LOS OLVIDADOS DE LA REFORMA PROTESTANTE
ALFONSO PEREZ RANCHAL El pasado 31 de octubre las redes sociales se llenaron de felicitaciones por el día de la Reforma Protestante. Tampoco faltaron, durante ese mes, artículos en diferentes revistas en donde el rostro que predominaba era el de Lutero.
Todavía recuerdo cómo en mi ciudad natal cada vez que se acercaba esta fecha se anunciaba una conferencia en donde se invitaba a todos los creyentes y de paso a otras personas que estuvieran interesadas en el tema. Siendo un adolescente, y más tarde un joven, tal y como se presentaba al reformador hizo que en mí se despertara una gran admiración por él. Se hablaba sobre todo de su etapa como agustino, de sus luchas, de su descubrimiento de la salvación por gracia. Recuerdo que se le mostraba como a un hombre al que únicamente alimentaba su vida la pasión que sentía por Dios y su Palabra, qué gran valentía tuvo frente al mismo Emperador, pensaba. También se hablaba de su matrimonio con Catharina von Bora para resaltar, con todo lo que estaba cayendo a su alrededor, el magnífico ejemplo de esposo y padre que era. De pasada se nombraba a Calvino y a otros reformadores como Zwinglio. Al presente debo decir que si de esto trata la celebración anual de la Reforma por mi parte no tengo nada que decir. Por supuesto que se dieron grandes logros gracias a estos reformadores pero en la misma medida en la que a otros se los ha olvidado es mi falta de entusiasmo por este tipo de efemérides. La realidad de lo que allí ocurrió es mucho más compleja y no es honesto presentar únicamente “las grandes hazañas” obviando o aparcando “los grandes errores”. Pero todavía es más preocupante, si cabe, que para que todo encaje en la exaltación de estos reformadores se tenga que hacer invisibles a otros hombres y mujeres que en no pocos aspectos los superaron. Pienso que no se habla de ellos ya que dejarían en muy mal lugar a las columnas del protestantismo ya que en algunos casos estos “otros” tuvieron serios enfrentamientos con ellos y además llevaban la razón. Tal fue el caso de Erasmo de Rotterdam, un intelectual y cristiano de una talla excepcional que preparó el terreno para lo que después sucedería. Sus escritos se “colaron” por muchos rincones de aquella Europa antes de que Lutero apareciera en escena. Era un hombre tranquilo, un auténtico humanista enamorado de la cultura y con unas ideas muy claras sobre la necesidad de una reforma dentro de la Iglesia Católica. Supo sortear la condena de sus escritos y llegar con ellos a muchas personas que clamaban y anhelaban esta reforma eclesial. Cuando Lutero irrumpió, y las primeras grandes tensiones se dieron, Erasmo supo ver con gran preocupación la radicalización de posturas y las consecuencias que podrían traer. Supo leer las situaciones que se estaban dando y señalar los grandes males que vendrían casi de inmediato: intransigencia, odio y divisiones incurables dentro de la cristiandad. Lutero intentó “ganárselo” para su causa pero él no cedió. Lo mismo procuraron hacer por el lado católico e incluso lo intentó el mismo Emperador. Pero él, espíritu libre, no quiso apuntarse a ningún bando. Tenía muy claro la necesidad de una reforma pero también de que la misma fuera dándose paso a paso, lejos de posiciones extremas y que la razón y el respeto por el ser humano fueran esenciales. Su proyecto se fue al traste y tuvo un agrio enfrentamiento con el mismo Lutero. Erasmo rehuía cualquier discusión pero fue finalmente la negación de toda libertad humana frente a Dios y su salvación, defendida por Lutero, lo que le hizo comenzar un intercambio epistolar. Lutero, alguien explosivo al defender sus opiniones, descargó sobre Erasmo toda clase de improperios y descalificaciones. El humanista, desde entonces y hasta el fin de sus días, llevó sobre sí una gran tristeza al comprobar cómo lo que él había predicho se cumplía a rajatabla. Una cristiandad rota, odios enconados, muerte y desprecio entre naciones que se decían cristianas. La historia se ha encargado de colocar a cada cual en su lugar, pero claro, debe ser una historia que se relate al completo para que así pueda ser conocida. Otro tanto pasó con el enorme Sebastián Castellio que se dice que dejó prematuramente esta vida al fallecer de muerte natural pero, personalmente, no tengo ninguna duda de que mucho contribuyó a este final el gran sufrimiento que tuvo que soportar por parte de Calvino. Tenía 48 años y su físico estaba muy debilitado. Fueron muchos años de calumnias, de jornadas laborales interminables para así poder mantener a su familia en medio de todo tipo de presiones. No podía entender cómo en la Ginebra que Calvino regía con mano de hierro se podía condenar a morir como hereje a alguien tal y como pasó con Miguel Servet. Denunció públicamente este enorme despropósito y señaló a Calvino como el mayor de los responsables a pesar de que éste intentó disimular su responsabilidad. El reformador ginebrino no soportaba la crítica y además pensaba estar investido de una especie de infalibilidad por lo que siempre creía tener la interpretación correcta del texto bíblico. Desde entonces Calvino intentó por todos los medios silenciar a Castellio quien abogaba por la libertad de conciencia, de poder defender diferentes posiciones en medio del respeto mutuo. Gritó ante la monstruosidad de esa especie de “Santa Inquisición” ginebrina lo que le acarreó toda clase de sufrimientos. Como ya he apuntado, falleció de muerte natural pero podría haber acabado de igual forma que Servet. De nuevo el silencio escandaloso se cierne sobre Castellio al que ni siquiera conocen muchos de los que dicen celebrar la Reforma. Y es que, otra vez, si hablamos de Castellio resulta que el lado más oscuro de Calvino aparece… En este sentido tiempo me faltaría para hablar de lo que se ha llamado la Reforma Radical cuyo exponente más conocido son los anabaptistas después conocidos como menonitas. Fueron masacrados tanto por protestantes como por católicos por defender algunas posturas que hoy en día todos mantienen. En medio de otros tantos errores acertaron en señalar que aquella reforma únicamente llegaba a algunos aspectos mientras que algunos otros esenciales quedaban sin tocar. Abogaban por una vuelta radical al evangelio y a una condena de todo tipo de violencia. Pero ya la Reforma había entrada de lleno en el campo de lo político, las guerras y la represión eran un hecho y esto último se llevaba a cabo tanto en el terreno protestante como en el católico. Ellos fueron atrapados en medio de las furias enfrentadas y se buscó hacerlos desaparecer. Por último, me gustaría acordarme de las mujeres, una vez más ellas son las grandes ausentes. Tuvieron, en ocasiones, un protagonismo muy relevante pero pronto se las relegó al papel de madres y esposas ejemplares. Nombres tales como la propia esposa de Lutero, Catharina von Bora, u otras como Argula von Grumbach, Ursula de Munstenberg (1491-1534), Isabel de Brandeburgo (1485-1545) o Isabel de Brunswick (1510-1558). Si hemos de celebrar la Reforma hagámoslo pero, como decía al principio de este artículo, siendo honestos con lo que allí ocurrió. Sin duda hubo aciertos de gran calado pero también se dieron graves errores. Si vamos a traer a colación a los principales protagonistas de aquellos tiempos convulsos no deberíamos dejarnos atrás a los que no encajan con nuestra visión para de esta forma realizar una exaltación desmedida y alejada de la realidad. Es cierto que se trata de una fecha para recordar pero si hablamos de Lutero también deberíamos hacerlo de Erasmo de Rotterdam; si escribimos sobre Calvino no deberíamos olvidar a Castellio; y otro tanto de aquellos que llamaron a una reforma radical y, por supuesto, también estaban las mujeres… Ahora sí que me apunto a rememorar aquél siglo XVI, con sus luces y con sus zonas oscuras. Un siglo de una enorme importancia que marcó la historia para siempre y que tratando a todos sus protagonistas por igual pone de manifiesto una enorme riqueza que de lo contrario permanece oculta. El protestantismo fue muy variado en sus mismos inicios y defendió toda una serie de valores algunos de los cuales fueron sepultados por las figuras más destacadas pero que no deberíamos olvidar por lo impresionante de su relevancia. De esta forma no solo se muestra la historia al completo sino que se coloca en primera línea a hombres y mujeres de una enorme talla y que, sin duda, también eran “protestantes”. Alfonso Ranchales español, Diplomado en Teología (Ceibi). Vive en Cádiz. Miembro de la Iglesia Betesda en Córdoba. También es articulista habitual en la revista “Renovación”.
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