PALABRAS DIRIGIDAS A JESÚS EN LA CRUZ
Hace cincuenta años el predicador cubano Cecilio Arrastía desarrolló una serie de sermones sobre siete palabras dirigidas a Jesús en la cruz. El profesor Fletcher Anderson se sirvió de esta idea; pero, al no tener acceso ya a la obra del Rev. Arrastía, debió elaborar su propia serie de reflexiones, las cuales fueron presentadas en las iglesias metodistas de Ica y Chincha Alta (Perú) en Semana Santa, 2007.
I. UNA PALABRA DE INCOMPRENSIÓN. (Mateo 27:38-40; Juan 2:18-20):
"Tú que derribas al templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo” (Mt 27:40). ¿Cómo habrá surgido tan extraña acusación contra Jesús (Mt 26:61; Hch 6:14)? En el cuarto Evangelio hallamos la explicación. Después de purificar el templo de Jerusalén, Jesús responde a sus enemigos enfurecidos: “Si, destruyan este templo como ustedes ya están tramando; pero al tercer día, yo lo volveré a levantar” (Jn 2:19). El evangelista aclara: “Mas él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2:21). Ahora, en la crucifixión, los enemigos de Jesús creen tener éxito en destruir el templo/cuerpo de Jesús; pero al tercer día Dios lo va a reconstituir. Efectivamente, así se hizo en la gloriosa resurrección del Señor. Y, algo maravilloso: a los que estamos unidos a Jesús en fe y amor, Dios nos incorpora como miembros vivientes de ese cuerpo del Señor (1 Co 12:12,27); Dios nos utiliza como piedras vivas en el santo templo que Dios está levantando como espacio donde toda la humanidad pueda encontrarse con su Creador y adorarle. (Ef 2:19-22; 1 Pe 2:4-5). II. UNA PALABRA PARADÓJICA. (Mateo 27:41-43; Lucas 23:36-38) “También los principales sacerdotes… decían: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar” (Mt 27:41-42). Los mismos enemigos tuvieron que reconocer que Jesús salvó a otros. Abrió los ojos de los ciegos, hizo caminar a paralíticos, liberó a endemoniados, y sobre todo, trajo salvación moral y espiritual a personas de vida desordenada. (Juan 8:10-11; Lucas 7:49-50; Lucas 19:9-10). “Salvó a otros; no se pudo salvar” – de las burlas, las torturas, la dolorosa y humillante muerte. “Salvó, y salva, a otros: POR LO TANTO no se pudo salvar a sí mismo en el sentido inmediato. Para defenderlo contra el arresto, Jesús pudo haber contado con doce legiones de ángeles en lugar de doce frágiles discípulos (Mt 26:53-54). Pero para cumplir los propósitos de redención del Padre eterno, se entregó voluntariamente al camino de sufrimiento y muerte. Leemos en 1 Pe 3:38: “…Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios.” Cristo se negó de salvarse a sí mismo, en el sentido inmediato, a fin de salvar a nosotros. En lo que a nosotros nos respecta, ¿dejaremos que tan grande sacrificio sea en vano? III. UNA PALABRA DE DESAFÍO. (Lucas 23:38-39) “Y uno de los malhechores le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lc 23:39). Para muchas personas la entrada al Evangelio y a nuestras iglesias es por los cultos de oración. Gente de la comunidad secular ha oído que los cristianos oran por situaciones de necesidad y que Dios responde. Vienen, pues, con sus necesidades inmediatas: “Oren para que mi hijo(a) sane de su enfermedad; oren para que yo consiga un buen trabajo; oren para que se resuelvan los conflictos en el seno de mi familia.” Las personas que acuden así pero quedan en el Evangelio, aprenden que, si bien Dios no siempre cambia la situación inmediata en la forma en que se imaginaba, a lo largo Dios llena las necesidades más íntimas de la persona – a lo largo Dios llena todas sus necesidades. (Nuestra pastora en Cuba nos ilustró esta gran verdad en base a la historia de la samaritana, Jn 4). El ladrón que desafió a Jesús se fijó exclusivamente en su necesidad inmediata – y todo lo perdió. Su compañero, como veremos, se atrevió a mirar más allá de la necesidad emergente – y todo lo ganó. IV. UNA PALABRA DE RECONOCIMIENTO. (Lucas 23:40-41) “(El otro malhechor dijo) Nosotros recibimos lo que merecieron nuestros hechos, pero este ningún mal hizo.” (Lc 23:41). Aunque Jesús queda injustamente sentenciado a muerte, diferentes personajes de la pasión reconocen su inocencia. Tanto Lucas como Juan registran que Pilato tres veces lo declaró inocente. Este malhechor también se siente obligado a reconocer el carácter cristalino del Cristo. No se puede separar la vida irreprochable del Salvador de su muerte sacrificial. Al fin y al cabo, solamente un Salvador libre de pecado pudo salvarnos del pecado. (compare 1 Jn 3:5). Hasta este momento, el reo condenado probablemente no se había reconocido como pecador. Tendría amplias excusas para justificar sus fechorías o echar la culpa a otros. Ahora, frente a la radiante bondad de Jesús, confiesa su condición: “Nosotros recibimos lo que merecieron nuestros hechos.” Mientras vivamos comparando nuestra conducta con la de los vecinos, es fácil decir: “No hago mal a nadie.” Cuando nos confrontamos con el desbordante amor y santidad de Jesús, la historia es otra. Ahora nos vemos tal como somos y clamamos, “Dios tenga misericordia de mí, pecador.” Al mismo tiempo, el Evangelio nos promete que, cuando nos unimos a Cristo, su Espíritu nos va transformando para llevar la misma imagen de su gloriosa santidad (2 Co 3:17-18). V. UNA PALABRA DE SÚPLICA. (Lucas 23:42-43) “Acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino”. (Lc 23:42). A diferencia de todos los burlones, el reo condenado sí se atreve a creer que Jesús tiene un reino, un reinado. Y se atreve a creer que ese Reino se extiende más allá de las fronteras de la muerte. ¡Qué gran salto de fe! El reo quiere tener parte en ese Reinado que Jesús va a heredar plenamente. No formula una larga lista de pedidos. Simplemente dirige a Jesús la súplica que en su hora de necesidad, hombres y mujeres de fe en días del Antiguo Testamento habían dirigido al Dios eterno (Ana, Nehemías, el Salmista, por ejemplo): “Acuérdate de mí…” El Señor Jesús responde a esta tremenda expresión de fe, prometiendo algo mejor todavía: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. No se impone una espera interminable, la promesa es para hoy. Esta palabra es el clímax de una gloriosa serie de expresiones en Lucas: “OS ha nacido HOY, en la ciudad de David, un Salvador” (2:10); “HOY se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (4:21); “HOY ha venido la salvación a esta casa”. (19:9). ¡Nuestro Dios no sufre de amnesia! Se acuerda de los que suplican su misericordia (ver también Éx 2:24). A los que confían en Dios, los hace ciudadanos y partícipes del Reino de Cristo HOY, sin más demora. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Co 6:2). VI. UNA PALABRA DE INDIFERENCIA. (Mateo 27:45-50) “Al instante, corriendo uno de ellos,… le dio a beber (a Jesús). Pero los otros decían: “Deja; veamos si viene Elías a librarle.” (Mt 27:48-49). Jesús ha lanzado su grito de desolación: “Elí, Elí, ¿lama sabactani?” (Mt 27:46). Entendemos que también ha pronunciado la sencilla expresión de necesidad registrada en Jn 19:28 “Tengo sed”. La reacción de la mayoría de los presentes es la indiferencia: “Deja, veamos si viene Elías a librarle”, Ante el dolor ajeno, ante el sufrimiento ajeno, ¿no hemos reaccionado igual? “Que se encargue Fulano de ese pobre desgraciado. Yo tengo mis propios asuntos que atender”. Hubo una excepción a las expresiones de indiferencia. Uno de ellos salió corriendo, para empapar una esponja en vinagre y levantarla a los labios de Jesús. Ese se habrá dicho: “No sé si ese tipo Elías viene o no. Pero este pobre doliente no puede resistir mucho más. Si se va a hacer algo a favor de él, es necesario hacerlo ahora. Si alguien va a mostrarle compasión, ese alguien tendrá que ser yo.” Desde su cruz, Jesús aún dice: “Tengo sed”. Tengo sed de un mundo redimido. Tengo sed de actos de compasión y solidaridad dirigidos a una humanidad necesitada. Nosotros podemos ayudar a aliviar esa sed. “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños…” (Mt 25:40). VII. UNA CONFESIÓN DE FE. (Marcos 15:37-39) “Y el centurión que estaba frente a él dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.” (Mr 15:39). “Jesús, Hijo de Dios” es un gran tema del Evangelio de Marcos. Como un encabezamiento de todo el libro encontramos la frase “Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mr 1:1). Pero, ¡Qué notable! En todo el Evangelio, este capitán romano, jefe del escuadrón de ejecución, un hombre de trasfondo pagano y no judío, es el primer ser humano en confesar su fe en estos términos. Antes, Jesús es reconocido como Hijo de Dios por demonios (5:7; ver 1:34) y por el Padre eterno (1:11; 9:7). En este Evangelio, Pedro dice escuetamente: “Tú eres el Cristo” (8:29), mientras que las autoridades judías rechazan el concepto, indignados (14:61-62). En el esquema de Marcos, no hay fenómenos naturales ni ninguna realidad externa que pueda forzar la fe de este oficial romano. Por eso, su respuesta de fe es más notable. Marcos, quien casi ciertamente escribía para los cristianos en Roma, ve en este hombre el precursor de multitudes de gentiles que han de unirse a la Iglesia mediante la misma confesión. ¿Con cuál de estas palabras dirigidas a Jesús nos identificamos? ¿Nos ubicamos con los burlones o con los indiferentes? No lo permita Dios. Más bien, ¿no nos acoplaremos a la súplica confiada del reo penitente? ¿No nos uniremos a la confesión de fe de este verdugo pagano: “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador”. |