayoría de las veces que aparece la pareja mencionada, el nombre de Priscila aparece primero. Esto no era lo común en la antigüedad, pues el orden era importante ya que marcaba preeminencia. De manera que si Priscila, o su diminutivo Prisca, va primero significa que ella era una persona más importante que su esposo Aquila. Por lo menos en lo que respecta al movimiento de Jesús, el Cristo. Ella debió haber sido considerada como una gran maestra, junto con su esposo. Esto lo observamos cuando llega a Éfeso un judío de Alejandría llamado Apolo descrito como una persona elocuente; el texto señala que después de exponer el mensaje, Priscila y Aquila lo llevan aparte para explicarle con más exactitud algunas cuestiones teológicas. Priscila es una teóloga, maestra, apóstol y artesana, como Pablo. Ella, al igual que su esposo, fueron colegas de Pablo en la misión y no solo compañeros de trabajo de tiendas. Además su casa siempre sirvió de iglesia. Con menos relieve que las dos mujeres anteriores, leemos la historia de Tabita (Hch. 9.36-41). Historia que también hay que saber porque el texto busca resaltar más el milagro de Pedro al resucitar a Tabita, que la vida de Tabita. Sabemos de la existencia de esta líder, gracias al milagro de Pedro que el autor de Hechos quiso resaltar. Entonces, nuevamente debemos leer entre líneas el texto y ver en ella una gran líder, cuya iglesia se reúne en su casa. Ella es solidaria con las viudas y es discípula, pues así la llama literalmente el texto. Ser discípula significa que, además de sus buenas obras, como los tejidos para las viudas pobres, era maestra, predicadora y misionera.[9] En Hechos encontramos varios sumarios, es decir, breves resúmenes de los acontecimientos. Estos son sumamente importantes para visualizar la presencia de las mujeres en general y de mujeres líderes. En ellos encontramos, por ejemplo, que muchas mujeres son encarceladas a la fuerza por profesar la fe cristiana. Por ejemplo hay un resumen sobre Pablo antes de convertirse, que dice literalmente: “Saulo –el nombre de Pablo antes de su conversión- hacía estragos, entraba por las casas, se llevaba por la fuerza a hombres y mujeres y los metía en la cárcel” (Hch. 8.3). Las casas son las casas-iglesia, donde se reunían los cristianos.. Como ser cristiano era ilegal en aquel entonces, había que celebrar en la clandestinidad y ser misionera de forma discreta, encubierta. Era peligroso profesar públicamente la fe, pues la pena era la cárcel y la tortura. Las mujeres también fueron a dar a la cárcel, como se afirma en Hechos y también en algunas cartas de Pablo (Cf. Ro. 16.7). La participación activa de las mujeres en el periodo apostólico es muy obvia; aunque el lenguaje la oculta, siempre hay rendijas a través de las cuales podemos observar ese dinamismo de las mujeres. Con solo imaginarnos que los primeros doscientos años las primeras comunidades cristianas se reunían en casas, podemos visualizar una gran mayoría de mujeres activas en las iglesias-casa. Esto es así, porque en la antigüedad las mujeres eran las encargadas de la casa y el hogar. A pesar de que el pater familas era el jefe y señor, en la repartición de roles muchas veces las mujeres eran las dueñas y señoras del hogar, pues era su ámbito primero[10]. Si alguien tiene la paciencia de ir subrayando todas las veces que aparece la palabra casa en Hechos, se sorprenderá de que no se puede concebir el periodo apostólico sin las casas en donde se reunían las primeras comunidades cristianas[11] y donde la mujer era parte central de ese lugar. Con respecto a las cartas de Pablo, para este periodo apostólico son documentos muy valiosos porque reflejan más directamente lo que acontece, ya que fueron escritos al mismo tiempo que ocurrían los eventos. Aquí tenemos que distinguir las cartas propias de Pablo de las pseudoepigráficas, es decir las escritas por sus discípulos años más tarde, bajo el pseudónimo de Pablo. La práctica de la pseudonimia era muy común en la antigüedad, las encontramos en la Biblia, pero también en fuentes extrabíblicas. Por ejemplo hay cartas de Sócrates, muy posteriores al filósofo, escritas por sus discípulos, con la finalidad de actualizar las enseñanzas de su maestro. Las cartas deuteropaulinas, como Colosenses, Efesios, 1y2 de Timoteo y Tito fueron escritas en el periodo sub-apostólico, cuando todos los apóstoles ya habían desaparecido y aparece la disyuntiva de la estabilidad a través de la institucionalización. Por eso encontramos en las cartas auténticas de Pablo, una fuerte participación de la mujer, es el periodo apostólico; y en las cartas deuteropaulinas, una tendencia a excluir a las mujeres del liderazgo. En las cartas de Pablo, pues, encontramos un liderazgo muy activo de las mujeres; muchas de ellas son compañeras de lucha de Pablo. No es que no haya discusión o tensiones. La participación de las mujeres en la sociedad antigua no se veía con buenos ojos. Probablemente en la comunidad de Corinto el ministerio de la profecía de las mujeres era muy fuerte y creó conflictos hasta con el mismo Pablo. Y es que las mujeres se tomaron a pecho y muy en serio las enseñanzas de Jesús. Porque para los valores del cristianismo no hay acepción de personas ante Dios. Pablo mismo retoma la famosa fórmula bautismal de la tradición en Gá. 3.28: “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Esta era una frase que se recitaba a la hora del bautismo de cada persona, hombre, mujer, esclavo, judío o no-judío. Y dicho sea de paso, la igualdad entre los sexos mencionada en Gá. 3.28 es algo totalmente innovador, pues no hay nada similar ni en la literatura greco-latina ni en el judaísmo, según el biblista alemán, Hans Dieter Betz.[12] Un texto bastante revelador con respecto al liderazgo, y que pasa a menudo desapercibido es el cap. 16.1-16 de la carta a los Romanos, justo de este periodo apostólico. Es un texto que permite ver a las mujeres como importantes líderes en el movimiento misionero. Pasa desapercibido este texto porque se trata solo de saludos, pero con la “hermenéutica de la sospecha” que estamos usando, resulta muy fascinante. Observamos con sorpresa que Pablo saluda a muchas mujeres por su nombre. Eso es algo que se debe subrayar. Si, como es sabido, la mujer en la antigüedad no era tomada en cuenta como un ser importante, el hecho de que aparezca mencionada es algo que sobresale y llama la atención en el capítulo. Pablo manda un saludo especial a diez mujeres y a 18 hombres. Tal vez para hoy día parezca que aun son pocas, pero para aquel entonces era algo inaudito. Y, aun más, de las diez mencionadas, a ocho de ellas las llama por su nombre. Ellas son Febe (v.1), Priscila (v.3), María (v.6), Junia (v.7), Trifena (v.12a), Trifosa (v.12a), Pérsida (12b), Julia (v.15). A las otras dos mujeres, les manda un saludo especial pero sin mencionar su nombre: madre de Rufo (v.13), hermana de Nereo (v.15). Mencionar a las mujeres por su nombre significa que él las conocía muy bien y también que eran mujeres que por algún hecho se habían dado a conocer. Pero no solo eso, Pablo, además de su nombre también dice algo de ellas. Esto es lo más revelador del texto. He aquí tres nombres sobresalientes: Febe, Junia y Priscila. La primera, aparece sola, las otras acompañadas con un varón. Febe es la encargada de llevar la carta de Pablo a Roma. Pablo especifica que es diaconisa en la iglesia de Cencreas y que ha ayudado a muchos, inclusive a él mismo. Pablo esta aludiendo a dos funciones muy importantes de aquel entonces. La traducción del texto griego al español no refleja la importancia de los puestos de dirección. El término diaconisa aparece en griego con género masculino (diaconos), es muy probable que se refiera a un ministerio oficial, ya que se le aplica a Febe conservando el género masculino. Ella es ministro, como Felipe, Epafras, Síquico, líderes que tienen el mismo título. Pablo también dice que ella era una benefactora o patrona (prostatis). Como todos los benefactores de su tiempo, ella ayudaba económicamente y protegía socialmente.[13] Otro nombre muy importante es el de Junia, traducido a veces por Junias, es una mujer apóstol que compartió la cárcel con el apóstol Pablo. El v. 7 explica que ella y Andrónico, su esposo o un compañero de trabajo, eran destacados entre los apóstoles. Por muchos años se ha querido ver en el nombre Junia un nombre en masculino, sin embargo, los manuscritos griegos más fidedignos dicen que es femenino.[14] Se ha pensado también que se trata de un nombre de mujer aplicado a un varón, sin embargo, en la antigüedad no hay otro caso como este en fuentes bíblicas ni extrabíblicas. El hecho de que por muchos años se haya visto un varón con un hombre de mujer indica simplemente una visión muy patriarcal de la iglesia primitiva. En realidad no era así en tiempos de Pablo. Jesús en sus enseñanzas y obras abrió nuevos horizontes para pensar diferente con respecto a las mujeres. El nombre de Priscila ya lo vimos arriba. Pablo está muy agradecido con ella y con Aquila porque ambos arriesgaron su vida por él. Este hecho fue famoso, pues muchas iglesias se enteraron (16,4-5). Las otras mujeres mencionadas en este capítulo: Trifena, Trifosa, Persida y María eran muy activas en el trabajo de la iglesia; Pablo lo reconoce y lo menciona. El ignorado texto de Ro. 16,1-16 es una joya que anima a las mujeres en su liderazgo hoy. Así, pues, como pudimos observar, haciendo una lectura atenta y aplicando “la hermenéutica de la sospecha” encontramos a muchas mujeres líderes en el movimiento de Jesús, el Cristo. 6. Mujeres líderes en el periodo sub-apostólico El periodo sub-apostólico o sub-apostólico, corre desde el año 70 hasta el 135, o si queremos incluir otros padres de la iglesia, como Policarpo, lo extenderíamos hasta mediados del segundo siglo, año 150. En este periodo sub-apostólico, hemos dicho, se vive una fuerte discusión sobre la participación de las mujeres en posiciones de liderazgo. Esto lo podemos observar en escritos noetestamentarios y extrabíblicos. Dos de los escritos del NT surgen más o menos en la misma época, como lo son el evangelio de Juan, en donde las mujeres son presentadas de forma muy positiva, como líderes, maestras y evangelistas (María Magdalena, Marta, la samaritana) y las cartas de 1Timoteo y Tito en donde se prohíbe a las mujeres enseñar. En cuanto a los extrabíblicos contamos con los escritos apócrifos en los cuales las mujeres son plenas discípulas y misioneras, como los Hechos de Pablo y Tecla o el Evangelio de María o el Evangelio de Felipe. Estos escritos de finales del dos y del siglo tres, no los vamos a considerar en este trabajo. Los tiempos del periodo sub-apostólico son turbulentos. Después del 70, con la invasión del imperio romano, los cristianos pasaron a ser una secta clandestina fuera del judaísmo. Antes de la toma de Jerusalén el judaísmo era bastante abierto, había corrientes diferentes en su interior, y entre ellas estaba aquella que creía que Jesús era el Mesías; y aunque había tensiones entre ellas, todas cabían dentro del judaísmo. Sin embargo, con la guerra en Palestina, cuando fue destruido el templo y desaparecieron sus autoridades, la corriente más fuerte, que era la de los fariseos, cerró filas y se fue imponiendo. Los judíos y helenistas que creían en Jesús como el Mesías, fueron echados de las sinagogas. Estas tensiones las podemos percibir en todos los evangelios, pero especialmente en Mateo (85). Entonces, en este periodo, sin el “paraguas” del judaísmo, los cristianos quedan a la intemperie, como una secta clandestina y peligrosa porque se niega a rendir culto al emperador, y sus valores del reino predicados son contracorriente en la sociedad greco-romana. Hay relatos extrabíblicos que narran esas persecuciones y torturas. Encontramos mujeres torturadas, echadas a las bestias para ser comidas o a los juegos de gladiadores. Estamos en ese tiempo de persecuciones. La carta de Plinio al emperador Trajano, en la cual le pregunta qué hacer con los cristianos que confiesan a Jesús y rechazan rendir culto al emperador, habla de dos mujeres esclavas que había mandado torturar y que eran llamadas ministras.[15] Por otro lado, contamos con el testimonio de la tortura de otras dos mujeres Perpetua y Felícitas, una ama y su esclava, el cual cuenta como fueron echadas a las bestias.[16] La sociedad romana imperial era, pues, hostil. Con respecto a la mujer, la ideología de la sociedad romana ve con malos ojos que las mujeres no se sometan a los varones, especialmente al pater-familias, que es el jefe de la casa. Los códigos domésticos que leemos en Aristóteles son asumidos por la ideología de la sociedad romana. Y, aunque en la práctica no se daba exactamente se aceptaba como ideal el que la esposa, los hijos y los esclavos, obedecieran y se sometieran al pater-familias, quien era a la vez el esposo, el padre y el amo.[17] Se dice que en estos momentos los códigos son reforzados por la ideología patriarcal de la sociedad porque las mujeres romanas estaban pasando por ciertos momentos de liberación.[18] Tácito y otros escritores de aquella época decían que los judíos y los cristianos estaban socavando los valores de la familia. De manera que, el escuchar las palabras de Jesús sobre su concepto de familia, cuando dijo que su verdadera familia, madre y hermanos, era quien hacía la voluntad de Dios, debía sonar muy extraño y peligroso en aquel contexto. Verdaderamente, los valores del evangelio, que hablan de igualdad y amor por los excluidos eran valores contracorriente para una sociedad bastante estratificada, como lo era la romana del primer siglo. Ahora bien, al interior de las comunidades cristianas, también había conflictos en este periodo.[19] Además de la discusión sobre el liderazgo de las mujeres en la iglesia, impulsado por la ideología patriarcal, tenemos conflictos de clase, pues a estas alturas más personas, mujeres y hombres de posición acomodada, han ingresado a las comunidades cristianas. En la carta de Santiago encontramos esta tensión, pero también en 1Timoteo (Cf. v 3.10). También tenemos conflictos teológicos, pues surgen distintas formas de entender el evento de Jesucristo. A veces las diversas corrientes chocan entre sí y se desautorizan mutuamente. De manera que, en estas condiciones, con conflictos externos e internos la vulnerabilidad y fragilidad de las comunidades cristianas se profundizaba, Por todo eso y más, el movimiento de Jesús, el Cristo, tiende a institucionalizarse, a establecer fronteras, a limitar participaciones y a excluir personas, ya sea por género o por no pensar de acuerdo a los líderes que en ese momento estaban en una posición de ventaja. Como consecuencia, debido a esta institucionalización y a la influencia patriarcal de la sociedad romana, las mujeres comienzan a ser excluidas del liderazgo en las comunidades eclesiales. En este periodo, los códigos domésticos del ideal de familia de la sociedad romana empiezan a ser introducidos en las comunidades cristianas. En algunas comunidades se enfatiza una reciprocidad, como en Efesios, Colosenses y 1Pedro. La reciprocidad que aparece en estas cartas no está ni en Aristóteles ni en los pensadores que los repitieron. Ninguno dice “esposas obedezcan a sus amos, amos amen a sus esposas” ni “hijos obedezcan a sus padres y padres no hagan enojar a sus hijos”, ni mucho menos advierten: “esclavos obedezcan a sus amos y amos no maltraten a sus esclavos”. Pero en otros textos bíblicos, más duros contra las mujeres, la reciprocidad no aparece. En 1Tm los códigos aparecen en forma desperdigada, sin la reciprocidad. Las mujeres deben mantenerse en silencio (2.11-12), los hijos deben obedecer sin más (3.4) y los esclavos deben simplemente servir y honrar a sus amos (6.1-2). Primera de Timoteo es una carta escrita hacia el final del primer siglo o principios del segundo, en donde se ve claramente una fuerte tendencia a la institucionalización. Se promueve una casa regida por los códigos domésticos de la sociedad romana, y se espera que así sea la iglesia, en tanto casa de Dios (2.14). La tendencia de exclusión continuó a través de los siglos. Pero, así mismo continuó la resistencia de las mujeres a ser excluidas. Hay datos curiosos que ponen en evidencia el rechazo de la participación de las mujeres; por ejemplo hay un manuscrito griego (el occidental, SII) que cambia el orden de la pareja Priscila y Aquila, poniendo a Aquila en primer lugar, esto ocurre en el pasaje de Hechos que narra cuando Priscila y Aquila enseñan a Apolo. Ya dijimos que el orden marca la importancia de la persona. El historiador Justo González señala otro dato curioso al respecto: “una de las antiguas iglesias de Roma se llamaba en el siglo IV "Iglesia de Santa Prisca"; poco después se llamó la iglesia "de Prisca y Aquila"; y para el siglo VII era la "Iglesia de los Santos Aquila y Prisca".[20] Algo similar aconteció con el caso de Damaris, la filósofa que se convirtió al cristianismo cuando escuchó a Pablo en el areópago. El mismo manuscrito griego occidental del siglo II sólo menciona a Dionisio. Posteriormente, Juan Crisóstomo, padre de la iglesia, hablaba en uno de sus escritos de Dionisio y su esposa Damaris.[21] Por otro lado sabemos que las mujeres siguieron muy activas en las comunidades cristianas ortodoxas, aunque el liderazgo visible y de embargadora se dio más en las corrientes gnósticas y proféticas.[22] Conclusión No cabe duda que las mujeres fueron líderes importantes en los orígenes del cristianismo. Los mismos textos bíblicos son testigos de este hecho, a veces explícitamente y otras no tanto; la aplicación de la hermenéutica de “la sospecha”, nos ayudó a ver su liderazgo, aunque invisibilizado a través del lenguaje. No cabe duda también que por distintas razones, sean culturales patriarcales o de estrategia socio-política su participación generó tensiones y paulatinamente fueron siendo excluidas de las comunidades ya institucionalizadas. Pero siempre a través de toda la historia, hasta hoy hubo mujeres que se distinguieron por su liderazgo, aunque no en la cantidad como lo fue en el periodo del movimiento de Jesús en Palestina y en el periodo apostólico del movimiento de Jesús, el Cristo. ¿Qué hacer frente a tanta diversidad de posición en los mismos textos bíblicos? Creo que para nosotros, cristianos y cristianas, nuestra actitud debe ser la de volver siempre al evento de Jesucristo: su vida, práctica y enseñanzas, incluyendo su pasión y resurrección. Este evento, que indiscutiblemente lo sabemos a través de los evangelios, tiene prioridad sobre todos los escritos. La actitud que debemos asumir es la de Jesús. Y lo que aprendemos de Jesús en los evangelios es que su actitud ante las mujeres siempre fue de acogida, de liberación, de solidaridad. ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------ [1]Mary Magdalena and many others, Women who Followed Jesus, Minneapolis: Fortress Press, 1994, p. 22 [2]Sean Freyn y Ellen Wolde, “Las muchas voces de la Biblia”, Concilium, v 294 (2002). [3] Cf. Brown, Raymond E. Las iglesias que los apóstoles nos dejaron, Bilbao, Desclee de Brouwer, 1986, pp.13-15) [4] Al año 57 si consideramos Romanos como su última carta y al año 62 si consideramos que las Cartas de Filemón y Filipenses fueron escritas desde la prisión en Roma y no desde la prisión en Efeso. [5]Suzanne Tunc analiza el significado técnico del término “seguir” y “servir”, según ella las mujeres que seguían a Jesús “respondían a la definición de los verdaderos discípulos”, Cf. Tunc, Suzanne, También las mujeres seguían a Jesús, Santander, SalTerrae, 1998, p. 21. [6]Ibid., pp. 62-66. [7]1Tesalonicenses, 1 y 2Corintios, Gálatas, Romanos, Filemón y Filipenses. [8]Cf. Vida das mulheres na sociedade e na Igreja: Uma exegese feminista de atos dos apostolos, Saō Leopoldo, Paulinas, 1995, p. 25s. [9]Ibid, p. 55. [10]Cf. Osiek, Carolyn y MacDonald, Margaret Y., The Women’s Place. House Churches in Earliest Christianity, Minneapolis, Fortress Press, 2006, pp.144ss. [11]Cf. Richard, Pablo, El movimiento de Jesús antes de la Iglesia, Santander, Sal Térrea, 1998, p. 13s. [12]Galatians, Philadelphia: Fortress Press, 1988, p. 97. [13]Sobre Febe Cf. Elsa Tamez, “Der Brief an die Gemainde in Rom. Eine Feministische Lektüre”, en Kompendium Feministische Bibelauslegung, Ed. Luise Schottroff y Marie-Theres Wacker, Güthersloh: Christian Kaiser, 1998, pp. 557-573. [14] Cf. Epp, Eldon Jay, Junia: The First Woman Apostle, Minneapolis: Ausburg Fortress, 2005. [15]La carta completa consultada aparece en Néstor Míguez, “Cristianismos originarios: Galacia, el Ponto y Bitinia. Comunidades humildes, solidarias y esperanzadas”, en RIBLA n 29, (1998) p. 105s. [16]Ellas son mártires del año 202 o 203 de nuestra era, fueron arrestadas también en marzo, durante la persecución del emperador romano Severo, por no ofrecer culto al emperador. [17]Cf. Tamez, Elsa, Luchas de poder en los orígenes del Cristianismo. Un estudio de la Primera Carta a Timoteo (Santander: Sal Térrea, 2005), p. 65. [18] Osiek, Carolyn y Macdonald, Margaret Y., o.c., p. 2. [19]Tamez, Elsa, Luchas de poder… o. c. [20]Hechos. Comentario Bíblico Hispano (Miami: Ed. Caribe, 1992), p. 273. [21]Ivone Reimer Richeter, o. c., 25. [22] Cf. Tunc, Suzanne, o. c., 121-126. |
Elsa Tamez
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