POBREZA DE CORAZÓN Y MISIÓN
OSVALDO L. MOTTESIResumen del segundo capítulo de nuestro libro: Monte y Misión. La ética transformadora de Jesús en sus bienaventuranzas. El Paso: Mundo Hispano, 2022
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Estamos aquí pronunciando, la bienaventuranza suprema. Y ya veremos porqué.
El momento existencial que vive Jesús al pronunciar el sermón del monte es muy especial. Recién había iniciado su ministerio. Su popularidad se extendía en forma creciente. Dice el relato inmediato anterior al sermón, en Mat. 4:23 – 5: 2: “Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama corrió por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían males: los que padecían diversas enfermedades y dolores, los endemoniados, los lunáticos y los paralíticos. Y él los sanó. Le siguieron grandes multitudes de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán. Cuando vio la multitud, subió al monte y, al sentarse él, se le acercaron sus discípulos. Y abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
“Cuando vio a la multitud...” estaba mirando con los ojos del alma, desde el corazón, a una muchedumbre que representaba un montón de ignorancia y dolor, pecado y frustración, confusión y desesperanza. Aquellas gentes eran un cúmulo de múltiples necesidades. En otra ocasión similar sintió lo mismo que habrá sentido al comenzar aquel gran sermón: “Cuando vio las multitudes, tuvo compasión de ellas porque estaban acosadas y desamparadas como ovejas que no tienen pastor”. Esas muchedumbres eran un monte de lágrimas. Y las lágrimas son la sangre del alma. Ellas son saladas, porque expresan el sabor amargo de la prueba y el dolor. El llanto es una hemorragia espiritual y emocional. Por todo eso, el sermón del monte y las bienaventuranzas en particular, son un gran mensaje de compasión y esperanza. La primera palabra del sermón del monte es Bienaventurados o dichosos. Desde la primera hasta su última palabra, JesuCristo nos enseña la clave de la vida verdadera, abundante y eterna; la del reino de Dios. Qué nos dice la Biblia sobre la pobreza? Jamás la Biblia explica la pobreza, como fruto de la ley natural o de la voluntad del Creador. Todo lo contrario. En especial en el AT, la pobreza es siempre considerada, sin excepciones, como un mal escandaloso resultado de una situación de injusticia. Lo contrario de quienes son pobres no son las gentes ricas, sino los “poderosos”, “malvados” y “orgullosos”. No hay libro bíblico que no afirme, como parte del credo de Israel, que Uno: Dios toma partido los pobres; Dos: Dios reivindica sus derechos; Tres: Dios defiende su causa, Cuatro: Dios exige justicia; Cinco: Dios librará a los hijos e hijas de los necesitados, y Seis: Dios aplastará a quienes les oprimen. El NT no ofrece un juicio de valor explícito sobre la pobreza, pero sí expresa en forma reiterada, en línea ética con la fe de Israel, una clara simpatía y un cuidado preferencial por quienes son pobres. En toda la Biblia, la atención y solicitud del amor salvífico y protector de Dios hacia las gentes pobres, no es porque sean mejores personas. Es por su peculiar situación de abandono y desamparo, tanto social como religioso. La Escritura entiende y afirma que su condición los convierte en fácil presa de personajes injustos y poderes opresores y -a la vez- les genera una autoimagen de gentes fracasadas y olvidadas de Dios. La justicia del Reino de Dios comienza por levantar al caído, sin olvidar que en un sistema de opresión política y social, quien es pobre es una víctima. Es pobre porque ha sido y es desposeído o despojada. Su necesidad y miseria son fruto de la injusticia. Vayamos por un momento al idioma griego. Allí la palabra "pobre" se dice de dos maneras, que tienen ciertos significados diferentes: La primera palabra es penés, o sea: “trabajador” o “trabajadora”, “jornalera” o “jornalero”, “necesitado” o necesitada”. Hace referencia a quienes están obligados a trabajar para comer. Quienes tienen trabajo y sustento, un salario, pero que este es insuficiente, no les alcanza para vivir dignamente. Por ejemplo, penés se usa en el Nuevo Testamento para definir a una viuda “muy pobre”. La segunda palabra es ptokhós, o sea: “pobre”, “indigente”, “miserable”, “mendicante”, “mendigo” o “mendiga”, “menesteroso” o “menesterosa”. Se refiere a quienes no tienen absolutamente nada y, por lo tanto, viven en condiciones de absoluta indigencia, en verdadera miseria. Pablo usa esta expresión, cuando afirma que JesuCristo “se hizo pobre”. Realmente deberíamos traducir “muy pobre”. Mateo usa ptokhós al escribir en griego esta bienaventuranza. Pero no olvidemos que Jesús solía hablar en arameo. Las palabras que pronunció Jesús en ese dialecto popular que era su lengua materna al referirse a los pobres, fueron aní y ebyón . Sus significados se aproximan mucho al del griego ptokhós usado por Mateo, pero tienen un matiz o agregado muy importante. Los judíos se referían con estos términos a quienes eran tan pobres, que no tenían más que a Dios. Es decir, las personas que no eran dueñas de nada, absolutamente indigentes, y por lo tanto, que sólo podían sentirse dueñas del amor de Dios. Es decir, “pobres en espíritu”. Entonces es obvio que JesuCristo no declara bienaventuradas o dichosos a quienes son pobres según penés. No se refiere a quienes hoy ubicaríamos algo debajo o en la línea de pobreza. Jesús se refiere claramente a quienes sufrían necesidades mucho más intensas: los indigentes y mendicantes, los más marginados y negadas de la sociedad de entonces, quienes nada poseían. Se dirigía a los seres más pobres entre los pobres; gentes que eran fruto colectivo de la más abyecta injusticia social: una sociedad piramidal y jerárquica, estratificada y marginalizante. Un mundo con mayoría de niños y niñas, hombres y mujeres no sólo sumidos en la indigencia, sino en la negación humana de la marginación. El Nuevo Testamento reitera la preocupación y el cuidado especial de Dios y de la Iglesia primitiva, sobre quienes son pobres. Y en esta bienaventuranza, Jesús establece la inaudita concepción -según los valores exitistas de este mundo- de la pobreza como bendición. Bendición por ser objeto del cuidado divino y, como veremos, una credencial de ciudadanía en el reino de Dios. Por otra parte, Jesús enseña que las gentes ricas y pobres por igual, necesitan la conversión, un “nuevo nacimiento”. La experiencia transformadora e ineludible para la reconciliación con Dios e ingreso a su Reino. En la enseñanza de Jesús las posesiones materiales no se consideran malas en sí mismas, sino peligrosas. ¿Por qué? Con frecuencia, el Maestro explica que quienes son pobres son más felices que quienes son ricos, porque les resulta más espontánea y necesaria una actitud de dependencia de Dios. Jesús no hace “una opción preferencial por los pobres”, como afirman ciertas teologías. No necesitaba hacerlo, pues Él mismo fue muy pobre desde la cuna hasta la tumba. Pero sí el Señor, enfatizó siempre con palabra y gesto, “su solidaridad con los suyos”, los más pobres entre los pobres. Y esto es natural y consecuente con JesuCristo, quien significa el clímax de amor y justicia de toda la historia de la salvación. La misma vida de Jesús es un mensaje fiel e integral. Un verdadero paradigma de la opción preferencial que hace Dios por las gentes más pobres y por la pobreza en general. Apuntamos aquí solo algunas realidades de su vida que es mensaje, y de su mensaje que es vida: Primero: Fue muy pobre desde su nacimiento; no tuvo hogar propio ni dinero. Segundo: Siendo un infante, sufrió persecución y destierro por ser amenazado de muerte. Tercero: A la hora de la Cruz fue despojado de todas sus vestiduras; murió desnudo, en absoluta indigencia y humillación. Cuarto: Lo sepultaron en una tumba prestada. Quinto: Desde siempre Jesús se manifiesta como “el pobre de Yahvé”, quien no tiene un lugar donde recostar su cabeza. Sexto: Pablo lo describe diciendo “que, siendo rico, por amor de ustedes se hizo pobre (ptokhós, es decir “muy pobre”, “indigente”) para que ustedes con su pobreza fueran enriquecidos”. ¿Esta bienaventuranza considera la pobreza una virtud o una bendición? Tanto en la versión lucana como en la mateana, Jesús no exalta la pobreza material como un bien en sí mismo. Tampoco destaca la pobreza espiritual como una virtud moral. El Señor solo transmite un mensaje de esperanza. Es una afirmación de la dignidad, como criaturas de Dios, para quienes han sido despojados injusta y abusivamente de ella. Esto no significa que Jesús enseña que no debemos poseer cosas terrenales. Todo lo contrario. Dios quiere que las cosas realmente necesarias jamás nos falten. Hemos reiterado siempre que la Biblia condena la pobreza como un escándalo. Porque el Señor, que es Shalom, “vida plena”, nos ha creado como coronas de su creación, para controlarla y administrarla en amor y justicia, para el bienestar nuestro y de todo lo creado. ¿Esta bienaventuranza se refiere entonces a la posesión o a la identidad? La enseñanza es obvia: Jesús dice que el Reino de los Cielos es de quienes solo pueden sentirse dueños y dueñas del amor de Dios y son más que felices, son dichosas y bienaventurados, porque confían plenamente en el Señor. Eso les basta para su satisfacción. Como lo compartimos ya, makharios o sea “bienaventurado” o “bienaventurada”, expresa el gozo de una persona por ser quien es. Por eso decimos que cada bienaventuranza no es una mera expresión de deseos, sino una afirmación concreta y total. Todas ellas son exclamaciones de alegría por algo que ya es, que existe. Son parecidas a las felicitaciones efusivas. Jesús no se refiere a algo que cada hijo o hija de Dios recibirá, sino a lo que ya gozan por serlo. La clave no es posesión, sino identidad. La intención de Jesús es exclamar: "¡Qué feliz es ser hijo o hija de Dios!". Quien es bienaventurado o bienaventurada fundamenta su dicha en lo que es, jamás en lo que tiene o ha obtenido. No se preocupa, ni menos aún se obsesiona por los bienes materiales. Tiene en claro que “Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman”. En tal confianza apoya su dicha. A ese tipo de personas dichosas, que saben quiénes son y a Quien sirven, donde se encuentran y hacia dónde van, pertenece el Reino de los Cielos. Por eso, la primera expresión de la serie es la suprema bienaventuranza según el corazón de Dios, el Dios de los pobres: “Bienaventuradas, dichosos los pobres en espíritu”. ¿Qué significa ser pobre en espíritu? ¿Qué desea afirmar JesuCristo con estas palabras? ¿A quiénes o a qué se refiere? Para responder necesitamos hacer tres aclaraciones oportunas. Las primeras dos son aclaraciones muy básicas ya mencionadas. La tercera es una explicación correlativa a las anteriores. Primera: En su vida y mensaje, Jesús pone siempre énfasis particular en los pobres de la tierra. Esto es notorio desde el mismo comienzo de su vida pública, cuando en la sinagoga de Nazaret asume, en toda su radicalidad la escuela del profetismo histórico de Israel. Allí proclama, en talante de suprema autoridad mesiánica, su programa ministerial. Este fue, es y será lo que hemos llamado “el manifiesto del Reino”, Porque JesuCristo es el reino de Dios llegando a la humanidad: En Lucas capítulo 4, versículo 18 leemos: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. No dice aquí “pobres en espíritu”. Usa sólo el plural de ptokhós es decir “muy pobres” o “indigentes”, o sea gentes muy pobres social y económicamente. Segunda: La constante pregunta sobre porqué la bienaventuranza según Lucas usa solo “pobres” y la de Mateo dice “pobres en espíritu”, ha tenido varias respuestas. Personalmente creemos, que el texto de Mateo, posiblemente posterior al de Lucas, agregó “en espíritu” para enfatizar, como ya hemos comentado, la importante connotación de las palabras arameas que usa Jesús al predicar las bienaventuranzas, refiriéndose a quienes son tan pobres que no tienen más que a Dios. Son personas que no son dueñas de nada; absolutamente indigentes en la tierra, y que por lo tanto sólo pueden sentirse felizmente dueñas del amor de Dios. Tercera: Mateo no intenta un reduccionismo espiritual de lo antes citado por Lucas. Mateo no espiritualiza ni corta el filo, no hace “menos ofensiva” ni “más conservadora” esta bienaventuranza. Tampoco Mateo es espiritualizante o más conservador que Lucas porque use, por ejemplo, además de la expresión “reino de Dios”, la de “reino de los cielos”. Esto se debe al marcado carácter judío de su evangelio, dirigido principalmente a judíos, quienes por respeto no pronunciaban el nombre de Dios. En realidad, el evangelio de Mateo es más radical contra el sistema opresor que el evangelio de Lucas. Mateo es el único que registra un pasaje fundamental, verdadero eje cristológico de toda acción cristiana. Es la profecía del juicio a las naciones, registrada en Mat. 25: 31- 46. Allí son bendecidas y bienvenidos al Reino, quienes sirven por amor a sedientas y hambrientos, indigentes y encarceladas, enfermas y desnudos. Es decir, los muy pobres con quienes JesuCristo se identifica plenamente y llama “mis hermanos más pequeños”. Es allí donde la ortodoxia, que es muchas veces una idolatría de las ideas correctas, sucumbe ante el hecho histórico de la “ortopraxis”: la fe hecha vida verdadera, según el corazón de Dios. Todas estas aclaraciones nos ayudan a entender entonces, que las personas “pobres en espíritu”, ya sea que vivan materialmente en abundancia o necesidad, suficiencia o indigencia, son quienes se reconocen como pecadores. Siempre viven con humildad, decididas a pedir perdón por sus faltas. Buscan el perdón de Dios y el de las personas a quienes pudieran haber ofendido. En cada pobre de espíritu se cumple la promesa: “Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes”. Son quienes hoy podemos llamar “pobres de corazón”. Esto nos lleva a tres afirmaciones indudables, muy importantes para nuestro tema: Primera: No hay dudas, según la Biblia y la historia, que la mayoría de las personas pobres en espíritu son también pobres materialmente. Lucas, parafraseando esta bienaventuranza según Mateo, dice: Y alzando él (Jesús) los ojos hacia sus discípulos, decía: “Bienaventurados ustedes los pobres (dice sólo “pobres”) porque de ustedes es el reino de Dios”. Santiago, el pastor profeta, afirma: “Amados hermanos míos, oigan: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que lo aman?”. Sí, pero, no todas las personas pobres materialmente son buenas. Hubo pobres entre quienes pidieron a Jesús en lugar de Barrabás. Hoy como ayer, las grandes mayorías de creyentes miembros de movimientos cristianos crecientes, han sido y son gentes de las clases más pobres de nuestras sociedades. Esta es, desde siempre, una persistente realidad histórica mundial. La relación de dependencia con nuestro creador y Señor declina, cuanto mayor es nuestra capacidad humana de autosatisfacción personal, ya sea intelectual o emocional, social o económica. Es cierto, la gran mayoría de pobres en espíritu lo son también materialmente. Segunda: No hay dudas, según la Biblia y la historia, que al menos buen número de quienes detentan riqueza, no son buenas personas. Continúa Santiago: “Pero ustedes han afrentado al pobre. ¿No los oprimen los ricos, y no son ellos los que los arrastran a los tribunales? ¿No blasfeman ellos el buen nombre que ha sido invocado sobre ustedes”. Sí, pero no todos los ricos y ricas son gentes malas o faltas de amor. Las generalizaciones son a veces injustas, llegando hasta dogmáticas. Hay muchísimas personas ricas del ayer o del presente, reconocidas por su santidad sincera. Tercera: No hay dudas, según la Biblia y la historia, que hay peligro y pecado, tanto en la riqueza como en la pobreza material. Sacralizar la pobreza y a las gentes pobres por un lado, o a la riqueza y a personajes exitosos por el otro, siempre será idolatría a ambas puntas. A través de los siglos hasta hoy, distintas expresiones del cristianismo institucionalizado aliadas a grupos de poder e intereses opresores, usó y usa la religión con fines totalmente cuestionables. Se mal enseñó que Jesús, al decir a sus discípulos “a los pobres siempre los tendrán con ustedes”, estaba y está justificando la pobreza en el mundo. Se enfatizó la supremacía gloriosa de la vida “en el más allá”, aunque suframos “en el más acá”. Se predicó que la igualdad entre el príncipe y la mendiga, la reina y el indigente se dará de una vez y eternamente en el cielo, que es lo que importa. Esto es, entre otras cosas, idolatría de la pobreza. En las últimas décadas ha resurgido otra herejía; la mal llamada “teología de la prosperidad”, que es otra ideología religiosa más. Una manipulación del evangelio que afirma que, si se siguen ciertos principios, JesuCristo garantiza la sanidad divina, las riquezas materiales y la felicidad sin sufrimientos. El centro del discurso es que la sanidad física, la riqueza exitosa, y la vida sin sufrimiento, son pruebas dela escogencia de Dios. Esto es idolatría de la riqueza. Frente a esta sociedad injusta, asentada en el poder y la riqueza, Jesús propone una contracultura de vida. Tal contracultura es de quienes sintonizan su ser y quehacer con Dios Padre, Dios de Jesús, y Dios de los pobres. Es la contracultura de quienes apuestan por la austeridad solidaria, la generosidad y la justicia, como compromiso con el reino de Dios. Son los únicos hombres y mujeres, creyentes o no, capaces de abrir nuevos caminos hacia una nueva sociedad. Para quienes no son creyentes, esa es una aparente utopía final. Para quienes seguimos a Jesús, esa es la real la utopía revelada, que el Él consumará. Estos son quienes Jesús llama bienaventuradas o dichosos. Y en lugar primero y prioritario están “los pobres en espíritu” o “pobres de corazón”. Job es nuestro personaje-ejemplo bíblico escogido Job era un hombre íntegro y de buena reputación, riquísimo y popular, casado con una sola mujer, muy creyente y piadoso. Dios mismo da testimonio: “No hay otro como él en la tierra: un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”. La historia comienza con la aparición de Satanás. Este se presenta ante Dios argumentando que el gran amor que Job dice profesar al Señor era solo aparente. Que era sólo a causa de sus bendiciones, poder y prosperidad, pero no porque realmente lo amaba. Dios, entra en un acuerdo singular con Satanás: Le concede el probar la integridad de Job, pudiendo tocar, entre otras cosas, sus bienes y familia, ganado y servidores, menos su vida. Desde entonces, Satanás acecha a Job y le causa múltiples desgracias. Job adquiere enfermedades muy dolorosas en su piel. Los paganos caldeos y sabeos atacan y matan a sus criados. La mortandad de su ganado acaba por sumirlo en la pobreza. En medio de tantas pruebas, su mujer lo aconseja mal y repudia. Para colmo, recibe el impacto terrible de la muerte de todos sus hijos. Job vive así un trágico tránsito de la salud y la riqueza, la prosperidad y la felicidad familiar, a la enfermedad y la pobreza, al abandono y la soledad. Ciertos amigos de Job, que no conocen el acuerdo o apuesta entre Dios y Satanás, tratan de encontrar explicación al sufrimiento del amigo. Tres de ellos entienden la tragedia de Job, a partir del esquema rígido y frío, estricto y legalista de la teología popular de entonces de “la retribución divina”. Según esta, si Job era justo no debía pasar por tantas pruebas y sufrimientos. Su conclusión era: “Si tienes pruebas, estas son un castigo de Dios, porque debes haber pecado”. Otro de los amigos es más joven, por eso opina al final. Este ofrece una “teoría pedagógica”, sólo una variante de la teología de “la retribución divina”. Afirma que el dolor humano no es castigo de Dios por el pecado, sino una prueba del Señor, para confirmar y entrenar, purificar y fortalecer a quienes creen. Los cuatro amigos, encadenados a sus dogmas, no son respuesta ni aliento, ni muchos menos orientación para Job. Creen saberlo todo, a partir de respuestas prefabricadas. Representan lo peor: los dogmas religiosos petrificados por la tradición. Job nunca perdió su fe en Dios, ni renunció a su integridad, aun bajo circunstancias desesperantes. Aunque muy oprimido, como para maldecir hasta el día de su nacimiento, Job nunca maldijo a Dios. Tampoco flaqueó en su convicción absoluta de que Dios estaba en control. Al contrario, afirmó: “«Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo he de partir. El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó. ¡Bendito sea el nombre del SEÑOR!”. A pesar de los consejos errados de sus amigos, y la retorcida reacción de su esposa de que maldijera a Dios y se muriera, Job conocía muy bien al Señor y afirma: "He aquí, aunque Dios me mate, en Dios esperaré". Superada la prueba, Job se sana totalmente, y logra una prosperidad aún mucho mayor que la que antes tenía. Su magnífica biografía termina con la espléndida descripción de la prosperidad integral de Job, restaurada y multiplicada en grado sumo. Veamos las enseñanzas de Job para nuestras vidas Siempre deseamos encontrar sentido al sufrimiento. Job luchó con Dios y exigió respuestas. Dios le respondió, pero no dio razón del porqué, ni del para qué del sufrimiento. Hoy seguimos en la misma búsqueda y lucha. El libro de Job nos enseña la respuesta de Dios al sufrimiento humano. Se puede sintetizar en tres afirmaciones, en sintonía con toda la enseñanza de la Biblia. Solo las mencionaremos. Primera: Dios es el Creador, que actúa por su buena voluntad. Sus designios se guían por amor gratuito. Tiene un plan que no podemos percibir, menos aún discernir plenamente. No podemos predecir ni manejar los actos de Dios. Un joven judío anónimo escribió, en un muro del gueto de Varsovia durante la guerra: “Creo en el sol aunque no brilla; creo en el amor aunque no lo siento; creo en Dios aunque no lo veo”. Segunda: Dios anhela que reine el bien y la paz, el amor y la justicia, pero dio a su creación la libertad para elegir. Dios rechaza la justificación del mal, como pretendieron los amigos de Job. Pero también que se le acuse de ser indiferente ante el dolor, o de ser neutral ante cualquier mal. Dios no justifica el mal, ni da razón sobre el mismo, pero sí nos acompaña siempre. Dios es amor, que se hace empatía plena, y jamás nos abandona en la prueba. Tercera: Dios comprende cuanto y cómo sufrimos, porque Dios también sufrió. Dios se solidarizó, en Su Hijo, con nuestro dolor. Nuestra salvación es una cruz en el corazón de Dios (Isa. 53:4-5). La mayor lección del libro de Job, es que Dios es soberano. No tiene que responderle a nadie por lo que hace o no hace. Como Job, quizás nunca lleguemos entender la realidad específica de nuestro sufrimiento, pero debemos confiar en nuestro santo y justo Dios, porque: “El camino de Dios es perfecto; la palabra del del Señor es intachable. Escudo es Dios a los que en él se refugian”. Necesitamos confiar que lo que Dios hace, y lo que permite, también es perfecto. Dios es absolutamente libre y misterioso. Encasillarlo en una religiosidad almidonada, es no entenderlo. Nuestro sufrimiento escapa a toda especulación. Es un misterio, que tarde o temprano nos alcanzará. Job nos enseña cual ha de ser nuestra actitud. Transformarnos en bienaventuradas, dichosos por ser “pobres de corazón” en toda situación. “Bienaventuradas, dichosos los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Nuestra bienaventuranza suprema, en riqueza o en pobreza, en dicha o dolor, es vivir ante Dios como pobres de corazón, y vivir por el prójimo en compromiso solidario, en el amor y la justicia de su Reino. |