LIDERAZGO VS. SEGUIDERAZGOJOSÉ PABLO CHACÓN ¡Síganme los buenos! decía el archifamoso superhéroe el Chapulín Colorado, en una lúcida parodia al enfermizo énfasis que pone nuestra sociedad en la búsqueda de héroes salvadores de la humanidad. Curiosamente todos esos héroes a los que parodiaba el Chapulín carecían precisamente de verdaderos seguidores, pero ostentaban abundancia de admiradores. Y, por supuesto, no es lo mismo seguidor que admirador.
¡Síganme los buenos! Lanzaba esta frase con un halo de inocencia, pero profundamente crítica. ¿Los buenos? ¿Quiénes son los buenos? ¿Sólo los buenos pueden y deben seguir a los héroes? ¿Salvan los héroes solo a los de buen corazón? La diferencia esencial entre un seguidor y un admirador es que el seguidor está dispuesto a hacer y repetir lo que su héroe hace, el admirador solo lo contempla. El seguidor y el admirador se parecen en una cosa, tienen la habilidad de contagiar a otros. El admirador crea admiradores, esto es, personas que disfrutan mirando lo que hace otro; mientras que el seguidor crea seguidores, esto es, personas que disfrutan haciendo lo que hace otro. Pero un buen seguidor puede transformarse fácilmente en otra cosa cuando lo que desea es dejar de ser seguidor y ser él el objeto de seguimiento. Lo mismo puede sucederle al admirador cuando lo que desea es ser admirado. A estos la sociedad les llama líderes. Y, por supuesto, no es lo mismo liderazgo que seguiderazgo. Históricamente la eclesiología tuvo un cambio de rumbo muy dramático y de consecuencias desastrosas. La Iglesia se dedicó durante siglos a crear grandes líderes y a llamar al pueblo a seguirlos ciegamente, pero las cosas no eran así en un inicio. La Iglesia olvidó que Dios no busca líderes ni siervos, sino amigos (Juan 15:15). Esto tiene grandes implicaciones para la eclesiología actual. Si vemos con detenimiento los modelos de seguimiento en el Nuevo Testamento, podemos encontrar algo más parecido al seguiderazgo que al liderazgo. Recordemos que el líder es el que deja de ser seguidor que crea seguidores de Cristo y se transforma en seguidor que crea seguidores de sí mismo. Suele hablar de sus compañeros de camino como “mis discípulos” y no como “Discípulos de Cristo”. El seguiderazgo es precisamente lo que hacía el seguidor simple y sencillo. Éste se dedica a seguir a Cristo, lo imita, intenta actuar como él e invita a otros a hacer lo mismo, pero siempre señalando a Cristo como el único modelo a imitar. Él mismo no es el modelo, no es el líder, él es un seguidor de Jesús que crea seguidores de Jesús. Dicho de otra manera, el seguiderazgo es el que dice: “los invito a que sigamos juntos a Jesús” y no “Síganme a mí y encontrarán a Jesús”. La estrella que fue guía de los primeros adoradores de Jesús hasta el pesebre ilustra muy gráficamente lo que quiero decir. Aquéllos hombres no pensaron en adorar la estrella, ni siquiera querían alcanzarla, no querían imitarla ni brillar como ella. Ellos siempre fueron conscientes de que ella siempre señalaba a Jesús. Pablo entiende bien todo esto e intenta dejarlo muy en claro a los creyentes de Corinto: «Cuando afirma «Yo sigo a Pablo», y otro: «Yo sigo a Apolos», ¿no es porque están actuando con criterios humanos?” (2 Cor. 3:4). Para Pablo no se trata de seguir a nadie más que a Cristo, tanto él mismo como Apolos son sólo esa estrella que siempre debe apuntar hacia Jesús. Jesús es el líder, la cabeza, todos los demás son seguidores. Ellos dos son seguidores de Jesús que invitan a otros a seguir a Jesús: “Después de todo, ¿qué es Apolos? ¿Y qué es Pablo? Nada más que servidores por medio de los cuales ustedes llegaron a creer, según lo que el Señor le asignó a cada uno.” (v.4). En este punto se rompe toda jerarquía, toda estructura, y con ellas, toda la eclesiología basada en líderazgo, que impera actualmente. Un liderazgo creador de superhéroes de la fe, figuras a las que hay que seguir e imitar. La eclesiología actual señala más a los grandes hombres de Dios que al gran Dios de los hombres. En este enérgico discurso de Pablo todos están al mismo nivel, todos son simples seguidores y ejercen un seguiderazgo efectivo. “Así que no cuenta ni el que siembra ni el que riega, sino sólo Dios, quien es el que hace crecer. El que siembra y el que riega están al mismo nivel, aunque cada uno será recompensado según su propio trabajo.” (vv. 7-8). Todo esto muestra una enorme y triste contradicción con la tendencia actual de crear grandes figuras eclesiásticas, a las que se les delega un poder desmesurado sobre la iglesia y sobre la gente, a las que se eleva a esferas de infalibilidad e irreprochabilidad. El Nuevo Testamento contradice la ficción de jerarquía que prevalece en la eclesiología actual. A los mal llamados apóstoles, profetas, patriarcas, como miembros de las castas más elevadas de la cristiandad; a los pastores y maestros, como miembros de las castas de menor rango, hasta llegar a los nadies, esa multitud de creyentes sin rostro que pululan en nuestro mundo cristiano. A toda esta fábula Pablo le dice: “Por lo tanto, ¡que nadie base su orgullo en el hombre! Al fin y al cabo, todo es de ustedes, ya sea Pablo, o Apolos, o Cefas, o el universo, o la vida, o la muerte, o lo presente o lo por venir; todo es de ustedes, y ustedes son de Cristo, y Cristo es de Dios.” (vv.21-23) Coincido con Hans Urs von Balthasar cuando compara La Palabra con la alfombra roja que nos conduce hasta el trono de Dios (Das Betrachtende Gebet). Por esa alfombra transitamos todos como iguales, con la única diferencia de que unos van unos pasos por delante que nosotros. A estos que han caminado un poco más por la alfombra roja, la Biblia nos insta a examinar su estilo de vida y a imitar su fe: “Acuérdense de sus dirigentes, que les comunicaron la palabra de Dios. Consideren cuál fue el resultado de su estilo de vida, e imiten su fe.” (Hebreos 13:7). Finalmente el gran llamado de Jesús a todos sus seguidores no es más que a invitar a otros a acompañarlos en la dulce aventura de creer en él, de seguirlo e imitarlo a él, a Cristo. Hacer discípulos de Cristo, seguidores de Cristo, nunca de nosotros mismos (Mateo 28:19). Jesús nos ha llamado a ejercer un seguiderazgo no un liderazgo. Yo propongo entonces, una eclesiología patas arriba. En la que todos seamos seguidores, compañeros de camino, y Cristo nuestro único líder. ¡Síganme los buenos… y los malos José Pablo Chacón Nació en San José, Costa Rica. Ha realizado estudios de periodismo, Biblia y teología. Es autor de "El decálogo, un canto de adoración". Es fundador de la Comunidad Interludio.
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