“ABBA” = PAPÁ: NADIE ANTES HABÍA ORADO ASÍ
OSVALDO L. MOTTESIResumen del segundo capítulo de nuestro libro: ORACIÓN MISIÓN. Orando y con el mazo dando. El poder transformador del Padrenuestro, en actual proceso de publicación.
Dios como Padre en las religiones mundiales
Podemos clasificar las herejías de nuestra sociedad en dos grandes grupos: aquellas que adoran al humano cercano, y las que veneran a un dios lejano, creador poderoso pero no un padre amante. Como en el caso comprobado de otras creencias a través de la historia, la fe cristiana se fundamenta en la realidad de Dios como Padre. Veremos más adelante en que se confirma la singularidad única de la paternidad del Dios Padre de JesuCristo. La historia e identidad de las grandes religiones mundiales, documenta que es posible rastrear la invocación de la divinidad, el ser supremo o dios, como padre. Tales estudios confirman que el empleo religioso de la imagen de padre se encuentra aún en los fenómenos más antiguos de la historia de las religiones. Por otra parte en Grecia, ya en las epopeyas homéricas, Zeus, el hijo de Cronos, aparece genealógicamente denominado “padre de los dioses y los hombres”. Platón acuñó la idea filosófica de dios-padre en su elaboración cosmológica de la creación. Asimismo, en los antiguos cultos mistéricos, relacionados a las escuelas religiosas del mundo grecorromano, en la oración de los iniciados, se invocada al “dios padre”. Y podríamos continuar con más ejemplos en muchos otros fenómenos religiosos de la antigüedad.[1] La gran singularidad del cristianismo ante las demás religiones mundiales, es que Jesús llama a Dios en su arameo con cadencia galilea “Abba”, es decir “papá”, “padrecito”, “papito”, “papi”. Tal expresión de íntima y cálida familiaridad es lo radicalmente novedoso y distinto en Jesús y en quienes le seguimos. Dios como Padre en la religión de Israel En el AT encontramos varios ejemplos de la designación de Dios como Padre “de los justos”, “del pueblo”, “del rey”, pero son realmente pocos los referidos a la relación íntima de Dios como Padre personal de los seres humanos. Esta reserva en el uso parece determinada por el peligro que los israelitas percibían, del posible desarrollo de una comprensión mitológica o pagana, ya mencionada en cuanto a otros fenómenos religiosos, de un dios padre ajeno al Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Es evidente que para Israel Dios no es padre del ser humano por generación o ascendencia, sino que el nombre de “Padre” se piensa y expresa como metáfora. En especial, porque sirve para representar la idea de elección y alianza. No se le llama padre de todos los humanos, simplemente porque Yahvé es sólo Padre del pueblo de Israel. El Señor dijo a Moisés: “Entonces dirás al faraón: “Así ha dicho el SEÑOR: ‘Israel es mi hijo, mi primogénito” (Éxo. 4:22). Tal noción importantísima pero eventual de Dios como Padre, no elimina en Israel la radical separación entre el Señor y su gente. Cuando Moisés sube al Sinaí para recibir La Ley, el pueblo no podía subir al monte. Existía una separación total entre Dios y su propio pueblo escogido. Violarla podía causar la misma muerte. Cuando Moisés sube al monte, recibe de Dios la orden: “Tú señalarás un límite al pueblo, alrededor, diciendo: “Cuidado; no suban al monte ni toquen su límite. Cualquiera que toque el monte, morirá irremisiblemente.” (Éxo. 19:12). Esto constituía una realidad de divorcio radical entre lo sagrado y lo profano, lo santo y lo secular, entre el templo y la calle, el sacerdocio y el “laicado”; entre Dios y su misma gente. Para Israel Dios es un Padre santo pero inaccesible, lejano y solitario. Pero, cuando Jesús “el Verbo hecho carne” subió a otro monte: “vio las multitudes… y sus discípulos se le acercaron” (Mt 5:1). En esa ocasión, hoy y siempre, quienes seguimos a Jesús entramos por gracia en comunión íntima y plena con lo sagrado, pues “Dios estaba y está en Cristo” (2 Co 5:19a). La encarnación de Dios Padre en JesuCristo quiebra los quiebres, dinamita muros, aniquila separaciones. Él es Emmanuel, Dios con nosotras y nosotros. ¡El Dios inaccesible tiene familia! ¡JesuCristo es su Hijo unigénito, su revelación más plena y nuestro Hermano mayor! Dios como Padre según Jesús Jesús en su oración siempre se dirige a Dios como “Padre”, y lo mismo hace en su predicación y enseñanza. Lo nombra así 170 veces en los evangelios: 42 en Mateo, 4 en Marcos, 15 en Lucas y 109 en Juan.[2] Esta referencia de Jesús a Dios como su Padre y nuestro Padre, coloca el amor paternal y maternal de Dios como clave y piedra de toque de toda su concepción de la vida espiritual. Esto se expresa, entre muchas de sus enseñanzas, en forma clara y magistral en la parábola del hijo pródigo (Luc. 15:11-32). Jesús, con esta concepción personal e íntima, cercana y tierna de Dios, destaca la inclaudicable gracia y ternura, misericordia y solicitud, comprensión y paciencia divinas hacia la humanidad, pese a nuestra realidad. Lo extraordinario y desafiante para quienes hemos decidido seguir e imitar a Jesús, es que éste se relaciona siempre con Dios con la íntima ternura y confianza de un niño con su buen padre pero, al mismo tiempo, siempre está dispuesto a la obediencia madura y plena, consciente y responsable. El mayor y más claro ejemplo de esto lo brinda Jesús en su experiencia más trágica y crítica, aun aquella cuando, por única vez según lo registrado, ora a Dios sin llamarlo Padre. Es en su clamor cuestionador desde el mismo corazón de la Cruz. Es un alarido de súplica y cuestionamiento, testimonio y confrontación, cuando cita el salmo 22, gritando en protesta sufriente en su arameo galileo y natal, la lengua de sus más profundos sentimientos: “—¡Elí, Elí! ¿Lama sabactani?, (esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?)” (Mat. 27:46). ¡Jesús vive allí su soledad más sola! Se constituye así en el gran solitario que se hace solidario con nuestra miseria. Por eso cierra esta tremenda experiencia sacrificial, en el umbral mismo de la muerte, cima de su obediencia responsable a su vocación y misión, con otro grito. Este es también oración, pero ahora se hace exclamación afirmativa de satisfacción por el deber cumplido, y de confianza plena, absoluta en Su Padre: “Entonces Jesús, gritando a gran voz, dijo: —¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” (Luc. 23:47). Es que para todos los hijos e hijas de Dios, la intensa relación de amor recibido y compartido debe hacerse obediencia responsable. Es la relación proactiva entre oración y misión. El NT se escribió en griego, pero encontramos algunos nombres y expresiones, frases y oraciones del Señor pronunciadas en arameo, su idioma natal. Con esto los evangelistas desearon respetar y divulgar el valor único, clave y decisivo de tales dichos en la lengua de los sentimientos del Señor. Como comentáramos ya, entre ellas se destaca “Abba”. Jesús llama continuamente “Abba” = “papá” a Dios en su vida y oración, con una intimidad y confianza inauditas (p. ej. Mar. 14:36). Para Jesús “Abba”, más que un título, es una experiencia. No manifiesta sólo una concepción de Dios, sino también una manera de entenderse a sí mismo: si Dios es el Padre, Jesús es su Hijo. Por ello Jesús se comprende a sí mismo en total apertura e intimidad, dependencia y confianza en Dios, de quien proviene todo lo que es, recibe y hace. Dios en el Padrenuestro Jesús comienza el Padrenuestro, llamando sorpresivamente a Dios, en arameo, con acento y cadencia galileos: “Abba”. Es la transliteración del vocablo original arameo al hebreo, conque el niño o niña pequeños nombraban a su padre. El Talmud escribe: “Cuando un niño prueba el gusto del cereal (es decir: cuando lo destetan) aprende a decir abba e imma (papá y mamá)”.[3] “Abba” e “Imma” son, pues, las primeras palabras que todo infante balbucea. Nadie antes de Jesús se había atrevido llamar a Dios con una palabra de uso tan íntimo y familiar. Jesús en cambio usa siempre esa palabra y ésa es la que coloca al comienzo de la oración modelo que pone en nuestro corazón y labios. ¡Nos enseñó a que llamemos “papá” a nuestro Creador y Dios! Las palabras de Jesús encierran una novedad radical, que desconcertó y encolerizó a algunos de sus contemporáneos, los religiosos de su tiempo. Es que con esto, algo definitivo y revolucionario ocurrió en la historia. Hasta entonces la humanidad se había inventado dioses serios y aburridos, distantes y solemnes, coléricos y temperamentales. Dioses que se enojaban cuando alguien trabajaba -aún para sobrevivir- en sábado, o se olvidaba de hacer una genuflexión ante los altares. Eran y son los dioses que había que engatusar y apaciguar con becerros bien cebados. Jesús nos mostró el rostro desconocido hasta entonces de Dios. La religión se hizo relación de amor tierno y convivido entre Dios el Padre, con sus hijos e hijas. Jesús revela al Dios que baja y sube, desciende para ascender a ser Padre de los seres humanos. Nuestro Dios Padre transforma la religiosidad de la separación y el temor, la ley y la rigidez, los sacrificios y las ceremonias, en una cálida historia y relación de amor. Dios se pone “a nuestra altura”. Ya no truena más desde la zarza ardiente, ni requiere descalzarse para entrar en su presencia. Solo basta con descalzar nuestra alma. Adorarle se hace sinónimo de amarle. Su llamado es hacer de nuestra vida un culto a Él. Dios no es para Jesús y nuestras vidas sólo un “padre” más o menos metafórico y genérico. Dios es lo que el “papá” personal y único es para el bebé o la bebé que aprende a balbucear tal nombre. Jesús nos enseña que a Dios no lo encontraremos jamás al margen de la vida, sino en medio de ella; a nuestro lado siempre, venga lo que venga, como un Padre que sufre y se desvela por sus hijas e hijos. Y al ser Él nuestro modelo, muestra la fiel combinación del amor y la devoción, con la obediencia y acción. Es decir, nuestra vida hecha oración y misión. Dios como padre y madre No podemos atribuir la noción bíblica de la paternidad de Dios, sólo como un tributo a la masculinidad de la civilización del tiempo de Jesús. Es una realidad obvia, que la sociedad de aquella época era totalmente patriarcal. Por eso, entre otras mil exclusiones, los idiomas expresaban una fuerte exclusividad masculina. Pero esa no es toda la explicación del uso de “Padre” en Jesús, para referirse a Dios. Ya en los libros proféticos, Dios se revela con rasgos femeninos y maternales. Y aunque el concepto de paternidad divina en Jesús se mantiene en línea de continuidad con la fe de Israel, Él mismo la trasciende. ¡Para Jesús Dios no equivale de manera alguna a la nominación sexuada de varón! Por eso, cuando hoy llamamos Padre a Dios, no estamos haciendo teología machista, ni divinizando al sexo masculino, ni olvidando o minusvalorando la feminidad. Para Jesús, lo esencial de la paternidad de Dios no es la masculinidad, sino su incomparable amor. Un amor que la misma Biblia define, ya en el AT, también como un amor claramente maternal, cuando el Señor afirma a través del profeta: “Como aquel a quien su madre consuela, así los consolaré yo a ustedes” (Is 66:13). El mismo Isaías reitera la maternidad misericordiosa de Dios “Pero Sion dijo: ‘El SEÑOR me ha abandonado; el Señor se ha olvidado de mí’. ¿Acaso se olvidará la mujer de su bebé, y dejará de compadecerse del hijo de su vientre? (BLA: ¿de sus entrañas?) Aunque ellas se olviden, yo no me olvidaré de ti”. (Is 49: 14). Hay aquí una idea sorprende: Siendo Padre, Dios compara su amor misericordioso con el de una madre por el hijo o hija “de sus entrañas”. ¿Por qué? Veamos. En el Antiguo Testamento, la raíz del vocablo “misericordia” en hebreo es posiblemente rahamīm, que proviene de rehem = “seno materno”, y que es la misma que se usa para significar las entrañas del ser humano, mayormente el útero femenino. Para la persona hebrea, expresar la misericordia de alguien es igual a decir “se estremecen sus entrañas”. En el criollo hablar de las gentes, vendría a ser “se le revuelven las tripas” frente al sufrimiento del prójimo. La palabra hebrea jésed = “misericordia”, “merced”, “bondad” “amor constante”, “fidelidad”, “devoción”, es un sustantivo masculino que aparece 246 veces en el AT, y tiene un lugar especial en la poética hebrea, pues más de la mitad de las veces se encuentran en los salmos. Muchas veces va acompañada por “justicia”, “fidelidad”, “verdad”, “compasión” y otras cualidades divinas. Es posible identificar tres significados fundamentales del vocablo, que siempre interactúan: “fuerza”, “constancia” y “amor”. Cualquier traducción del término que no expresa las tres acepciones integradas, perderá algo de la riqueza de su significado.[4] Es innegable que no hay amor más profundo que el de una madre cuando lleva un bebé en sus entrañas. Madre e hijo comparten en el seno materno el vínculo más estrecho. De ese vínculo surge de la madre un amor totalmente gratuito por su hijo o hija, que constituye una necesidad interior, una real exigencia del corazón. No hay amor más estrecho y profundo que el de una madre por el hijo o hija en sus entrañas. Con este amor entrañable, Dios nos ama. Dios es el buen Padre que nos ama con el amor de una madre. Por eso nunca nos olvida, siempre nos perdona y comprende, aunque como bebés no sepamos expresarle lo que agobia nuestro corazón. Con lo dicho creemos no exagerar, ni mucho menos intentar identificarnos con ningún movimiento feminista contemporáneo (aunque simpaticemos con muchos de los principios, razones y requerimientos de buen número de ellos), al afirmar que Dios es no sólo Padre, sino también Madre en su relación y amor para con su creación. Por eso promovemos la importancia en nuestro días de usar un lenguaje lo más inclusivo posible, para ser fieles a la enseñanza bíblica. Como bien apuntara Hans Küng: No cabe la menor duda: la idea de que Dios es padre tuvo que servir muy a menudo para legitimar religiosamente un paternalismo social a costa de la mujer y, sobre todo, para someter el elemento femenino a una permanente opresión en la Iglesia… ¿No es sorprendente que en las culturas matriarcales la “gran madre”, de cuyo fecundo seno provienen todas las cosas y todos los seres, ocupe el lugar de dios padre? Este hecho arroja luz sobre la relatividad de una divinidad masculina… Por eso nunca debe olvidarse que: Se entiende erróneamente el apelativo padre aplicado a Dios cuando no se interpreta simbólicamente (analógicamente), sino como contrario de “madre”: “padre” es un símbolo patriarcal -con rasgos maternales también- de una realidad transhumana y transexual que es la primera y la última de todas. Así pues, Dios no es varón y no debe ser contemplado a través de la falsilla de lo masculino y paterno, como tantas veces ha hecho la teología excesivamente masculina. En él se ha de reconocer también la dimensión femenino-materna.[5] Por eso, cuando llama Padre a Dios, Jesús lo hace clara forma simbólica, es decir, analógica y metafóricamente. Porque Dios no es masculino ni femenino. Pero en su naturaleza reúne -de manera eminente- cuanto de bueno, gozoso y benéfico hay en el hombre y la mujer. Por eso podría llegar a decirse que Dios es Él y Ella, y también que no es ninguno de los dos. La limitación de nuestro lenguaje, inevitablemente antropomórfico, se halla agravada por los estereotipos femeninos y masculinos que en la sociedad se han venido transmitiendo a través de la historia y que poco a poco, gracias a Dios y a la lucha de hombres y mujeres, van siendo superados. Dios es misterio trascendente e indecible. Le conocemos en el grado en que se nos ha revelado. Dios es indefinible plenamente por la creatura humana. Por eso, hoy mejor que nunca, gracias a la reflexión bíblico teológica de nuestras hermanas teólogas de la Iglesia, e impulsados por nuestra propia búsqueda en la Palabra, afirmamos que Dios no es varón ni mujer, que no es masculino ni femenino, que todos los conceptos y categorías que aplicamos a Dios, incluida la palabra “padre” son analogías y metáforas, solo símbolos y claves. Estos no “fijan”, es decir no definen categórica, total y finalmente a Dios. Pero “padre” y “madre”, términos muy humanos, nos dicen mucho más que el nombrar a Dios “el ser en sí” o “lo absoluto”, o “el totalmente otro” de la filosofía, etc. Sigamos entonces orando a Dios, nombrándole con toda sencillez y a la vez pospatrialcalmente,[6] es decir incluyendo su calidad materna: “Padre nuestro”. Las conclusiones anteriores nos llevan a afirmar que Jesús llama simbólica, analógica, metafóricamente a Dios Padre. Con esto, en cierta manera hace, entre otras cosas un resumen, una verdadera síntesis gloriosa de nuestra fe. Porque: nuestro creador. Que Dios sea nuestro papá no le hace menos Dios. Nombrarle así jamás pretende, consciente o inconscientemente, ignorar su trascendencia y majestad, santidad y poder. Pero en JesuCristo, toda esa grandeza se nos hace inmerecida y personal, tierna y espontáneamente asequible. Por la gracia divina en JesuCristo, Dios se hace nuestro Padre tierno. Desde el pesebre de Belén, Dios se nos ha hecho cercano y accesible; su amor es cálida ternura cotidiana ¡porque es nuestro Padre! 2) Si Dios es nuestro Padre, establecemos una relación positiva con nuestra propia existencia. Por distintas razones, muy a menudo ni siquiera nos gustamos. Jesús nos afirma que Dios es nuestro Padre y esta realidad restaura nuestro propio respeto. Si somos hijas e hijos de Dios, somos su familia. Valemos el precio incalculable de la sangre de JesuCristo derramada en el Calvario. Dejemos de rechazarnos. ¡Qué nadie pretenda ignorarnos y menos despreciarnos, al considerar nuestra fe “superada” por supersticiones contemporáneas “de avanzada”! Somos hijos e hijas del Rey de Reyes y Señor de Señores. JesuCristo, nuestro Hermano mayor, reina a la diestra del Padre. ¡Aleluya! 3) Si Dios es nuestro Padre, establecemos una relación de bendición con nuestros semejantes. Los seres humanos hemos sido creados para vivir en comunidad. Nuestro ser o naturaleza social no lo es por necesidad o hábito cultural, sino por nuestro mismo ADN. Esto no niega que como seres sociales somos exigidos y convocadas por la naturaleza a convivir con nuestros semejantes. Pero esta realidad histórica es un correlato de nuestra afirmación anterior, es una dimensión consecuente del orden creado. El individualismo que hoy nos consume y enfrenta entre sí, jamás estuvo en el corazón del Padre Creador: “No es bueno que el hombre esté solo…” (Gén. 2:18). La paternidad maternal de Dios es la única base para la real y permanente hermandad humana. Si Dios es nuestro Padre establecemos una relación de conservación, renovación y transformación con nuestro entorno social. Jesús proclama las bienaventuranzas, magistral introducción de su Sermón del Monte. Inmediatamente después, establece la premisa clave, que fundamenta la ética transformadora del Reino de Dios: “Ustedes son la sal de la tierra”... “Ustedes son la luz del mundo” (Mat. 5:14 y 15). Nos otorga el rol de vivir como sal y luz. Sal, agentes de conservación de lo conservable y de renovación del sabor de la vida. Luz, que ilumina la trágica oscuridad de la actual y paradógica ignorancia espiritual. El conocimiento científico no se ha hecho conocimiento pleno, lo que la Biblia y la vida llaman sabiduría. Esta es la relación amigable de la ciencia y la fe, el intelecto y el sentimiento, la emoción y la voluntad. Necesitamos tal sabiduría, para arrepentirnos de nuestro pecado personal y colectivo, espiritual y sistémico, y alcanzar plena paz y hermandad planetaria, al hacer del Creador nuestro Padre en JesuCristo. 4) Si Dios es nuestro Padre, establecemos una relación amigable con toda la creación. Para muchas gentes el mundo es hostil, un universo lleno de leyes férreas y realidades agresivas. Para otros grupos poderosos, la creación necesita ser explotada y esclavizada, afectada por ambiciones que suelen llamar “progreso”, malinterpretando la vocación humana otorgada por el Creador de “dominar, sojuzgar la tierra” (Gén. 1:28). Ambas actitudes nos están llevando a la destrucción. Pero nuestro Padre nos llama a ser mayordomos y administradoras de todo lo cread; fundamento y punto de partida de nuestra responsabilidad ecológica, como parte indivisible de nuestra misión. 5) Si Dios es nuestro Padre, establecemos la más gloriosa relación: somos su familia espiritual. Esta sociedad cuya mayoría goza de padres y madres biológicos, es un mundo de huérfanos y huérfanas de Dios. Orarle llamándole Padre, es no sólo afirmar nuestra identidad actual, sino la esperanza de un mundo nuevo, donde todos los humanos seremos hermanas y hermanos, en la redención que nos brinda JesuCristo, quien nos hace hijos e hijas de Dios Padre. Esta esperanza que transpira desde su comienzo el Padrenuestro, lo transforma en fuente de inspiración movilizadora de nuestras vidas como misión por el Reino donde habrá un solo Padre. Al afirmar esto, no intentamos hacer prosa elegante para cerrar este capítulo: Solo reiteramos la irreemplazable relación entre oración y misión. _________________________________________________________________________ [1] Véase “Padre” en DTNT, Vol. III, pp. 242-248. [2] Véase A. Lockward, “Padre” en GDEB, pp. 1869-1870. [3] Citado en “Padre” en DTNT, Op. Cit., p. 243. El Talmud, del hebreo = "enseñanza", obra muy extensa que contiene el conjunto de leyes civiles y canónicas de los judíos. Se originó con la traducción oral a través de varios siglos. Comenzó a escribirse a comienzos del siglo III d. C., con la codificación de su parte básica: la Mishnah o Misná = “estudio”, “repetición”. En los dos siglos siguientes se elaboró y codificó un gran conjunto de comentarios sobre la Mishnah, que se conoce como la Guemará = “completar” (en hebreo) o “estudiar” (en arameo) . Estas dos colecciones constituyen el Talmud y suministran los fundamentos del judaísmo tradicional. Véase “Talmud” en DB, pp.1900-1901; C. L. F., “Talmud y Midrás” en NDBC, pp. 1305-1306. [4] Véase “Misericordia y misión” en Osvaldo Mottesi, Monte y misión. Las bienaventuranzas del Sermón del Monte. El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2022, pp. 91-108. [5] Hans Küng. ¿Existe Dios? La respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo. Madrid: Ediciones Cristiandad, 4ta. edición, 1079, p. 914-915. [6] Adoptamos esta feliz noción, proveniente de Hans Küng, Credo. El símbolo de los apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo. Madrid: Editorial Trotta, 8va. ed., 2010, p.36. |