“PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS, COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES”,
PORQUE HAY MÁS DICHA EN DAR QUE RECIBIR OSVALDO L. MOTTESIResumen del noveno capítulo de nuestro libro ORACIÓN Y MISIÓN. Orando y con el mazo dando. El poder transformador del Padrenuestro, en proceso de publicación.
¿Deudas, ofensas o pecados?
Antes de intentar responder a esta pregunta, necesitamos comenzar reconociendo que “toda traducción es una tarea de aproximación. Por mayor que sea el esfuerzo de los traductores, es imposible reproducir en su totalidad, en una determinada lengua, lo que se ha expresado originalmente en otra. Hay matices que van más allá de la equivalencia semántica de dos términos sinónimos pertenecientes a diferentes idiomas”.[1] Además hay que tomar en cuenta los contenidos emocionales, la cosmovisión, las experiencias de vida y los mil otros bagajes que “no nos podemos quitar de encima”. Esto aplica tanto al autor bíblico como a quienes le traducen. Y por supuesto, también aplica a quienes leemos lo traducido.[2] “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Esta quinta petición del Padrenuestro, la segunda en plural, es una de las frases donde más ha sido desfigurada la verdadera intención de Jesús al enseñarla. Si toda buena traducción no es algo fácil, menos aún la de documentos antiguos como la Biblia en general y el Padrenuestro en particular. Si como reiteramos, Jesús enseñó esta oración en su arameo natal, necesitamos comenzar con la cosmovisión, mentalidad y lengua arameas, que fueran reseteadas en el griego de la comunidad de Mateo, para luego llegar a nuestro castellano actual. Sin dudas, en todo este proceso hay una marcada influencia del arameo. Este usa un mismo vocablo: shabaq, para “pecado” y “deuda”. Por ello shabaq suena igual para “la remisión del pecado” que para “el pago de una deuda”. Notemos ya aquí el matiz que ofrece este lenguaje: el pecado se puede expiar, pero las deudas hay que pagarlas, a menos que sean gratuitamente abolidas.[1] La versión griega según Mateo de esta petición no parece significar para nada ni “perdón” ni “ofensas”. El verbo griego aphíêmi que se traduce como “perdonar”, nunca se usa con tal significado en el griego clásico. Significa más bien “dejar ir”, “soltar”, “liberar”, “disolver”. Podemos comprobar que tales significados y otros muy cercanos son usados por diferentes autores en distintos libros de la Biblia. Ofrecemos solo seis, entre muchos otros ejemplos: Mat. 4:11; Mar. 10:28; Luc. 4:18; 1Cor. 7:11; Heb. 6:1; Apoc. 2:4.[2] Tal significado del verbo aphíêmi se refuerza en esta plegaria con su complemento: “nuestras deudas”, que en el Padrenuestro no son “ofensas” ni “culpas”, sino claramente “deudas”. La frase del Padrenuestro que leemos y repetimos en castellano como “perdónanos nuestras deudas” dice en el griego: Kai afes emín ta ofeilémata ‘emón. Aquí la palabra ofeilema (nominativo), ofeilématos (genitivo), con su acusativo plural ofeilémata = “deber”, “obligación”, y el verbo ofeilo en sus cuatro significados = “deber” en cuando a “ser deudor o deudora” y “deber” en cuanto a “estar obligado u obligada”, sin duda ninguna duda no pueden ni se debieran traducir como “ofensas” o “faltas”.[3] Esperando no hacer más compleja la explicación, necesitamos mencionar que, aunque los verbos del griego clásico para “ofensa” o “culpa” = adikema, y para “perdón” = syggnomê, se usan en el NT,[4] el Padrenuestro no los utiliza. Sin embargo, aphíêmi, que como dijimos no significa propiamente “perdonar”, pasa a ser el verbo usado en todo el NT para hablar del “perdón de los pecados”. Pues con Jesús, el perdón se convierte en “remisión”, “liberación”, “descarga”, “condonación”. Aquí sí, en el orden espiritual, claramente y en línea con la influencia del sentido religioso del arameo, se da una aproximación bíblica “deuda-culpa”. Esta expresa nuestra situación y responsabilidad ética como gente pecadora delante del Señor. El pecado, como deuda contraída ante Dios, nos permite comprender la gratuidad del perdón y, como somos también gentes acreedoras, nos compele a ejercer misericordia, que es compasión en acción,[5] con quienes nos deben. La relación lingüística bíblica “deuda-culpa” se confirma con el hecho de que esta es la única petición del Padrenuestro que Jesús explica, inmediatamente después de terminar de enseñar esta oración modelo. Lo hace al decir: “Porque si perdonan a los hombres sus ofensas, su Padre celestial también les perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre les perdonará sus ofensas.”(Mat. 6:14-15). Por ello, concordamos en general con el decir de Justo González: Pero no debemos tomar esto de las deudas económicas solamente en el sentido estricto. Ciertamente se refiere a perdonar las deudas económicas que tengan con nosotros otras personas. Pero también se refiere a toda otra deuda. Se refiere también a la persona que habló mal de nosotros, y a aquella persona que dijo algo que nos hirió, y a la otra que está tramando hacernos daño. Son esas las deudas que nos comprometemos a perdonar al mismo tiempo que pedimos a Dios que nos perdone las nuestras. Y también estamos pidiendo a Dios que si no perdonamos… ¡tampoco él nos perdone![6] De acuerdo, pero nos atrevemos a ampliar tal afirmación, convencidos de que: 1) El Padrenuestro, desde la pluma griega de Mateo y como hemos explicado, no habla de “ofensas”, “faltas” o “culpas”, sino de auténticas “deudas de dinero”.[7] Dinero que las gentes pobres no tenían en el tiempo de Jesús ni tienen hoy, y sin el cual vivir se hace muy difícil. 2) A través de la historia, en sociedades inundadas por la intensidad y violencia de las deudas, como fue la de Jesús y es la nuestra, las gentes deudoras insolventes estaban y están a merced de los poderes acreedores. 3) Por ello, “nuestras deudas” y “nuestros deudores” expresan e implican una dimensión social mucho más vasta que sólo a nivel de relación interpersonal. Es la implícita pero clara crítica social de Jesús a las injusticias económicas, con el trasfondo de justa reparación socioeconómica nacional de la ley israelita del Jubileo, presente en el Maestro, tan judío como lo es todo el espíritu de su oración modelo. Con lo dicho reiteramos nuestra tesis, compartida al inicio de este comentario: “El Padrenuestro es un verdadero manifiesto revolucionario con real poder transformador, cuyo propósito es trascender la tradicional espiritualidad mística pasiva, hacia una espiritualidad dinámica y activa, obediente y transformadora, que se vive en los caminos terrenales del reino de Dios”.[8] Las deudas son nuestra realidad universal Vivimos en deuda ecológica con la creación. Una deuda ética y social, global y creciente, contraída en especial por los países altamente industrializados, responsables de una histórica y progresiva contaminación ambiental, pero en la que toda la humanidad en distintos grados es participante. Producimos y consumimos irresponsablemente, ignorando y vejando, explotando y contaminando de mil maneras a la creación. Por ello, sus reacciones son las propias de un organismo lleno de vida. La creación se enoja, porque la humanidad la maltrata. Sus emociones negativas se expresan cada vez más en deshielos y desertificación, inundaciones y sequías, tsunamis y terremotos, tormentas y erupciones, y toda una gama de otras manifestaciones destructivas crecientes en número e intensidad. Estas reacciones furiosas de la Madre Tierra, producen el sufrimiento de millones de seres humanos y generan un cada vez más preocupante interrogante ante el mismo futuro de nuestro planeta.[9] Vivimos con deudas económicas nacionales externas e internas. La pesadilla de la “deuda externa” y sus mil derivaciones agobia la vida y afecta el desarrollo integral de muchos países latinoamericanos. En buen número casos, esto pareciera ser un círculo vicioso imposible de superar. Paradojalmente, las economías nacionales más poderosas también son deudoras y en gran escala. Los Estados Unidos de América, el poder económico nacional mayor del planeta, tiene una deuda creciente que, a inicios de 2022, ya superaba los 30 trillones de dólares.[10] Casi lo mismo ocurre con las economías más fuertes de la Unión Europea. Esto perturba la situación política interna y la influencia externa de estas naciones en el concierto mundial. No cabe duda, somos participantes, ya sea como partes deudoras, acreedoras o ambas, de una red global y multiforme de deudas económicas. Vivimos en deuda histórica con países más débiles. La colonización del “nuevo mundo” por parte de España, significó para ésta la adquisición de un nuevo ámbito histórico para la cristalización de su idiosincrasia universal y, por ende, de sus proyectos imperiales. En la hora de su derrota y retirada detrás de los Pirineos, cuando la Europa del Renacimiento y la Reforma se le cerraba como campo de realización de su ideal unificador y monolítico del gran imperio cristiano, América se transforma para España en el nuevo horizonte que brinda esperanza a sus frustraciones universalistas. La colonización española en Latinoamérica encarnó así la supervivencia de la Edad Media, allende la Europa donde ya florecía pujante el Renacimiento y los nuevos aires de libertad. El ideal histórico universal español, encontró en nuestras tierras campo propicio para su realización. Homogeneizada culturalmente, como resultante del absolutista imperialismo español, América Latina fue simultáneamente dominada como un bloque en lo religioso por la Iglesia Católica Romana. Esto como fruto lógico, directo y premeditado de la superestructura político-religiosa que dominaba la cosmovisión medieval de los conquistadores. La “evangelización de las gentes” nos vino así desde una cristiandad estructurada arquitecturalmente hasta en sus más finos detalles, por la delicada elaboración del pensamiento escolástico. No fue una epifanía de la tierra, que germina y florece en respuesta íntima al "rocío de los cielos”, sino el advenimiento preconfigurado y dominante de una estructura política y religiosa, social y cósmica. La experiencia latinoamericana es la muchas otras regiones y naciones del planeta. Las características son diferentes por razones culturales e históricas, pero el resultado es el mismo. Es la de una colonización invasora y destructora, cuyas huellas persisten en diferentes regiones y naciones del mundo. Esta es la deuda histórica y moral que los siempre poderosos imperialismos, tienen hasta hoy con los países jóvenes del planeta.[11] Todos los seres humanos vivimos endeudados. A nivel personal vivimos en deuda económica, por la trampa del “dinero plástico” en esta sociedad del hiperconsumo. Vivimos en deuda social, por el hiperindividualismo que el mismo sistema socioeconómico de competencia meritocrática aberrante fomenta. Estamos en “deuda externa”, por falta de amor y cooperación en nuestras relaciones interpersonales Vivimos en deuda espiritual, por nuestra irresponsable separación de Dios. Esto ha generado nuestra gran deuda, por la tragedia de nuestro pecado. El perdón es la misma esencia del Evangelio El ejemplo del Jubileo nacional en Israel. La Biblia contiene muchas sorpresas. Una de las más bellas es la enseñanza sobre “el año del Jubileo”, del cual algo ya hemos comentado.[12] Este debía ocurrir cada cincuenta años. Era un año de perdón económico, cuando se cancelan, de un plumazo, todas las deudas de todas gentes y grupos en toda la nación. Eso se llamaba y llama en la Biblia, "el año del Jubileo".[13] Era un año de perdón social y necesario de tremendo valor comunitario, al rescate concreto de la justicia en todo el pueblo, para restablecer la equidad social en todas las esferas de la vida de la nación. Era y es la reglamentación social más radical en la vida de Israel. Era recuperar el balance que el pecado había destruido. Balance económico y social, ético y humano que para cada israelita era sinónimo del paraíso en su tierra. Por eso el Año Jubilar, como su nombre lo destaca, era un año de verdadera fiesta nacional. El biblista Pablo Richard, con quien concordamos en esto, apunta la evidencia de que la petición cristiana del perdón de deudas encuentra sus raíces y pertenece a la tradición del Año Sabático y el Año Jubilar. Por eso el Padrenuestro es, por excelencia, la oración del Jubileo. JesuCristo es el Jubileo universal y eterno de Dios. La nueva creación será un Jubileo eterno porque JesuCristo, necesitamos reiterarlo, es el Jubileo, el shalom, la plenitud más plena de la vida de Dios. Es y será el reinado total y para siempre, de quien afirmó “Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Vida que es fruto del perdón espiritual (Rom. 10:9) y necesario (Juan 3:3, Hech. 3:19); personal (Juan 3:16) y universal (Rom. 1:16; Col.1:15-23); que debe ser perdón mutuo (Efe. 4:2; Col. 3:13), para ser una fiesta total (Luc.15: 20-24). Es vivir el espíritu y la actitud, la gracia y el fruto del Jubileo. Porque “es más bienaventurado dar que recibir” (Hech. 20:35). Esto es también orar y con el mazo dar. Recibimos el perdón, en la medida en que lo ofrecemos Debemos reconocernos gentes deudoras de dinero u otros valores materiales, cada vez que es necesario. Pero somos deudoras y deudores de mucho más. Debemos a quienes de mil formas nos han bendecido y bendicen. Desde nuestros padres y madres, hasta quienes nos llevaron a los pies de JesuCristo. Debemos ser gente deudora, cargada de profunda gratitud a Dios y a la vida. Si quizás no hemos devuelto tanto amor y bendición como los que hemos recibido, estamos en deuda con Dios y con la vida que el Señor nos regala. Agradecer es una decisión y acto personal. Es vivir el espíritu y la actitud, la gracia y el fruto del Jubileo que es JesuCristo. Pedir perdón requiere nuestra decisión de perdonar. Es vivir conscientes que, en nuestras relaciones humanas, recibiremos perdón en la misma medida en la que somos capaces de perdonar. Solo eso y nada menos que eso, porque esto es central al evangelio: perdonar. El evangelio demanda perdonar las deudas materiales y todas las demás que sean, de quienes nos deben. Dar y recibir perdón es vivir una vida victoriosa. Ofrecer perdón es vivir y actuar como Jesús. Esta es la segunda de las peticiones en plural del Padrenuestro, que nos recuerda la importancia decisiva, la fragilidad constante, y la necesidad de la reconciliación cuando es menester, para reestablecer nuestras relaciones humanas. Ser consecuentes al clamar “perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”, es pedir por las deudas económicas y también las éticas que contraemos, al no comprometernos eficazmente en todas las dimensiones de la justicia y la construcción del Reino. Es pedir perdón al Padre por nuestros pensamientos y actitudes, sentimientos y decisiones, acciones y omisiones. Y una de nuestras mayores omisiones es no perdonar a quienes muchas veces nos deben y afectan de mil otras formas, con su falta de amor e integridad. Pedir perdón por nuestras deudas y perdonar las deudas de quienes nos deben, es testimonio concreto de espíritus superiores. Seres que gozan de vida abundante. Linaje que sólo es fruto de la transformación revolucionaria que opera JesuCristo en cada vida. Y sólo con esas vidas que viven el clima del reino de Dios en nuestro aquí y ahora, es posible hoy una auténtica revolución. La que procura el desarrollo de una sociedad más feliz, basada en la fe, la esperanza y el amor. La que aboga por un convivio humano planetario en real amor y cooperación, justicia y paz. El fruto será un mundo cada vez menos imperfecto, en marcha cada vez más intensa hacia la consumación de la historia. La que instaurará el nuevo génesis, bajo la soberanía total del segundo Adán, el shalom divino: JesuCristo. ¡Qué gloriosa utopía bíblica revelada, y por eso verdadera, real! Que la visión y el llamado, la vocación y misión de nuestras vidas, en marcha hacia el Reino, sea hoy y siempre orar y con el mazo dar. [1] Veremos más adelante el trasfondo histórico de esto, en la Ley del Jubileo en la vida de Israel. Véase también DHAB; José Ignacio González Faus, “Rezar bien el Padrenuestro” en Razón y fe. Madrid: Universidad de Comillas, Vol. 283, 2021: marzo-abril, pp. 37-43.
[2] NTIGE, pp. 11; 184; 238-239; 67; 864; 960. [3] Véase NTIGE, p. 20; José Ignacio González Faus, Op. Cit., pp. 37-38. [4] Ejemplos: adikema en Apoc. 18:5: “Dios se ha acordado de sus injusticias” (RVR60: “maldades”; BJ y NBLA: “iniquidades”; NBE: “crímenes”) y syggnomê en 1Cor. 7:6: “Esto digo a modo de concesión, no como mandamiento” (BPA y BNC: “condescendencia”; “indulgencia”). Véase también NTIGE, pp. 1009 y 672-673. [5] Véase “Misericordia y misión” en Osvaldo Mottesi, Monte y misión. El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2022, pp. 91-108. [6] Justo González, Padre Nuestro: La oración que el Señor nos enseñó. El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2019, pp. 122-123. [7] La Iglesia Católico-Romana, en acuerdo con las conferencias episcopales de 27 países de habla castellana, impuso en 1986 el cambio de “deudas” por “ofensas” o “faltas” en sus versiones autorizadas del Padrenuestro. Creemos que no fue sólo por la aproximación “deuda-culpa” comentada, sino en un intento político de “suavizar” la dimensión social crítica de la enseñanza de Jesús. Todas las buenas versiones protestantes que conocemos, son fieles a la correcta traducción. [8] Véase el capítulo 1 de esta obra: “Acercándonos al Padrenuestro” y John Dominic Crossan, The Greatest Prayer. Rediscovering the Revolutionary Message of the Lord’s Prayer. Ney York: Harper-Collins Publishers, 2010, especialmente pp. 143-162. [9] Véase “Emociones de la creación” en Osvaldo Mottesi, Historias que hacen historia. Buenos Aires: Certeza Argentina, 2016, pp. 143-158. También: Ecología Política: www.ecologiapolitica.info ; Socioecología: www.socioeco.org ; Ecoportal: www.ecoportal.net . [10] Véase The New York Times, U.S. National Debt Tops $30 Trillion as Borrowing Surged Amid Pandemic. www.nytimes.com/2022/02/01/us/politics/national-debt . [11] Véase Osvaldo L. Mottesi, “Revolución y evangelización en el contexto latinoamericano” en Orlado Costas (cop.), Hacia una teología de la evangelización. Buenos Aires: La Aurora, 1973, pp. 245-262. [12] Véase el capítulo 6 de esta obra. [13] Véase P. van Imschoot, Teología del Antiguo Testamento. Madrid: Ediciones Fax, 1986, pp. 564-576; Ropero Berzosa, “Jubileo” en GDEB, pp. 1427-1429. |