PERSECUCIÓN POR EL REINO Y MISIÓN
OSVALDO L. MOTTESIResumen de los capítulos noveno y décimo de nuestro libro: Monte y Misión. La ética transformadora de Jesús en sus bienaventuranzas. El Paso: Mundo Hispano, 2022
“Dichosos, bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les pertenece. Dichosos, bienaventurados serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias. Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los profetas que los precedieron a ustedes” Mateo 5:10-12.
La bienaventuranza de sufrir persecución por el Reino de Dios. Comenzamos con un detalle importante a destacar: Esta última bienaventuranza, al igual que la primera dirigida a “los pobres en espíritu”, terminan afirmando una realidad presente y contundente: “el reino de Dios les pertenece” y “de ellos es el reino de los cielos”. Todas las otras bendiciones terminan con promesas futuras, que son parte del clima del Reino. Esto es coherente, pues el sermón del monte es la Carta Magna del reino de Dios. Sólo estas dos, afirman la ciudadanía del Reino como una realidad presente y permanente. Por eso, de alguna forma, se destacan de las demás bienaventuranzas.
Continuamos con una convicción personal: Siempre hubo, hay y habrá quienes, por diferentes razones, sufren persecución. Todas estas personas merecen compasión y ayuda. Pero no todas, aparentemente, son parte del reino de Dios. Inmediatamente después de hacer esta clásica afirmación, necesitamos matizarla. Lo hacemos, a partir de una importante enseñanza de Jesús. Para ello, nos ayuda la muchas veces ignorada “parábola de los dos hijos”. Si recuerdan, ya la consideramos, al tratar la bienaventuranza anterior: “Dichosas, bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”(5:9). En línea con lo que ya nos ha enseñado esta parábola, arriesgaremos una conclusión personal, sobre la persecución por causa de la justicia. La historia, ya dijimos, muestra a muchos tras distintas filosofías, algunas ateas, con hambre y ser de justicia y luchando por la paz. Concluimos, que ciertas acciones de gentes y movimientos no cristianos, son “aliadas” a las de quienes “trabajan por la paz”, como “hijos e hijas de Dios”. Es decir, hacen la voluntad de Dios, sin creerla ni confesarla. Entre estos, suele haber muchas ser gentes perseguidas. También vimos, que los dos hijos de la parábola de Jesús, marcan una distinción. Representan a gentes religiosas que no creen, y a personas marginadas que sí creen. Son los del “sí pero no”, y los del “no pero sí”. Jesús afirma una paradoja: los considerados “impíos” o pecadoras, alcanzan salvación. Los considerados “justos” y “justas”, aun siendo dirigentes religiosos, quedan excluidos. Es que los primeros, están abiertos y dispuestas a obedecer el mensaje del reino de Dios, mientras que los segundos están impedidos; creen en su perfección, y que no necesitan arrepentirse. Por eso, el hijo que cumplió la voluntad del padre, es ejemplo de fe, hecha obediencia responsable, Este es criterio definitivo de ciudadanía en el reino de Dios. Nuestra conclusión es esta: Sin dudas el ejemplo ideal, son quienes declaran y viven el sí. Pero también afirmamos, sin vacilación, que la totalidad de quienes, sin confesar la fe cristiana, son perseguidos por causa de la justicia, son mirados de manera especial por quien es “un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos”(Efe. 4:6)[1]. Como en cuanto a otras realidades del Reino de Dios, quizás no podamos entender ni articular esto en detalle. Pero creemos que, todas las gentes perseguidas a causa de la verdadera justicia, por hacer lo que Dios manda, de alguna manera participan con quienes peregrinan en los caminos del Reino. Lo crean ellas o no, o lo acepten o no, son aludidas por Jesús en esta bienaventuranza. Es que no podemos concebir al Dios de amor y verdad, cuya encarnación plena se da en JesuCristo, ignorando a muchos de quienes son maltratadas y perseguidos por causa de Su justicia. Es nuestra convicción. Volvamos a la bienaventuranza. Con esta, llegamos a la cima de la escalera ascendente del Reino. Jesús está aquí, como siempre, actuando con absoluta claridad y honestidad. Sabe que muchos hombres y mujeres, sufrirán por su fe y testimonio cristianos. No lo niega ni lo esconde. Tampoco hace promesas fáciles como un politiquero más. Solo afirma lo que vendrá. Es que la fe cristiana fue, desde su emergencia, una realidad contracultural de transformación y esperanza. Y esto, tanto ante la oferta pagana del imperio romano, como frente la religión hipócrita de los judíos. Jesús sintetiza brevemente, todo lo que poco después de su ascensión, habría de ocurrir. Los creyentes recibieron todo tipo de calumnias. Les acusaron de canibalismo, por afirmar que en la Cena del Señor participaban, de alguna forma, del cuerpo y la sangre de JesuCristo. Declaraban como orgías sexuales, lo que ellos y ellas llamaban “ágapes de amor” y “ósculos santos”. Les culparon de terroristas e incendiarios, al interpretar tendenciosamente sus enseñanzas escatológicas. Les acusaron de destruir la unidad familiar, por divisiones que surgían en hogares donde alguien se entregaba al Señor. Pero la confrontación más importante para los romanos, era de carácter político. Los creyentes se negaban a repetir la declaración pública del imperio: “César es el señor”. En su lugar, afirmaban: “JesuCristo es el Señor”. Este era el núcleo de su predicación y testimonio. El resultado fue la persecución más feroz. Porque como bien apuntara Eusebio de Cesarea, “la sangre de los mártires ha sido y es la semilla de la iglesia”.[2] Las persecuciones a creyentes de ayer y de hoy no fueron ni son situaciones provocadas por un sublimado masoquismo de quienes siguen al Señor, un anhelo más emocional que espiritual de obedecer al “alégrense y llénense de júbilo…” de Jesús. Todo lo contrario; la persecución es simplemente un hecho histórico, fruto del conflicto al optar por los valores del Reino, en confrontación con los no valores de esta sociedad. En esta bienaventuranza, quienes sufren persecución reciben la exhortación de Jesús a tomar conciencia de su participación en el drama de la redención. Allí, el sufrimiento se hace esperanza al recordar: “… porque les espera una gran recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los profetas que los precedieron a ustedes”. Y desde el Calvario hasta hoy, la Cruz cotidiana y aun la posible final, se hacen victoria en el poder de la resurrección, cuando exclamamos con Pablo: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?... ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!” (1 Co 15:55-56). Nada es realmente nuevo en esta bienaventuranza. El Antiguo Testamento reitera con persistencia que la suerte de las gentes “justas” es el sufrimiento. El clímax de tal mensaje es la profecía del Siervo Sufriente (Isa. 52:13-53:12). Allí de una vez se anuncia que el Mesías prometido conquistará, redimirá al mundo a través del sufrimiento. ¡Qué paradoja! Hoy, en esta hora de relativismos de principios y conductas, es desgraciado comprobar el creciente sincretismo de valores y tendencias acomodaticias en las congregaciones cristianas. Ya no inquieta ni parece extraño, que la etiqueta cristiana genere buen juicio y aún reconocimiento de la sociedad circundante. Algunos miembros multimillonarios en países ricos, son honrados tan sólo por sus millones. Su riqueza obscena, fruto de un sistema injusto, no preocupa casi a nadie ¡Y todo esto, y mucho más, en el mismo mundo que ha crucificado a JesuCristo! Cuando Jesús declara dichosas, bienaventurados a quienes son perseguidos y maltratadas por seguirle, tiene muy presente que la persecución daría a estos hombres y mujeres fieles, la oportunidad de hacer pública su fe. Esto por sí solo, a la luz de toda la Escritura, es una buena aventura, una gloriosa bienaventuranza. La persecución viene solamente cuando no armonizamos de verdad con la vida y las actitudes, los valores y la conducta de este mundo, pues nuestra única armonía es fruto de nuestra fidelidad y seguimiento de JesuCristo. La historia muestra una gloriosa procesión de hombres y mujeres de toda condición, que fueron y son bienaventurados y dichosas por vivir para el reino de Dios y su justicia. Esta bendición se aplica a quienes reciben también, por su fidelidad, las demás bienaventuranzas. Esta es el último escalón, el clímax de la escalera ascendente, total y paradojal de la espiritualidad ética del reino de Dios. Al arribar en estas reflexiones a la cima de esta escalera ascendente, compartimos lo que deseamos nos mueva sin excepciones a vivir en seguimiento fiel de JesuCristo, que es vivir en solidaridad y compromiso por la transformación revolucionaria de este mundo por el cual Él murió y para el cual el Padre le levantó de los muertos. Lo hemos llamado un “Manifiesto de las Dichosas y Bienaventurados del Siglo XXI”. Lo ofrecemos como un intento de declaración de identidad y misión, para quienes desean ser no sólo recipientes, sino a la vez hombres y mujeres que comunican por palabra y gesto, estas jubilosas bendiciones. Nosotros, hombres y mujeres de toda condición, quienes confesamos a JesuCristo como nuestro Señor y Salvador en este siglo de claudicación humana, personal y colectiva, optamos participar por la gracia y poder del Espíritu Santo, en la misericordiosa y liberadora, compasiva y transformadora obra de Dios por el mundo. Por ello: ● Nos humillamos ante Dios y nos identificamos con todas las personas y comunidades humildes y pobres, marginadas y explotadas, haciendo nuestra su suerte, y luchando con esperanza por su redención integral. ● Nos declaramos en llanto de arrepentimiento sincero ante Dios por nuestros errores, y dedicamos con pasión nuestras vidas a consolar y esperanzar en JesuCristo a todas las gentes que lloran hoy por mil razones. ● Nos entregamos a Dios en cuerpo y alma, comprometiéndonos a seguir Su camino como agentes activos de reconciliación, viviendo y procurando hacer siempre la paz y la concordia en todas las relaciones humanas. ● Nos movemos con el hambre y la sed que vivió Jesús de una justicia plena, aquella que libera y transforma a las personas y las comunidades, en el camino de la esperanza hacia el mundo nuevo de Dios. ● Nos comprometemos a practicar cada día y en cada situación la misericordia de Dios, que es nuestra misión de compasión por la totalidad de quienes están en cualquier tipo de necesidad humana. ● Nos interesamos en vivir y hacer vivir en nuestro quehacer personal, de relaciones humanas, y en comunión con toda la creación, la voluntad de Dios en forma holística en todo lo que somos y hacemos. ● Nos consagramos a trabajar por la paz, a través de la reconciliación justa y generosa, desinteresada y auténtica con gentes amigas y enemigas, tal como Dios expresa su amor a todo lo que ha creado. ● Nos disponemos a sufrir como Jesús sufrió, con esperanza, las cruces contemporáneas que son y serán el fruto consecuente de nuestra firme lealtad a Él y a la justicia y amor de su Reino. El personaje bíblico escogido como ejemplo es Daniel. Es un personaje importante del AT, considerado autor y protagonista del libro que lleva su nombre, cuyo relato es su autobiografía. Daniel pertenecía a una familia noble del reino de Judá, que fue deportada en Babilonia, luego de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor (Dan. 1:3-6). El historiador judío Flavio Josefo, la referencia extrabíblica más confiable sobre la historia de Israel, ofrece cierta información, cuyas fuentes se ignoran. Esta destaca que Daniel pertenecía a la generación joven de la realeza de Judá, deportada en Babilonia. El nombre Daniel, significa “Dios es mi juez” o “Juicio de Dios”. El judaísmo acepta a Daniel como el autor de su libro, pero no como un profeta. El cristianismo, en cambio, incluye su libro entre los profetas mayores del AT. Las iglesias católica, ortodoxa y orientales veneran a Daniel como un santo. El Calendario de Santos de la Iglesia Luterana del sínodo de Misuri incluye a Daniel. Todo el resto del cristianismo protestante lo considera un profeta. Se cree que nació en Jerusalén, en el siglo séptimo antes de Cristo, y murió en Babilonia alrededor de cien años después. Daniel es un libro y personaje popular, por su llamada “Profecía de las Semanas”. Esta anunciaría, según algunos intérpretes, el nacimiento y la muerte de JesuCristo con exactitud. También, es atractivo por sus predicciones sobre guerras apocalípticas, y la sucesión de los imperios mundiales. Dado nuestro propósito, no analizaremos las interpretaciones que han surgido de las importantes profecías de Daniel. Nuestro enfoque es considerarlo, como ejemplo de un bienaventurado, parte de la legión de quienes fueron, son y serán maltratadas y perseguidos por practicar la justicia, pues ellos forman parte ya del reino de Dios. La historia Nabucodonosor, rey de Babilonia, tomó, sitió y conquistó a Jerusalén el año 587 antes de Cristo. Profanó y destruyó el Templo y el reino de Judá. Deportó a muchos de sus habitantes a Babilonia. En especial, a lo mejor de la nueva generación judía. Daniel y otros tres compatriotas fueron escogidos. Les dieron nuevos nombres: Daniel se convirtió en "Beltsasar". Ananías, Misael y Azarías se convirtieron en "Sadrac", "Mesac" y "Abednego" (1:1-6). Los cuatro muchachos se destacaron por su sabiduría y habilidades. Por ello, entraron al servicio del rey. La primera señal de fidelidad de Daniel a Dios, fue cuando él y sus amigos rechazaron la comida y el vino de la mesa del rey, y se hicieron vegetarianos. Dado que se veían bien, quizás por sus comidas saludables, se les permitió continuar con su dieta. Los cuatro se convirtieron en conocedores de todos los asuntos babilónicos. Además, Dios le dio a Daniel el don para entender visiones y sueños (1:17). Nabucodonosor fue perturbado por un sueño que no podía interpretar. Magos y hechiceros, adivinos y astrólogos no lograron entenderlos. El rey los condenó a muerte, incluido Daniel. Este intercedió por todos y, luego de buscar intensamente a Dios en oración, recibió revelación del sueño. Cuando fue llevado ante el rey para interpretarlo, Daniel comenzó afirmando que su don provenía del único y verdadero Dios. La clave del sueño era, que en el futuro habría un reino establecido por el único Dios. Este sería eterno y reemplazaría a todos los reinos humanos anteriores (2: 28, 44-45). Daniel fue honrado por Nabucodonosor, y puesto en autoridad sobre todos los sabios de Babilonia. A su pedido, los tres compatriotas de Daniel fueron nombrados también en posiciones de autoridad. Más tarde, el rey tuvo otro sueño, y nuevamente Daniel logró interpretarlo con corrección. Nabucodonosor reconoció que Daniel poseía, lo que él llamó el espíritu de “los santos dioses”. Luego de experimentar un período de locura, el rey recobró la razón, y alabó la grandeza del Dios de Daniel, como el Dios Altísimo (4:34-37). Belsasar, hijo de Nabucodonosor, le sucedió como nuevo rey. Este profanó elementos sagrados de los judíos. Por eso, Belsasar vio una mano escribiendo en la pared. Sus astrólogos fueron incapaces de interpretar esta misteriosa escritura. Por eso, a sugerencia de la reina que sabía de su fama, Daniel fue llamado a interpretarla, y lo hizo. Como recompensa, Belsasar lo promovió a la tercera posición política más alta en el reino (5:29). Asimismo, y como Daniel lo había profetizado, esa noche Belsasar murió en batalla con los persas, su reino fue absorbido por Ciro el Grande, y Darío de Media fue hecho rey. Bajo el nuevo régimen, Daniel sobresalió como gobernador. Darío pensaba ponerlo sobre todo el reino (6:1-3). Esto enfureció a otros gobernadores, quienes buscaron destruirlo. Al no hallar falta en su vida y funciones, atacaron su fe. Lograron que Darío emitiera un edicto, prohibiendo la oración a cualquier dios fuera del rey. Daniel desobedeció y continuó, sin ocultarlo, orando al Señor. Por eso, fue arrestado. Muy a su pesar, el rey lo envió al foso de los leones, pero rogando que el Dios de Daniel lo salvara. Al día siguiente, Daniel estaba milagrosamente vivo. Por este milagro, Darío decretó que todos sus súbditos adoraran al Dios de Daniel, como el único y verdadero (6:4-23). Debido a su integridad, Daniel prosperó bajo el reinado de Darío. Alcanzó gran poder, en el mayor imperio de entonces. Ganó favor y prestigio en todo el mundo. La devoción de Daniel a Dios, en lugar de obstaculizar su éxito en ese contexto pagano, generó gran admiración. Tal fue su fama, que hoy seis sitios distintos, reclaman ser la tumba de sus restos. Algunas enseñanzas de Daniel para nuestras vidas. Daniel es ejemplo de creyente rendido y consagrado a Dios, en toda circunstancia. El Señor le usó en gran manera en su época, y le sigue usando hasta hoy como ejemplo, para tremenda inspiración de muchas gentes. Daniel experimentó devastadoras tragedias, pero jamás permitió que estas afectaran su confianza y esperanza en Dios. El Señor fue siempre su fortaleza y sostén, el secreto de su bendición. Daniel y sus compatriotas, fueron abruptamente violentados en su desarrollo juvenil, pero no abandonaron su fe. Eran quizás adolescentes, cuando fueron desarraigados de sus hogares y familias, su nación y su cultura. Les cambiaron hasta sus nombres. Intentaron destruir su identidad espiritual. Pese a todo, ellos siguieron fieles al Dios de sus padres y madres. Daniel y sus compañeros, por lo anterior, son testimonio del poder de la formación espiritual del hogar. Daniel pudo reaccionar, con un profundo sentido de derrota y depresión, ante las tragedias que experimentó. Pudo haberse llenado de ira, alejándose de Dios. Sin embargo, “Daniel propuso en su corazón no contaminarse…”(1:8). Esto no solo en cuanto a su comida, sino en todas las realidades de su vida. Daniel mantenía una profunda comunión con Dios, fruto de su disciplina espiritual. Como lo hacía desde pequeño, oraba tres veces cada día. Su primera decisión ante cualquier situación, era siempre la de orar. Su sabiduría y fortaleza eran, sin duda, fruto de su vida en permanente comunión con el Señor. Daniel siempre atribuyó a Dios, sus dones y habilidades, victorias y prosperidad. Decidió vivir para Dios, quien lo prosperó y usó en forma extraordinaria, a través de una larga vida. Sin esa convicción y actitud, Daniel quizás nunca hubiese escrito profecías tan decisivas, ni se hubiese convertido de esclavo en poderoso gobernante, ni hubiera alcanzado tanta influencia mundial. Daniel fue un perseguido por causa de la justicia, cuya fidelidad a Dios lo hizo un bienaventurado. Su ejemplo confirma hoy, que Dios siempre abraza a quienes sufren heridas en cuerpo o alma, mente o corazón, para ayudarles a vencer cualquier situación. Como Daniel, nunca vivimos en circunstancias perfectas, pero siempre hallamos consuelo y fortaleza, sanidad y esperanza, en las manos de un Dios que sí es perfecto. Según Jesús, son bienaventurados y dichosas los perseguidos por causa de la justicia de Dios. Son agentes de su Reino, para bendición de la familia y la iglesia, la comunidad y la sociedad, la humanidad y toda la creación. Vivir en seguimiento fiel de JesuCristo, es vivir en solidaridad y compromiso por la transformación de este mundo, por el cual Él murió y para el cual el Padre le levantó de los muertos. Por ello, la persecución en sus mil formas siempre se hará presente en el quehacer de nuestra misión. Jamás gozaremos la vida nueva del domingo de resurrección, sin la persecución y la Cruz del viernes santo. Persecución por el Reino y misión, son sinónimos. La historia de la salvación se simboliza en EL ENCUENTRO DE DOS MONTES. Los montes y montañas nos ofrecen, por su imponencia y belleza, encanto y misterio, seducción y hechizo, y toda la mágica leyenda de sus historias, una majestuosidad y atractivo singular. La relación legendaria y persistente, siempre viva entre monte y trascendencia nos cautiva. Ascender a sus cimas es transformador. Nos hace sentir especiales. Respiramos el aire frío y puro, dialogamos sin palabras con sus silencios majestuosos, y degustamos la cercanía nocturna de las estrellas. Desde lo alto, la comunión con el Creador se hace más intensa. Esas y muchas más, son vivencias que gozamos cuando subimos a los montes. Por ello, monte y bendición se nos hacen sinónimos. Un monte, nada menos que un monte fue la geografía singular, el escenario-púlpito del gran sermón de Jesús. Y las bienaventuranzas fueron su comienzo magistral. El Maestro subió a ese monte sin nombre, para enseñar y comunicar a todas las gentes sin excepción, su ética transformadora, la del reino de Dios. Esta era y es la voluntad del corazón de Dios el Padre, que para Jesús eran y son su misma voluntad y vocación, identidad y misión. Comprenderlas y vivirlas siguiéndole a Él, fue y es el llamado inescapable para todas las gentes, del gran sermón, . Por ello, aquí monte y discipulado se nos hacen sinónimos. Un monte, nada menos que un monte fue también geografía de la obediencia radical de JesuCristo a su misma identidad redentora. Llamaban a esa altura, despojada de todo atractivo por ser escenario espantoso de ejecución, Calvario o Gólgota, o Monte de la Calavera, lugar final para condenados a muerte. Allí el Señor vivió su glorioso final redentor en esta Tierra; la consecuencia absoluta entre lo que enseñó y vivió, y nos desafió a que viviéramos al seguirle. El perfecto y santo representó y pagó la deuda de nuestra imperfección pecadora. Aplicó a sí mismo, en toda su radicalidad, el corazón de su mensaje: hacer de la vida amor total, ágape hecho sudor y lágrimas, carne y sangre, crucifixión y muerte, para la bendición transformadora de la Creación. Por eso ayer, hoy y siempre, monte y redención se nos hacen sinónimos. La existencia toda de JesuCristo se simboliza en el encuentro de estos dos montes. Ambos fueron escenarios de sus dos mayores sermones. Ambos son testimonio de su mensaje que es vida, y de su vida que es mensaje. El monte de las bienaventuranzas nos enseña y convoca a vivir la ética transformadora del Reino, cargando su Cruz y siguiéndole a ÉL, en consecuencia radical entre nuestra fe y obediencia, nuestra convicción y misión. El monte Calvario, es testimonio de su entrega amante y redentora que nos hizo hijos e hijas de Dios. Hoy somos parte de su Reino, porque ayer Él vivió su propia consecuencia radical, impecable hasta la muerte y muerte de Cruz, ente su mensaje que es vida y de su vida que es mensaje. Por eso, en el encuentro de estas dos alturas ayer, hoy y siempre, monte y misión se nos hacen sinónimos. Por su obediencia radical, el Siervo Sufriente fue levantado de la aparente derrota final de la muerte, y hoy vive y reina, es nuestro Señor y Redentor; a la diestra del Padre intercede por ti y por mí, por toda la creación. Sigue fiel a su identidad y vocación. Es Reyes de Reyes y Señor de Señores, porque antes fue Siervo. Los dos montes, que hoy simbolizan su existencia hecha misión, nos convocan a seguirle y vivirle, cargando su Cruz. Que nuestras vidas sean testimonio impecable de fe y obediencia, convicción y vocación, MONTE Y MISIÓN. Ese es mi deseo y mi oración. Amén. Si te interesa conocer más sobre las bienaventuranzas, haz click en: Osvaldo L. Mottesi, Monte y misión. La ética transformadora de Jesús. El Paso: Mundo Hispano, 2022. [1] Estamos convencidos que esta afirmación que Pablo hace a los efesios sobre la paternidad/maternidad de Dios con relación a la unidad de la Iglesia, se aplica también a toda la humanidad. Esto no viola el sentido original dado por el autor. Por el contrario lo reafirma, y extiende esa realidad del Señor a toda la creación. [2] Eugenio de Cesarea, Historia eclesiástica. Barcelona: CLIE, 2 vols., 1988; vol. 1, p. 289. |