Tropezar y caer le ocurre a los que caminan. Errar un camino le ocurre a los que dejaron su sitio inicial.
JULIO C. LOPEZ
Allá por 1983 hicimos un encuentro que titulamos Necesidad y tragedia de la Reforma protestante del siglo XVI. Era una reunión de católicos y evangélicos que entendíamos que cuando estalló la Reforma en 1517 la Iglesia hacía rato que clamaba por cambios, a la vez que resistía y aplastaba propuestas desde todos los territorios que gobernaba Roma. Era evidente que una reforma profunda era una necesidad. Y cuando llegó la que inició Lutero y no se pudo detener, trajo respuesta a varios aspectos de lo que se reclamaba y a la vez trajo también la tragedia de la división, el odio y la guerra sin fin.
Vista desde aquí, con una lectura romántica y selectiva del Nuevo Testamento, puede provocar que el lector construya una imagen ideal de la que llamamos la iglesia primitiva que no se ajusta a la realidad. Desde el relato que los evangelios nos hacen del grupo de los doce que Jesús llamó, vemos ya que su entendimiento tanto del mensaje como de las conductas de su Maestro era muy limitado. No es a algún fariseo que Jesús dice: Apártate de mi Satanás, ni es a los de la casa de Herodes que dice “Ustedes no saben de qué espíritu son”, es a sus propios apóstoles. Es a ellos a quienes dice también “Hasta cuándo los tengo que soportar”. No eran un grupo para idealizar, pastorearlos fue una tarea más que difícil.
Luego de los Evangelios vienen las Cartas Apostólicas, y tienen por finalidad pastorear a la distancia y entre urgencias a iglesias que, según leemos, invariablemente andan entre el error doctrinal, el mal testimonio, el miedo y las divisiones. Las generaciones posteriores a la iglesia fundante, debieron a su vez distinguir muy finamente la voz de su Pastor entre muchas otras voces, y reconocer los textos que luego serían nuestro Nuevo testamento entre montones de escritos que reclamaban autenticidad y protagonismo. Herejías, traiciones, divisiones y apostasías llenan las etapas más primitivas en la historia de la iglesia, y de ninguna manera fue sencillo pastorear y evangelizar en esos tiempos. “De dentro temores, de fuera peligros” sintetiza San Pablo.
El desarrollo histórico de la Iglesia ha sido muy complejo. Las grandes ramas iniciales, la oriental, la africana y la europea, vivieron inicialmente dentro del marco del Imperio Romano, sufriendo su presión siendo perseguidos y luego padeciendo sus tentaciones a medida que se acercaron al poder gobernante. Después del siglo VI, con el nacimiento y rápida extensión del Islam, África y Medio Oriente perdieron fuerza y en gran parte contacto con las iglesias de Asia y Europa. Tuvieron desde entonces desarrollos propios de comunidades que viven esferas diferentes. Europa se aisló a partir de Carlomagno por tres siglos y cuando estuvo fuerte rompió con Oriente (cisma de 1054) y comenzó las cruzadas (1095). La reconquista del Mediterráneo con sus rutas marítimas y comerciales trajo también novedades culturales y científicas que desafiaron la estabilidad alcanzada en la Europa cerrada y de su Iglesia.
Ignorar ese desarrollo, y la incidencia que tiene sobre lo que hoy vive la iglesia, implica vendarse los ojos, cerrar los oídos y negar la realidad. Aquellos que sistemáticamente saltan del siglo I al presente como si nada hubiera ocurrido, deben revisar su honestidad intelectual, si es que sinceramente apetecen de la verdad. Más bien, quien quiera buscar las huellas de su fe en la historia deberá prepararse para cargar con muchas glorias y muchas miserias que parecen ajenas pero son parte de un camino recorrido por quienes nos precedieron. Así como los evangelios de Lucas y Mateo nos ofrecen genealogías de Jesús, en las que hay gente extraordinaria y otros que son una vergüenza, así en el desarrollo histórico de la iglesia vamos a encontrar que opacada o refulgente, la luz del evangelio cruzó los tiempos hasta hoy.
La evaluación de la Reforma del siglo XVI ignorando la historia de la iglesia y la historia secular es imposible, como era imposible para cualquiera que viviera en la fe cristiana imaginar cualquier reforma sin considerar la trayectoria, los actores, presiones y oportunidades y hallar algún punto desde donde comenzar.
La Reforma, como llamamos al movimiento espiritual-cultural que se inicia con Lutero en Wittenberg en 1517, es un momento en la historia de la Iglesia Occidental, en el que no se pudo acallar la voz de la periferia de Roma. Las Escrituras fueron entonces invocadas como autoridad y se cuestionó la validez del dinero para expiar los pecados, la concentración del poder fue desafiada y resistida, y los obstáculos construidos entre el ser humano y la libre gracia de Dios se catalogaron de idolatría. Todas las mediaciones fueron cuestionadas y a todos los creyentes se los llamó sacerdotes.
Claro está que estas son las propuestas, pero su instrumentación pastoral no será para nada sencilla, esto dividió la iglesia Occidental en dos, y después en mil pedazos. Cada vez que Dios interviene en la historia ocurre lo que el viejito Simeón le dijo a María teniendo al bebé en sus brazos: “Este está puesto para caída y levantamiento de muchos, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones”. Tal como la venida del Cristo provocó fe y resistencia, seguimiento e incomprensión, lealtad y traición, vida y muerte, así cada vez que el Espíritu Santo visita a su pueblo hay caída y levantamiento de muchos, y su luz hace que se revelen las intenciones de muchos corazones. La Reforma no está exenta de esos fenómenos, y así como no podemos negar que hemos visto la luz del evangelio resplandeciendo sobre la más oscura corrupción doctrinal y de conducta de la iglesia, así miramos con discernimiento y descubrimos la soberbia de los herederos directos de aquellos iluminados, y el destino de opresoras que alcanzaron las naciones que recibieron la libertad para pensar y una nueva comprensión de la gracia. Y como en la parábola que hizo enfurecer a los fariseos tal vez nuevamente aparezca la pregunta: ¿Qué hará el dueño de la viña? Pues llamará a nuevos obreros.
Nuestro entendimiento individualista inhibe una comprensión emocional del momento de la Reforma, dado que hoy nos parece que la opción individual es la que vale, pero vale decir que no es suficiente plantear soluciones individuales a necesidades sociales. Reconocemos que desde el inicio del Renacimiento, -siglo XIV-, venimos despegándonos unos de los otros y fabricando soledades, y juzgamos las opciones que se tomaron hace quinientos años con el desparpajo de quien obvia el poder de aquella circunstancia y el peso del tiempo sobre las sociedades. Y si quien juzga la historia proviene de grupos que nacieron hace minutos, es más difícil la mirada que combine lo crítico con lo misericordioso. Sin embargo fácilmente se arrogan poderes y competencias que los posicionan en autoridad sobre sus adherentes, y censuran con dureza lo cercano y lo lejano. Necesario es reconocer los tiempos y las oportunidades, pues no se pastorea por decreto, no se hace una reforma ni se genera un avivamiento con fecha y hora de inicio.
Está claro que ningún movimiento dejará satisfechos a los que, -cual tíos que nunca criaron hijos-, solucionarían “de una vez por todas” las malas conductas de una iglesia que trae vergüenza a su Padre. Una adecuada antropología nos dirá enseguida que a todos los seres humanos nos puede pasar, que queriendo hacer el bien nos salga el mal (Ro.7), y es conveniente que quien juzgue lo actuado por otros en otras circunstancias consideren que, teniendo la ventaja de la historia y su análisis, si ellos mismos hoy inician una actividad, una escuela de pensamiento, un movimiento…no estará a resguardo de su propia humanidad. Tropezar y caer le ocurre a los que caminan. Errar un camino le ocurre a los que dejaron su sitio inicial.
Julio Cesar Lopez
es Pastor de la Iglesia Presbiteriana San Andrés en Buenos Aires, Argentina.