PÚLPITO FUERTE... IGLESIA SANA
JAVIER CORTAZARSi el púlpito de una iglesia es débil, aunque esta tenga otras fortalezas, generalmente la iglesia será débil. Si por el contrario, aunque los demás ministerios muestren debilidad, si el ministerio de su púlpito es fuerte, es muy factible que esa iglesia sea fuerte.
El Dr. Harold Okenga, experimentado pastor con treinta y tres años en el ministerio, señaló en cierta oportunidad: «Si el púlpito de una iglesia es débil, aunque sus demás ministerios sean fuertes, esa iglesia será débil. Si por el contrario, aunque los demás ministerios muestren debilidad, si el ministerio de su púlpito es fuerte, es muy factible que esa iglesia sea fuerte». En otras palabras, un púlpito bien nutrido resulta decisivo en el crecimiento de la iglesia.
Sin embargo cedemos ante la tentación de restarle prioridad al ministerio de la predicación y evadimos nuestra responsabilidad de ser fieles en la exposición de la Escritura de diferentes maneras. Nos comprometemos en exceso, en detrimento de la predicación, con las otras tareas del trabajo pastoral. Un pastor me compartía su preocupación por no estar dedicándole el esfuerzo suficiente a la preparación de la predicación de la Palabra de cada semana. Y la realidad es que los pastores robamos tiempo del que debiéramos invertir en la preparación de los sermones para invertirlo en el trabajo administrativo o de acompañamiento pastoral. Estoy convencido de que enfocarse en la oficina pastoral, con todas las urgencias que esta trae, es una de las principales causas del debilitamiento de la predicación contemporánea. La exposición de la «palabra de Dios» jamás será eficaz ni se le inyectará vitalidad, si el predicador no invierte en oración ni en estudio concienzudo, ni tampoco abre su corazón a lo que el Señor quiere hablarle a él y a su pueblo. Predicamos sólo lo que la gente tiene «comezón de oír». En nuestra época se observa una marcada inclinación por los mensajes sensacionalistas, que sólo hablan de poder, milagros y experiencias asombrosas. Estas predicaciones guardan silencio en cuanto a las demandas de la «palabra de la cruz», y de esa manera adulteran el verdadero significado de ser discípulo. Convertimos el púlpito de la iglesia en racionalista. Muchos púlpitos sufren la ausencia de la exposición de las Escrituras, con el calor y la vida que sólo la participación libre del Espíritu Santo puede proveer. Nuestra gente necesita oír la Biblia. «Mis ovejas conocen mi voz» afirma el Señor. Nada puede reemplazar la predicación de la Palabra. Es el timón de la iglesia, que en manos fieles y dependientes de Dios conduce a la congregación hacia bendición. Pero, asimismo, en manos indolentes puede llevar al naufragio a una iglesia. A fin de cuentas, las ovejas van a donde encuentran comida. La cantidad de personas que asisten los domingos sin evidencias de conversión, ni compromiso real con Cristo nos exige consagración a la tarea divina de «alimentar a las ovejas» sin pretextos, ni dilaciones. Evitamos el trabajo de relacionar la teología bíblica con las necesidades del hombre y la mujer de hoy. Ezequiel escribió: «Me senté donde ellos estaban sentados» (3:15). Efectivamente, los predicadores necesitamos entender la vida y la forma de pensar del hombre y la mujer comunes para alcanzarlos con la luz del evangelio. Pero esta tarea no es sencilla, requiere de nosotros disciplina y perseverancia en el estudio. Martin Lloyd Jones nos recuerda que la predicación fiel siempre habrá de ser un puente entre dos mundos, el de Dios y el del hombre. Dejamos de lado nuestra propia personalidad y comenzamos a imitar a otros predicadores. En efecto, nada nos aparta más del llamado de predicar que la imitación. No es extraño observar que después de una campaña de gran impacto en una ciudad surjan imitadores de aquel evangelista. Repiten sus formas y métodos de predicación, sus doctrinas y su manera de aproximarse a la gente. Pero, como todo lo artificial, tarde o temprano degenera en desgaste y declinación. La autenticidad ministerial resulta indispensable para ser eficaz y dejar que el Espíritu actúe libremente. En este aspecto siempre recuerdo a David desechando la pesada armadura de Saúl, que éste le había entregado para que pudiera enfrentar a Goliat. Escogió usar su humilde honda con la que el Señor le había sacado victorioso de encuentros contra osos y leones. No olvidemos que el Señor nos va a usar a pesar de lo que somos y siempre respetará nuestra individualidad. La gente apreciará en el predicador este respeto por sus características propias. Mientras el predicador sea auténtico le dará libertad a Dios para que actúe a través de él sin los prejuicios o la rigidez característicos que limitan a los imitadores. ¡No oprimamos al espíritu de Dios con moldes producto de nuestra imaginación! Asumamos esta sublime responsabilidad recordando que una demostración de nuestro genuino amor al Señor será nuestra entrega a apacentar sus ovejas (Jn 21:17). Javier CortazarEs pastor de la iglesia de la Alianza Cristiana y Misionera en Monterrico, Lima, Perú.
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