LOUIS PASTEUR Y EL BIENESTAR DE LA HUMANIDAD
O: INSTRUMENTO DE DIOS PARA ALIVIAR EL DOLOR Cumplidos los 18 años, pocos podrían creer que Louis Pasteur, nacido en Dôle, Francia, en 1822, llegaría a ser el fundador de la microbiología moderna y daría grandes inventos a la humanidad, como la práctica de la vacunación preventiva y la esterilización. Proveniente de una familia ajena a la medicina, fue recién tras terminar sus estudios básicos que comenzaría una imparable carrera como docente e investigador.
A los 23 años, alcanzó la Licenciatura en Ciencias en la Escuela Normal Superior de París y, dos años más tarde, el doctorado. Siendo profesor de química en la Universidad de Estrasburgo, se casó a los 27 años con la hija del rector, con quien tuvo cinco hijos, de los cuales sólo dos superaron la infancia. En 1854, a los 32 años, ya era decano y profesor de química de la Facultad de Ciencias de Lille, donde impulsó una novedosa iniciativa, al promover cursos nocturnos para jóvenes trabajadores. La investigación universitaria y la producción fabril constituían, para él, un universo inseparable, contribuyendo en los procesos de producción de textiles, alimentos y bebidas. Poco tiempo después, fue convocado como director de Estudios Científicos en la Escuela Normal Superior de París, y continuó con sus investigaciones sobre fermentación y ácidos lácticos. A pesar de un derrame cerebral que le paralizó medio cuerpo, Pasteur avanzó con los descubrimientos de remedios para distintas infecciones y estableció los principios básicos de la esterilización. Justamente, este proceso de aniquilación de microbios en líquidos le fue reconocido en la misma denominación: pasteurización. Con posterioridad, en 1881, descubrió -en razón del experimento de un científico inglés- que una enfermedad muy grave podía prevenirse inyectando en el ser vivo un virus similar de menor intensidad. Daba así el nacimiento a los sistemas de vacunación que constituyeron uno de los mayores logros de la humanidad. En 1884, lograría aplicar esta invención a la cura de la rabia, que le dio fama universal. En junio de 1887, el gobierno francés creó por decreto el instituto que llevaría su nombre, del cual saldrían luego ocho premios Nobel y descubrimientos tan relevantes como, en 1983, el virus del sida. A pesar de sus logros, no le faltaron a Pasteur los críticos, que afirmaron que sus teorías eran “ficción ridícula” o, aún más, lo retaron a duelo. Pasteur murió en St. Cloud, Francia, el 28 de septiembre de 1895. Recordamos la fecha de su nacimiento, con las palabras dirigidas en 1892 a los estudiantes de La Sorbona, en ocasión de recibir una mención de manos del presidente francés. “Ciegos, los que no lo ven; paralíticos, los que no se preparan a adaptarse a ese nuevo régimen social, que irá surgiendo naturalmente de los sucesos. Y para no ser ciegos ni paralíticos en un mundo que será movido por nuevos ideales, no conocemos, hasta ahora, sino una profilaxia segura: la educación, el ideal de Sarmiento, tal como él lo concibió y lo practicó durante toda su vida, por vocación y por principio, una educación para el porvenir, libre de las mentiras del pasado. No se equivocaba al mirar la cultura como el instrumento más grande de dignificación en el individuo, de solidaridad en la nación, de simpatía en la humanidad”.[1] [1]Juan Jaramillo Antillón, Lo humano de los genios. San José: Editorial Universidad Nacional de Costa Rica, 2003. |