“EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA, DÁNOSLO HOY”
SÓLO LO NECESARIO PARA HOY OSVALDO L. MOTTESIResumen del octavo capítulo de nuestro libro ORACIÓN Y MISIÓN. Orando y con el mazo dando. El poder transformador del Padrenuestro, en proceso de publicación.
¡Rico, como pan caliente!
Cuando pienso o deseo pan, un grato recuerdo me conquista. Fue hace algunos años, en un pueblito costeño de Cataluña, fronterizo con Francia. Habíamos culminado una semana intensa de actividades ministeriales. Llegamos allí con Nicolás y Antonia, una pareja de exestudiantes nuestros, entonces pastores catalanes y amigos muy queridos. Nos habían invitado a pasar tres días en ese bello lugar, al pie de la montaña y al borde la playa. Llegamos tarde en la noche y dormimos como niños. Al amanecer nos despertó, a Beatriz y a mí, un intenso y delicioso aroma de café recién colado. Nos levantamos y, atraídos como por un imán llegamos a la cocina. Nicolás preparaba un delicioso desayuno a la catalana. De pronto me dijo: -¿por favor, puedes ir a comprar algo de pan? Le respondí, -no sé dónde ir, no conozco este pueblo. El me respondió con una sonrisa maliciosa: -no te preocupes, encontrarás pronto la panadería. Para no aparecer como indeciso, salí en busca del pan. Al llegar a la calle, un intenso aroma de pan caliente llenó de delicia mis narices. Seguí ese aroma glorioso a través de una callecita empedrada y angosta, y a los pocos metros encontré la panadería. El aroma era realmente especial. En ese instante sacaban del horno las bandejas y vendían el pan. La gente pedía: ¡dame ese, el más tostado! ¡para mí el más caliente! De pronto retorné vívidamente a mi niñez, cuando iba a comprar el pan familiar. ¡Cuántas imágenes y nostalgias, sensaciones y recuerdos hermosos! Volví a comprobar la verdad del viejo refrán: “¡Rico, como pan caliente!”. De regreso, cargado con un montón de panes de todo tipo, no pude resistir la tentación: partí un tibio y tostado, aromático y crujiente bolillo, y como en mi niñez al salir de la panadería, me lo comí. ¡Qué delicia, que manjar, es un pedazo de pan tibio! ¡Pan tostado y caliente, sabroso y suave que deleita el paladar y alimenta nuestro cuerpo! El pan en la oración, testimonio del materialismo cristiano El pan, símbolo de la fecundidad de la tierra y de nuestra subsistencia natural, está en el centro de la oración modelo. Esto va en coherencia total y como implicación obvia del materialismo cristiano, del cual el supremo testimonio histórico es la misma encarnación del Verbo, el Espíritu devenido en materia, el amor del Padre expresado en pesebre: JesuCristo. Su encarnación es el paradigma del materialismo cristiano: “ Y la Palabra se hizo carne (NVI: el Verbo se hizo hombre) y habitó entre nosotros, y contemplamos su gloria, como la gloria del unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:14). Esta es una afirmación única en todos los escritos sagrados de todas las religiones mundiales. Dios, el mismo Logos creador y sustentador –por decisión propia solo explicable en su gracia- se hace materialidad humana, para que nuestra humanidad desconectada del Padre por el delirio del pecado, tenga acceso a su gloria. El creador y sustentador se hace Redentor en JesuCristo, cabeza de una nueva humanidad. En esto estriba el carácter singular y único de la fe cristiana. JesuCristo es Emanuel: Dios con nosotros; la confirmación del materialismo cristiano, el centro mismo de nuestra fe. JesuCristo es Dios hecho carne en pesebre palestino, bebé de piel morena -Hermano- en verdadera noche buena para mí y para todos, en especial los pobres de la tierra. Es misterio insondable, milagro del Espíritu, que hizo de un vientre aldeano virgen, capullo fértil, catedral humilde para el segundo Adán. Es Emanuel, invasión del amor divino en medio del odio humano. Es el Verbo ilimitado, que al hacerse carne limitada, le dice ¡SÍ! a la mía y la de todos. Este materialismo cristiano es iniciativa de la gracia y génesis de mi fe. Vivir para seguir en fidelidad a JesuCristo confiere sentido a mi existencia. Juan en su primera carta condena el antimaterialismo cristiano de herejías nocivas de su tiempo, cuando dice: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios” (1Jn. 4:1-3). Pablo, misionero al mundo no judío, ora por los filipenses y dice: “Y esta es mi oración: que su amor abunde aún más y más en conocimiento y en todo discernimiento (RVR60: en ciencia y en todo conocimiento) para que aprueben lo mejor, a fin de que sean sinceros e irreprensibles en el día de Cristo, llenos del fruto de justicia, fruto que viene por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (1: 9-10). El apóstol quiebra aquí -como fruto del materialismo cristiano- toda confrontación o divorcio, dualismo o dicotomía entre el amor y el conocimiento, lo divino y lo humano, lo sagrado y lo profano, lo santo y lo secular, la fe y la razón, la religión y la ciencia, la doctrina y la vida, la emoción y la idea, el alma y la mente, el culto y el estudio, la universidad y la capilla. Y todo esto es no solo posible sino históricamente real, por el evento JesuCristo, donde “el Verbo, La Palabra se hizo carne”. Jesús, Dios hecho carne, aquel que se auto tituló “el pan de vida” y “el pan vivo que descendió del cielo” (Juan 6: 35; 51), cuando incluye la petición del pan de la tierra, no hace del Padrenuestro un ruego prosaico. Todo lo contrario. Las peticiones que incluye el Maestro hasta aquí, habían abrazado el cielo y el Reino, la tierra y la eternidad. Ahora, sorpresivamente, el ruego siguiente se concreta en el pan terrenal y cotidiano que necesitamos. ¿Es esto movernos de rogar por los intereses de Dios, a los nuestros? ¿Pasamos de pedir por las cosas muy espirituales y eternas, a las muy terrenales y cotidianas, sólo necesarias para nuestra vida material? ¿Dejaría la oración de centrarse en el reino de Dios y de su voluntad soberana y, en un giro radical, una verdadera salida de tono, insertaría una aparente vulgaridad: la petición del pan? Si así fuera, esto quizás escandalizaría a San Agustín, quien afirmó: “Nada pidáis a Dios más que lo de Dios mismo”. ¡Y Jesús nos hace pedir por nuestro pan cotidiano! Estos interrogantes no son meras especulaciones. Muchos pensadores y religiosas a través de la historia, influidos más por el dualismo aristotélico que por el materialismo del Reino, se han escandalizado este aparente viraje en la oración de Jesús. Buscaron entonces espiritualizar su interpretación, pretendiendo darle un sesgo espiritualista. Jesús estaría aludiendo al pan del alma, a la vida celestial, a la salvación. Sin embargo, la oración se refiere, habla simplemente de pan sin metáforas, sin sentidos místicos. Jesús, quien afirmara “no sólo de pan vivirá el hombre” (Luc. 4:4), entendía a la vez muy bien que no vivimos sólo de la Palabra de Dios. El pan y la Palabra, la comida terrenal y el maná celestial eran y son para Jesús, dos necesidades básicas profundas, ninguna de ellas vulgar o prosaica. Ambas, como el Creador lo dispuso, son imprescindibles dimensiones de la vida abundante. Para Jesús las necesidades de la tierra son los intereses del cielo. Por eso enseñó las verdades del Reino y, ante el hambre del pueblo, multiplicó los panes y los peces (Mat. 14:13-21; Mar. 6:32-44; Luc. 9: 10-17; Juan 6:5-13). ¡Ese es nuestro Dios! El pan en la oración, testimonio de injusticia social Rogando porque hay desigualdad. La escalada global de injusticia social de nuestros días es fruto de la tragedia de siempre, tan vieja como la misma humanidad. Su raíz está en el pecado. Su nombre no es otro que injusticia. Lo que sí impacta son sus frutos actuales; el frenético crecimiento de la brecha de desigualdad grosera entre una casta multimillonaria, cada vez más superrica, amancebada con el poder tecno-financiero globalizado, y la cada vez más populosa y pobre inmensa mayoría de una humanidad marginada y desamparada. ¡Qué asco! Según el Informe Anual de Oxfam Internacional, la riqueza de las gentes multimillonarias del mundo aumentó 900.000 millones de dólares el año 2022, a un ritmo de 2.500 millones de dólares por día, mientras los ingresos de la mitad más pobre de la población del planeta, cayó un 11%. La concentración de la riqueza se acentuó a tal punto en 2022 en el mundo, que 26 familias multimillonarias poseen más dinero que los 4.300 millones de personas más pobres del planeta. La riqueza de los 43 linajes multimillonarios más poderosos es mayor que los bienes accesibles a la mitad más pobre de la humanidad. Winnie Byanyima, directora ejecutiva de Oxfam Internacional, al dar el informe que es la fuente de nuestros datos, declaró: "El abismo que aumenta entre ricos y pobres penaliza la lucha contra la pobreza, perjudica la economía y alimenta la rabia en el mundo”. Como nunca antes, se hacen más que relevantes las palabras proféticas de la Biblia: Las de Amós, el campesino pastor: “Venden por dinero al justo y al pobre por un par de zapatos, codician hasta el polvo de la tierra que está sobre la cabeza de los empobrecidos y trastornan el camino de la gente humilde” (2: 6-7). Las de Isaías, el poeta culto y consejero de reyes: “¡Dejen de hacer el mal!¡Aprendan a hacer el bien!¡Busquen la justicia y reprendan al opresor!¡Aboguen por el huérfano y defiendan a la viuda!” (1:17). Las ya mencionadas de Jesús, que reiteramos por su centralidad: “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Porque más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios” (Luc. 18:24-25). Como también las de Santiago, por su radicalidad: “¡Vamos pues ahora, oh ricos! Lloren y aúllen por las miserias que vienen sobre ustedes. Sus riquezas se han podrido, y sus ropas están comidas de polilla. Su oro y plata están enmohecidos; su moho servirá de testimonio contra ustedes y devorará su carne como fuego. ¡Han amontonado tesoros en los últimos días! He aquí clama el jornal de los obreros que segaron sus campos, el que fraudulentamente ha sido retenido por ustedes. Y los clamores de los que segaron han llegado a los oídos del Señor de los Ejércitos” (5: 1-4). Rogando porque hay hambre. Los que piden así son mayormente, quienes no tienen asegurado el alimento de mañana, las gentes campesinas sin campo, quienes viven de la artesanía sin salarios seguros y, en especial, la constelación de quienes el idioma griego llama ptōkhoís = “muy pobres” o “indigentes”, “miserables” o “mendicantes”, “mendigos o mendigas”, “menesterosos o menesterosas”. Es decir, hombres y mujeres, niños y niñas que no tienen absolutamente nada y, por lo tanto, viven en condiciones paupérrimas de absoluta indigencia. Ello no es más que el testimonio insultante de la injusticia en una sociedad desigual, basada en el egoísmo y la competencia, en lugar del amor y la cooperación. Así ha sido desde el pecado de Caín (Gén. 4:1-16) hasta hoy. Así como en la Biblia el corazón simboliza la vida, el pan representa todo lo bueno y realmente necesario, que nos brinda la creación para nuestra subsistencia. Por eso Jesús, en el mismo corazón del Padrenuestro colocó la petición del pan. Porque el pan y la vida caminan juntos. Buda, el filósofo fundador de la religión que lleva su nombre, dijo con razón que “el hambre y el amor constituyen el germen de toda la historia universal”. La historia de la humanidad es la historia de la lucha de los seres humanos contra el hambre. Las grandes mayorías hambreadas constituyen la base inferior de esta sociedad piramidal, donde reina la más abyecta injusticia social. Como en los días de Jesús, el hambre es hoy la deshonra de nuestra civilización y testimonio claro de injusticia social. Una despreciable vergüenza mundial. Rogando por y para todos. Este pan que pedimos es también “pan nuestro”. Es absurdo e imposible, paradojal e inconsistente rogarle al “Padre nuestro” por el “pan mío”. Todo es plural en esta oración. Plural el Padre, plural el pan solicitado, plural la tentación que nos acecha, plurales las deudas que contraemos y las de quienes las contraen con nosotras y nosotros, plural el mal del cual esperamos liberación. Quienes elevan esta oración saben que no lo hacen en soledad. Esta es una oración comunitaria, profundamente social. Quienes oramos el Padrenuestro comprendemos que la vida es una aventura que se vive en empatía solidaria con muchos otros hijos e hijas de Dios. Una aventura que sólo puede ser vivida y superada por todas, todos juntos. Quienes padecen el egoísmo no podrán encontrar en esta oración ni un solo rincón en el cual refugiarse. El Padrenuestro es una oración social. Rogando con esperanza. En una de las galerías Tate de Londres se expone la famosa pintura “La Esperanza”, realizada por el pintor y escultor inglés George Frederic Watts. Este destacado representante del arte victoriano, logra dar a la esperanza una expresión artística muy singular e inspiradora. Presenta a una mujer con los ojos vendados, sentada sobre el globo del mundo, sosteniendo en las manos un laúd, es decir una guitarra de origen árabe, con todas las cuerdas rotas menos una. No obstante, ella está inclinada, escuchando atentamente para captar la música de la cuerda solitaria. ¡He allí la esperanza, triunfante sobre todos los pecados y penas, tristezas y tragedias de este mundo! Cuando le queda solamente una cuerda al arpa de la vida, aun ésta da música dulce y espiritual, dinámica y poderosa para bendición de nuestras vidas. Frente a la injusticia creadora del hambre, Jesús nos enseña a rogar, pese a todo y contra todo. Es decir, desde la esperanza, pues ella misma es: “Cristo en ustedes, la esperanza de gloria” (Col. 1:27). No se tiende la mano rogando hacia quienes representan la avaricia, sino hacia quienes manifiestan generosidad. Sólo se pide en oración cuando se ama y cuando sentimos el amor de quienes nos aman. Por eso el Maestro incluyó el ruego por el pan de cada día, provisión generosa del amor de nuestro Padre; Aquel a quien amamos y quien nos ama de verdad. El pan de cada día, nada más Porque es lo suficiente. Pedir sólo el pan para hoy, es tener la esperanza de que mañana lo volveremos a pedir, y la certeza de que también mañana nos lo volverán a proveer. Debemos crecer en la confianza en nuestro Padre y no angustiarnos por el futuro. Al pueblo hebreo en el desierto Dios le dio el maná de cada día, que al día siguiente ya no servía. Cada jornada necesitaban esperar el nuevo maná, la provisión cotidiana de Dios, en quien aprendieron a confiar (Éxo. 16:18-20, 35). ¡Por supuesto que hoy debemos trabajar para conseguir el pan de cada día! Pablo es categórico al afirmar: “El que no quiera trabajar, que tampoco coma” (2 Tes. 3:10, NVI ). Por ello aquí Jesús nos enseña a obtener el pan trabajando con responsabilidad, pero sin ansiedad ni congoja, sino con plena confianza en Dios. Expresamos una vida cristiana auténtica con un estilo de vida sencillo, como testimonio del lugar relativo que en ella ocupan las posesiones materiales. Es la austeridad solidaria que nos libera para amar, dar y servir. Esto es orar y con el mazo dar. Porque no nos pertenece el mañana. El Padrenuestro es parte vital del Sermón del Monte. Allí Jesús enseña: “Por tanto, no se afanen diciendo: ‘¿Qué comeremos?’ o ‘¿Qué beberemos?’ o ‘¿Con qué nos cubriremos?’. Porque los gentiles buscan todas estas cosas, pero el Padre de ustedes que está en los cielos sabe que tienen necesidad de todas estas cosas. Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas. Así que, no se afanen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio afán” (Mat. 6: 31-34) Los discípulos que acompañaban a Jesús conocían las dificultades que entrañaba el procurarse el pan de cada día. A pesar de ello, cuando Jesús los comisiona y envía a proclamar el Reino de Dios, les ordena que no lleven nada consigo, ni siquiera el tan necesitado pan: “No tomen nada para el camino: ni bastón ni bolsa ni pan ni dinero; ni tengan dos túnicas” (Luc. 9:3). Deben confiar en Dios y en la bondad de la gente, en reconocimiento generoso por su proclamación del Reino. Según el mandato del mismo Jesús: “Posen en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que les den porque el obrero es digno de su salario” (Luc 10:7), las gentes les darán lo necesario para vivir. Esta cuarta petición del Padrenuestro responde así totalmente a la situación de los discípulos que anunciaban la buena nueva de Jesús. En sus viajes misioneros se entregan confiados en las manos de Dios y le piden el pan de cada día. Viviendo en esta incertidumbre, sin saber si a la mañana siguiente encontrarían un trozo de pan que llevarse a la boca, los primeros discípulos comprendieron en plenitud, la fe confiada en las promesas de Dios en las que se basa el Padrenuestro. Experimentaron ayer, como hoy lo viven millones y millones, lo que es orar con el estómago vacío. Por ello la petición del pan de cada día no era ni es una petición retórica piadosa, sino un ruego necesitado, muy real y concreto (Sal. 54: 23). Sólo el pan para hoy. Pues esta es oración de pobres materiales y de corazón, de gentes que se atreven a vivir al día, que no piden a Dios la riqueza, sino sólo la seguridad de que seguirá ayudándoles cada día, de creyentes que han tomado al pie de la letra el precepto que Jesús reitera en el Sermón del Monte: “No se afanen por su vida, qué han de comer o qué han de beber; ni por su cuerpo, qué han de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?”(Mat. 6: 25). Esta es la verdadera oración cristiana. Hace falta nuestra fe de cada día, para seguir pidiendo sólo nuestro pan de cada día. Pedimos sólo lo absolutamente necesario, fiándonos de Dios, que sabe mejor que nadie lo que nos conviene. Como dice una antigua oración del libro de los Proverbios: «No me des pobreza ni riqueza. Solo dame mi pan cotidiano; no sea que me sacie y te niegue o diga: ‘¿Quién es el SEÑOR?’. No sea que me empobrezca y robe, y profane el nombre de mi Dios” (Prov. 30: 8-9). Orar y ganar nuestro pan diario con el sudor de nuestras frentes, es orar y con el mazo dar. Orar por la extensión del Reino y vivir su clima y demandas cada día, es orar y con el mazo dar. Para concluir Cabe preguntarnos: ¿Cómo está nuestra confianza en Dios? ¿Nos contentamos con lo que Dios nos provee cada día, o experimentamos la angustia por lo que nos pueda faltar mañana? ¿Cómo estamos con respecto a nuestro trabajo y economía? ¿Con angustia e inquietud, deseando siempre ganar más para así asegurar el futuro? o ¿Con paz, confiando en Dios? Nuestro trabajo es orar y buscar el Reino de Dios en todo momento y circunstancia. Todas las demás cosas, serán dadas por añadidura. Esto es lo que reiteramos hasta el cansancio, orar y con el mazo dar. |