NUESTRA PROPUESTA POR LA PAZ
OSVALDO L. MOTTESIEl reciente 24 de febrero de 2023, se cumplió un año que la trágica la invasión de Rusia a Ucrania -una guerra más que se agrega a muchas otras. Esto nos llevó a publicar entonces “Nuestra respuesta ante la guerra”. Hoy hacemos nuestra propuesta por la paz. En ambos casos, estas reflexiones están enraizadas en la Biblia y en nuestra compresión radical de la vida y misión cristiana.
“La paz les dejo: mi paz les doy.
Yo no se la doy a ustedes como se la da el mundo”. Bienaventurados, dichosas quienes trabajan por la paz, porque serán llamados hijos e hijas de Dios”. JesuCristo ¿Cuál es la raíz de la realidad social global de nuestro tiempo? ¿Por qué hay tanta hostilidad y derramamiento de sangre? ¿Por qué la misma historia de la iglesia está a menudo llena de peleas y divisiones? ¿Porque hay tantas familias que se dividen y destruyen?¿Porque las etnias y tribus, naciones y regiones del mundo viven siempre peleando entre sí? Esta realidad que hoy nos entristece y afecta, no es nueva ni mucho menos. En los cuatro mil años de historia escrita, el mundo solo ha estado en paz un 7% del tiempo; esto es menos de trescientos años. Se han firmado más de 8000 tratados internacionales por la paz, y todos se han roto.
Desde los primeros siglos de la llamada era cristiana, muchas de las guerras fueron auspiciadas por las iglesias institucionales, el Santo Imperio Romano, las llamadas cruzadas, y muchos otros movimientos autodenominados representantes de “la civilización occidental y cristiana”. ¡Aún teólogos y pensadores cristianos justificaron y justifican las que llaman “guerras justas”! Hay cada vez más organizaciones y movimientos, conferencias y manifestaciones de paz, psiquiatras y psicólogas de paz. Pero con toda nuestra ciencia y educación, comunicación y tecnología, tenemos menos paz hoy que en la época de las cavernas. Pocas palabras han sido tan abusadas y maltratadas, tergiversadas y manipuladas como “paz” y sus derivadas. En todos los idiomas contemporáneos, especialmente en los de mayor uso en occidente, podemos hablar de una auténtica inflación ideológica del término. La discrepancia entre su sentido bíblico original y su uso y abuso en los ámbitos seculares, desde el filosófico al político, ha hecho de “paz” un término cambiante, ambiguo y problemático. Por eso se nos hace imperativo comenzar, intentando comprender lo mejor posible la riqueza de significados que el vocablo “paz” tiene en la Biblia. Comencemos con el hebreo y el griego En el Antiguo Testamento, nuestra palabra “paz” es la traducción de un vocablo muy importante: shalom = “paz”, “plenitud”, “solidez”, “integridad”, “salud”, “armonía”, “bienestar” (físico y espiritual), “reposo”, “calma”, “prosperidad” (espiritual y material). Mencionamos aquí sólo diez de los sentidos más importantes. Shalom, el vocablo más rico en sentidos de todas las lenguas semíticas, apenas puede llegar a ser traducida en un solo vocablo o expresión. En La Septuaginta o Biblia de los LXX se hallan más de 25 traducciones distintas del término. En su sentido absoluto shalom es paz, bienestar y prosperidad integral (material y espiritual), tanto personal como comunitaria. En el sentido relativo, shalom es paz y armonía en las relaciones humanas. En el Nuevo Testamento se cumple la esperanza escatológica de la paz del AT. Allí encontramos el sustantivo eirénē = “paz”, “vivir en paz”, “tener paz”, derivada a su vez de eiro = “unidad”, “unir”. También se usa el adjetivo eirēnopoiós = “pacificador” o “pacificadora”, “quien trabaja por la paz”. Y además hallamos el verbo eirēnopoiéo = “pacificar”, “trabajar por la paz”. Tiene el mismo contenido del shalom del AT, casi siempre con la connotación espiritual como centro. Describe las relaciones entre individuos (Mt 10:34; Ro 14:19) y naciones (Lc 14:31; Hch 12:20; Ap 6:4). Su amplitud de significados se confirma en su relación con palabras claves del NT como “gracia” (Ro 1-7), “vida” (Ro 8:6) y “justicia” (Ro 14:17), y por su uso en bendiciones (1Ts 5:23; He 13: 20ss; 2Pe 3:14). Es sinónimo de “reconciliación” y a veces de “tranquilidad” y “calma”; estas últimas en oposición al estado de guerra entre individuos y pueblos. La paz en la Biblia Es difícil distinguir en la Escritura, entre los numerosos textos que se refieren a la paz, aquellos que hablan de la paz de Dios o con Dios, y los que apuntan a la paz con o entre los seres humanos. El realismo bíblico jamás separa la paz interior (o espiritual) de la paz exterior (o relacional, social), pues ésta es signo o fruto de aquella, y la primera anuncia y condiciona a la segunda (Sal 122:6-7). Es necesario tener en cuenta esta doble acepción del vocablo “paz”, para comprender la mayor parte de los textos bíblicos en los que figura. El anuncio y proclamación de la paz en la Biblia, van acompañados siempre de la mención de sus condiciones. Y la principal y reiterada de estas es la justicia de Dios. No hay paz sin justicia (Sal 72:3-7, 85:9-11; Is 32:17).“Pidamos por la paz de Jerusalén” (Sal 122:5) es una de las grandes oraciones israelitas. La decisiva profecía mesiánica de Isaías anuncia al “Príncipe de paz” (Is 9:6), cuyo reinado instaurará un gobierno de plena armonía (Is 9:7). Ezequiel presenta la paz como el elemento esencial, definitorio de la ecología integral del Nuevo Pacto, que es un “pacto de paz” (Ez 37:26). Shalom jamás significa “hacer nada”. Implica siempre, directa o indirectamente, una acción que promueve el bienestar de las demás gentes. Jesús, siguiendo la fe de Israel no bendice a quienes aman la paz ni viven en paz, sino a quienes “trabajan por la paz”, quienes la buscan y procuran, la anhelan y luchan ávidamente por ella cada día. Él declara: “Dichosos (bienaventuradas) los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5:9) ¿Por qué? Pablo contesta a esta pregunta: Porque el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios y es aprobado por los hombres. Así que sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación. (Ro 14:17-19). Jesús llama “hijos o hijas de Dios” a las personas pacificadoras, pues hacen lo que el Padre celestial hace. Cuando JesuCristo habla de paz, no la ofrece ni promete según los criterios conciliadores del mundo. Por eso clarifica todo posible equívoco acerca de su rol personal mesiánico y redentor al declarar :“No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino espada (Lc: división)” (Mt 10:34-38; cf. Lc 12:51). Según el Evangelio, tal confrontación es ineludible, pues existe una marcada diferencia entre “conciliación” y “reconciliación”. Veamos: “Conciliación” es un medio para resolver conflictos a través del diálogo, donde las partes involucradas resuelven, de común acuerdo, cualquier confrontación o antagonismo. Es un procedimiento voluntario, donde las partes intentan resolver una disputa, con la flexibilidad necesaria para alcanzar consensos. Su idea madre es: “si cada parte cede en algo, gana la totalidad”. Su énfasis no está en resolver la raíz del conflicto, sino en superarlo procurando un acuerdo. “Reconciliación” viene del latín reconciliare = “recuperar”. Es un proceso en el que las partes en pugna inician una relación, hacia el reconocimiento mutuo de las raíces del conflicto, y sientan las bases para un pacto voluntario de amistad. La reconciliación requiere: 1) análisis honesto, 2) comprensión de los hechos, 3) reconocimiento de errores, 4) capacidad de perdonar, y 5) restauración de la armonía. Su énfasis está en reconocer y resolver el o los problemas, de raíz. El Evangelio es mensaje y realidad para nuestra reconciliación con Dios en JesuCristo. Es auténticamente reconciliador, porque va a la raíz de nuestro problema y demanda: 1) un análisis honesto de nuestra realidad, 2) el reconocimiento y arrepentimiento por nuestros pecados, 3) nuestro pedido de perdón a Dios, y 4) nuestra entrega total a JesuCristo como nuestro único Señor y salvador, mediador y redentor. El fruto mayor de la obra de JesuCristo es la reconciliación humana con Dios el Padre, pero también, la posibilidad de desacuerdos o división, “espada” o “guerra”(Mt 10:34) con quienes no comparten nuestra fe y misión. Tal misión es seguir a JesuCristo y compartirlo con nuestros prójimos. Él es la encarnación plena del amor ágape de Dios, quien es verdad y justicia. Este amor jamás ignora la mentira o la injusticia, sino las descubre y expone, para que en arrepentimiento y confesión experimentemos reconciliación y hallemos paz con Dios, con todas las gentes y con la creación. Esta es la paz de la reconciliación. ¿Pues entonces, qué es realmente la paz de la cual habla la Biblia? Nuestra paz es mucho más que ausencia de estrés, preocupación o ansiedad. Nuestra paz personal y familiar, congregacional y social es mucho más que la falta de enfermedad o pobreza, de pruebas o conflictos de cualquier tipo. Es una combinación personal y social de amor y verdad, serenidad interior y justicia, cuentas saldadas con Dios y la gente, salud y bienestar integrales, calma y gozo de vivir, aun enfrentando las circunstancias más negativas de la vida personal o familiar, económica o social. Por eso, tal calidad de paz solo proviene de Dios. Es paz que la Biblia declara que “sobrepasa todo entendimiento” (Fil 4:7). Y la fuente única de tal paz no es una filosofía de vida, una ideología o un programa, sino una persona: JesuCristo, quien nos afirma: “La paz les dejo: mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como se la da el mundo” (Jn 14:27). Según la enseñanza general del NT, es entonces parcial e incorrecto: 1) Sostener una concepción aislada y sectaria, espiritual y espiritualista, intimista y subjetiva de la paz, o 2) pretender promover la paz y tomar partido por la guerra, por las razones que fueren, o 3) confundir la paz del Reino de Dios, con la que procuran los seres humanos tras diferentes ideologías e intereses, aunque sus acciones en algunos casos sean aliadas, sin saberlo o sin quererlo, con la paz final de Dios. El amor y la verdad, la paz y la justicia están y estarán siempre unidas, integradas en la búsqueda de la realización plena de la paz del Reino de Dios. Estas son las cuatro realidades que mueven en esperanza las vidas de los dichosos y bienaventuradas, quienes son y serán llamados hijos e hijas de Dios: “El amor y la verdad se encontrarán; se besarán la paz y la justicia” (Sal 85:10). Todo esto hace imperativo que quienes vivimos la paz de Dios seamos pacifistas militantes. El pacifismo militante debe ser parte indivisible de nuestra misión. Nuestros aliados y aliadas por la paz ¿A quiénes se refiere Jesús por “lo que trabajan por la paz”? Son hombres y mujeres de toda condición, con un claro compromiso pacifista, que militan en todos los contextos y realidades humanas por el mundo nuevo de Dios. La palabra “pacificador” o “pacificadora” es traducción del griego eirēnopoiós = “pacificatorio”, la cual viene del vocablo eirénē = “paz”, derivada a su vez de eiro = “unir”. Esta cadena de significados confirma que un pacificador o pacificadora es quien propicia la paz, entendida como la capacidad de lograr la unidad; unir para alcanzar una armonía real. Por esto, la persona realmente pacificadora es quien promueve activamente la justicia. No es solo alguien de carácter pacífico, ni aun de actitud o espíritu conciliador, lo cual es bueno, sino quien asume como su vocación y ministerio luchar por la justicia a su alrededor. Por ello, en nuestra sociedad estratificada por una injusticia obscena, pacifistas militando en todos los contextos por la justicia, son “sal y luz de la tierra”. Y para esto, JesuCristo es el paradigma. Millones de personas afirman no querer saber nada de Dios y la religión, pues han tenido experiencias traumáticas con el comercio religioso. Otras no quieren saber nada de Dios y sus derivados, pues han adoptado filosofías e ideologías que promueven un fundamentalismo ateo o por lo menos agnóstico. La posmodernidad genera crecientes grupos que tienen una idea vaga y genérica de Dios, en quien apoyan en mayor o menor grado su fe y afirman que son “seres espirituales”, pero indiferentes a toda religiosidad institucional. Las nuevas generaciones, con este talante, dicen admirar y tomar a Jesús como ejemplo, pero rechazan toda religiosidad institucional. A todos estos grupos diferentes entre sí, los une el común denominador de “trabajar por la paz”. Lo hacen a través de un humanismo heterogéneo, militando en movimientos con distintos énfasis, pero con otro común denominador: su “hambre y sed de justicia”. Ya sea por la igualdad de derechos para todo el multicolor y multifacético mosaico humano, o por el rescate y cuidado de la ecología en destrucción, o por la distribución más justa de los recursos materiales, o por conquistas en muchos otros frentes, se mueve nuestra historia contemporánea. Esta se escribe desde trincheras políticas y gremiales, estudiantiles y obreras, vecinales e internacionales, sanitarias y ecológicas, y en mil frentes más, a través de múltiples ONGs y movimientos sociales. Estos grupos, que antes caracterizamos por el rechazo de muchos de sus miembros (¡no la totalidad!) a Dios y a lo religioso, son hoy el liderazgo y fermento de las fuerzas vivas de la sociedad. Tienen dos características en común e interrelacionadas, ya mencionadas: “trabajan por la paz”, porque “tienen hambre y sed de justicia”. Son rebeldes ante toda las injusticias, que destruyen la paz. ¡Bienvenidos y bienvenidas, rebeldes, nuestros aliados por la justicia y la paz! Las ideas y motivaciones, estrategias y métodos de quienes trabajan por la paz y la justicia, cuando son correctas, alineadas con la ética transformadora del Evangelio del reino de Dios, son acciones aliadas a las nuestras. Es que muchos de estos compañeros y compañeras de camino, son quienes han dicho “no, pero sí” a la voluntad explícita de Dios, pues aunque no la creen ni confiesan por ahora, “la hacen” con su quehacer responsable. Por ello, con corazón encendido, mente y brazos abiertos, debemos peregrinar junto a quienes rechazan toda injusticia y procuran sinceramente la paz sin ningún medio violento. ¿Qué implica hoy, para los discípulos y discípulas de JesuCristo, “trabajar por la paz”? Es ser parte de comunidades de fe pacíficas y pacifistas activas, que militan por la paz. Son quienes entienden, como el pastor Martin Luther King Hijo lo afirmara, que “los seres humanos dejarán de llevar armas, cuando aprendan a cargar la cruz”. Por eso, interpretan y usan con muchos cuidados y reservas, las metáforas militares del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento como un ejército, la misión como campo de batalla y todo ese vocabulario guerrero y guerrerista que, desde las Cruzadas, ha permeado muchos púlpitos y ha santificado muchas veces actos de violencia, asumiendo que “el fin justifica los medios”. Luchar y trabajar hoy por una paz verdadera, real y permanente, demanda promover una revolución planetaria. Hablamos de un cambio radical en todas las dimensiones de las relaciones humanas y con el resto total de la creación. Por ello, corriendo el riesgo de ser tildado de idealista ingenuo y utópico superado, un teórico de biblioteca y otras yerbas, pero intentando vivir un cristianismo profundamente realista y por ello radical, proponemos las siguientes pautas o normas, principios rectores de una revolución por la justicia y la paz permanentes en nuestro mundo. Lo hacemos con dos aclaraciones: 1) Lo que sigue son tan sólo pautas, orientaciones muy básicas, casi obvias, que exigen el gran desafío de la implementación que cada momento y contexto exige. 2) No hacemos nuestra propuesta desde la izquierda ni desde la derecha, ni menos desde el centro de las tendencias políticas históricas tradicionales. Estamos convencidos que lo hacemos desde la ética transformadora del Evangelio del Reino, simplemente desde la política de Dios. Desde nuestra primera juventud, y a pesar de los matices de opinión asumidos por los cambios históricos y personales que hemos experimentado, hoy seguimos convencidos que la presente crisis humana global que nos ahoga, se basa en tres mitos destructivos: 1) Que la competencia es progreso o la fórmula para el mismo. 2) Que el crecimiento productivo nos lleva al bienestar general. 3) Que el armamento controlado por las democracias logra preservar la paz mundial. Hay una constelación de otros factores considerados influyentes de nuestra crisis, que crece constantemente. Cada día aparece más de uno, que se transforma de inmediato en tema de artículos y libros, sesudos debates y disputas, pero tales factores son tan sólo realidades derivadas de los mitos básicos mencionados. Por todo esto, hacemos una humilde pero muy firme propuesta, encabezada con tres verbos que cargan todo el poder transformador de la misma: COOPERAR, DECRECER Y DESARMAR. (1) COOPERAR. Proponemos un mundo basado en la cooperación solidaria, en lugar de la competencia salvaje. En el siglo pasado, con el auge de la industrialización, surgió la falsa ideología de que la competencia es la base del llamado progreso. La globalización y tecnologización cada vez más hegemónicas y actuales de la vida y los gurúes a su servicio, han exacerbado este mito. La mentira transformada en posverdad por la repetición planetaria es: Que la competencia promueve la creatividad, que es inherente al espíritu humano, que genera deseos de superación, etc., etc. Aquí no hablamos de competitividad deportiva sana y leal, ni otras competencias válidas que se dan en la experiencia humana. Nos referimos al sistema socio-económico-político que domina el planeta y que está destruyendo nuestra sociedad por una afiebrada competencia salvaje. Ante esta mentira y sus frutos, reafirmamos nuestro ¡NO! a tal sistema destructivo. La competencia en su máxima expresión es la guerra. La Biblia no es un tratado de ciencias económicas, políticas o sociales. Pero del comienzo al fin, su mensaje constituye un humanismo comunitario y un compromiso ético-social, ambos al servicio de la verdad y el amor, la justicia y la igualdad, la paz y el bienestar social. Por eso, el mensaje bíblico posee un verdadero fermento revolucionario al servicio de la paz. Este, como clara y reiterada expresión de la voluntad, el corazón de Dios, se expresa a través de tres realidades principales: 1) en la legislación mosaica, 2) en la protesta profética, y 3) en la vida que es mensaje y el mensaje que es vida de Jesús y de la iglesia primitiva. Por eso en el antiguo y nuevo testamentos, todo apunta a una clara realidad: Dios nos ha creado como seres sociales. Como humanos, nuestro yo se realiza solo en relación con un tú con quien interactúa. En otras palabras, fuimos creados para vivir en comunidad. Quienes nos rodean no son nuestros adversarios o enemigas a quienes enfrentar, sino nuestros prójimos a quienes amar. Fuimos creados para cooperar, no para competir. La legislación mosaica no es perfecta, es fruto de su tiempo, y es el resultado de un largo proceso histórico del pasado. De esta, entre otras muchas leyes y ordenanzas que hacían a la vida social de Israel, sólo destacamos: El régimen agrario, que incluía las preciosas leyes del “Año Sabático de la Tierra” y del “Jubileo”. También las diversas leyes contra la usura, sobre la humanización de la esclavitud, acerca de la organización política, la que limitaba el poder del rey (luego que surgió la monarquía), toda la administración de justicia, y muchas otras normativas más específicas sobre los diferente aspectos de la vida en comunidad. Es imposible, por el tema y propósito de esta obra, considerarlas en detalle, pero si las estudiamos, notaremos que todas apuntan, definitivamente, hacia un sistema social de cooperación. La protesta profética fue un verdadero movimiento contracultural radical para sus tiempos, que procuraba la justicia y la cooperación social ordenadas por Dios y deterioradas por el pecado. Los profetas se levantan contra la extorción de los pobres, denuncian el latifundismo, hablan contra la usura, protestan contra la esclavitud, encaran a los gobernantes por sus excesos, descubren la corrupción de los jueces en favor de “los de arriba”, condenan el lujo desmedido de la aristocracia femenina, etc., etc. Y el profeta por excelencia de la justicia social, el campesino Amós -en la convicción de quien esto escribe- propone con su protesta un socialismo teocrático basado en la cooperación humana, en lugar de la competencia e injusticia que vivía Israel y que hoy a nivel mundial se reiteran, apoyadas en la ambición y la codicia. En la vida y mensaje de Jesús y la iglesia primitiva encontramos múltiples testimonios y enseñanzas por la justicia. Las enseñanzas de Jesús sobre las riquezas son variadas. Jesús en su predicación y enseñanzas no se declara en contra de la riqueza en su función social correcta, sino de aquella generada por la codicia, que produce injusticia y pobreza (Luc. 18:24). Por eso, entre las señales del advenimiento del Reino de Dios, Aquel que “se hizo pobre” (2 Cor. 8:9) (una vida que es mensaje), declara que “a los pobres se les anuncia el Evangelio” (Mat. 11:5). Critica a quienes apoyan su confianza en las riquezas (Mar. 10:24), y cuestiona a quienes las desean idolátricamente (Mat. 6:24). No vacila en denunciar su engaño (Mar. 4:19), y advierte contra la “acumulación capitalista” (Mat. 6:19-20). Por todo eso llega a afirmar: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Los discípulos se asombraron por sus palabras; pero Jesús, respondiendo de nuevo, les dijo: —Hijitos, ¡cuán difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios” (Mar. 10:23-25). Los apóstoles continúan la misma tradición. Son como un eco de las vibrantes denuncias de Amós y muchos otros, como estas palabras de Santiago: “¡Vamos pues ahora, oh ricos! Lloren y aúllen por las miserias que vienen sobre ustedes. Sus riquezas se han podrido, y sus ropas están comidas de polilla. Su oro y plata están enmohecidos; su moho servirá de testimonio contra ustedes y devorará su carne como fuego. ¡Han amontonado tesoros en los últimos días! He aquí clama el jornal de los obreros que segaron sus campos, el que fraudulentamente ha sido retenido por ustedes. Y los clamores de los que segaron han llegado a los oídos del Señor de los Ejércitos. Han vivido en placeres sobre la tierra y han sido disolutos. Han engordado su corazón en el día de matanza. Han condenado y han dado muerte al justo. Él no les ofrece resistencia” (5:1-6). Las “estrellas” del éxito capitalista; personajes, familias y grupos de poder multibillonarios de nuestro tiempo, necesitan tomarlas hoy muy en cuenta. Como es obvio, aquí no hemos podido más que mencionar algunas pocas pero verdaderas joyas de los temas sociales que emanan de la Palabra de Dios. Un verdadero humanismo que, como testimonio del clima del Reino, se basa en la cooperación humana. No nos cabe la menor duda: hoy crece el número de pobres y miserables en nuestro planeta, porque crece cada vez más la riqueza acumulada de pocas personas y familias, corporaciones y poderes. Por eso, desde el Evangelio del Reino de Dios decimos ¡NO! al régimen de competencia y guerra, y ¡SÍ! a una comunidad mundial de cooperación y paz. A pesar del dominio hegemónico de los principios y valores del capitalismo liberal en el mundo actual, existe desde hace casi dos siglos un movimiento cooperativo organizado y creciente. Es una fuerza productiva, que dirige sus beneficios a “los de abajo”, la base de la pirámide económica producida por la estratificación social, propiciando así la inclusión no sólo laboral sino financiera de las gentes más necesitadas, creando oportunidades de desarrollo social, económico y ambiental. Con muchos precedentes a lo largo de la historia, el punto de partida del movimiento cooperativo mundial se inicia en Inglaterra en 1844. Un grupo de 28 trabajadores (27 hombres y 1 mujer) de la industria textil de la ciudad de Rochdale quedaron sin empleo tras una huelga. Por ello constituyeron una empresa cooperativa, que llamaron “Sociedad Equitativa de los Pioneros de Rochdale”. Estos primeros cooperativistas, conocidos como los Pioneros de Rochdale, se dotaron de una serie de normas, que son la base actual de los principios y valores del cooperativismo mundial. La Alianza Cooperativa Internacional (ACI), creada en 1895, revisó y amplió tales principios, que hoy rigen la existencia productiva de millones de organizaciones al servicio de múltiples actividades humanas en todo nuestro planeta. Los medios de comunicación social, propiedad al servicio del sistema competitivo, desde siempre no publicitan el constante desarrollo del cooperativismo mundial. Sin duda este no es, como toda realización humana, un sistema perfecto de producción y servicio, organización y asistencia. Pero creemos que intenta con auténtico éxito comunitario y solidario, superar al sistema competitivo con uno de cooperación social. En esto y por esto, como “luz del mundo” y “sal de la tierra” somos convocadas y llamados a apoyar todo proyecto genuinamente cooperativo. (2) DECRECER. Proponemos un mundo basado en un decrecimiento productivo programado y progresivo, en lugar de continuar con el crecimiento productivo obsesivo e incesante. Y este principio es un correlativo natural del anterior: COOPERAR. La paz permanente exige un cambio radical de la obsesión capitalista por el crecimiento productivo sin fin, a una cultura del decrecimiento, la filosofía del “slow down”. Vienen oportunas aquí las palabras del Maestro: “No acumulen (no acrecienten, decrecienten) para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien, acumulen (acrecienten) para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6:19-21). ¿Realmente nos hemos creído el cuento que es posible un crecimiento ilimitado en un mundo limitado? Quienes promovemos un movimiento en auge, que no nuevo, llamado decrecimiento respondemos con rotundidad: No es posible continuar creciendo a este ritmo porque no hay recursos naturales suficientes. ¿Crecer o no crecer? ¡He aquí la cuestión! Los economistas y políticos neoliberales hablan del crecimiento como una necesidad natural y congénita del capitalismo. También lo hizo en su momento el comunismo soviético, en nombre del “progreso igualitario”. Ante esto se alzan cada vez más voces críticas que tratan de mostrar que el crecimiento puede ser, en sí mismo, un serio, un muy grave problema. Son quienes promueven, con visión responsable, el decrecimiento. Wikipedia ofrece la definición más reciente y articulada del mismo: “El decrecimiento es una corriente de pensamiento político, económico y social favorable a la disminución regulada y controlada de la producción económica, con el objetivo de establecer una nueva relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza, pero también entre los propios seres humanos. Rechaza el objetivo de crecimiento económico en sí del liberalismo y el productivismo… La investigación del decrecimiento se inscribe pues en el universo amplio de reflexión sobre la bioeconomía y el postdesarrollo, que implicaría un cambio radical de sistema”. El movimiento decrecentista está convencido que el verdadero problema no es la pobreza de los países del Sur, sino la mal entendida “riqueza” y el consumo excesivo de los países del Norte. La solución no está en que el Norte “desarrollado” ayude al sur “en desarrollo”. Esto, además de ser beneficencia barata, está históricamente comprobado como ineficaz, pues no cambia el problema de raíz. Los países del Norte, con su insaciable sed de crecimiento, han llevado a una situación límite a la misma sostenibilidad del planeta. Tampoco el problema está en escoger entre la producción capitalista guiada por el crecimiento ilimitado, o la socialista guiada por la idea de progreso igualitario, pues ambas realidades se fundamentan en el crecimiento y la competencia. Esta transformación radical o revolución global requiere de un proyecto de decrecimiento, un cambio de valores, una verdadera deconstrucción del pensamiento económico. La misma pone en cuestión nociones importantes como crecimiento y acumulación, desarrollo y progreso, eficiencia y competencia, producción y consumo, durabilidad y sobriedad, pobreza y subdesarrollo, necesidad y ayuda, etc. La idea del decrecimiento nos invita a huir del totalitarismo economicista, desarrollista y “progresista”. Muestra que el crecimiento económico no es una necesidad natural del ser humano y la sociedad. Lo es sólo para la sociedad de la competencia y el consumo, que ha hecho una elección por el crecimiento económico, adoptándolo como mito fundador y energizante. Está comprobado históricamente que el crecimiento del Producto Interno Bruto, el famoso PIB en un régimen de competencia, no ha creado el bienestar social mínimo y aceptable para las mayorías. (3) DESARMAR. Proponemos un mundo basado en un desarmamiento programado y progresivo real, en lugar de continuar con la militarización obsesiva de la vida. Y también este principio es correlativo de los dos anteriores: COOPERAR y DECRECER. Estamos convencidos que: 1) sin un régimen genuino de producción y consumo generado por estructuras de cooperación, 2) guiado en la actualidad por un propósito de auténtico decrecimiento global, un “slow down” integral de la vida, 3) ambos al servicio de un bienestar social universal, 4) todo intento por desarmar realmente a esta sociedad autodestructiva, no tendrá éxito. Suena contundente, hay quienes dirán dogmático, pero es lo que como cristiano, intento de discípulo de JesuCristo, podemos honestamente compartir hoy con humildad y firme convicción, en el deseo de ser coherentes con nuestro ruego “sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra”. Desarmar es lo que nuestra sociedad ha intentado hasta el cansancio, especialmente a nivel de consenso mundial, desde la Organización de las Naciones Unidas. Esta fue fruto de la tragedia de las dos guerras mundiales de la modernidad. Por ello muchas de las naciones representadas en su seno han abogado por estrategias para una paz mundial permanente. Esto dio lugar en 1998 a la formación de la Oficina de Asuntos de Desarme de la ONU y otras múltiples suboficinas o secretarías especializadas. Todo ha sido en vano. La competencia y la sed de crecimiento de poder y sus manifestaciones, nos tiene sufriendo múltiples guerras regionales, nacionales e internacionales. Somos una sociedad enferma por la competencia desleal y el ansia de crecimiento, por encima de quienes nos rodean. Por eso se vive en armas ante supuestos enemigos, con quienes se vive en guerra potencial y real. Son todos a quienes Jesús nos mandó amar, y por ellos y ellas orar (Mat. 5:43-48). Empezamos escribiendo sobre la guerra actual en Ucrania, hoy la mayor entre muchas otras, desde que el espíritu competitivo de Caín generó la primera (Gén. 4:1-10). Pero cada día nos golpean las noticias de matanzas humanas a todo nivel y en todo lugar. Ocurre en sociedades ricas y en países pobres. Es tragedia doméstica y cotidiana en calles y barrios, escuelas y fábricas, plazas y templos. Las explican como terrorismo o racismo, odio irracional o desequilibrio mental, debido al uso de drogas o la fácil obtención de armas. Muchas veces, casi siempre, matan a gentes desconocidas. Son víctimas por tener cierto color de piel, o ser tan solo “distintos”, o simples desconocidos… tan sólo gente. En ocasiones quienes asesinan son adolescentes casi niños, que disparan y matan, en lugar de estudiar y jugar, crecer con amigos y amigas en convivio de amor. Para remediar esta demencia asesina, pretenden ¡armar a quienes enseñan! Otra locura… Exigen más personal y vigilancia policial, mayores controles por doquier. Y también… la clase política defiende y acusa, propone y cuestiona… pensando siempre en los votos. Y tragedia continua… Concluyendo ya… Desarmar, sí desarmar debe ser nuestra bandera de lucha y trabajo por la paz. Una lucha hombro a hombro con el resto del pueblo de Dios y todas las gentes nobles que anhelan la paz. Desarmarnos y desarmar al mundo del espíritu de competencia y crecimiento absurdos que nos están matando. Todo lo demás vendrá por añadidura y no al revés. Lo enfatiza Jesús cuando nos ordena y afirma: “Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mat. 6:33). Por eso nuestra oración “Sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra”, si es coherente, no puede menos que impulsarnos, de una vez, a luchar y trabajar por ella. Es el matrimonio indisoluble entre oración y misión. |