“VENGA TU REINO”, PUES ANHELAMOS LA CONSUMACIÓN DE TU AMOR
OSVALDO L. MOTTESIResumen del sexto capítulo de nuestro libro: ORACIÓN MISIÓN. Orando y con el mazo dando. El poder transformador del Padrenuestro, en actual proceso de publicación.
¡Venga tu Reino! Este había sido a través de los tiempos, el clamor esperanzado de las gentes fieles de Israel. Este ruego testificaba la mezcla de ensoñación y destino, ilusión y ambición, ideal y esperanza, que era parte indivisible del ADN de Israel, en cuanto a su futuro como pueblo escogido por Dios. Y Jesús, el joven maestro galileo, fiel a su identidad judía, inserta en el corazón mismo del Padrenuestro esta petición. Así confirma la autenticidad espiritual de la gran utopía de Israel, como el proyecto redentor y transformador del mismo corazón de Dios. Proyecto que Israel, como también todas las tradiciones cristianas hasta nuestros días, interpretamos desde nuestras “ventanas” históricas y políticas, doctrinales e ideológicas, confesionales y culturales, de distintas formas. Por eso necesitamos preguntarnos hoy:
¿Qué es ese Reino por el cual clamamos? Y ante el reto de responder a este interrogante definiendo e interpretando, necesitamos comenzar enunciando aquí lo que consideramos un axioma fundante de la sociología del conocimiento. Este nos ayuda a explicitar la honestidad intelectual con que intentamos abordar la tarea. El mismo, clave para esta y todas las demás disciplinas teológicas, es el siguiente: “toda lectura es interpretación; toda definición es también interpretación, y toda interpretación está siempre sociológicamente localizada”.[1] Esto sígnica que los múltiples “lentes” con que leemos y estudiamos la Palabra, y todas las demás circunstancias de la vida, propias y ajenas que nos afectan, fueron y son influencias generadoras de diferentes comprensiones del Reino de Dios. Daniel Carro, refiriéndose a la lectura de cualquier texto, como una experiencia hermenéutica o interpretativa, habla de “la cautividad ideológica del intérprete” y dice: Tanto como nos cueste reconocerlo, todos leemos un texto a partir de un acto hermenéutico inconsciente, sesgado, interesado, subjetivo, parcial, finito, arbitrario, individual y personal. Esto es lo que se ha dado en llamar “cautividad hermenéutica” o ideológica, el reconocimiento de que todo intérprete está “cautivo” de sí mismo. Querámoslo o no, consciente o inconscientemente, todos pensamos, vivimos, actuamos, soñamos, lloramos y reímos conforme a ciertos esquemas de vida que funcionan dentro nuestro como fundamento de las estructuras formales y visibles de nuestro pensamiento y nuestra acción… Esto no es algo que podamos desear o evitar. Es así, y es necesario reconocerlo. A esto se ha llamado “precomprensión”.[2] Por ello, responder hoy a la pregunta ¿Qué es ese Reino por el cual clamamos? nos lleva a una tripe y necesaria introducción: 1) Apuntar a una falencia reiterada, 2) aceptar un riesgo al parecer inevitable, que, a pesar de todo, 3) constituye un desafío a vivir el Reino con integridad. Una falencia reiterada: La enunciamos con siete afirmaciones provocativas: (1). Las iglesias y las teologías han ignorado hasta hace pocas décadas atrás (con honrosas excepciones) la centralidad del mensaje del Reino de Dios en la vida y enseñanza de JesuCristo. (2). Buen número de iglesias y teologías han limitado la manifestación del Reino de Dios en la sociedad, solo a la iglesia institucional. (3). Las iglesias y las teologías han enfatizado la dimensión individual, personal del Reino, ignorando o a lo menos marginando, los aspectos corporativos y comunitarios del mismo. (4). Las iglesias y las teologías han dividido la vida y la historia, la creación entera en dos esferas: la secular y la sagrada, ubicando la realidad del Reino en la esfera sagrada o espiritual. (5). Las iglesias y las teologías han omitido asumir las implicaciones materiales e históricas, sociales y políticas del Reino, concentrándose sólo en las consecuencias morales y espirituales del mismo. (6). Las iglesias y las teologías no han desafiado a los cristianos y cristianas a ser discípulos en todas las arenas o círculos de la historia por igual, desentendiéndose del escenario político y los procesos de cambios sociales, al localizar el Reino en la esfera de lo espiritual, lo individual, lo sagrado. (7). Las iglesias y las teologías han enfatizado la petición "venga tu Reino", en detrimento de la obediencia al mandamiento jesucristiano a los discípulos y discípulas de "busquen primeramente el reino (Mat. 6:33). Un riesgo al parecer inevitable: Aunque el Reino de Dios es un tema bíblico central incuestionable,[3] constituye un verdadero problema o desafío misiológico. Esto surge porque el Reino puede ser comprendido, y por lo tanto lo es, de varias y diferentes maneras. Es que el Reino es Dios y Dios es misterio, y solo conocemos a Dios y su Reino, en el grado en que han sido revelados a través de su Palabra. Por ello y para más, cuando Jesús enseñó acerca del Reino, lo hizo siempre en forma de parábolas. Es decir, una analogía narrativa, al servicio de un argumento espiritual.[4] La frase inicial reiterada por Jesús en sus “parábolas del Reino” es: "El Reino de Dios” o “el Reino de los cielos es semejante a”, o “es como...". Parte o expresión importante de su misterio es que el Reino se entiende como una realidad en tensiones. Tensión entre el futuro y el presente, lo divino y lo humano, lo individual y lo social, lo espiritual y lo material; el Reino que viene a ser, que se da gradual y progresivamente, y el Reino que irrumpe dramática, climática, sorpresivamente; el Reino que se construye desde dentro de las entrañas de la historia, y el Reino que irrumpe desde afuera; el Reino que se expresa a través de la iglesia, y la iglesia que se expresa muchas a veces como antitestimonio del Reino. Teologías del Reino de Dios que intentan disolver las mencionadas tensiones optando totalmente por un extremo o por el otro, no hacen justicia a la complejidad de toda la enseñanza bíblica. Una teología del Reino de Dios que intenta ser a la vez fiel a la Palabra y eficaz para la misión, necesita aceptar estas tensiones, no escapar de ellas. Debe hacerlo procurando síntesis creadoras. El peligro ha sido y es el caer en las altisonantes opciones. Estas -algunas veces, no siempre- no son más que extremismos simplistas y fundamentalistas, ya sean estos fundamentalismos de derecha o de izquierda, individualistas o colectivistas, espiritualistas o secularistas, futuristas o presentistas, de pobreza o de prosperidad, etc. Como iglesia hemos vivido muchas veces lo mencionado. La historia nos enseña que el Reino de Dios ha sido interpretado a menudo sólo como una esperanza futura, o como una experiencia espiritual individual e interior, o como una comunión mística, o como una realidad contestataria de la sociedad, o como un estado político, o como la sociedad cristianizada, o como una utopía terrestre, etc. Un desafío a vivir el Reino: Es desarrollar, como corolario de lo apuntado, una concepción o teología del Reino fiel a la Palabra de Dios, que sea a la vez pertinente a cada contexto histórico y eficaz para la misión. Hemos encontrado cuatro convicciones básicas sobre el Reino de Dios, enraizadas en la Biblia. Estas nos ayudan como pautas, perspectivas o presuposiciones, para una concepción o teología del Reino realmente fiel a Escritura. (1). No existe experiencia, actividad o programa humano, más aún, ninguna realidad de la creación, que escape a la realidad del Reino. JesuCristo, Señor del Reino, reina sobre todas las cosas; es Señor total (Col. 1: 15-20).[5] El Reino no es experiencia aislada o solitaria, sino incorporada y solidaria. El Reino es realidad globalizante. El Reino integra. (2). No es posible bíblicamente distinguir entre lo sagrado y lo profano en la experiencia humana y en la creación. Frente a una piedad fruto del dualismo pagano entre “lo espiritual sagrado” y “lo material profano”, el materialismo cristiano cuyo paradigma es que “la Palabra se hizo carne”(NVI: “el Verbo se hizo hombre”) (Juan 1:14), nos confirma que Emanuel, el Verbo, la Palabra hecha acción, misión redentora, es Dios con y por nosotros.[6] Por eso su Reino aterriza y concretiza la misión. El Reino historifica. (3). No es posible desde la Escritura diferenciar a los cristianos y cristianas entre clérigos y laicos. Tal diferenciación es aceptable, con múltiples reservas, sólo a nivel funcional.[7] El Reino hace a todos quienes constituimos el pueblo de Dios, discípulos y discípulas, ministros (1 Ped. 2:9) ordenados a las labores del Evangelio del Reino. Porque el Reino es acción, misión constante. El Reino moviliza. (4). No es posible, por todo lo anterior, desarrollar una concepción bíblica del Reino de Dios sin integrar la encarnación y el ministerio, la traición y el juicio, la cruz y la resurrección, la ascensión de JesuCristo y el Pentecostés, como un sólo acto o movimiento multifacético del Rey, Redentor y Juez. Porque el evangelio del Reino integra la verdad y el amor, el perdón y la transformación, la santidad y la justicia. JesuCristo no es sólo Redentor y Señor, sino Rey y Juez (Mat. 25:31-46). El Reino juzga. La realidad integral e histórica, movilizadora y justa del Reino la expresa Victorio Araya cuando declara: El Reino -tomado como el sentido global, presente y final de la historia- es la expresión más plena de la voluntad de Dios para la historia en medio de la cual actúa; de que la historia sea transformada y plenificada según la voluntad y la realidad de Dios que libera (Reino de la libertad), establece la justicia y el derecho (Reino de justicia), es dador de vida (Reino de vida en plenitud). Liberación, justicia y vida, no son sino dimensiones que expresan la única voluntad salvífica de Dios que quiere que su Reino llegue.[8] Clamar por y buscar primeramente el Reino Los discípulos pidieron al Maestro: “¡enséñanos a orar!”, y Él les enseñó el Padrenuestro, la gran oración modelo que, a través de los siglos, en todas las latitudes, los hijos e hijas de Dios de diferentes tradiciones y culturas, repetimos en obediencia. En el corazón de la misma se encuentra la petición “¡venga tu Reino!”, que hacemos casi dominicalmente, expresando nuestra fe y esperanza. Pero ese ruego puede llegar a ser una expresión rutinaria y sin sentido, una costumbre religiosa superficial y farisea, si no va acompañada de nuestra obediencia fiel y cotidiana al mandamiento jesucristiano de “busquen primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mat. 6:33). ¡Claro! Debemos orar pidiendo el Reino, pero también y a la vez, vivir buscando su realización. No es sólo requerir la dádiva de la gracia, ni vivir un activismo autosuficiente. Son ambas realidades a la vez. Es orar y con el mazo dar. Por ello: Anhelar el triunfo final del Reino, demanda buscarlo primeramente hoy, cargando la Cruz: “Decía (Jesús) entonces a todos: —Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Luc. 9:23). Toda auténtica teología cristiana es la del seguimiento e imitación de JesuCristo. El camino de Jesús al triunfo final y eterno de la tumba vacía, es decir el triunfo final del Reino, pasa ineludiblemente por la Cruz. No hay victoria real sin sufrimiento. Porque hubo una Cruz llegó la victoria de la resurrección. Nuestro seguimiento de JC es vivir sirviendo bajo el signo de la Cruz. No somos seguidoras y seguidores de un campeón, de un “ganador” sino de quien es el Señor, porque “se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Fil. 2: 8). Uno solo es el sendero; ruta ireemplazable que habrá de conducirnos a la vida nueva. Ese camino es uno y solamente uno; se llama JesuCristo. Es quien hoy te dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. (Juan 14:6). Y este camino que es JesuCristo, nos marca hoy el sendero de la Cruz, como nuestra única ruta de servicio rumbo al Reino. Es la demanda cotidiana para poder clamar con integridad ¡venga tu Reino! Esto es orar y con el mazo dar. Anhelar el triunfo final del Reino, demanda buscarlo primeramente hoy, viviendo sus demandas: “El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor. Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (RVR60; Luc. 4: 18-21). Es Jesús-Señor, que asume en toda su radicalidad la escuela del profetismo histórico de Israel y proclama, en talante de suprema autoridad mesiánica, lo que fue, es y será el manifiesto del Reino. Jesús, Hijo y Señor del proyecto político de Dios Padre de una nueva creación, leyó ayer a su gente en Nazaret desde la Escritura profética, y nos entrega hoy desde el Evangelio, lo que llamamos el manifiesto del Reino. Porque JesuCristo ES el Reino de Dios llegando a toda la humanidad. Por eso somos llamados/as a vivir hoy en obediencia radical a las demandas ético-misioneras del manifiesto del Reino de Dios. Estas son: El manifiesto del Reino nos demanda vivir en la plenitud del Espíritu Santo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido…” (18a). Sin unción no hay poder, no hay bendición, no hay misión. El llamado del Señor para su pueblo ayer, hoy y siempre, no es -como muchas veces se malentiende- que sólo no consagremos a realizar la obra de Dios, ni por otro lado que sólo nos dejemos controlar y usar por su santo Espíritu, sino la gloriosa combinación de ambas realidades. Orar por unción espiritual es prepararse para orar y con el mazo dar, por el Reino. El manifiesto del Reino nos demanda luchar contra todo tipo de pobreza: “…me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres…” (18b). Los pobres económicos y sociales, psicológicos y espirituales, son testimonios del pecado personal y colectivo, estructural y sistémico que nos atrofia. Todo tipo de pobreza es un escándalo para Dios, que es shalom. Luchar hoy contra todo tipo de pobreza es ser agentes del Reino de la vida plena de Dios. Toda la Iglesia es llamada a ser un anticipo del Reino, la comunidad del shalom. Eso es orar y con el mazo dar, por el Reino. El manifiesto del Reino nos demanda curar todo tipo de sufrimiento: “…me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón…” (18c). Existen dos clases de sufrimiento humano. Uno es todo dolor destructivo, fruto de nuestra condición como raza caída. Otro es el sufrimiento creativo o vital, a través del cual somos instrumentos de vida y bendición, como el dolor de la mujer embarazada quien, al parir con padecimiento, es instrumento del Creador de la vida. Sufrimiento mortal y sufrimiento vital; ambos son realidades en nuestra existencia. JesuCristo destruyó la hegemonía mortal del sufrimiento destructivo, con su sufrimiento creativo en el Calvario.¡El Verbo se hizo Cordero por amor! ¡La profecía se cumplió totalmente en el Gólgota! ¡Jesús cargó nuestras enfermedades y dolores en la Cruz! (Isa. 53:4-5). Una iglesia que carga y experimenta la Cruz cada día y en toda situación, es una comunidad capacitada y potenciada para compartir el bálsamo sanador de la vida de Dios. Esto es también orar y con el mazo dar, por el Reino. El manifiesto del Reino nos demanda liberar todo tipo de esclavitud: “…A pregonar libertad a los cautivos… a poner en libertad a los oprimidos…” (18 d, f). Este tiempo de sobresaliente y triunfalista progreso, es época de total y profunda esclavitud. Las cadenas son personales y familiares, comunitarias y nacionales, internacionales y globales. Es una esclavitud moral y espiritual “trinitaria”, pues su alcance e impacto es personal, social y cósmico. Para muestra basta y sobra un botón: La expansión mayúscula del conocimiento humano no ha logrado superar el espíritu barbárico de la guerra, que sigue azotando a la humanidad. Más aún, se ha retrocedido al odio primitivo de las guerras de religión. Por ello toda la Iglesia es convocada a ser una comunidad liberadora de toda esclavitud, en el poder del Evangelio. Esto es también orar y con el mazo dar, por el Reino. El manifiesto del Reino nos demanda iluminar todo tipo de oscuridad: “…me ha ungido ara dar… vista a los ciegos… “ (18a, e). Pablo afirma que los seres humanos: “Profesando ser sabios se hicieron fatuos” (RVR60: “necios”) (Rom. 1:22). Hemos alcanzado gran desarrollo intelectual, mucha ciencia, pero poco o ningún conocimiento espiritual. JesuCristo brinda verdadero conocimiento espiritual al afirmar y prometer:“Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Él mismo nos dio un nombre especial: “Ustedes son la luz del mundo” (Mat. 5:14). Porque el Evangelio del Reino de Dios es una realidad iluminadora. Nuestro rol como pueblo de Dios, luz del mundo, es ser el semáforo, la luz de tránsito de una sociedad que conduce ciega y borracha en el tráfico de la vida. Esto es por cierto orar y con el mazo dar, por el Reino. El manifiesto del Reino nos demanda mostrar el clima del Jubileo: “… a pregonar el año del favor del Señor” (19). Este era llamado también “el año del jubileo”, cuando se cancelaban todas las deudas. Era un total ¡borrón y cuenta nueva! ¡Nadie debe nada a nadie! ¡Todo un nuevo paraíso para las gentes pobres y endeudadas! Se declaraba también una total reforma agraria; todas las familias volvían a tener parcelas iguales de terreno productivo. Quienes estaban pagando deudas impagables vendiéndose como esclavos, eran nuevamente libres. ¡Todo eso y mucho más, por ley divina, cada cincuenta años! Eso se llamaba y llama en la Biblia, "el año de Jubileo" o “el año agradable del Señor”. JesuCristo es el Jubileo eterno, el shalom, la plenitud más plena de la vida de Dios. Y el Reino, en su culminación plena, será el Jubileo humano y ecológico, universal y permanente de Dios, bajo el reinado de JesuCristo (Apoc. 21: 1, 3-4). Hoy vivimos en marcha hacia la consumación del Reino. Por eso, nuestro clamor ¡venga tu Reino! debe ir acompañando de nuestro vivir en lo personal y familiar, comunitario y global, el clima de amor y paz del Reino. Eso es orar y con el mazo dar, por el Reino. Concluyendo: Muchas veces la Iglesia, muy “ortodoxa y obediente”, ha rogado y ruega litúrgicamente al Señor ¡venga tu Reino!, pero muy poco ha hecho y hace para transformar, el cementerio de injusticia de este mundo. Rogar la bendición plena del Reino para sí, y a la vez no vivir y luchar por la desaparición de la miseria y en especial el pecado de la injusticia que la produce, es la peor de las hipocresías. Ante la escalada actual sin paralelo de la injusticia en el mundo, es necesario responder desde las mil trincheras de la vida, al llamado radical: “¡Despiértate, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo!” (Efe. 5:14). ¡A quien le calce el sayo, que se lo ponga! ¡Qué glorioso es vivir en este tiempo! ¡Qué privilegio es ser parte de esta misión! Vivámosla para la gloria de Dios, clamando con expectación y fe ¡venga tu Reino! y viviéndolo y buscándolo con fidelidad e integridad hasta la hora final de la historia. _________________________________________________________________________ [1] La sociología del conocimiento estudia el origen social de las ideas y el efecto que las ideas dominantes tienen sobre las sociedades. Lo que se estudia es la influencia dual y simultánea entre sociedad y pensamiento. Cómo influye la sociedad en el pensamiento y cómo influye el pensamiento en la sociedad. Dos obras fundamentales se destacan sobre el tema: Karl Mannheim, Ideología y utopía. Introducción a la sociología del conocimiento. México: Fondo de Cultura Económica, 2004. También, Peter L. Berger y Thomas Luckmann. La construcción social de la realidad. Buenos Aires/Madrid: Amorrortu, 1996. [2] Daniel Carro, “Principios de interpretación de la Biblia” en Juan C. Cevallos, Rubén O. Zorzoli (eds. grales). Comentario bíblico Mundo Hispano, Tomo 1. El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2004, p. 7. [3] El Reino de Dios es mencionado 4 veces en Mateo, 14 en Marcos, 32 veces en el evangelio de Lucas, 2 en el evangelio de Juan, 6 en Los Hechos, y 8 veces en las epístolas paulinas. [4] Analogía proviene del latín analogǐa, derivado del griego ana = “reiteración” o “comparación” y de logos = “palabra”, “pensamiento”, “estudio” o “ciencia”. Son comparaciones o relaciones entre varias realidades o razones, ideas o conceptos que resultan semejantes, pero no idénticos. Toda parábola es analogía, pero no toda analogía es parábola. Como bien apunta Antonio Cruz: “Tales narraciones de Jesús se caracterizan por cuatro requisitos: 1) son historias en movimiento que incluyen escenas sucesivas, 2) evocan siempre una verdad más elevada de lo que a primera vista parece, 3) utilizan símbolos sencillos tomados del mundo cotidiano y 4) a pesar de esta aparente simplicidad conducen siempre al oyente a conceptos difíciles, cultos y refinados”. Parábolas de Jesús en el mundo posmoderno. Terrasa, España: Editorial CLIE, 1998, p. 34. [5] Recomendamos sobre el tema el trabajo excelente de Alberto Roldán, Señor total, 2da. ed. Salem: OR, EUA: Publicaciones Kerigma, 2017. [6] Véase en el cap. 4 de esta obra, bajo el subtítulo “¡La tierra: también escenario clave de la vida y obra de Dios!”, nuestra referencia a la encarnación como testimonio del “materialismo cristiano” y la cita correspondiente, iluminadora para entonces, de Justo González. Revolución y encarnación. Río Piedras, Puerto Rico: Librería La Reforma, 1967, pág. 18. [7] Entendemos a la iglesia como comunidad de discípulos y discípulas de JC, donde cada creyente es llamada o convocado a ser un ministro del Señor, ordenado a las labores del Reino, a través del testimonio del bautismo. Esa es la implicación radical del sacerdocio universal de todas, todos los creyentes. La mal llamada “ordenación al ministerio” deberíamos denominarla “ordenación eclesiástica”. Nada más. [8] Victorio Araya. El Dios de los pobres. San José: SBL/DEI, 1985, p. 123. |