“SEA HECHA TU VOLUNTAD, COMO EN EL CIELO ASÍ TAMBIÉN EN LA TIERRA” ¡AYÚDANOS A LUCHAR POR TU PAZ!
OSVALDO L. MOTTESIResumen del septimo capítulo de nuestro libro: ORACIÓN MISIÓN. Orando y con el mazo dando. El poder transformador del Padrenuestro, en actual proceso de publicación.
El Padrenuestro es oración para revolucionarios.
Es decir, hombres y mujeres de Dios con una visión transformadora para el mundo y la historia, que oran y trabajan para ver a los gobiernos y desgobiernos de este mundo ceder el paso al reino de Dios. Esta no es ni puede ser gente ingenua en su oración, que espera que los poderes de este mundo se transformen por sí mismos en el reino de Dios. Será sólo nuestro Señor JesuCristo, quien en la culminación del drama de la historia, vendrá a ser lo que ya es: “el segundo Adán” (1Cor. 15:22; 45), cabeza única y suprema de una nueva creación. En tal proceso divino, los discípulos y discípulas de JesuCristo somos llamados por Él a ser “la sal de la tierra” y “la luz del mundo” (Mat. 5: 13-14) . “Sea hecha tu voluntad…” es quizás la más arriesgada y compleja de las peticiones del Padrenuestro. En rigor de verdad, los seres humanos siempre priorizamos el lograr o realizar nuestra propia voluntad. Por el contrario, sentimos un profundo temor y desarrollamos todo tipo de resistencias a que otras personas o realidades nos impongan la suya. Hay quienes, consciente o inconscientemente, hacen del ruego “sea hecha tu voluntad…”una especie de lazo con el cual desean hacer partícipe a Dios de lo que ya han planeado realizar con sus vidas y con las de otras personas. Por otra parte, hay también la costumbre de atribuir a la voluntad de Dios las desgracias que nos ocurren. Es muy común decir o escuchar decir: “Dios lo ha querido”, “ha sido su santa voluntad”, etc. Pero por el contrario, muchas otras veces nadie atribuye a Dios el que las cosas vayan bien. Pareciera que tal cosa es lo natural o, peor aún, fruto del mérito personal. ¡Por lo tanto, sería entonces la voluntad de Dios que las cosas salieran mal! Más aún, hay quienes pretenden manipular el corazón de Dios usando la expresión “la voluntad del Señor” y sus derivados verbales, como una muletilla religiosa para justificar muchas de las decisiones y acciones de sus vidas. No logran más que un intento de autojustificación fallido ante Dios. Pero existe algo que es peor todavía. Lo hemos visto y vemos ocurrir una y otra vez, y nada menos que a nivel del llamado liderazgo, una verdadera tragedia para la vida y misión de la Iglesia. “Sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra”. El completar con coherencia y honestidad este ruego, nos demanda dejar de vivir para nuestros intereses y existir para quienes nos rodean. Y quien nos enseñó a orar así es nuestro supremo modelo al respecto. La mejor definición que encontramos de JesuCristo es: “Aquel que sólo vivió para las y los demás”. Aquel que en Huerto de los Olivos, en el momento más crítico de su vida, pidió literalmente al Padre que “no se haga mi voluntad sino la tuya” (Luc. 22:42). Y Jesús conocía muy bien, como fruto de una vida intensa de oración y meditación, traducida en entrega y servicio, cuál era la voluntad de su Padre. Por eso hoy y siempre no tenemos otra fórmula para conocer y hacer la verdadera voluntad de Dios, que vivir en confrontación con su Palabra y en diálogo íntimo con su presencia, a través de la oración. Al fin de cuentas, que la voluntad del Padre sea hecha “como en el cielo así también en la tierra”, es nuestra responsabilidad, delegada por el mismo JesuCristo (Mat. 28:18-20). Somos en este mundo las manos y los pies, los ojos y los labios del Señor. Pablo lo destaca: “Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para hacer las buenas obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efe. 2:10). Pedir que se haga Su voluntad en cielo y tierra, es luchar y trabajar por una paz verdadera, real y permanente. Y elevamos aquí la paz verdadera, real y permanente como el fruto primario y final de la amorosa voluntad de Dios para toda la creación. Porque Dios “es nuestra paz” (Efe. 2:14) y Jesús es el “Príncipe de Paz” (Isa. 9:6) y el supremo dador de la paz verdadera, real y permanente, como Él mismo lo declaró: “Mi paz les dejo, mi paz les doy. No como el mundo la da yo se la doy a ustedes” (Juan 14:27). Como comentamos en el capítulo anterior, así como la pobreza es un escándalo para Dios, la guerra en cualquiera de todas sus manifestaciones es lo más ajeno y antagónico a su voluntad, que es el shalom de toda la creación. Por eso elevamos aquí su paz verdadera como la expresión totalizadora de su voluntad para toda la creación. Vivimos rodeados e impactados por la muerte. Desde el 2019, una pandemia global que todavía no nos abandona del todo, nos roba la libertad y las vidas preciosas de muchas gentes amadas; familiares y amistades, camaradas y colegas. En medio de esta crisis, desde el 24 de febrero de 2022 los medios de comunicación nos invaden con la tragedia de destrucción y sufrimiento de un agudo conflicto al este de Europa, fruto de la invasión rusa en Ucrania. Este nos sacude, a cercanos y lejanas, con toda la locura de la guerra. Sí, la locura siniestra y primitiva, animalizante de la guerra. No encontramos otra expresión para adjetivarla. Eduardo Galeano, escritor uruguayo contestatario, autor de “La venas abiertas de América Latina”, un manifiesto iluminador de la literatura profética, nos recordaba hace poco que los cinco países miembros permanentes y con poder de veto en el Comité de Seguridad de las Naciones Unidas son China, los Estados Unidos de América, Francia, el Reino Unido y la Federación Rusa. Estos, que son los poderes que real y arbitrariamente gobiernan el planeta, son también los cinco más importantes fabricantes de armas de guerra en el mundo. Un hecho impresionante, que nos explica de una vez y sin coloridos ideológicos de ninguna clase, la real realidad del espíritu e intereses que generan todas las locuras que llamamos guerras. Ante esta locura social, los discípulos y discípulas de JesuCristo tenemos hoy y siempre, por vocación y llamado, que vivir en misión por una paz integral y permanente para el mundo, que acorte la historia del pecado y traiga de una vez el shalom, la paz plena del mundo nuevo de Dios. Luchar y trabajar hoy por una paz verdadera, real y permanente, demanda promover una revolución planetaria. Esto es un cambio radical en todas las dimensiones de las relaciones humanas y con el resto total de la creación. Por ello, corriendo el riesgo de ser tildado de idealista ingenuo y utópico superado, un teórico de biblioteca y otras yerbas, pero intentando ser profundamente cristiano y realista y por ello radical, proponemos las siguientes pautas o normas, principios rectores de una revolución por la justicia y la paz permanentes en nuestro mundo. Lo hacemos con dos aclaraciones: 1) Lo que sigue son tan sólo pautas, orientaciones muy básicas, casi obvias, que exigen el desafío de la implementación que cada contexto necesita. 2) No hacemos nuestra propuesta desde la izquierda ni desde la derecha, ni menos desde el centro, expresiones estas simbólicas de las grandes tendencias políticas históricas. Estamos convencidos que lo hacemos desde la ética transformadora del evangelio del Reino, es decir, simplemente desde la política de Dios. Desde nuestra primera juventud, y a pesar de los matices de opinión asumidos por los cambios históricos y personales que hemos experimentado, hoy seguimos convencidos que la presente crisis humana global que nos ahoga, se basa en tres mitos destructivos: 1) Que la competencia es progreso o la fórmula para el mismo. 2) Que el crecimiento productivo nos lleva al bienestar general. 3) Que el armamento controlado por las democracias logra preservar la paz mundial. Hay una constelación de otros factores considerados influyentes de nuestra crisis, que crece constantemente. Cada día aparecen más de uno, que se transforman de inmediato en temas de artículos y libros, sesudos debates y disputas, pero tales factores son tan sólo realidades derivadas de los mitos básicos mencionados. Por todo esto, hacemos una humilde pero muy firme propuesta, encabezada con tres verbos que cargan todo el poder transformador de la misma: COOPERAR, DECRECER Y DESARMAR. (1) COOPERAR. Proponemos un mundo basado en la cooperación solidaria, en lugar de la competencia salvaje. En el siglo pasado, con el auge de la industrialización, surgió la falsa ideología de que la competencia es la base del llamado progreso. La globalización y tecnologización cada vez más hegemónicas y actuales de la vida, y los gurúes a su servicio, han exacerbado este mito. La mentira transformada en posverdad por la repetición planetaria es: Que la competencia promueve la creatividad, que es inherente al espíritu humano, que genera deseos de superación, etc., etc. Aquí no hablamos de competitividad deportiva sana y leal, ni otras competencias válidas que se dan en la experiencia humana. Nos referimos al sistema socio-económico-político que domina el planeta y que está destruyendo nuestra sociedad por una afiebrada competencia salvaje. Ante esta mentira y sus frutos, reafirmamos nuestro ¡NO! a tal sistema destructivo. La competencia en su máxima expresión es la guerra. La Biblia no es un tratado de ciencias económicas, políticas o sociales. Pero del comienzo al fin, su mensaje constituye un humanismo comunitario y un compromiso ético-social, ambos al servicio de la verdad y el amor, la justicia y la igualdad, la paz y el bienestar social. Por eso, el mensaje bíblico posee un verdadero fermento revolucionario al servicio de la paz. Este, como clara y reiterada expresión de la voluntad, el corazón mismo de Dios, se expresa a través de tres realidades principales: 1) en la legislación mosaica, 2) en la protesta profética, y 3) en la vida que es mensaje y el mensaje que es vida de Jesús y de la iglesia primitiva. Por eso en el antiguo y nuevo testamentos, todo apunta a una clara realidad: Dios nos ha creado como seres sociales. Como humanos, nuestro yo se realiza solo en relación con un tú con quien interactúa. En otras palabras, fuimos creados para vivir en comunidad. Quienes nos rodean no son nuestros adversarios o enemigas a quienes enfrentar, sino nuestros prójimos a quienes amar. Fuimos creados para cooperar, no para competir. En este resumen no hemos incluido aquí no hemos podido incluir, como lo hacemos en el libro, las verdaderas joyas de los temas sociales que emanan de la Palabra de Dios. Estas fundamentan un verdadero humanismo que, como testimonio del clima del Reino, se basa en la cooperación humana. No nos cabe la menor duda: hoy crece el número de pobres y miserables en nuestro planeta, porque crece cada vez más la riqueza acumulada de pocas personas y familias, corporaciones y poderes. Por eso, desde el evangelio del Reino de Dios decimos ¡NO! al régimen de competencia y guerra, y ¡SÍ! a una comunidad mundial de cooperación y paz. A pesar del dominio hegemónico de los principios y valores del capitalismo liberal en el mundo actual, existe desde hace casi dos siglos un movimiento cooperativo organizado y creciente. Es una fuerza productiva, que dirige sus beneficios a la base de la pirámide económica producida por la estratificación social, “los y las de abajo”, propiciando así la inclusión no sólo laboral sino financiera de las gentes más necesitadas, creando oportunidades de desarrollo social, económico y ambiental. Con muchos otros precedentes a lo largo de la historia, el punto de partida del movimiento cooperativo mundial se inicia en Inglaterra en 1844. Un grupo de 28 trabajadores (27 hombres y 1 mujer) de la industria textil de la ciudad de Rochdale, quedaron sin empleo tras una huelga. Por ello constituyeron una empresa cooperativa, que llamaron “Sociedad Equitativa de los Pioneros de Rochdale”.[1] Estos primeros cooperativistas, conocidos como los Pioneros de Rochdale, se dotaron de una serie de normas, que son la base actual de los principios y valores del cooperativismo mundial. La Alianza Cooperativa Internacional (ACI), creada en 1895, revisó y amplió tales principios, que hoy rigen la existencia productiva de millones de organizaciones al servicio de múltiples actividades humanas en todo nuestro planeta.[2] Los medios de comunicación social, propiedad al servicio del sistema competitivo, desde siempre no publicitan el constante desarrollo del cooperativismo mundial. Sin duda este no es, como toda realización humana, un sistema perfecto de producción y servicio, organización y asistencia. Pero creemos que intenta con auténtico éxito comunitario y solidario, superar al sistema competitivo con uno de cooperación social. En esto y por esto, como “luz del mundo” y “sal de la tierra” somos convocadas y llamados a apoyar todo proyecto genuinamente cooperativo. (2) DECRECER. Proponemos un mundo basado en un decrecimiento productivo programado y progresivo, en lugar de continuar con el crecimiento productivo obsesivo e incesante. Y este principio es un correlativo natural del anterior: COOPERAR. La paz permanente exige un cambio radical de la obsesión capitalista por el crecimiento productivo sin fin, a una cultura del decrecimiento, la filosofía del “slow down”.[3] Vienen oportunas aquí las palabras del Maestro: “No acumulen (no acrecienten, decrecienten) para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen (acrecienten) para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6:19-21).[4] ¿Realmente nos hemos creído el cuento de que es posible un crecimiento ilimitado en un mundo limitado? Quienes promovemos un movimiento en auge, que no nuevo, llamado decrecimiento respondemos con rotundidad: No es posible continuar creciendo a este ritmo porque no hay recursos naturales suficientes. ¿Crecer o no crecer? ¡He aquí la cuestión! Los economistas y políticos neoliberales hablan del crecimiento como una necesidad natural y congénita del capitalismo. También lo hizo en su momento el comunismo soviético, en nombre del “progreso igualitario”. Ante esto se alzan cada vez más voces críticas que tratan de mostrar que el crecimiento puede ser, en sí mismo, un serio, un muy grave problema. Son quienes promueven, con visión responsable, el decrecimiento. Wikipedia ofrece la definición más reciente y articulada del mismo: “El decrecimiento es una corriente de pensamiento político, económico y social favorable a la disminución regulada y controlada de la producción económica, con el objetivo de establecer una nueva relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza, pero también entre los propios seres humanos. Rechaza el objetivo de crecimiento económico en sí del liberalismo y el productivismo… La investigación del decrecimiento se inscribe pues en el universo amplio de reflexión sobre la bioeconomía y el postdesarrollo, que implicaría un cambio radical de sistema”.[5] El movimiento decrecentista está convencido que el verdadero problema no es la pobreza de los países del sur, sino la mal entendida “riqueza” y el consumo excesivo de los países del norte. La solución no está en que el norte “desarrollado” ayude al sur “en desarrollo”. Esto, además de ser beneficencia barata, está históricamente comprobado como ineficaz, pues no cambia el problema de raíz. Los países del norte, con su insaciable sed de crecimiento, han llevado a una situación límite a la misma sostenibilidad del planeta. Tampoco el problema está en escoger entre la producción capitalista guiada por el crecimiento ilimitado, o la socialista guiada por la idea de progreso igualitario, pues ambas realidades se fundamentan en el crecimiento y la competencia.[6] Esta transformación radical o revolución global requiere de un proyecto de decrecimiento, un cambio de valores, una verdadera deconstrucción del pensamiento económico. La misma pone en cuestión nociones importantes como crecimiento y acumulación, desarrollo y progreso, eficiencia y competencia, producción y consumo, durabilidad y sobriedad, pobreza y subdesarrollo, necesidad y ayuda, etc. La idea de decrecimiento nos invita a huir del totalitarismo economicista, desarrollista y “progresista”. Muestra que el crecimiento económico no es una necesidad natural del ser humano y la sociedad. Lo es sólo para la sociedad de la competencia y el consumo, que ha hecho una elección por el crecimiento económico, adoptándolo como mito fundador y energizante. Está comprobado históricamente que el crecimiento del Producto Interno Bruto, el famoso PIB en un régimen de competencia, no ha creado el bienestar social mínimo y aceptable para las mayorías.[7] (3) DESARMAR. Proponemos un mundo basado en un desarmame programado y progresivo real, en lugar de continuar con la militarización obsesiva de la vida. Y también este principio es correlativo de los dos anteriores: COOPERAR y DECRECER. Estamos convencidos que: 1) sin un régimen genuino de producción y consumo generado por estructuras de cooperación, 2) guiado en la actualidad por un propósito de auténtico decrecimiento global, un “slow down” de la vida, 3) ambos al servicio de un bienestar social universal, 4) todo intento por desarmar realmente a esta sociedad autodestructiva, no tendrá éxito. Suena contundente, hay quienes dirán dogmático, pero es lo que honestamente, como cristiano, discípulo de JesuCristo podemos hoy compartir con humildad y firme convicción, en el intento de ser coherentes con nuestro ruego “sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra”. Desarmar es lo que nuestra sociedad ha intentado hasta el cansancio, especialmente a nivel de consenso mundial, desde la Organización de las Naciones Unidas. Esta fue fruto de la tragedia de las dos guerras mundiales de la modernidad. Por ello muchas de las naciones representadas en su seno han abogado por estrategias para una paz mundial permanente. Esto dio lugar en 1998 a la formación de la Oficina de Asuntos de Desarme de la ONU y otras múltiples suboficinas o secretarías especializadas.[8] Todo ha sido en vano. La competencia y la sed de crecimiento de poder y sus manifestaciones, nos tiene sufriendo múltiples guerras regionales, nacionales e internacionales. Somos una sociedad enferma por la competencia desleal y el ansia de crecimiento por encima de las y los demás, que nos lleva a vivir en armas ante supuestos enemigos, con quienes vivimos en guerra. Son quienes Jesús nos mandó amarles y orar por ellos o ellas (Mat. 5:43-48). Empezamos escribiendo sobre la guerra actual en Ucrania, hoy la mayor entre otras muchas y diversas, desde que el espíritu competitivo de Caín generó la primera (Gén. 4:1-10). Pero cada día nos golpean las noticias de matanzas humanas a todo nivel y en todo lugar. Ocurre en sociedades ricas y en países pobres. Es tragedia doméstica y cotidiana en calles y barrios, escuelas y fábricas, plazas y templos. Las explican como terrorismo o racismo, odio irracional o desequilibrio mental, debido al uso de drogas o la fácil obtención de armas. Muchas veces, casi siempre, matan a gentes desconocidas. Son víctimas por tener cierto color de piel, o ser tan solo “distintos”, o simples desconocidos… tan sólo gente. En ocasiones quienes asesinan son adolescentes casi niños, que disparan y matan, en lugar de estudiar y jugar, crecer con amigos y amigas en convivio de amor. Para remediar esta demencia asesina, pretenden ¡armar a quienes enseñan! Otra locura… Exigen más personal y vigilancia policial, mayores controles por doquier. Y también… la clase política defiende y acusa, propone y cuestiona… pensando siempre en los votos. Y tragedia continua… Concluyendo Desarmar, sí desarmar debe ser nuestra bandera de lucha y trabajo por la paz. Una lucha hombro a hombro con el resto del pueblo de Dios y todas las gentes nobles que anhelan la paz. Desarmarnos y desarmar al mundo del espíritu de competencia y crecimiento absurdos que nos están matando. Todo lo demás vendrá por añadidura y no al revés. Lo enfatiza Jesús cuando nos ordena y afirma: “Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mat. 6:33). Por eso nuestra oración “sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra”, si es coherente, no puede menos que impulsarnos, de una vez, a luchar y trabajar por ella. Es el matrimonio indisoluble entre oración y misión. _________________________________________________________________________ [1] Véase Claudio Ramirez, Nacimiento y evolución del cooperativismo universal: Historia e ideología del cooperativismo. Kindle Edition, 2022; Emiliano Godoy, El cooperativismo. Buenos Aires: Valletta Ediciones, 2017; “Movimiento cooperativo”, “Cooperativa” y “Principios cooperativos en Wikipedia, la enciclopedia libre, https//es.Wikipedia.org/Wiki . [2] Véase Claudio Ramirez, Op. Cit. y Emiliano Godoy, Op. Cit. [3] Véase también: Osvaldo Mottesi, ¡Qué viva y crezca el decrecimiento!” en Red Cristiana Radical https://www.redcristianaradical.org; También en Lupa Protestante: www.lupaprotestante.com y en Sentir Cristiano: www.sentircristiano.com/articulos/articulos-OsvaldoMottesi [4] Los énfasis y el agregado entre paréntesis son nuestros. [5] “Decrecimiento” en Wikipedia. La enciclopedia libre. https//es.Wikipedia.org/Wiki. [6] Véase Serge Latouche. La apuesta por el decrecimiento, España: Icaria, 2008; Joseph M. Gali. Consumicidio: Del carácter al consumo in(sostenible). España: Omnia Publisher, 2013. [7] Véase “Producto Interno Bruto” en Wikipedia. La enciclopedia libre. https//es.Wikipedia.org/Wiki ; Carlos Taibo. En defensa del decrecimiento: Sobre capitalismo, crisis y barbarie. Madrid: Catarata, 2009. [8] Véase “Oficina de Asuntos de Desarme de las Naciones Unidas” en Wikipedia. La enciclopedia libre. https//es.Wikipedia.org/Wiki. |