PROVOCACIÓN AL PENSAMIENTO CRISTIANO
JUAN ESTEBAN LONDOÑO
Dios creó los pájaros, las religiones crearon las jaulas que
están hechas de palabras. Tienen el nombre de dogmas. Estos las jaulas de las palabras que intentan aprisionar al pájaro. La historia del cristianismo está llena de jaulas. Los pájaros muertos son, en realidad, aquellos que sólo aspiran a la libertad dentro de la jaula. El vuelo del águila les fue robado. (Alves, 2007: 9) Introducción:
El que piensa se pone en camino, o se deja atravesar por la vida, reflexionando más allá de los sistemas, y dialogando con ellos de manera crítica. El cristianismo, si bien es una religión, ha creído más que pensado. Y, tristemente, ese creer, que en un inicio era la aceptación de la vida como regalo, se convirtió en algún momento en la aceptación ciega de dogmas y artículos elaborados por otros y, generalmente incomprensibles. Sin embargo, ha habido también fuerza y creatividad en el pensamiento cristiano: Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, Lutero, Schleiermacher, Kierkegaard, Tillich, Gustavo Gutiérrez, Ivone Gebara. Lo que sigue es el intento de rescatar algunos pensamientos profundamente cristianos o algunos cristianismos profundamente reflexivos. No es una historia del pensamiento cristiano, porque tal cosa es una labor titánica e imposible para unas cuantas anotaciones en un blog. Es una provocación o, más bien, el recuento de lo que provoca en mí el pensamiento de estos individuos, particularmente en diálogo con la cultura que los rodeaba y con la expresión por antonomasia del pensamiento, que es la filosofía (filosofía antes de ser una materia o una carrera universitaria, es el fluir libre de dejarse atrapar por la sabiduría, el gusto por el pensar, el mundo del asombro). El pensamiento cristiano se ha caracterizado por dialogar de diversas formas con el entorno que lo rodea. Algunas veces este diálogo ha resultado positivo. Otras veces, nefasto. Pero el encuentro entre culturas es el sentido de la historia. El cambio, el fluir, el movimiento. Desde la escritura de la Biblia, ya se evidencia una pregunta por cómo comprender a una divinidad en medio de la vida cananea pastoril y agrícola: ¿qué dice Dios desde la realidad y para la realidad? ¿Qué dice nuestra realidad acerca de Dios y de lo divino? La pregunta por lo Divino brota del contexto en que viven estas comunidades: las fiestas, los relatos, las narraciones, la poesía, los ritos. El judaísmo entra en relación con el mundo egipcio, el cananeo, el persa, el babilonio y el helenístico. Y a partir de tal encuentro, comienza a recopilar sus tradiciones para diferenciarse, porque se ha dado cuenta que ya se parece mucho a las culturas que lo rodean. El cristianismo neotestamentario también se relaciona con el mundo mediterráneo, con el imperio romano, con sus religiones y prácticas sociales. En contradicción con Roma, pero también valiéndose de sus géneros literarios, como la epístola, la historia novelada y el “evangelio” (como buena noticia acerca de un rey o emperador) construye un cuerpo literario donde deja plasmada su identidad, en relación con su rama originaria, el judaísmo, pero también desprendiéndose de ella. El cristianismo del siglo II se aparta considerablemente del judaísmo y se encuentra en la mar del imperio romano, con la filosofía griega, con los herederos de Platón y Aristóteles, y los grandes oradores. Tiene que dialogar con ellos y diferenciarse. Tiene que explicar por qué los cristianos siguen a un hombre condenado como preso político por el imperio, y cuál es el sentido del escándalo de la cruz, del Dios que ha muerto colgado en un madero y cuya carne se ha restablecido. Más adelante, el cristianismo moderno se encuentra con el Iluminismo, el Racionalismo, el Romanticismo. Debe poner en diálogo su fe con la ciencia y diferenciar lo que significa la ciencia del sentimiento religioso. Ha de someter sus propias fuentes al análisis crítico del método histórico para encontrar el sentido profundo de su fe. Y en América Latina la fe brota desde la pobreza, en medio de injusticias; se combina con las creencias indígenas y afro, con los reclamos por la equidad de género y apertura a las diversidades, desde allí se transforma en nuevas reflexiones, en otras maneras de pensar, manteniéndose cristianas, pero diversificándose. El tema transversal de esta Provocación al pensamiento cristiano es la relación entre el cristianismo y la cultura, particularmente la filosofía. Algunos dicen que el cristianismo es una contracultura o una anticultura, que nunca se ha “contaminado” o que no se debe dejar contaminar por las culturas circundantes. Tal pensamiento es heredero de alguna creencia veterotestamentaria de que el pueblo de Israel no debía relacionarse con los pueblos vecinos. Sin embargo, los investigadores de la Biblia han demostrado que hubo fluidos intercambios culturales entre Israel y sus vecinos, entre la iglesia y el mundo mediterráneo y, naturalmente, entre la teología cristiana y la filosofía griega. El movimiento y el conflicto son los que producen la historia y la interacción es la que produce la cultura. Esta breve provocación toma como fundamento el estudio del pensamiento cristiano a partir de paradigmas de Hans Küng en su libro El cristianismo. Esencia e historia (2006), que sigue el modelo de los paradigmas de Thomas S. Kuhn. Según el teólogo suizo, un paradigma es toda una constelación de convicciones, valores y modos de proceder compartidos por los miembros de una sociedad dada (2009: 126). Cuando cambia una época, cambian las formas de comprender la realidad. Cuando se descubrió América, ya no se podía pensar que la tierra era plana y que al final del océano los mares caían hacia el abismo, como lo pretende la Biblia. Pero los cristianos no por esto dejaron su fe, sino que la adaptaron a nuevas realidades. De modo que los cristianos van cambiando su forma de comprender las cosas a medida que va cambiando la forma de pensar en la que habitan, pero mantienen ciertos elementos que les permiten seguir llamándose cristianos. Sin embargo, esta investigación se aleja de Küng a medida que se amplía el rango de investigación, pues Küng se concentra en occidente y su trabajo está más delimitado a Europa. El cristianismo no es Europa. Tampoco ser europeo es sinónimo de ser cristiano. Nuestro interés es el de observar cómo se desarrolla el pensamiento cristiano en América Latina y otros espacios marginados. Así, a medida que irrumpe esta nueva época, se recurre a estudios como los de Justo González, Enrique Dussel, Juan José Tamayo y Amílcar Ulloa. Sin embargo, el concepto de Küng, de la historia del pensamiento dividido en paradigmas es acertado y útil, pues ayuda a comprender la historia del cristianismo de la siguiente manera: El cristianismo surge en un paradigma muy particular, el del judaísmo del primer siglo. Este paradigma se caracteriza por la creencia judía en la lucha por la liberación de la tierra, la esperanza de un mesías y la necesidad de fundamentar el pensamiento en un texto sagrado, la Biblia Hebrea. No es un paradigma definitivo. No es que los cristianos debían siempre ser judíos. Fue una etapa superada, una manera de crecer. Pero los tiempos cambian, el cristianismo se abre a un mundo que ya no es judío, y de esta manera su teología se ve desafiada. Aparecen conceptos como los del Bien, lo Bello y lo Justo, heredados de la filosofía de Platón y de los estoicos, como también creencias en sabidurías divinas, espíritus celestiales y conocimientos secretos. El cristianismo se encuentra con formas cultos muy diversas y a filosofías muy atractivas. Por esto tiene que proponer la fe en categorías de la filosofía griega para hacerse entender y también alimentarse de la cultura. Con el paso del tiempo, el cristianismo se encuentra con el poder imperial. El emperador Constantino hace de la fe cristiana su arma ideológica para dominar al pueblo. Algunos huyen al desierto, y fundan la vida monacal. Otros se vuelven fieles defensores del emperador. Otros, sin ser ni monjes ni servidores imperiales, buscan la manera de interpretar la realidad histórica en la que están viviendo, y proponen teologías que enfrentan preguntas de la época, como la caída de Roma, el sentido de la historia, y la realidad de la salvación. Pero todo paradigma se agota y las institucionalidades aplastan, todo sistema tiende a cerrarse sobre sí mismo e imposibilita nuevos desarrollos, por esto tiene que haber una revolución que lo destruya o lo transforme, creando una nueva forma de comprender la esencia. De este modo surge entonces la Reforma protestante como una de tantas formas de resistir ante las imposiciones doctrinarias de la Iglesia. Ya se había separado la Iglesia de Oriente. Ya habían brotado alternativas críticas, como la de Francisco de Asís. Ya muchos sacerdotes, como Juan Wycliff y Juan Huss se habían opuesto a los abusos. Era necesaria una nueva forma de ver lo Sagrado: Gracia, Fe, Justificación, Sacerdocio de todos los creyentes. Así que brotó un nuevo paradigma que separaría la Iglesia occidental de nuevo pero permitirá la diversificación de nuevas formas de ver la fe. Muy cercano al paradigma protestante de la Reforma, se viene gestando el pensamiento racionalista y progresista de la modernidad: los descubrimientos de Copérnico y Galileo al darse cuenta que el planeta tierra no es el centro del universo, la violenta conquista de América, el descubrimiento del ser humano como sujeto pensante por parte de Descartes, el cuestionamiento de las verdades de la fe para dar paso a la razón. La ciencia. El empirismo. La democracia. La sospecha ante la represión sexual. El surgimiento del capitalismo y la crítica al capitalismo por parte de pensadores como Marx y Engels, la teoría de la evolución de las especies propuesta por Charles Darwin. Y con esto llega el estudio científico de la Biblia, poniendo bajo metodologías históricas la fuente revelación del cristianismo. Así nace una constelación de significados, en la que el cristianismo, de cara a nuevas preguntas, debe reinterpretarse a sí mismo. Pero mientras que el primer mundo se considera en avanzada, también su razón instrumental la hace darse cuenta de que el exceso de ilustración deviene en barbarie: Auschwitz, los campos de concentración nazis, la destrucción de grandes masas en África, Asia y América Latina. El pensamiento cristiano empieza a reflexionar la realidad no solamente a la luz de la filosofía sino también de las ciencias sociales. Retomando antiguas tradiciones, los pensadores cristianos se dan cuenta de que no se trata sólo de dialogar con teorías, sino de ponerse de cara con la realidad. Así brotan las teologías de la liberación, que rescatan elementos fundamentales de la fe: el amor eficaz, la justificación que se debe traducir en justicia, la lectura de la Biblia desde los pueblos oprimidos. La voz de los pobres, de las mujeres, de los indígenas y los negros. La voz de todas las diversidades discriminadas, incluyendo las sexuales. Así se piensa la fe desde nuevos paradigmas, superando el modelo racionalista europeo. Se trata de pensar a Dios desde nuevas categorías. Una etapa más en el camino del pensamiento cristiano. Pensar. Pensar y seguir a Jesús, quien murió bajo el imperio romano como un sedicioso. El pensamiento y las culturas están siempre en movimiento. También la fe, como un organismo vivo. Nada es estático. El cambio es parte de la vida, y lo que define la vida. Todo lo vivo se mueve y cambia. El pensamiento cristiano ha nacido y crecido y se ha desarrollado en diferentes paradigmas o constelaciones de significado. Como asegura Paul Tillich (1976: 31), los paradigmas producen sistemas de pensamientos. Estos sistemas corren el peligro de convertirse en prisiones, de encerrarse en sí mismos y no dejarse atravesar por el movimiento de la vida, pero reflejan la capacidad de muchos pensadores de expresar la realidad de la iglesia y de la existencia en determinadas épocas, y definen muchas de las creencias que ahora reinan, las cuales deben ser puestas siempre en diálogo crítico con el pensamiento, para que el pensamiento siga siendo cristiano y para que el cristianismo siga pensando sin ser enjaulado. Los padres apostólicos
El cristianismo no es una filosofía o una religión,
sino la suma y cumplimiento de todas ellas (C.S. Lewis). Con Pablo de Tarso, el cristianismo se abrió al mundo helenista. De este modo, y sin saberlo, su propuesta de fe se convirtió poco a poco en un modelo diferente del modelo judío del movimiento de Jesús. Pero fueron especialmente los discípulos de Pablo quienes transmitieron un estilo de cristianismo que llegaría a ser diferente de sus raíces. De este modo nace el molde para nuevas formas de pensamiento cristiano: el pensamiento ecuménico-helenista de la antigüedad (Küng).
En esta nueva forma de comprender el cristianismo, la tradición de Jesús aparece en perspectivas, categorías y concepciones del todo distintas. Ya se habla de la fe en otro lenguaje, el helenista. Un lenguaje que, además, se construye bajo la hostilidad del imperio romano hacia los cristianos, por ser considerados peligrosos para el orden social establecido; hostilidad que deviene en las primeras persecuciones y muertes sistemáticas. Al mismo tiempo, la fe en el Jesús concreto como el Cristo hace posible la apertura universal del acceso a Dios a través de Jesús para todas las personas. Así, el cristianismo no es ya simplemente otra religión judía, sino, que se transforma en una religión distinta, o en conjunto de expresiones religiosas que no son uniformes. La condición de los cristianos en los tres primeros siglos es muy variada, sin un claro predominio de organización, cultura, clase, raza o lengua. En el año 187 d.C., Ireneo de Lyon enumera veinte variedades de cristianismo. Por esta época, abundan copias de Evangelios, Apocalipsis, Cartas y Hechos, diferentes de los que conocemos en el Nuevo Testamento; y todavía no está fijado el Canon de lo que conoceremos como la Biblia Cristiana. El centro de la reflexión cristiana empieza a desplazarse del mundo judío al griego. Y así surgen temas teológicos que los judíos no tenían en mente: la relación entre las tres personas de la Trinidad, la relación entre la humanidad y la divinidad de Jesús, la existencia de Dios antes del inicio de los tiempos. Como Padres apostólicos se conoce a un grupo de autores cristianos, cuyos escritos de finales del siglo I y comienzos del siglo II establecen un puente entre el mundo judeo-cristiano del primer siglo y el helenismo que toma fuerza a partir del siglo II (Hägglund). Entre estos escritores se encuentran Clemente de Alejandría, Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna, la Epístola de Bernabé, el Pastor de Hermas, los Fragmentos de Papías y la llamada Carta de los Doce Apóstoles, conocida como la Didajé. La característica principal del pensamiento de los Padres Apostólicos es que sus autores no se identifican ya como apóstoles (el tiempo de los apóstoles se ha cerrado), sino que proporcionan una imagen de lo que significaba la fe en las comunidades posteriores a los apóstoles. De cara a la ética del mundo griego, retoman las enseñanzas de Jesús para aplicarlas a la vida cotidiana y llamarlas la “nueva ley”. Para estos cristianos, el concepto de justicia del que habló Pablo (Ro 3,21) consiste en una forma de ser y de actuar con respecto a Dios y a las personas, y no sólo en una forma en que Dios ve a las personas a través de Cristo. Los cristianos que han sido justificados, deben actuar conforme a la justicia. Para los Padres Apostólicos la gracia es un regalo que Dios da a los hombres, pero que es recibido a través del conocimiento (gnosis), y se expande por la vida como una fuerza (dynamis) que orienta a las personas hacia la obediencia y a una vida justa. Teniendo la Biblia Hebrea como base, y comprendiendo a la Iglesia como el “nuevo Israel”, estos cristianos –en su mayoría de origen gentil o pagano-, creen en un único Dios, en Cristo y en el Espíritu Santo, aunque todavía no se ha desarrollado una doctrina de la Trinidad. Sin embargo, basados en la teología del Lógos, consideran que Cristo es el hijo de Dios que existe antes de los tiempos, y a través de quien ha venido la creación. Naturalmente, esta era una creencia extraña para el origen judío del cristianismo, pero ampliamente extendida en el mundo griego, en el que los hombres eran hijos de los dioses, y podían aparecer en la tierra. Para estos cristianos de origen pagano, la creencia en Jesús como el hijo de Dios comenzó a ser el símbolo fundamental de su pensamiento: la encarnación de Dios. De igual modo, los Padres Apostólicos creían en la crucifixión y resurrección históricas de Jesús, en contra de ciertos grupos gnóstico-cristianos, provenientes del judaísmo, que consideraban la imposibilidad de que Dios pudiera sufrir en carne propia los dolores del ser humano. Ignacio se valió del Evangelio de Juan para asegurar que Dios, en Cristo, nació de una mujer, fue colgado en una cruz y resucitó de los muertos. Los Padres Apostólicos dan gran protagonismo al conocimiento, pues consideran que Cristo ha traído verdad y conocimiento a la humanidad, no sólo como maestro, sino también como el Dios que ha enseñado a los hombres el sendero del aprendizaje. Tiempo más tarde, el apologeta Clemente, en amplio diálogo con la filosofía neoplatónica, llama a Cristo “El Pedagogo”. En este sentido, ya en el paso que se da entre el cristianismo judío y el cristianismo helenista nace una nueva categoría e interpretación del cristianismo, bajo los conceptos de la filosofía griega. Algunos intérpretes consideran un error haber vertido las creencias cristianas en categorías griegas. Algunos creyentes, incluso, buscan retomar expresiones judaizantes para intentar volver a un cristianismo más “puro”. (No les ha bastado la reprensión que hace Pablo a los judaizantes en la Carta a los Gálatas). Paul Tillich llama la atención sobre este diálogo entre cristianos y filósofos, y dice que no es justo que critiquemos a los Padres Apostólicos por haber utilizado algunos conceptos griegos, pues ellos no disponían de otras expresiones conceptuales que manifestaran el encuentro del hombre con su mundo: El mero hecho de emplear unos conceptos griegos no significa, pues, intelectualizar el mensaje cristiano. Más acertada resulta la aserción de que equivale a la helenización del mensaje cristiano. Podemos decir, ciertamente, que el dogma cristológico es de índole helenística, aunque era inevitable que así ocurriera dada la actividad misionera que desarrolló la iglesia en el mundo helenístico. Para ser aceptada, la Iglesia tuvo que utilizar las formas de vida y de pensamiento helenístico que, procedentes de muy diversos orígenes, acabaron fusionándose en el último período del mundo antiguo. Tres de ellas revistieron una importancia decisiva para la Iglesia cristiana: los cultos mistéricos, las escuelas filosóficas y el estado romano. El cristianismo se adaptó a las tres y se convirtió en un culto mistérico, en una escuela filosófica y en un sistema legal, pero sin dejar de ser una asamblea basada en el mensaje que Jesús era el Cristo (187). Este diálogo con el mundo filosófico griego no habla en contra del cristianismo sino a su favor, al mostrase éste como una fe que se encarna en diferentes contextos. O como alguna vez dijo C.S. Lewis: el cristianismo no es una filosofía o una religión, sino la suma y cumplimiento de todas ellas. Juan Esteban Londoño(1982) es colombiano. Magister en Ciencias Bíblicas por la Universidad Bíblica Latinoamericana, de Costa Rica. Ha realizado estudios de filosofía y literatura en la Universidad de Antioquía; y de teología en el Seminario Bíblico de Colombia. Es actualmente candidato a Magister en Filosofía por la Universidad de Antioquía. Ha publicado El nacimiento del liberador, un sueño mesiánico (2012), Para comprender el Nuevo Testamento (2013), y diversos artículos en revistas especializadas, como también obras musicales y literarias.
|