MARTÍN LUTERO, VISAGRA FUNDAMENTAL PARA EL CANTO POPULAR
ELIZABETH ALEGRE DE DEVOUASSOUX
Cuando la Biblia y el canto pasaron de las elites religiosas a manos del pueblo, este llenó de música la tierra y el cielo, porque cuando el pueblo canta, el pueblo ora. La oración en canción es tan poderosa que hasta los demonios huyen… una experiencia poderosa de oración cantada...
Así como Martín Lutero revolucionó con la palabra y la música los estamentos sociales y religiosos de su tiempo, sembrando el germen que más tarde influiría sobre toda la prolífica obra del genial Juan Sebastián Bach, hoy, en el siglo XXI, los mismos elementos interactúan con un ser humano intelectualmente más libre e iluminado, pero siempre necesitado de un poder transformador que le permita conocerse a sí mismo y, en consecuencia, a su creador. Durante mucho tiempo, en mi infancia y adolescencia, durante los cultos dominicales en el seno de una iglesia evangélica de fundamentos presbiterianos, canté himnos. Podría decir que esas letras me marcaron a fuego, y conjuntamente la melodía y la poesía de esos himnos protestantes, cuya historia no conocía, fueron los cables tensores que me mantuvieron en la fe, indicándome el camino a Cristo y los beneficios de la gracia. Pero antes que la Biblia en sí misma, fueron estos himnos protestantes los que me dieron base teológica. Ni siquiera yo sabía que tales fundamentos se estaban formando en mí. Luego vino el amor por la Palabra de Dios, la cual traté de estudiar, y mucho después, casi en mi tercera década de vida, una experiencia vivencial con el Espíritu Santo. Todo esto fue acompañado con un marcado interés por lo musical, que me llevó a estudiar la carrera de música. Cuando tenía 24 años, tuve una experiencia que acentuó mi convicción sobre el poder que la música ejerce sobre toda la unidad biopsíquica que somos, pero más aún, sobre el mundo espiritual tanto del reino de las tinieblas como del reino de la luz. Después de unas vacaciones en la provincia de Misiones, una prima de 16 años vino desde allí para hacerse un chequeo médico. Luego del mismo, una junta médica determinó que esta persona no tenía, como lo suponían sus padres, una disfunción cerebral, sino que la derivaron a una consulta psiquiátrica por probables problemas mentales. Después del diagnóstico, ella comenzó a tener episodios psicóticos donde escuchaba voces y alucinaba. Fue medicada, pero esas reacciones se exacerbaron. Al principio, como yo estaba sola con ella en esos episodios, pensé que era una cuestión de convulsiones epilépticas y preparaba el ambiente para que al manifestarse el problema no se lastimara al caer o morderse. Cuando esto ocurrió, me asusté, la acosté sobre una alfombra, y ella comenzó a gritar y a retorcer su cuerpo. Pensé “esto es una convulsión”. Como no sabía qué hacer comencé a cantar en voz alta: “¡Castillo fuerte es nuestro Dios, defensa y buen escudo, con su poder nos librará, en este trance agudo…!”. Para mi sorpresa, dejó de convulsionar al escuchar las palabras del himno de Martín Lutero. Estaba librando una batalla espiritual y pronto saldríamos airosos de ella, porque no era epilepsia sino posesión demoníaca lo que acosaba a la jovencita. Aprendí otra gran lección: que las puertas del hades no prevalecerían, mis emociones se afirmaron en la fe, la cual afloró por medio del himno de Lutero. Enfatizo a Martín Lutero como un revolucionario de la vida cristiana, porque con sus ideas facilitó a la gente a encontrar un camino rico, profundo, donde la gracia de Dios se reveló de múltiples formas. Durante el Renacimiento, la música religiosa pertenecía a la Iglesia; los especiales, los monjes, tenían acceso a las partituras y normas del canto gregoriano que era privativo para esta clase. Con la Reforma Luterana, llegó la luz de la Palabra de Dios (traducida del latín al alemán por Lutero) en la imprenta de Gutenberg fueron impresos cantos e himnos en cancioneros para la congregación, para el pueblo. Fue en Alemania y con el Luteranismo donde nació el canto congregacional y fue su reformador el mentor de la idea que todo maestro y todo pastor, antes de llevar a cabo su tarea debía ser músico, de hecho él así lo hizo con su Laud y su voz, en los momentos más difíciles de su compleja existencia. El canto y la “Sola Scriptura” fortalecieron su fe. Más tarde, J.S. Bach tomó estos conceptos, pues era luterano, y así como Dios en Cristo lo hizo todo, él entendió que su música era en Él por medio y para Él, y por lo tanto, consagró toda su música a Dios en sus obras para clave, clavicordio, órgano, y luego en el Barroco, estalló el “CORAL”. Así, todo el pueblo comenzó a cantar. Lo sagrado bajó a la gente, y definitivamente, la música dejó de ser reservorio de las elites eclesiásticas para convertirse en un bien común del pueblo. Niños, mujeres, abuelos, trabajadores cantando “Jesús, alegría de los hombres”. Luego de mi experiencia personal, puedo afirmar que llevar a las personas a cantar es un deber supremo. Y sin intelectualizar con conceptos académicos, hacerlo con la convicción que cada nota y cada letra abre portales de luz para un nuevo tiempo de revelación.
Elisabeth Alegre de Devouassoux
Es maestra de grado y docente de música. Forma parte del equipo directivo del Instituto Educacional Vida Cristiana de Almirante Brown, provincia de Buenos Aires. Está casada con Juan Devouassoux con quien comparte un ministerio itinerante en Hogares de Niños.