LAS OTRAS HERIDAS DE JESUS
OSVALDO L. MOTTESI53 ¿Quién ha creído a nuestro mensaje y a quién se le ha revelado el poder del Señor?
2 Creció en su presencia como vástago tierno, como raíz de tierra seca. No había en él belleza ni majestad alguna; su aspecto no era atractivo y nada en su apariencia lo hacía deseable. 3 Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos. 4 Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. 5 Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados. 6 Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino, pero el Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros. 7 Maltratado y humillado, ni siquiera abrió su boca; como cordero, fue llevado al matadero; como oveja, enmudeció ante su trasquilador; y ni siquiera abrió su boca. 8 Después de aprehenderlo y juzgarlo, le dieron muerte; nadie se preocupó de su descendencia. Fue arrancado de la tierra de los vivientes, y golpeado por la transgresión de mi pueblo. 9 Se le asignó un sepulcro con los malvados, y murió entre los malhechores, aunque nunca cometió violencia alguna, ni hubo engaño en su boca. 10 Pero el Señor quiso quebrantarlo y hacerlo sufrir, y como él ofreció su vida en expiación, verá su descendencia y prolongará sus días, y llevará a cabo la voluntad del Señor. 11 Después de su sufrimiento, verá la luz y quedará satisfecho; por su conocimiento mi siervo justo justificará a muchos, y cargará con las iniquidades de ellos. 12 Por lo tanto, le daré un puesto entre los grandes, y repartirá el botín con los fuertes, porque derramó su vida hasta la muerte, y fue contado entre los transgresores. Cargó con el pecado de muchos, e intercedió por los pecadores. Isaías 53:1-12 Introducción
Las heridas físicas de Jesús en la cruz han conmovido y conmueven a la humanidad. A través de los siglos, esas heridas han sido también de inspiración para el arte cristiano. Hombres y mujeres de Dios, volcaron su emocionada inspiración sobre la tela y el mármol, la arcilla y el cuero, el pentagrama y el pergamino, en la prosa y la poesía entregándonos un legado artístico maravilloso. Todo ello, bajo el impacto de las heridas físicas sufridas por el Cordero de Dios. Desde el miércoles hasta cada viernes de la Semana Mayor, en muchas culturas de pueblos llamados cristianos, se registran extraordinarias actividades religiosas. Son procesiones fúnebres públicas, portando a un Cristo clavado en la cruz, muerto o moribundo. Al son de tambores y otros instrumentos, lúgubres músicas fúnebres acompañan en marcha de luto y derrota a un Cristo acabado. El Dr. Juan A. Mackay en su libro El Otro Cristo Español, describe toda esa veneración al otro Cristo, el que acabó en la cruz. Esa cultura religiosa de la madre patria se ha enquistado como tumor mortal en casi todos nuestros países latinoamericanos, donde se adora a un Cristo muerto. Los cristianos evangélicos, por bíblicos, no adoramos a un Cristo muerto, porque hoy lo sabemos vivo y poderoso. Pero hoy reflexionamos sobre de las “otras” heridas de JesuCristo. ¿Por qué? Porque si dolorosas fueron las heridas físicas de JC en la Cruz, mucho más profundas fueron y son -para El ayer y hoy- las heridas existenciales producidas por nuestras actitudes y conductas. Nos referimos a las heridas de nuestras indiferencias y rechazos, nuestras deslealtades y negaciones de cada día. I. El Evangelio es testimonio de LA HERIDA DE LA INDIFERENCIA en el corazón de Jesús. Durante los últimos seis meses de su ministerio los pensamientos del Señor se han vuelto hacia Jerusalén. Allí llega en su última semana. Su primer movimiento es dirigirse al templo, símbolo de la unidad de las doce tribus y de la religión de su pueblo. No ingresa al santuario, pues no desea verse relacionado con lo que allí ocurre. Es desde el atrio que predica su último discurso público. Enjuicia severamente a los líderes religiosos por su indiferencia a la verdad de Dios. Y cierra el mensaje con un grito desgarrador: ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste! Mt 23:37. Su palabra no es de odio, es de dolor intenso --desde su soledad-- por la indiferencia que recibe en Jerusalén --el corazón mismo de la religiosidad de Israel-- de quienes estaban designados para guiar espiritualmente al pueblo de Dios. La indiferencia es, para quien la recibe de quien sea, peor que el mismo odio declarado. Es criminal “matar con la indiferencia”. Es un asesinato sutil a todo el mundo de realidades y vivencias de nuestro prójimo. ¡Estamos crucificando otra vez a JesuCristo! Pues la herida de la indiferencia fue, en la antesala del Calvario, primicia de las heridas de la cruz. Nuestras indiferencias de hoy, a pesar del disfraz de nuestra religiosidad de templo y domingo, liturgia y ofrenda, hacen sangrar el corazón de Jesús. El apóstol Juan escribe en el evangelio: “Quien no ama, no vive”… permanece en la muerte… no pertenece a Dios”. Nosotros, nosotras creemos que vivimos porque respiramos y funciona más o menos bien nuestro organismo, porque late nuestro corazón y nos movemos, pero cuando somos indiferentes a Jesús, no vivimos. Nuestra subsistencia es tan solo biológica. Solo la comunión y seguimiento de Jesús genera la vida verdadera, nueva y fructífera; existencia de amor y servicio a Dios y a la gente, la que sea. Agustín de Hipona nos lo recuerda a través del tiempo, diciendo: “quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Nuestras indiferencias contemporáneas ante Jesús y el prójimo, causan la trágica falta de ternura que congela las relaciones conyugales y familiares, la vida social y la misión de la iglesia. Muchas de nuestras congregaciones cristianas no son más que grupos humanos reunidos cada domingo por un rato, ya sea por necesidad gregaria o rutina cultural, en templos a veces impresionantes, pero que son verdaderos mausoleos, monumentos religiosos, que no centros de vida, ni movimientos de amor y bendición. Dios nos llama a matar en y por el Espíritu nuestras indiferencias ante Jesús, para permitir que el atenderlo, imitarlo y seguirlo haga florecer una vida nueva en lo personal y relacional, conyugal y familiar, congregacional y misional. II. Además, la palabra nos relata LA HERIDA DEL RECHAZO en el ministerio de Jesús. El Espíritu da vida; la carne no vale para nada. Las palabras que les he hablado son espíritu y son vida. Sin embargo, hay algunos de ustedes que no creen. Es que Jesús conocía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que iba a traicionarlo. Así que añadió: -Por esto les dije que nadie puede venir a mí, a menos que se lo haya concedido el Padre. Desde entonces muchos de sus discípulos le volvieron la espalda -otra versión traduce-: “se echaron para atrás” y ya no andaban con él. Así que Jesús les preguntó a los doce: ¿También ustedes quieren marcharse? Jn 6:63-67 Este relato ocurre en un momento muy singular. Es tiempo de milagros, sanidades sorprendentes, multiplicación de panes y peces, hora de gran popularidad. Las muchedumbres entusiasmadas le siguen. Todos quieren estar cerca de Jesús. El Maestro comienza entonces a enseñar las demandas del Evangelio del Reino de Dios: El resultado del Sermón del Monte, su sermón mayor en todo sentido, produce una profunda crisis en su ministerio. Las mayorías antes cautivadas por sus milagros de compasión y poder, ahora le vuelven la espalda. “Se echan para atrás” en sus vidas espirituales. Se alejan, dejan de seguirle, pero no solo las masas, sino también la élite. Dice el relato: Al escucharlo, muchos de sus discípulos exclamaron: «Esta enseñanza es muy difícil; ¿quién puede aceptarla?» Jn 6:60 Así que Jesús les preguntó a los doce: ¿También ustedes quieren marcharse? Jn 6:67 La pregunta lleva toda la carga amarga de quien vive para servir y bendecir, y se siente rechazado, nada menos que por aquellos y aquellas por quienes especialmente ha venido. Le rechazan quienes son el objeto central de su ministerio. Por eso, volviéndose para mirar a los doce, hace la pregunta brutal. Ellos eran un grupo muy diverso, pero homogéneo en haber respondido todos a su llamado radical al discipulado. Por eso depositaba Jesús en ellos su esperanza en la extensión del Reino de Dios. Si ellos también “se echaban para atrás”, tendría que empezar de nuevo u olvidarse de su misión. Este era un momento decisivo. En medio de un silencio sepulcral, suena entonces la voz cantante del grupo, con una respuesta que debe hoy ser también la nuestra. Frente a la decadencia y tibieza espiritual de un cristianismo “light”, de una religiosidad posmoderna de ofertas y consumo en nuestro tiempo; ante al típico “creer sin comprometerse”, somos desafiados, desafiadas a recapturar nuestra vocación como seguidores y discípulas de Jesús. Estoy convencido que esto es cuestión de vida o muerte para un cristianismo occidentalizado y de consumo, que ha perdido el filo cortante y transformador del Evangelio del Reino. Frente a las multitudes que hoy “se echan para atrás” pero llenan los tempos y estadios para presenciar impactantes espectáculos religiosos, experimentar emociones y “sentirse bien”. Frente a una mayoría buscando “solucionar sus problemas” con un evangelio, “a la carta”, de ofertas en las cómodas cuotas semanales de las ofrendas, Dios necesita hoy una minoría como la de aquellos doce (que pronto serían once), que contestemos al Señor con plena fe e integridad, sinceridad y compromiso como aquel pescador de hombres: --Señor –contestó Simón Pedro--, ¿a quién iremos? Tú solo tienes palabras de vida eterna. Jn 6:68. En respuestas y decisiones como ésta se juega el futuro de la extensión del Reino. Tú y yo tenemos la palabra. Que sea respuesta de fidelidad y entrega. III. Después del impacto de la traición, el Evangelio es testimonio de LA HERIDA DE LA DESLEALTAD. Y de inmediato Jesús dijo a la turba: -¿Acaso soy un bandido, para que vengan con espadas y palos a arrestarme? Todos los días me sentaba a enseñar en el templo, y no me prendieron. Pero todo esto ha sucedido para que se cumpla lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Mt 26:55-56. En la hora de la traición, en las densas oscuridades del huerto, quienes más debían apoyarle, le abandonan. Alguien dijo que el beso es la palabra del alma. En lugar del beso-mensaje, del beso y abrazo del amor leal, testimonio del “aquí estamos, como siempre, contigo”, los discípulos le dan la cuchillada feroz de la deslealtad, lo abandonan. Hoy Jesús continúa solo, herido por la deslealtad de quienes se dicen cristianos, cristianas pero que en la hora de cualquier crisis, desaparecen. Según un viejo adagio: “La lealtad es el más sagrado bien del corazón humano” .Y es verdad. Para Jesús la lealtad de sus amigos del alma, aquellos que él mismo había escogido para llevar a cabo el único propósito que daba sentido a su vida, era un tesoro preciado. Pero la deslealtad de ellos lo arruinaba todo. Solo, en esa negra noche que era todo un símbolo de su negra soledad, enfrentaba así el capítulo final de su pasión. Hoy Jesús sigue solo, esperando el retorno de quienes alguna vez, en algún nivel, lo abandonamos. Esta es la hora de la fidelidad y del reencuentro. Que sea nuestra experiencia. IV. Y se cierra el drama de las “otras” heridas del Salvador, con el relato de LA HERIDA DE LA NEGACIÓN. Ya la negra noche está avanzada. Ya la indiferencia y el rechazo, la traición y la deslealtad son historia. Jesús está ahora frente al Sumo Sacerdote. Dice el relato: Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Y como el otro discípulo era conocido del sumo sacerdote, entró en el patio del sumo sacerdote con Jesús; Pedro, en cambio, tuvo que quedarse afuera, junto a la puerta. El discípulo conocido del sumo sacerdote volvió entonces a salir, habló con la portera de turno y consiguió que Pedro entrara. -¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?- le preguntó la portera. -No lo soy-respondió Pedro. Los criados y los guardias estaban de pie alrededor de una fogata que habían hecho para calentarse, pues hacía frío. Pedro también estaba de pie con ellos, calentándose… -¿No eres tú también uno de sus discípulos?-le preguntaron. -No lo soy- dijo Pedro, negándolo. -¿Acaso no te vi en el huerto con él?- insistió uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le había cortado la oreja. Pedro volvió a negarlo, y en ese instante cantó el gallo… Entonces Pedro se acordó de lo que Jesús había dicho: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y saliendo de allí, lloró amargamente. Otra versión traduce: “rompió a llorar”. Jn 18:15-18; 24b-27; Mt 26:75. Pedro era un líder reconocido entre los doce. Por su carácter extrovertido y emprendedor, se constituía a menudo en la voz cantante del grupo. Su negación, hasta entonces impensable para sus compañeros, fue fruto de una secuencia de descuidos en su vida espiritual. Son los mismos descuidos que constituyen hoy pasos erróneos hacia el fracaso en nuestras vidas. Damos el primer paso al confiar mucho en nosotras, nosotros mismos. Es la noche anterior a la Cruz. Jesús se reúne por última vez en intimidad con sus discípulos. A pesar del rechazo inicial de ellos, les lava los pies. Celebra la última cena con el grupo. Aún en la mesa, profetiza la traición de uno de ellos, que lo hará morir. Predice el abandono cobarde que de ellos experimentará. Es entonces cuando Pedro reacciona con vehemencia. El confía en su profundo sentido de lealtad, pues ama al Señor y cree saber ser amigo fiel en las buenas y en las malas. ¡Cuántas veces caemos, como el pobre Pedro, en el engaño de nuestra autosuficiencia! Hoy el Jesús herido en el corazón, nos convoca al primer amor de la humildad y total dependencia de él. Damos el segundo paso cuando descuidamos la oración. “Luego volvió a sus discípulos y los encontró dormidos. Simón, le dijo a Pedro, ¿estás dormido? No pudiste mantenerte despierto ni una hora. Vigilen y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil. Una vez más se retiró e hizo la misma oración. Cuando volvió, los encontró dormidos otra vez, porque se les cerraban los ojos de sueño. Al volver por tercera vez les dijo: ‘¿Siguen durmiendo y descansando? ¡Se acabó! Marcos 14:37-41a Es el mismo jueves, ya muy avanzada la noche. Ahora el escenario es el solitario Huerto de Getsemaní. Jesús se retira con sus discípulos a orar. Se aparta y les insta a entrar en oración intercesora. Al regresar a ellos por primera vez, increpa a Pedro por quedarse dormido. Va y viene tres veces. La misma cantidad de veces que Pedro le habría de negar, y siempre le encuentra a éste y a los demás dormidos. Este relato trae a mi memoria un libro-testimonio, que hace años publicara el evangelista Nicky Cruz en su tristeza ministerial. Se tituló ¡Mi iglesia duerme! Fue un éxito de librería, pero también una sacudida espiritual para el pueblo de Dios, especialmente para quienes militamos en el ministerio. Hoy tengo que expresar la misma convicción. Somos una iglesia autosuficiente en su poder institucional y dormida frente a los tremendos desafíos que nos rodean a todo nivel y amenazan con ahogarnos como movimiento espiritual. Es hora de decir como Jesús ¡Se acabó! Pero no para huir, sino para acudir como Él a la vocación que nos llama, para volver a un reencuentro vital, renovador con JesuCristo. Damos el tercer paso cuando usamos nuestras armas para defender la obra de Dios. La traición se ha consumado. El beso de Judas ha señalado al Cordero. Los soldados van a ejecutar el arresto. Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenfundó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. (El siervo se llamaba Malco). Vuelve esa espada a su funda, le ordenó Jesús a Pedro, ¿Acaso no he beber el trago amargo que el Padre me da a beber? Jn 18:10-11 Pedro no había entendido las reiteradas enseñanzas de Jesús sobre la necesidad de la cruz, se olvidó de la regla de oro, y decidió arreglar este asunto “a su manera”. No recordó la antigua máxima que de niño le habían enseñado: “No con ejército ni con fuerza, sino con mi Espíritu ha dicho el Señor” Zac 4:6. ¿Qué significa hoy confiar en nuestras armas en la obra de Dios? Significa apoyarnos, aunque lo neguemos de labios, en lo que tenemos y somos. Significa olvidar el imperativo de vivir en oración ante cualquier proyecto de la vida de la iglesia, para que esté en el centro de la voluntad del Señor de la misión. Significa no confiar plenamente en el poder del Espíritu Santo, el ejecutor verdadero de la misión, para que Él sea quien nos equipe, potencialice y use en Su obra. El llamado es hoy, y lo reiteramos, a la oración y la total dependencia del Señor. Como Pedro, damos el paso final, cuando seguimos, pero de lejos a Jesús. “Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote y se reunieron allí todos los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley. Pedro lo siguió de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote. Mr 14:53-54. Pedro olvidó la enseñanza-advertencia del Maestro: “Quien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame” El seguimiento, centro vital de la teología del discipulado cristiano, no puede realizarse “desde lejos”, sino en comunión íntima y detrás de Jesús. Contemplando sus espaldas, que cargaran la cruz y, por horas de sacrificio, empaparan de su sangre y sudor el madero. Así de cerca, junto a Jesús, se da el discipulado fiel. La iglesia ha dejado de ser comunidad de discípulos y discípulas de JesuCristo, para convertirse en un club social con barniz religioso. La vuelta al primer amor del discipulado tiene un precio ineludible, No es solo predicar, enseñar y mostrar la cruz, sino cargarla. El pastor Martin Luther King Kr. afirmó: “los seres humanos dejarán de usar armas, cuando aprendan a cargar la cruz”. Conclusión: Las otras heridas de Jesús siguen siempre abiertas y sangrando en su corazón. Hoy podemos nosotros, nosotras curar esas heridas, con la medicina de nuestro amor y entrega a Él. La dosis de esa medicina es una sola: “la única medida de nuestro amor a Dios es amarlo sin medida”. Oremos al Señor, como el poeta fiel en su promesa: Voy a seguir tus huellas Jesús, definitivamente, Sólo beberé el agua de tu fuente, Sólo amaré el fulgor de tus estrellas, Y hacia tu paz afirmaré la frente. ¡Cuán pavorosa la aventura de mi triste desvío! Mis flores eran cardos, La amargura de las aguas de Mara mi dulzura, Mi luz la noche y mi calor el frío. Mas vuelvo a ti, Jesús, ¡hermano mío!, Y hoy sí tendrá mi ruta nuevamente, Olor de nardos y brillar de estrellas, Porque ¡definitivamente voy a seguir tus huellas! Dile: Mi Señor, quiero morir ya a mis indiferencias, rechazos, deslealtades y negaciones Quiero que viva en mí y a través de mí, tu amor y santidad. Quiero amarte, servirte y seguirte. ¡Voy a seguir tus huellas siempre! Ese es mi deseo y mi oración. |