MISERICORDIA Y MISIÓN
OSVALDO L. MOTTESIResumen del sexto capítulo de nuestro libro: Monte y Misión. La ética transformadora de Jesús en sus bienaventuranzas. El Paso: Mundo Hispano, 2022
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia”. NVI: “Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión” Mateo 5:7. Esta es la bienaventuranza de la compasión en acción.
Comencemos con tres puntualizaciones
Las versiones castellanas de la Biblia usan las palabras “compasión” y “misericordia”, como sinónimos. Las más recientes escogen “compasión”, en la traducción de las bienaventuranzas. Nuestro análisis de ambos vocablos, nos llevó a escoger la traducción de “misericordia” y “misericordiosos”. Según define La Real Academia Española, la compasión es un “sentimiento”, mientras que la misericordia es una “virtud” y un “atributo de Dios”.[1] Ya sea en su significado tradicional, como en el uso más contemporáneo, hay consenso sobre que “misericordia” va más allá del sentimiento interno de “compasión”, y se traduce en acciones externas, o sea, “obras de misericordia”. Un ejemplo de esta sutil pero real diferencia, lo hallamos en la parábola “El Buen Samaritano” en Lucas capítulo 10. La Nueva Versión Internacional traduce el verso 33: “se compadeció de él”, y la Reina y Valera dice: “fue movido a misericordia”. Las primeras cuatro bienaventuranzas, como hemos visto, tratan con nuestra vida interior. Es decir, acerca “los pobres en espíritu”, “los que lloran”, “los mansos” y “los que aman la justicia”. Esta quinta bienaventuranza es la primera de todo el resto, que trata de la vida exterior, fruto inmediato de lo interior. La riqueza espiritual del carácter, inicia el movimiento de adentro hacia afuera. Por ello, esta quinta bienaventuranza se refiere a la primera conducta cristiana: la misericordia. La Biblia reitera a la misericordia, como uno de los principales atributos divinos y virtudes humanas. Tener misericordia es sentir y expresar una vida solidaria con quienes sufren necesidad. Es más que un simple sentimiento de empatía o simpatía; es una práctica. Tomas de Aquino dice muy bien, que la persona misericordiosa es quien “tiene y siente miseria en el corazón”. Le entristece y duele mucho la miseria ajena, como si fuera propia. Por ello la desea desterrar, como si fuera la suya. Acudamos ahora al hebreo y al griego ● En el Antiguo Testamento hebreo, la raíz de “misericordia” es rahamīm, que proviene de rehem, que se traduce como “seno materno”. Es la misma palabra usada para las entrañas del ser humano, mayormente el útero femenino. Para el hebreo, expresar la misericordia de alguien, es igual a decir “se estremecen sus entrañas”. En el hablar popular, sería “se le revuelven las tripas”. Otro vocablo hebreo, es el sustantivo masculino jésed , o sea “misericordia”, “merced”, “bondad”, “amor constante”, “fidelidad”, “devoción”. Es importante en la poética hebrea. Más de la mitad de las 246 veces que aparece, ocurre en los salmos. Muchas veces va acompañado por “justicia”, “fidelidad”, “verdad”, “compasión” y otras cualidades divinas. El adjetivo jasid significa “misericordioso”, “fiel”, “piadosa”, o “bondadoso”. Se usa siempre con un pronombre posesivo, indicando que las personas misericordiosas pertenecen a Dios. Es bienaventurado o dichosa la persona que es misericordiosa y hace misericordia. “Misericordia” es un término importante, del vocabulario teológico y ético del Antiguo Testamento. ● En el griego del Nuevo Testamento, el sustantivo misericordia expresa el sentido figurado de tres sustantivos griegos: éleos, oiktirmós y splánchna, que tienen matices distintos de significado. El primero, éleos, designa el sentimiento de enternecerse o conmoverse. El segundo, oiktirmós, significa el acto de misericordia ante el infortunio de alguien. Y splánchna, destaca el lugar dónde se experimenta este sentimiento, es decir, “las entrañas” o “el corazón”. Pero lo que más nos ayuda, es la etimología castellana. Allí misericordia proviene literalmente de dos vocablos del latín: miser, o sea “pobre” o “desgraciada”, y cordĭa, o sea “corazón”. Como apuntara Tomás de Aquino, significa literalmente “sentir miseria en el corazón”. Analicemos ahora, la noción de misericordia en la Biblia Dios es misericordia. El cristianismo es la única religión mundial, que presenta al Ser Supremo como amor. La misericordia no es sólo un atributo muy sobresaliente y reiterado del Señor en la Biblia, sino que misericordia es el nombre de Dios. Jon Sobrino, parafraseando las primeras palabras del Génesis, afirma: “En el principio estaba la misericordia”. Y concordamos con él, pues la misericordia es el propio ser, la naturaleza misma de Dios. Su misericordia no se manifiesta sólo como obras o acciones; es su mismo ser. En el AT el adjetivo “misericordioso” se aplica al Señor alrededor de 370 veces y sólo en dos ocasiones a los seres humanos (Pr 11:17 y 20:6). En el NT la misericordia aparece casi en cada página. Es que el nuevo es el testamento de la Gracia en JesuCristo, quien es la máxima revelación, el rostro mismo de Dios-misericordia. Quienes intentamos seguir a JesuCristo, debemos someter la totalidad de nuestra realidad al principio misericordia. La misericordia debe ser integral, para ser transformadora. Aquí reiteramosla relación inseparable entre misericordia y misión. Como iglesia tenemos la vocación esencial de ser, en el camino de la historia, la encarnación contemporánea de Dios-misericordia. Nuestra misericordia es amor ágape, haciéndose misión por el Reino. Necesitamos precisar entonces, lo que significa actuar por y con misericordia eficaz. Si procuramos realizar una misión integral, la misericordia, que es su misma fuente y motor, debe ser también una realidad integral. Para ello necesitamos tener presentes cuatro peligros: Primero: Si entendemos la misericordia sólo como un sentimiento compasivo, limitamos esta virtud a la contemplación, y le quitamos el poder de la acción eficaz. Segundo: Si la interpretamos sólo como obras de misericordia, la limitamos al activismo, sin el análisis crítico de las causas del sufrimiento, para eliminarlo. Tercero: Si la practicamos sólo como alivio a necesidades individuales, caemos en el asistencialismo, y desertamos de transformar las estructuras que generan tales necesidades. Cuarto: Si la practicamos con actitudes paternales o maternales, hacemos del remedio algo peor que la enfermedad, al no eliminar sino fortalecer las dependencias. Estos cuatro peligros son una realidad constante en la realización de nuestra misión. La misión integral se funda en el principio misericordia. No en manifestaciones parciales de misericordia. Tales expresiones son auténticos intentos de misericordia. Pero como vimos, los peligros surgen, cuando las practicamos como su única dimensión, limitando así su eficacia. Por principio misericordia, entendemos amor apasionado y activo, crítico y reflexivo, que es origen y motor del desarrollo, acciones y frutos de la misión integral. Su propósito debe ser transformar. Lo llamamos “misericordia integral transformadora”, porque el evangelio es buena nueva de transformación plena de todo lo creado, en el poder de Dios en JesuCristo. La misericordia se manifiesta ayudando y perdonando. Las dos expresiones claves de la acción misericordiosa son ayudar y perdonar. Además de exhortar a la ayuda, el Nuevo Testamento menciona seis veces la condición de perdonar para recibir perdón, como hemos sino perdonados por Dios. Son seis afirmaciones, cuatro de JesuCristo y dos del apóstol Pablo. Debemos procurar el ser personas perdonadoras como Dios lo es. JesuCristo nos pide hacer con nuestro prójimo, lo mismo que Él hizo por nuestras vidas. La misericordia es un don espiritual. Pablo lo menciona claramente al enseñar acerca de los dones del Cuerpo de Cristo, la iglesia y dice: “De manera que tenemos dones que varían según la gracia que nos ha sido concedida: Si es de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; si es de servicio, en servir; el que enseña, úselo en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que comparte, con liberalidad; el que preside, con diligencia; y el que hace misericordia, con alegría”(Rom. 12:4-8). Las obras de misericordia requieren de todos los dones del Cuerpo de JesuCristo. En la sabiduría divina, tales dones son también diversos como las necesidades humanas. Estos permiten el ejercicio eficaz de todo tipo de obras de misericordia integral, en procura de la transformación permanente, de todo lo que ha sido y es afectado por el pecado. La misericordia debe ser la marca de calidad de la iglesia. Esta es desafiada a mirar al mundo, con “una mirada samaritana”. En la conocida “Parábola del Buen Samaritano” (Luc. 10: 25-37), el sacerdote y el levita, ambos líderes religiosos del pueblo más religioso de toda la historia, pasajeros en tránsito, miraron a quien moría a la vera del camino -prototipo de un mundo herido de muerte- y “pasaron de largo”(31 y 32). Quizás su exagerado espiritualismo, tal vez su activismo profesional, o quizás su racismo, los habían vacunado contra la misericordia. El samaritano era un fruto de la mezcla entre "lo puro" de Israel y "lo impuro" de la paganía. Es decir, "el de afuera", el mestizo ninguneado, el marginado anónimo, aquel que no podía siquiera entrar a las sinagogas, ni participar como jurado. Era probablemente analfabeto y sin trabajo. Un etcétera de la sociedad, que podría haber actuado como un resentido social. Pero dice Jesús que "al verle, (al moribundo) fue movido a misericordia”(33). ¡Qué elegante es la traducción al castellano! De ser más literal al texto griego, como ya vimos, debería decir: "y al verle, se le revolvieron las tripas". ¡Claro! Por un profundo sentimiento de compasión, por el cual, como bien traducen Reina y Valera: “fue movido a misericordia”. Es decir, fue impulsado a servir por amor. La vida de la iglesia debe ser compasión en acción: misericordia. La misericordia es virtud con proyecciones escatológicas. Las obras de misericordia, encuentran una suprema recompensa. No es sólo el “alcanzar misericordia”, según esta bienaventuranza. El supremo galardón es escatológico. Es bienaventuranza para hoy y para la eternidad. Está establecida en el Juicio Final, registrado en Mateo 25: 31-46). Este texto es mal llamado “parábola de las cabras y las ovejas”, pero aquí lo parabólico es sólo tangencial. El mensaje central es profético. Es una realidad histórica a cumplirse, es decir, escatológica. Las enseñanzas de la visión del Gran Tribunal, al final de la historia, son importantes. JesuCristo afirma que nuestras obras de misericordia son, en un profundo sentido escatológico, actos de amor compasivo, que hacemos no sólo a quienes los necesitan, sino realmente a Él mismo: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: “¡Vengan, benditos de mi Padre! Hereden el reino que ha sido preparado para ustedes desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me recibieron; estuve desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a mí”. Entonces los justos le responderán diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te sustentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y fuimos a ti?”. Y respondiendo el Rey les dirá: “De cierto les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron” (34-40). Cuando creemos y servimos por y con misericordia, mostramos la fe realmente correcta. La regla del juicio global y final, la que maldice o bendice a todas, todos por igual y para siempre, es la que privilegia la fe que espera Dios. Y esta es una fe encarnada, que se hace amor y misericordia cada día. El gran mensaje del Juicio Final cuestiona de hecho ciertos “credos ultrainteligentes”, sistemas teológicos que a veces sacralizamos. Estos -los que fueren- se desarrollan a partir de énfasis doctrinales correctos por bíblicos, pero unilaterales por parciales. La salvación cristiana no es por la fe ni por las obras, sino por una fe hecha actos de amor y justicia, de compasión y servicio: las obras de una misericordia, integral y transformadora. No es la idolatría de una ortodoxia abstracta y por demás intelectual la que nos salva, sino la ortopraxis de una fe existencial hecha misericordia. La vida sin amor y servicio es un cadáver delante del Señor. Santiago, un hermano carnal del Señor, sin dudas el más hebreo de los apóstoles en cuanto a su comprensión de la vida cristiana, nos recuerda: “Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta... porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, también la fe sin obras está muerta” (Stg 2:17, 26). La fe hecha obras de misericordia integral transformadora, en el poder del Espíritu Santo, es el motor y la fuerza propulsores de la misión por el mundo nuevo de Dios. La misión es un gran acto de misericordia. Misericordia y misión constituyen la fórmula integral por espiritual y estratégica, incontenible en el Espíritu, para la promoción y extensión del reino de Dios. Continuamos con nuestro personaje bíblico de bienaventurado. Es José. Fue el undécimo hijo de Jacob y el primogénito de su esposa Raquel. Representa al sabio hebreo, cuya humildad en el ejercicio del poder, su temor de Dios, y su espíritu misericordioso, son el ideal ético y cultural del pueblo. Su vida es la encarnación misma del humanismo hebreo. Su historia ocupa los capítulos 37 y 39 al 50 del Génesis. José es uno de los modelos de fe, conducta e identidad más importantes de Israel. Para el cristianismo, es un tipo de la persona de JesuCristo. Pues tanto Jesús como José, fueron rechazados por sus hermanos judíos, vendidos por unas piezas de plata, se constituyeron en liberadores de su pueblo, y fueron elevados a la gloria. Consideraremos aquí a José, sólo como un ejemplo bíblico de bienaventurado por su misericordia. Veamos el peregrinaje de este bienaventurado Primero: Pasó de pastor en Canaán, a esclavo en tierra extraña. José era el más querido y consentido hijo de Jacob y Raquel. Los favoritismos que recibía, hicieron que sus hermanos lo odiaran. Este resentimiento se agravó, cuando José reveló a su familia, sus sueños proféticos. Eran visiones de él mismo, gobernando a su propia familia. Esto ofendió a sus hermanos. Pese a los esfuerzos del primogénito Rubén, José fue vendido como esclavo. Los hermanos hicieron creer a Jacob, que su hijo favorito había sido devorado por una bestia. Los comerciantes que lo compraron, vendieron a José en Egipto a Potifar, un oficial de la guardia de faraón. Segundo: Pasó de esclavo, a gobernador del imperio. José se convirtió en hombre de confianza de Potifar. Fue promovido a mayordomo, supervisor de toda la casa de su dueño. Pasó de esclavo, extranjero y desconocido, a mayordomo de confianza del jefe de un hogar de la élite imperial. José vivía un momento de gran éxito laboral. La esposa de Potifar acosó sexualmente a José, hasta usando la violencia. Pero José rechazó la tentación. Con mucha ira, la rechazada lo acusó ante su esposo, de intento de violación. Potifar cree esa mentira, destituye y encarcela a José como prisionero del rey. José fue bendecido por Dios en la cárcel. El director lo hizo administrador del presidio. José interpretó los sueños de dos prisioneros, el copero y el panadero del rey. Ambas interpretaciones resultaron ciertas. El copero fue liberado y restaurado a su posición. Este se olvidó de José, y no habló al faraón acerca de él, como había prometido. Tercero: Pasó de administrador carcelario a príncipe gobernador: El rey tuvo sueños perturbadores. Su copero hace que José acuda para interpretarlos. Este predijo siete años de abundancia, y otros siete de hambruna mundial. Le aconsejó al rey, que almacenara para la escasez. José se convirtió en gobernante de Egipto. Tenía el poder de un príncipe. Durante la abundancia, se casó y tuvo dos hijos. Cuarto: Pasó de gobernador, a recordado por generaciones. Por el hambre mundial, Jacob envió a diez de sus hijos a Egipto, para comprar grano. Allí comienza una secuencia de experiencias muy especiales. Aquellos hermanos hacen dos viajes de ida y vuelta, de Canaán a Egipto. Tuvieron varios encuentros significativos con José. Descubrieron su identidad. Y, por encima de otros mil detalles que nos enseñan estas idas y venidas, José los perdonó. Los hermanos se inclinaron ante José. Este, ante la transformación de sus hermanos, lloró a gritos, reafirmó su perdón, y los devolvió a Canaán, para que retornaran a él, con su padre y el resto del clan. Así Jacob llegó a Egipto, para vivir con toda su familia, bajo la protección de José. Recapitulemos las enseñanzas de José para nuestras vidas José es un bienaventurado, por rechazar la tentación. La esposa de Potifar acosa sexualmente a José, quien no cede, pues es fiel a quien sirve. Se transforma así en ejemplo de bienaventurado, por mantenerse íntegro desde su juventud. José es un bienaventurado, por ser perseguido injustamente. La mujer rechazada lo acusó mintiendo. Potifar lo encarceló injustamente, pero José no protestó. Vivió así, mucho antes de Jesús, una de sus bienaventuranzas: “Bienaventurados, dichosos son cuando los vituperen y los persigan, y digan toda clase de mal contra ustedes por mi causa, mintiendo” (Mat. 5: 10-11). José es un bienaventurado, por no ser esclavo del rencor. Nos enseña hoy cómo debemos perdonar, para vivir como nos enseñó el Gran Bienaventurado: “Ustedes han oído que fue dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo: No resistan al malo. Más bien, a cualquiera que te golpea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Y al que quiera llevarte a juicio y quitarte la túnica, déjale también el manto. A cualquiera que te obligue a llevar carga por un kilómetro, ve con él dos”(Mat. 5:38-42). Perdón y reconciliación son centrales en la vida cristiana. José es un bienaventurado, por su legado de bendición. Antes de morir, José analiza su vida, y entiende por qué y para qué pudo perdonar tantas ofensas, aún de su familia. Dice: “ Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente” (Gén. 50: 20). Se goza al ver salvada no sólo a su familia y descendencia, sino a “mucha gente”, que recibió las provisiones de Egipto. Al igual que Abrahán, bendice a “todas las familias de la tierra” (Gén. 12:3). Misericordia y misión A través de la historia, Dios obra por medio de sus siervas y siervos, seguidores de JesuCristo, instrumentos débiles hechos poderosos agentes de transformación, al vivir y compartir misericordia. Pues la misericordia integral transformadora es el motor y la fuerza propulsores de la misión de Dios. La misión es un gran acto de misericordia. Misericordia y misión constituyen la fórmula integral por, espiritual y estratégica, incontenible en el Espíritu, en la extensión del reino de Dios. Si te interesa conocer más sobre las bienaventuranzas, haz click en: Osvaldo L. Mottesi, Monte y misión. La ética transformadora de Jesús. El Paso: Mundo Hispano, 2022. [1] Ver “Compasión” y “Misericordia” en Diccionario de la Lengua Española. Vigésima edición, 2 Tomos. Madrid: Real Academia Española, 1984, Vol. I, p. 347 y Vol. II, p. 914. |